La Conquista de México: una necesaria revisión de las pruebas sobre lo ocurrido

A lo largo de la historia de nuestro país, se han contado los hechos de la Conquista con base en distintas versiones e interpretaciones de las crónicas que pasaron de boca en boca y de pluma en pluma, y que, así como los mitos, cuentos y rumores, fueron adquiriendo nuevos detalles y matices. De ahí la necesidad de cuidar el uso de las fuentes y de comparar y valorar los distintos testimonios

Texto de 23/07/16

A lo largo de la historia de nuestro país, se han contado los hechos de la Conquista con base en distintas versiones e interpretaciones de las crónicas que pasaron de boca en boca y de pluma en pluma, y que, así como los mitos, cuentos y rumores, fueron adquiriendo nuevos detalles y matices. De ahí la necesidad de cuidar el uso de las fuentes y de comparar y valorar los distintos testimonios

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La Conquista de México: una necesaria revisión de las pruebas sobre lo ocurrido*

A poco tiempo de la conmemoración de los quinientos años de las primeras expediciones que partieron de Cuba, las cuales llevaron a los españoles a descubrir las costas de Yucatán y Tabasco (Francisco Fernández de Córdoba en la primavera de 1517 y Juan de Grijalva en la del año siguiente, respectivamente) y concluyeron con la Conquista de México-Tenochtitlan por Hernán Cortés en el verano de 1521, salta a la vista la necesidad de revisar los testimonios que en su momento dieron cuenta de tales hechos, a fin de saber si es posible seguir confiando en ellos. Para emprender esta tarea es deseable tomar en cuenta la naturaleza de dichos testimonios, los deseos y las intenciones de sus autores; las normas y los imperativos morales que los guiaron; el contexto en el cual se produjeron y la lógica cultural a la que respondieron.

Lo anterior resulta imprescindible porque todo parece indicar que la única fuente escrita por un testigo ocular de los sucesos es la legada por Hernán Cortés con sus tres primeras cartas de relación. Él seleccionó los acontecimientos que narra, desde sus incursiones en las costas yucatecas hasta la caída de México-Tenochtitlan, les asignó la secuencia cronológica y los dotó de coherencia y significado. La mayoría de los cronistas civiles y eclesiásticos posteriores que también narraron la gesta no presenciaron los hechos y, si bien agregaron novedades, estas no modificaron lo asentado por el conquistador extremeño, pues se refirieron a asuntos particulares y periféricos o introdujeron ornamentos y cambios relacionados más con la forma que con el contenido.

¿Por qué creer en lo que Hernán Cortés dice haber visto, escuchado y vivido?, ¿es posible confiar en una única versión de los hechos de la Conquista de México?, ¿acaso para aproximarse a la verdad no es imprescindible cruzar los testimonios, confrontar a los testigos y practicar permanentemente la sospecha?, ¿deben los argumentos de toda narración histórica sustentarse en pruebas?

Es cierto que existieron algunos testigos oculares, aparte de Hernán Cortés, que también dejaron testimonios escritos sobre los avances de los conquistadores hacia el centro de lo que hoy denominamos territorio mexicano; sin embargo, la mayoría de ellos fueron sus fieles aliados y servidores, y algunos, en parte para elogiarlo, escribieron décadas después de haberse consumado la Conquista, cuando el tiempo, las dificultades y tal vez los traumas vividos habían distorsionado considerablemente su memoria. Por otro lado, es probable que se sumaran a la colectivización del relato emitido por la máxima autoridad de la empresa o que conocieran y tomaran como base las Cartas de relación.

