Hoy, México vive el proceso de definir
formalmente lo que será la Guardia Nacional. Se ha dicho que estará integrada
por elementos de distintas dependencias, tanto federales como estatales. No es
extraño tener un instrumento de esa naturaleza. De hecho, una institución de
seguridad pública e interior a nivel federal es muy útil para cualquier
gobierno. Lo que es peculiar en el caso de México es cómo se está pensando
implementar: mezclando un poco de todo. Antes de dar un paso tan importante,
sería conveniente que México analice lo que otros países han hecho al conformar
sus guardias nacionales, pues el modelo mexicano es muy diferente a los otros.
Para empezar, la división entre el papel militar y el policiaco es bastante
difusa en México. Es importante resaltar que esas dos instituciones tienen
misiones fundamentalmente distintas: la policía se dedica a proteger a los
civiles haciendo que se cumpla la ley, mientras los militares están para
neutralizar al enemigo. Es una tarea muy complicada mezclar a militares con
policías exitosamente.
Existen instituciones similares en todo el mundo
que podrían clasificarse en cuatro modelos distintos. El primero, aquel donde
el sistema federal no es tan fuerte y la mayoría se resuelve a nivel local,
como ocurre en Estados Unidos. El segundo modelo es el híbrido, como el de
Canadá, donde existen policías para las grandes áreas urbanas y la policía
montada opera en las poblaciones pequeñas con bajos recursos. El tercer modelo
es el de una policía federal muy fuerte controlada por autoridades civiles,
como en Francia y Grecia. Por último, está el modelo en el que los militares
están encargados de las labores policiacas, en países como Colombia e Italia,
donde el Arma de Carabineros es un claro ejemplo de una efectiva combinación de
la capacidad táctica con la de investigación. Cabe señalar que en todos estos
casos las leyes son muy claras y no hay confusiones sobre las facultades de
cada corporación. Incluso en el caso de Alemania, donde coexisten la policía
federal y las estatales, siempre están claras las atribuciones de cada una.
El FBI, una de las muchas instituciones
policiales federales de Estados Unidos, sirve para ilustrar el primer modelo.
Esa agencia, entre otras cosas, se encarga de apoyar a las autoridades locales
cuando no tienen los recursos para manejar un caso local (como en los casos de
asesinos seriales), pero su función principal es hacer que se cumplan las leyes
federales. También entra en funciones cuando hay problemas de jurisdicción, por
ejemplo, cuando un automóvil es robado en un estado y llevado a otro. Es
importante señalar que en Estados Unidos, cuando involucran a más de un estado,
los delitos automáticamente se vuelven federales.
En el FBI trabajan cerca de 14 mil agentes
especiales, unos 280 por estado. Esto demuestra que no es necesario tener una
institución de enormes dimensiones, aun cuando el país sea geográfica-mente muy
grande. Más que una amplia cantidad de agentes, el FBI se enfoca en tener
elementos bien entrenados. Al reclutarlos busca gente educada con licenciatura,
madura, con capacidad de tomar decisiones tácticas adecuadas, pero también con
una capacidad de investigación sobresaliente. La madurez es lo que les ayuda a
cumplir con sus tareas de investigación correctamente, porque esa es su
principal función. Todo esto está estrechamente relacionado con las condiciones
sociopolíticas y la historia de ese país, pues la limitación en el poder del
FBI obedece al hecho de que los estados han querido mantener cierto nivel de
independencia del gobierno federal. En cuanto a la aplicación de la ley, la
mayor parte recae en manos de los estados o policías locales por el principio
del federalismo estadounidense, principio que buscó hacer compatibles los
intereses de las trece colonias y dejó mucha soberanía en manos de cada uno de
los estados.
