En este artículo, se analizan las semejanzas entre Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, y Donald Trump, el mandatario estadounidense, y cómo es la relación bilateral entre ambos países.
Exclusivo en línea: La coexistencia entre populistas norteamericanos: ¿horas contadas?
En este artículo, se analizan las semejanzas entre Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, y Donald Trump, el mandatario estadounidense, y cómo es la relación bilateral entre ambos países.
Texto de Alejandro Aurrecoechea Villela 22/08/19
Desde el 1 de diciembre México ha experimentado cambios vertiginosos en el ámbito gubernamental: virajes profundos de política pública y un debilitamiento de instituciones y estructuras administrativas sin precedente en la historia moderna del país. Esta tendencia se ejemplifica más claramente por los significativos recortes de cuadros burocráticos especializados y del presupuesto de organismos autónomos.
En general, son pocas las áreas o proyectos que el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha dejado intocados. Bajo la bandera de la “Cuarta Transformación” y el slogan de que se llevará a cabo “un cambio de régimen, no de gobierno”, el cambio parece haberse convertido en el principio rector de la nueva administración. Así, AMLO ha buscado instrumentar todas sus propuestas de campaña, incluso las más controvertidas, sin hacer la más mínima concesión hacia sus críticos.
Sólo hay un tema en que la retórica contundente de AMLO antes del 1 de julio se ha claramente matizado: la relación con Estados Unidos y, más específicamente, con el presidente Donald Trump. Esto es sorprendente si se recuerda que tan sólo en 2018 el entonces candidato morenista escribió el libro ¡Oye, Trump!, en el que criticó al gobierno de Peña Nieto por no defender a los migrantes. Además, López Obrador dijo en múltiples foros que exigiría respeto al presidente estadounidense e, incluso, que no dejaría un tuit ofensivo sin contestar. Empero, a ocho meses y medio de distancia AMLO se ha mostrado abiertamente acomodaticio y prudente en los intercambios con Trump. El caso más emblemático de esta postura de abierto appeasement fueron los abruptos cambios a la política migratoria mexicana en respuesta a la amenaza de Trump de imponer aranceles a las exportaciones mexicanas.
¿Qué puede explicar este viraje de un político que ha consolidado una firme reputación de nunca echarse para atrás ante la crítica y que, cuando se encuentra en aprietos, acostumbra a doblar la apuesta? El principal argumento es que AMLO es consciente de la relación asimétrica de poder con Estados Unidos y de que la imposición de aranceles podría desequilibrar la economía, descarrilando así sus planes de gobierno al inicio del sexenio. Esto seguramente es el factor clave. En términos más amplios, sin embargo, la relación que se ha establecido entre los dos presidentes también respondería a otras consideraciones, como la postura política populista que comparten.
En principio, parece contraintuitivo comparar a dos líderes en apariencia tan disímiles: por un lado, un magnate ostentoso de su riqueza, que cree en el Estado mínimo que sólo existe para garantizar que las fuerzas del mercado entreguen sus beneficios; un especulador inmobiliario que ha eliminado de su vocabulario consideraciones idealistas, reivindicando el egoísmo y la protección del interés nacional como la principal consideración de un gobernante. Por otro lado, está el político de Macuspana, el cual demuestra gustos sencillos y se complace en un discurso moralista —con trasfondo cristiano— que desprecia el dinero y la acumulación; un caudillo favorable a la inmigración y que impulsa una vasta expansión de la política social.
Es posible afirmar, sin embargo, que hay más similitudes que diferencias, las cuales están vinculadas al carácter populista de ambos líderes. Sin duda el populismo es una categoría difícil de definir: históricamente puede englobar tanto a políticos de izquierda como de derecha, incluyendo a líderes izquierdistas que muestran responsabilidad en temas fiscales, así como derechistas que manejan las cuentas públicas de manera desordenada. Aun así, se considera que este concepto no debe desecharse como una forma de explicar la realidad política. Empero, debe entenderse, ante todo, como un estilo de hacer política, una forma de apuntalar la legitimidad del gobernante.