En las pocas páginas que comprenden la crónica de Andrés de Tapia1 —uno de los capitanes cuyo nombre aparece varias veces en los escritos de Cortés porque al parecer mantuvo gran cercanía con él desde su embarco en Cuba— se consignan en forma incompleta, épica y panegírica algunas situaciones previamente descritas por su superior. Las novedades que introduce son detalles descriptivos y prácticas religiosas indígenas que, para mediados del siglo xvi, los españoles habían convertido en estereotipos, como el del sacrificio humano ejecutado en lo alto de los templos, consistente en la extracción del corazón de la víctima, el lanzamiento de su cuerpo descuartizado gradas abajo, la ofrenda del órgano al sol, etcétera.2

Otro soldado a las órdenes de Cortés, Francisco de Aguilar, también redactó una sucinta relación de la Conquista, pero lo hizo cuarenta años después, entre 1560 y 1569, cuando ya había ingresado a la Orden de Predicadores de Santo Domingo y contaba con más de ochenta años de edad. En su texto, al igual que en el de Tapia, la selección, la secuencia y la interpretación de los acontecimientos se ciñen a las Cartas de relación del conquistador. Lo mismo ocurre en la Relación de méritos y servicios de Bernardino Vázquez de Tapia, escrita en 1542 para contribuir a la derogación de las Leyes Nuevas que afectaban a los antiguos conquistadores al introducir la extinción de las encomiendas concedidas y prohibir la esclavización de los indios. Aquí, el autor incluye las actividades de los cargos que desempeñó durante la Conquista y algunos elementos descriptivos nuevos que no modifican la esencia del relato cortesiano. Tal es el caso del apedreamiento de Moctezuma, para el cual cambia —como lo hacen otros cronistas— los componentes de la escena, pero deja intocado el hecho, sus circunstancias y consecuencias: la muerte del emperador azteca a causa del rechazo de su propio “pueblo”.3

Por supuesto, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, la extensa obra del soldado cortesiano Bernal Díaz del Castillo, es la más destacada de las producidas por los pocos testigos presenciales que escribieron. A pesar de las revisiones, discusiones y polémicas, esta obra ha sido la base de las historias antiguas y contemporáneas de la Conquista. Pero si bien este soldado —más tarde regidor de la ciudad de Guatemala— proporciona datos sobre la vida y las hazañas de sus compañeros, así como discursos y reflexiones que amplían, complementan y en ocasiones explican mejor lo afirmado por Cortés, su historia, concluida hasta 1575, no cuestiona lo narrado por aquel. Bernal toma párrafos casi textuales de las Cartas de relación, aunque sus experiencias en las batallas debieron haberle proporcionado observaciones y experiencias distintas. En esencia, lo aportado por él da pauta para pensar que conoció la secuencia y el contenido central de los hechos ofrecidos por su capitán general, pues una práctica frecuente en aquellos tiempos era considerar la versión del jefe militar como la más fidedigna; además, el principio de autoridad no permitía que se dudara o alterara lo afirmado por un superior.

Es factible que lo expuesto por Cortés en torno a la Conquista de México-Tenochtitlan en las Cartas de relación lo difundiera él mismo entre sus soldados, primero en forma oral, en virtud de que únicamente él vivió todos y cada uno de los momentos más significativos. Según su versión, mantuvo el control militar y recibió la información de lo acaecido en los distintos frentes de guerra a través de mensajeros de las diferentes guarniciones ubicadas en las costas de los lagos del valle de México. Lo ocurrido sería repetido como los mitos, los cuentos o los rumores, y, al pasar de boca en boca, se habría cargado de detalles y anécdotas, sin perder su hilo conductor ni su carácter “oficial”.

Por otra parte, las Cartas de relación llegaron a las autoridades y funcionarios de la corte de Carlos v. Esto lo confirman, entre otros, los cronistas o aspirantes a cronistas oficiales de las Indias que, sin ser testigos oculares, adoptaron el “partido de los encomenderos”, es decir, defendieron el otorgamiento de mercedes a Cortés y sus acompañantes para explotar la tierra, las minas y el trabajo indígena. Es el caso del capitán Gonzalo Fernández de Oviedo, quien en su Historia general y natural de las Indias (escrita entre 1535 y 1557), parafrasea las misivas del conquistador con el objetivo —afirma él mismo— de ser lo más preciso y puntual en la narración, o sea, piensa que el relato de Cortés es la “verdad” y no le preocupa repetir lo mismo. Algo similar ocurre en las Décadas del Nuevo Mundo cuarta y quinta de Pedro Mártir de Anglería.