El segundo modelo puede ser ilustrado con
Canadá, con la Real Policía Montada de Canadá (RCMP), que tiene su origen en la
Policía Montada del Noroeste, fundada en 1873 para vigilar las vastas
extensiones de territorio poco poblado. Originalmente se dedicaba a vigilar
pequeños condados y esa sigue siendo su principal misión. En regiones como
Manitoba y Alberta existen muchas comunidades sin recursos suficientes para
tener su propia policía, y el gobierno federal paga por su seguridad. Además de
esa labor, la RCMP también se encarga de hacer cumplir las leyes federales. Al
igual que en Estados Unidos, si un delito involucra a dos o más provincias, ya
es considerado un delito federal.
Aunque Canadá no exige que todos los agentes de
la Policía Montada tengan licenciatura, sí da mucha importancia a la madurez.
Por lo general, quienes se convierten en agentes de la RCMP ya han trabajado en
otras agencias policiales por un largo período. Al igual que en el FBI, esa
búsqueda de madurez obedece a la necesidad de que los agentes puedan tomar
buenas decisiones de forma rápida. Pero existe una diferencia fundamental entre
el FBI y las unidades de inteligencia de Canadá, pues éstas no están integradas
a la policía; fueron separadas de ella desde los años ochenta para formar la
versión canadiense del Cisen: el Servicio Canadiense de Inteligencia de
Seguridad. Esta agencia se encarga de realizar labores de inteligencia
nacional, antiterrorismo y combate a ciberataques. La separación se hizo para
asegurar que no se mezclaran las labores de inteligencia con las policiales.
En el caso del tercer modelo —una policía
federal fuerte controlada por autoridades civiles—, la Policía Griega, la
Policía Nacional de Francia y el Cuerpo Nacional de Policía de España son tres
instituciones que vale la pena mencionar. En esos casos, las policías locales
tienen tareas bastante limitadas y la policía federal tiene una gran capacidad
de control. Es importante señalar que en algunas regiones de España existen
también policías autónomas que operan en coordinación con el Cuerpo Nacional de
Policía. Para el cuarto modelo vale la pena profundizar en el caso colombiano,
cuyo contexto es similar al de México: un país latinoamericano con el
narcotráfico como uno de sus principales retos. En ese modelo la Policía
Nacional depende del Ministerio de Defensa, pero está diferenciada del
ejército, con una separación perfectamente delimitada: se puede ser parte el
ejército o de la policía, pero son trayectorias completamente distintas.
Existen siete escuelas de capacitación para la policía: para oficiales,
investigación y contacto civil, entre otras, y antes de ser enviados a las
calles los elementos deben pasar por un proceso de entrenamiento. Este modelo
demuestra que no necesariamente es negativo tener elementos del ejército en
labores policiales, pero deben ser separados de la armada y recibir un
entrenamiento especial.
Una guardia nacional puede depender de la
Secretaría de la Defensa, pero es muy importante que esté claramente separada
del ejército. En México, aunque la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez
Cordero, afirmó que la Policía Militar (PM) será la única rama del ejército que
se incorpore a la Guardia Nacional, lo cual no garantiza una separación, porque
tampoco existe una distinción clara entre la pm y el resto del ejército. Es un
grave problema que no quede claro quién va a formar parte de la nueva
institución, ni cuáles serán sus atribuciones,
y que no exista un sistema de escuelas
especializadas similar al de Colombia. Si el gobierno de López Obrador va a
tener a los militares en las calles, es indispensable que haya una separación
clara de trayectorias dentro del ejército. Hasta ahora la Guardia Nacional ha
dado la impresión de ser un intento por dejar a todos tranquilos y muy
probablemente, al final, no logre tranquilizar a nadie. Es evidente la
necesidad de una fuerza federal táctica, no únicamente de investigación. Sin
embargo, aunque en todos los países mencionados existen cuerpos policiales
dedicados a esas dos labores, siempre tienen un carácter policiaco, nunca
militar.