En este sentido, algunas características de líderes populistas, que son consistentes con un análisis comparativo de experiencias internacionales, son las siguientes: reivindican una relación personal con “el pueblo”, a partir de un discurso anti-elitista, que plantea una clara división entre “ellos” y “nosotros”. También se caracterizan por impulsar una movilización política permanente y sembrar desconfianza hacia las instituciones existentes. A su vez, privilegian los mecanismos de democracia directa sobre la representativa, muestran compromiso férreo con cumplir promesas de campaña y apelan a un discurso de transformación social fuertemente nacionalista.[1]
En el marco de tal concepción política se derivan las amplias semejanzas entre los presidentes mexicano y estadounidense, que van más allá de que Donald Trump se refiera a AMLO como “Juan Trump”. Así, por ejemplo, y en línea con la categorización de populismo mencionada anteriormente, ambos se declaran líderes de un “movimiento” con lealtad directa a su persona y actúan como si estuvieran todavía en campaña. También critican a los medios de comunicación incómodos y a las burocracias, afirmando que van a “drenar el pantano” o, alternativamente, poner en orden a la “mafia del poder” que actúa en contra del pueblo representado por ellos. No sólo eso: su presencia en los medios de comunicación es omnipresente. Por un lado, gracias a las conferencias “mañaneras” y, por el otro, a través de tuits escritos a todas horas por la mano del inquilino de la Casa Blanca.
A estas características hay que añadir los impulsos aislacionistas en el ámbito internacional que comparten AMLO y Trump (ninguno fue a Davos). Además, hay similitud en el férreo compromiso por cumplir promesas de campaña sin importar el costo. También y, de manera estrechamente relacionada, destaca el “voluntarismo” que muestran en la consecución de sus proyectos insignia. Ello, ya sea para construir un muro en la frontera, o una refinería y un aeropuerto, aunque estos proyectos carezcan de toda lógica bajo criterios de costo-beneficio.
Un tema en el que parecen tener simpatías es el de la relección, mecanismo que ha sido utilizado frecuentemente por líderes populistas. Trump ha planteado esta posibilidad abiertamente más allá del límite de dos períodos que le permite actualmente la constitución de su país. En México persisten suspicacias sobre el compromiso de AMLO de dejar el cargo en 2024. Ello, dado su respaldo a la revocación de mandato —que ha justificado la prolongación en el poder en varios países— y, más recientemente, su posición sobre la reforma constitucional en Baja California para permitir al gobernador extender el período para el que fue electo.
Dicho esto, no se puede soslayar que hay grandes diferencias entre los dos populistas. Una muy importante se encuentra en el compromiso con una visión ideológica. No es clara la filosofía política que motiva a Trump, quien rara vez apela a valores universales y reivindica, más bien, la sagacidad en la negociación como valor fundamental.[2] En su libro El arte de la negociación[3] Trump dice: “Me gusta provocar a mis adversarios para ver cómo reaccionan; si son débiles los aplasto y sin son fuertes, negocio.”
Conociendo esta postura, AMLO seguramente hizo mal en ceder ante Trump de manera tan expedita ante la amenaza de aranceles. Tal actitud sorprendió porque el presidente mexicano históricamente ha mostrado ser un negociador muy duro, que se guía por un pensamiento político rígido que abreva en fuentes como el nacionalismo revolucionario, el marxismo y hasta la Teología de la Liberación. En él existe una tendencia a jamás ceder ante los adversarios en temas clave, lo cual subraya una visión ideológica de la política. Un caso paradigmático se dio en el proceso de desafuero de 2005, cuando se opuso consistentemente a dar cualquier concesión para una salida negociada hasta que el presidente Vicente Fox y la Suprema Corte se desistieron el proceso judicial. En Trump, en cambio, es evidente un dejo de pragmatismo, por ejemplo, al reconocer los límites de su campo de acción por los contrapesos que enfrenta como presidente.
Tal reconocimiento de los contrapesos institucionales puede ser un factor explicativo de por qué Trump se concentra tanto en llevar a cabo cambios en materia de política exterior y comercio internacional. Es allí donde tiene mucho más margen de acción y capacidad de decisión discrecional. En contraparte, AMLO después de su apabullante victoria del 2018 está mucho más constreñido por realidades internacionales —y en particular por Trump y las agencias calificadoras— que por contrapesos internos. Tal condición le facilita impulsar de manera acelerada los elementos más controvertidos de su agenda política dentro del país. En suma: Trump ataca más libremente —y con acciones concretas— donde no tiene contrapesos cohesionados: la escena internacional. AMLO actúa más libremente donde está más fuerte: el ámbito interno.