Frente a la parquedad de las descripciones cortesianas, tanto Oviedo como Mártir de Anglería recrearon los hechos para infundirles más emocionalidad y dramatismo. Ensalzaron y justificaron las acciones de Cortés sin mesura y aderezaron lo expresado por él con largas y cortas digresiones tomadas de autores clásicos grecolatinos (Aristóteles, Platón, Séneca, Cicerón, etcétera), de pasajes bíblicos y noticias de la historia mundial y de España. Asimismo, lanzaron condenas y vituperios a los indios, casi siempre relacionados con lo que todo buen cristiano califica como pecados de la carne, especialmente los sacrificios cruentos, los adulterios y las sodomías.

En la Historia general de las Indias, Francisco López de Gómara, el clérigo historiador que nunca puso un pie en las Indias pero aspiró al nombramiento de cronista mayor, sigue el relato de su admirado conquistador y lo aprovecha para ilustrar con mayor grandilocuencia cada uno de sus encuentros y hazañas. Partes de la obra las copia de la relación de Andrés de Tapia, quien, como se mencionó antes, había tomado lo dicho por Cortés. A los hechos no observados, Gómara añade generalizaciones, básicamente diálogos extraídos de personajes de otros grandes momentos de la historia mundial. De igual modo, el docto catedrático Cervantes de Salazar transcribe casi textualmente a Cortés en su Crónica de la Nueva España, aunque parezca recrear los hechos de la Conquista al modificar levemente su redacción e introducir, como Gómara, discursos de altas dignidades que elevan el tono dramático de la hazaña.

De aquí en adelante y hasta nuestros días, las numerosas historias escritas de la Conquista de México sustentan su relato en los cronistas antes citados, los cuales —es de insistir— conducen a una fuente directa: la elaborada por Hernán Cortés, el único testigo de los hechos que escribe a pocos meses de haber ocurrido las cosas. Incluso aquellas crónicas elaboradas por los frailes evangelizadores en los siglos xvi y xvii, donde aparece una historia de la Conquista, se apegan a los mismos episodios de la versión cortesiana, aunque, en ocasiones, agreguen o supriman datos conforme la conveniencia de la Iglesia o se pongan del lado de los indios para subrayar la crueldad y ambición de los conquistadores.

Fray Toribio de Benavente “Motolinía”, admirador de Cortés, transcribe en sus Memoriales fragmentos de Gómara y, con base en las Cartas de relación, habla de la Conquista como la segunda plaga que azotó al nuevo reino, anunciada anteriormente a los mexicas en forma de presagio. En realidad, al igual que a Bernardino de Sahagún, Diego Durán y Juan de Torquemada, a este franciscano le interesa agregar asuntos bíblicos o teológicos encaminados a tratar de explicar en qué consiste la demoníaca religiosidad antigua para proceder con eficacia a erradicar las idolatrías y los pecados de la carne y convertir a los indios al cristianismo. Es decir, como su intención es básicamente saber para evangelizar, no le preocupa narrar con exactitud qué pasó ni tampoco proporcionar pruebas que lo confirmen.

Al cristianizar lo escrito por el gran conquistador, al agregar referencias a la naturaleza mesiánica de la Conquista, a los vicios de los indígenas, a la justificación de la visión apocalíptica de la guerra acompañada de peste, hambre y muerte, y al carácter revelado del Nuevo Mundo como parte del proyecto divino, las historias escritas por los mendicantes pueden añadir giros dirigidos a la defensa, la victimización y la evangelización de los indios, pero estos no alteran la secuencia ni el contenido asentados originalmente en las Cartas de relación de Cortés. Asimismo, la llamada “visión de los vencidos”, los relatos de informantes indígenas recogidos por religiosos, no contradice la esencia de lo registrado por Cortés, sino que más bien adosa imágenes sobre la crueldad de los invasores, los sufrimientos, las creencias y las costumbres de la población indígena. Impregnadas de cristianismo,4 como las ofrecidas por Sahagún, estas imágenes corresponden más al ámbito de la retórica que al de la realidad concreta. Además, si se pone atención a la distancia temporal y espacial de sus autores, la mayor parte de los documentos recopilados no pertenece a testigos oculares.