México tiene dos particularidades: es un Estado
federal pero muy centralizado, a diferencia de Estados Unidos, y tiene una
importante presencia del crimen organizado, que no ha podido ser controlado por
las autoridades. Eso hace evidente la necesidad de crear una institución de
respuesta centralizada y fuerte; pero la misión de los militares no armoniza
fácilmente con el mundo civil, pues la tarea de una institución policial no es
dominar, sino proteger. Esta confusión ha llevado a que el gobierno mexicano
cambie el modelo cada seis años: Calderón sustituyó la Policía Federal
Preventiva por la Policía Federal y creó la Secretaría de Seguridad Pública.
Peña Nieto disolvió la SSP y creó la Comisión Nacional de Seguridad. Ahora se
va a crear la Guardia Nacional.
Uno de los mayores conflictos que ha llevado al
fracaso de las instituciones policiales no está relacionado con el modelo, sino
con algo mucho más fundamental: ni la propia policía tiene claro qué significa
ser policía. Quiero mencionar una anécdota: durante una conferencia que impartí
a un cuerpo policiaco surgió la discusión sobre qué significa ser policía y un
oficial de muy alto rango mencionó, bromeando, que la gente debe temerles como
a la iglesia. Esa concepción evidencia un grave problema, pues en realidad no
se trata de que las personas teman a la policía, sino de que estas
instituciones se ganen el respeto de la población. Más que esforzarse por
cambiar el modelo una y otra vez, se debe trabajar en ganarse ese respeto. Una
manera sería la creación de un mecanismo real para que la gente pueda presentar
quejas en caso de tener problemas con la policía y que éstas sean atendidas de
manera transparente y eficiente. Estos mecanismos normalmente se llaman
direcciones de asuntos internos. México los tiene, pero no funcionan como
deberían. Mientras no se hagan eficaces estas direcciones a todos los niveles,
ninguna institución policial va a funcionar, por más que se cambie el modelo.
La Guardia Nacional se anuncia como una medida
contundente que logrará la pacificación del país de una vez por todas, pero si
se quiere lograr un verdadero cambio, además de ganarse el respeto de la
población con medidas como la mencionada anteriormente, debe darse un paso más:
es necesario que se tome en serio la planificación de las estrategias para
hacer más seguro el país. Hasta ahora no se ha pensado tanto en eso porque en
México no existe una tradición de cumplimiento de la ley. En el México
posrevolucionario la policía se consolidó prácticamente como un brazo armado de
los poderes políticos. El crimen no era un problema tan grave en el país antes
de los ochenta. Sí había cierto grado de inseguridad, pero en comparación con
otros países se vivía en relativa paz. Por eso no era necesario contar con
instituciones policiacas sólidas. Sin embargo, cuando el crimen organizado
empezó a adquirir fuerza el país se vio en una situación complicada, pues no
contaba con un sistema capaz de hacer frente al problema. Los elementos
policiales simplemente no estaban entrenados para aplicar la ley ante esta
necesidad y esa falta de preparación permitió la rápida propagación del crimen
organizado. Mientras no se cree una tradición de cumplimiento de la ley, ni la
Guardia Nacional será suficiente para resolver el problema de la inseguridad.
En
síntesis, varios problemas pueden condenar al fracaso a la futura Guardia
Nacional. Primero, que no queda claro cuáles serán sus atribuciones ni sus
límites. En segundo lugar, que los militares simplemente no están preparados
para ser policías, pues no están siendo entrenados para ello. Por otro lado,
que no se está dando prioridad a ganarse el respeto de la población y, por
último, que no se tiene una tradición de aplicación de la ley, lo que no
permite planear correctamente la pacificación del país. En México existen
cientos de cuerpos policiales y, para hacer la tarea menos compleja y evitar
las dificultades de coordinación, se debería tener un sólo cuerpo policial a
nivel nacional, sin agencias locales. Lograr esto no sería cuestión de
recursos, sino de voluntad política. Sin esa voluntad política de cambio la
Guardia Nacional seguirá pareciendo más una promesa de campaña que una
verdadera política pública. México debe voltear a ver las lecciones del
extranjero. EP
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