La culpa de ser hombre

Aletze Estrada de la Rosa comparte el proceso de aceptación de su identidad como hombre dentro de su proceso de transición. #VisibleEnEstePaís🌈

Texto de 27/08/21

Aletze Estrada de la Rosa comparte el proceso de aceptación de su identidad como hombre dentro de su proceso de transición. #VisibleEnEstePaís🌈

Tiempo de lectura: 4 minutos

Mi embarque hacia el proceso de transición se dio literalmente de la noche a la mañana. 

A pesar de que el uso de adjetivos con “o” fue paulatino, una charla donde me enseñaron un video fue suficiente para que al siguiente día ya me refiriera a mí mismo en masculino y empezara a practicar con mi nuevo pronombre: “él”.

Cuando finalmente compartí mi decisión de seguir adelante con este tránsito, no tuve el apoyo inicial de mis padres pero mis amigxs y la familia de mi exnovia –hasta su papá, quien estudió para sacerdote– recibieron mi nueva identidad con los brazos abiertos, dándome así el apoyo y los ánimos que necesitaba.

De hecho, mi padre –con quien discutía cada noche del tema– no tuvo de otra más que aceptar su derrota refiriéndose a mí como hombre en público tras verse corregido por mi exsuegra y aceptar el hecho de que mi expresión hacía que el ojo ajeno hacía que me hablaran en masculino. 

En privado, sin embargo, y tras el resguardo de unos tragos,  mi padre me repetía la cantaleta de lo “equivocada” que estaba, del “qué dirán” y de los posibles peligros a los que me tendría que enfrentar si se enteraba alguien: perder amistades, no tener trabajo, no poder viajar, no formar una familia… básicamente un suicidio social.

Concluí que lo que decía era porque no conocía a ninguna otra persona trans, que su visión sesgada era de una combinación de prejuicios, notas amarillistas, inventos, biologismos y a una deficiente interpretación del catolicismo. 

Me convencí de que cualquier comentario que saliera de su boca se me resbalaría como jabón porque era un machito más que estaba inseguro de la idea de su hombría.

Mi madre, mi hermana y yo nos fuimos de la casa cuando nosotros dos todavía íbamos en kinder. Mi mamá fue el principal sustento de la casa y por ende, mi principal figura parental y mi modelo a seguir. 

La primera vez que mi euforia se convirtió en culpa, fue justo cuando dejé atrás mi identidad como mujer gay que había portado como estandarte pues sabía que respondía las expectativas de mi madre (aunque fuera homosexual) y la hacía orgullosa demostrándole que superaba en habilidades a muchos compañeros. “Las mujeres somos más chingonas”, decía siempre con un cierto desdén porque también se lo dedicaba a mi padre.

Pasé de aportar algo de valor a esta idea y a los movimientos LGBTTTIQ+ a estar en el “equipo contrario”, con la playera bien puesta de hombre heterosexual. Mi nueva orientación sexual probablemente la dejó menos preocupada pero era notable la decepción que tenía por perder a su hija –(a la niña que había querido desde primaria). Y aunque de ella recibí más comprensión, al ser una mujer religiosa (ahora menos que antes) y feminista, me recriminó el haber intercambiado “la maravilla de ser madre” por ser un tonto hombre más.

Me lo creí. De hecho, parte de la razón por la que no comencé la terapia de afirmación de género antes fue porque tuve un duelo por perder esta parte importante de mí.

Lo superamos pero no fue la última vez que sentí culpa de mi masculinidad.

Tras varios años de ser visible en redes sociales, tuve la oportunidad de conocer a más personas trans y poco a poco me di cuenta que mi papá no estaba tan equivocado, pues aunque me cueste admitirlo, el ignorante también era yo. Es cierto que sus argumentos no aplicaron en mi vida, pero sí es la situación de muchxs otrxs, particularmente de mujeres trans. Sentí que me habían acercado en cochecito de golf a donde estaba sin haber contemplado que ellas llevaban años caminando y labrando ese pavimento por el que pasé. 

En algún punto me di cuenta de la suerte y de los privilegios que me han mantenido a salvo de experimentar cualquiera de estas situaciones de terror que él me planteó. Estaba seguro que no habría manera de que me despojaran de los derechos básicos a los que era sujeto porque “ya son otros tiempos” y lo que él creía saber estaba caducado, cuando la realidad es que estos derechos les son arrebatados diariamente a mis hermanxs que en consecuencia viven sin trabajo, sin pasaporte, en la pobreza, en la orfandad, violentadxs o asesinadxs.

Sentí vergüenza, porque mi visibilidad en redes sociales no la compartía fuera de ellas y de espacios disidentes. Sentí pena, porque el diario que llevé en YouTube de mi proceso no le ayudaba más que a algunos cuentos y no había aprovechado las facilidades, los recursos y herramientas que tenía a mi disposición para hacer algo más importante que ser un hombre.

Dejé de subir videos, me cuestioné mi visibilidad, si ésta afectaba las relaciones que tenía o que quería formar, sobre mis conductas con mi pareja, sobre mi disforia –si era válida cuando en realidad no sufría tanto como otrxs y tenía los medios para combatirla–  sobre si la atención que recibía era merecida, sobre si era lo suficientemente trans o suficientemente hombre, sobre si ser un hombre trans de tez blanca, familia de clase media y educación privada era suficiente para luchar junto a lxs demás. 

He llegado a pensar que haber descubierto mi identidad tan rápido y a relativa temprana edad fue porque me la entregaron en bandeja de plata, aunque el cuestionamiento estuviera presente desde mi infancia. Como si todo se hubiera acomodado por mera casualidad.

Justo cuando tenía 18 años cumplidos, mi ex -en ese entonces estudiante de Psicología– asistió a un foro LGBTTTIQ+ donde se hizo mención de la transexualidad y con base en éste y la observación de mis actitudes, utilizó un documental como detonante para cuestionar mi sentir respecto a la inquietud que demostraba tener hacia mi género asignado al nacer.

De no haber sido por ella y por el Internet yo no me habría enterado de que existía una clínica en la misma ciudad que yo residía que atendía personas trans donde podría recibir la atención y la terapia de reemplazo hormonal para masculinizar mi cuerpo como quería. 

De haberme enterado antes de mi mayoría de edad o de haber sido atacado por la disforia con mayor fuerza  hubiera tenido que esperar más que unos cuantos meses para poder abrir expediente en Clínica Condesa, haciendo mi inquietud más extenuante de lo que era.

Me siento afortunado porque también logré que mi familia me aceptara como un primo, como un hermano, como un hijo.En ese tiempo aprendí que cuando una persona trans toma la decisión de ser visible en un país que les rechaza categóricamente, que les niega y despoja de derechos, que les mata… Nadie está a salvo. No completamente. Y yo tampoco. EP

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