Cortés había invertido su dinero en la constitución de una empresa privada cuya unidad militar rescataría a Juan de Grijalva e inspeccionaría las costas de México, a solicitud de Diego Velázquez. Esta empresa la había formado con otros inversores y con marinos y soldados a sueldo. Aparte del valor, la audacia y la entereza, esta unidad militar debió haber reconocido las elevadas cualidades de un hombre letrado como lo era su capitán. Entre los acompañantes de Cortés se encontraban numerosos extremeños, algunos con vínculos familiares o de amistad estrechos desde la infancia (los Pizarro, los Ovando, los Suárez de Peralta), los cuales compartían con él algunas experiencias en el proceso de reconquista de la península ibérica, en una zona de frontera acostumbrada a lidiar y pelear contra moros y judíos. Como era costumbre, el caudillo merecía la fidelidad y solidaridad de sus allegados y seguidores.

Por otra parte, a pesar de que los capitanes más cercanos a Cortés eran letrados, la mayoría de los soldados eran analfabetos, aun cuando pudieran firmar. Seguramente muchos estaban compenetrados con los relatos de caballerías que circulaban en forma oral desde fines del siglo xv en la península ibérica y abrigaban ansias de vivir maravillosas aventuras similares a las escuchadas,5 pero quienes sabían leer y escribir no tuvieron interés en poner por escrito lo observado, menos los que habían arriesgado su dinero y esperaban recuperarlo con creces o los que aspiraban a enriquecerse rápidamente. Además, a Cortés, por obligación, correspondía informar al rey, ya que, al desacatar las instrucciones de Velázquez, se había visto en la urgencia de autodesignarse capitán general y justicia mayor mediante la instauración de un cabildo hecho a su medida en la Villa Rica de la Vera Cruz. Si algún expedicionario quiso escribir, Cortés debió impedirlo, pues tenía que existir una única versión de los hechos para evitar confusiones, ocultar transgresiones y garantizar que el monarca concediera a él y a sus colaboradores los cargos públicos, la exención de impuestos, las encomiendas, el oro, la plata y las piedras preciosas que consideraban les correspondían a cambio de pacificar y poblar los nuevos reinos.6

No solo la imposibilidad de reproducir lo acaecido y la conveniencia de tergiversarlo, sino también el imperativo de silenciar lo reprobable y vergonzoso convierten a las Cartas de relación de Hernán Cortés en un testimonio valioso, seguramente con algunas referencias ajustadas a los hechos, pero sujeto a muchas dudas y cuestionamientos, pues, además de lo antedicho, la frontera entre la ficción y la realidad, entre lo imaginado y lo experimentado, era endeble en aquella época, en parte por el deficiente desarrollo de la conciencia individual visible en las similitudes que algunos pasajes de los escritos cortesianos guardan con las crónicas medievales y los relatos de cruzadas.7

Por otro lado, es posible que el capitán general haya sobornado a los soldados que pretendían regresar a Cuba, que los haya obligado con amenazas a permanecer a su lado y que, como hacían los conquistadores en aquella época y como lo informó su enemigo, Diego Velázquez, espiara y castigara a quienes hablaban mal de él.8 Esta hipótesis se fortalece si se recuerda que, de acuerdo con las instrucciones de Velázquez recibidas antes de zarpar de Cuba, Cortés debió haber estado acompañado siempre por un tesorero, un veedor y un escribano para llevar la cuenta de las riquezas rescatadas, vigilar las acciones y tomar nota de todo lo acaecido; sin embargo, este último no cumplió con su oficio y en las Cartas de relación los otros dos no aparecen.

Como había estudiado latín y gramática y conocía las leyes españolas y la doctrina cristiana, el mismo Cortés estableció tratos y contratos con los suyos y con la población indígena y fungió como escribano para dejar sentado lo que fuera positivo a sus intereses. Las “lenguas” o traductores son escasamente mencionados en sus misivas, los nombres de Marina y Gerónimo de Aguilar no se consignan, y no es claro qué indígenas y españoles pudieron aprender unas y otras lenguas y dialectos en tan corto tiempo. Tampoco es clara la comunicación entre ellos, pues en los delicados asuntos que Cortés dice haber solucionado, la expresión mediante señas y gestos resultaba muy limitada. Si, como asegura el conquistador, la diplomacia jugó un papel relevante, ¿cuántos malentendidos se presentaron al descubrir que sus reglas obedecían a códigos distintos? Por eso, por ejemplo, los discursos cortesianos puestos en boca de Moctezuma corresponden más a un cristiano sentimental arrepentido de sus pecados que al sacerdote-guerrero del gran centro ceremonial de una sociedad como la mexica, cuyas relaciones sexuales, sociales e interpersonales obedecían a principios y reglas altamente complejas y distintas para la gente que las topaba por primera vez.

Los conquistadores españoles no entendieron la mentalidad de los mesoamericanos porque en el siglo xvi las posibilidades de hacerlo eran muy escasas, además de que sus creencias cristianas en la revelación, la salvación y el fin del imperio del Demonio, así como sus prejuicios y convicciones sobre la superioridad de España, su elección divina y el futuro grandioso que le esperaba, obstaculizaron la compresión de otras culturas. Esto es evidente en las Cartas de relación cuando Cortés se ve forzado a medievalizar el mundo indígena al describir las ciudades, las murallas, los castillos, los palacios y los templos como si fueran musulmanes o cristianos; al identificar al emperador, su corte, sus procesiones y sus formas de recibimiento con las de las monarquías y noblezas europeas, y al hablar de “casas de placer” o prostíbulos, relaciones monogámicas y patriarcales de tradición romano-cristiana.

Por todo lo anterior, es recomendable revisar las pruebas aportadas por Cortés sobre lo ocurrido entre 1519 y 1521 y reflexionar en torno a los beneficios que pensaba obtener con sus relatos y sus omisiones voluntarias e involuntarias; confirmar si realmente registró las situaciones más relevantes y analizar el sentido y significado que les asignó. Es importante estudiar de nuevo su testimonio porque las crónicas e historias posteriores conservaron intacta su esencia, y esta ha sido el fundamento de la “historia oficial” y, en general, de la historia conocida. Resulta imprescindible valorar y comparar los testimonios de los testigos oculares, compulsarlos con los restos materiales, en especial con los arqueológicos, así como superar los anacronismos en los que incurren a menudo las más socorridas historias contemporáneas de la Conquista de México (José Luis Martínez, Hugh Thomas, Juan Miralles) al sustentar la narración en escritos diversos sin considerar la fecha de su manufactura; al atraer fuentes directas e indirectas sin percibir la posible influencia que pudieran haber tenido unas sobre otras; al mezclar a los testigos oculares con los no oculares y a los contemporáneos a los hechos con aquellos que no lo fueron, y al no imaginar el mundo de los vencidos y su mentalidad ni cuestionar las acciones y reacciones indígenas narradas por los conquistadores y evangelizadores.9

A quinientos años de distancia, ¿requiere la historia de la Conquista de México su reescritura, tal vez con más preguntas que afirmaciones? 

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1 Andrés de Tapia, “Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés Marqués del Valle, en la Nueva España”, en Los cronistas: conquista y colonia, Patria, México, 1991.

2 De Tapia, óp. cit., p. 435. Esto no quiere decir que, como en todas las culturas del mundo, el sacrificio humano no se haya practicado en Mesoamérica. El problema para su credibilidad radica en que la descripción estereotipada impide saber cuáles eran las variantes de los sacrificios, cuándo se realizaban, cómo y por qué.

3 Bernardino Vázquez de Tapia, “Relación de méritos y servicios del conquistador Bernardino Vázquez de Tapia, vecino y regidor de esta gran ciudad de Tenuxtitlan”, en Los cronistas: conquista y colonia, p. 484.

4 Una de las partes de la obra de Sahagún que evidencia con mayor claridad el peso que la doctrina cristiana había tenido en la población indígena en la segunda mitad del siglo XVI se encuentra en los huehuetlahtolli o antigua palabra. Aquí le atribuye a los antiguos mexicanos creencias monoteístas y una moral que promueve la castidad, la virginidad, el matrimonio monogámico y que reprueba el adulterio, las conductas pasionales y las delicias carnales que recuerdan el Decálogo y los Proverbios del rey Salomón. Ver Thelma D. Sullivan, “Nahuatl Proverbs, Conundrums, and Metaphors, Collected by Sahagún”, pp. 93-177, en Estudios de Cultura Náhuatl, Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, México, 1963, n. IV; Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España. Primera versión íntegra del texto castellano del manuscrito conocido como Códice Florentino, 2 vols., Alianza, Madrid, 1988, vol. 2, pp. 307-365.

5 Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, FCE, México, 2000, pp. 78-79.

6 “Instrucciones de Hernán Cortés a los procuradores Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero enviados a España”, Veracruz, julio de 1519, vol. 1, pp. 77-85, en José Luis Martínez, Documentos cortesianos, 4 vols., UNAM/FCE, México, 1993.

7 Alfonso Mendiola analiza los relatos de la batalla de Cintla y de la caída de Tenochtitlan y encuentra sus similitudes con gestas europeas precedentes. Ver Retórica, comunicación y realidad: La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, Universidad Iberoamericana, México, 2003.

8 “Información promovida por Diego Velázquez contra Hernán Cortés”, Santiago de Cuba, junio-julio de 1521, en Martínez, óp. cit., vol. 1, pp. 179-181, 191.

9 José Luis Martínez, por ejemplo, asegura que la segunda carta de Cortés es el testimonio de “un explorador audaz y codicioso, astuto y sensible”, y la tercera de un “conquistador excepcional”. De este modo, aunque incorpora en los hechos elementos proporcionados por otros cronistas, el orden de la narración de la Conquista de México coincide con la del capitán general. Según Martínez, en los últimos días del sitio de Tenochtitlan: “Inconforme con la diaria carnicería que parecía no tener fin, Cortés dice que intenta una y otra vez persuadir a los indígenas de rendición, y la respuesta que obtiene son burlas y repetirle que ‘no querían sino morir […]’”. Trata de hablar con Cuauhtémoc, pero este no acepta, lo engaña y también se burla de él. Ver José Luis Martínez, Hernán Cortés, UNAM/FCE, México, 1990, p. 328. ¿Era la burla una reacción indígena? ¿Cómo se percataba Cortés de las burlas si este tipo de manifestaciones ha variado siempre entre las culturas? Hugh Thomas acepta indiscriminadamente lo que más enriquece su narración y, sin cuestionarlos, transcribe, por ejemplo, los discursos que a fines del siglo XVI el dominico Diego Durán puso en boca de Moctezuma. Afirma que ante el avance de los españoles, el emperador azteca le pidió a los dioses que se apiadaran “de los pobres, de los huérfanos y de las viudas […] ofreciendo sacrificios y ofrendas con mucha devoción y lágrimas y sacrificándose y sacando la sangre de sus brazos y orejas y de sus espinillas, todo para mostrar su inocencia […]”. ¿Devoción, lágrimas, inocencia? ¿No serían estas palabras producto del intento del fraile de equipararlo con un santo? Y a continuación, Thomas enfatiza: “Pero este discurso lacrimoso no le impidió seguir pensando en engañar e incluso asesinar a los visitantes”. Ver Hugh Thomas, La Conquista de México, Patria, México, 1994, p. 312. Un ejemplo más puede percibirse en un párrafo de Juan Miralles, quien, llevado por la retórica de los textos, asegura que cada cronista escribió su visión de los acontecimientos y acepta que la respuesta popular ante la petición a Moctezuma de que se rindiera incluyó los siguientes insultos: “¡puto!, ¡mujerzuela!, ¡querida de los extranjeros!” (ver Juan Miralles Ostos, Hernán Cortés, inventor de México, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 238). Palabras estas últimas cargadas con la homofobia católica propia del mundo hispánico, muy alejadas de las reglas morales de las comunidades prehispánicas.

* Artículo basado en la ponencia ofrecida el 31 de marzo de 2016 en el XII Seminario de Historiografía “Repensar la Conquista”, organizado por Guy Rozat Dupeyron en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de Veracruz, Universidad Veracruzana.

MARIALBA PASTOR es historiadora y académica de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

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