No obstante, el escenario puede cambiar rápidamente y así también la actitud del presidente mexicano. Ello estaría ligado a otra característica de los líderes populistas aún no mencionado: la propensión a cohesionar apoyo político por medio del ataque a un enemigo externo, al que se culpabiliza de los problemas del país. Un caso paradigmático es el de Venezuela, que parece haber entendido del ejemplo cubano. Así, el régimen de Maduro ha seguido con la práctica establecida por Chávez tempranamente en su mandato de culpar a Estados Unidos de todos los males.
En este sentido, no debe de extrañar que AMLO eventualmente adopte una actitud mucho más confrontativa con Trump (y que vaya mucho más allá de la timorata respuesta de rechazo a la amenaza reciente de certificar la cooperación en materia anti-crimen). Ello, especialmente si se consolida un deterioro de la economía o de indicadores de seguridad, o ante un movimiento amplio de protestas al interior del país. Si esto ocurre, puede esperarse que ahora sí AMLO implementará la retórica anti-Trump que desarrolló durante la campaña. Tal estrategia tendría el potencial de ser muy efectiva para que AMLO mantenga sus altos niveles de aprobación. Ello, por la facilidad de revivir el “anti-yanquismo” que aún subsiste en el subconsciente de amplios sectores de la sociedad. A pesar de que la reacción de AMLO podría afectar la relación comercial con Estados Unidos (incluso abortando la ratificación del T-MEC o generando nuevas amenazas de aranceles, etc.), se sustentaría en la gran capacidad comunicativa del presidente, potenciada por tuitazos efectivos contra su homólogo estadounidense. En general, es previsible que AMLO no sea un adversario fácil para Trump. Este último incluso podría llegar a lamentar haber activado un enemigo tan sagaz en una relación bilateral que se ha caracterizado por su estabilidad y beneficio para la seguridad nacional y economía estadounidenses (recuérdese que México es ya el primer socio comercial de Estados Unidos).
Tal escenario de ruptura, de cumplirse, plantearía una situación complicada hacia las elecciones del 2021 en México. Ante un eventual deterioro de variables internas y creciente activación de un sentimiento nacionalista, los comicios se desarrollarían en un entorno de alta polarización, que sería aún mayor si AMLO persiste en su intención de poner su nombre en la boleta en 2021 por medio de la revocación de mandato.
En suma, el rompimiento entre los dos populistas norteamericanos no se puede descartar en un contexto de campaña electoral en Estados Unidos en 2020 —durante la cual Trump seguramente reactivará con fuerza sus amenazas a México— y un deterioro de la economía o la seguridad en México, que incrementará la presión sobre AMLO para dar resultados.
En términos más amplios, este escenario apuntalaría la consolidación de la hegemonía presidencial. Ante ello, y el debilitamiento de contrapesos internacionales que hasta ahora AMLO ha respetado juiciosamente, el único contrapeso sería pues interno. Las fuerzas de oposición —partidos políticos y sociedad civil— tendrían pues que cohesionarse y buscar mecanismos innovadores de movilización (que repliquen los utilizados por AMLO y que por ende sean más difíciles de deslegitimar desde el poder). Ésta sería una de las pocas opciones visibles para moderar el creciente predominio presidencial. EP
Las
opiniones contenidas en este texto son del autor y no necesariamente reflejan
la posición de Integralia Consultores ni de Este
País.
[1] Para discusiones útiles sobre el concepto de populismo, véase Alan Knight, “Populism and Neo-populism in Latin America, especially Mexico”, Journal of Latin American Studies, Vol. 30, núm. 2 (mayo 1998), pp. 223-248; y Jan-Werner Müller, ¿Qué es el populismo?, México, Grano de Sal, 2017. Asimismo, varias de las características mencionadas se sustentan en las conclusiones de un seminario interno realizado en Integralia, en el que se analizaron los casos de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Estados Unidos, Hungría, Polonia, Rusia y Venezuela.
[2] Para una discusión sobre las influencias intelectuales de Trump, véase Angel Jaramillo y Marc Benjamin Sable (eds.), Trump and Political Philosophy. Leadership, Statesmanship and Tyranny, New York, Palgrave Macmillan, 2018. Cabe destacar la afirmación de que “el Trumpismo es una práctica en busca de una teoría” (la traducción es mía), p. 3.
[3] Donald J. Trump y Tony Schwartz, México, Grijalbo, 1987, traducción de J.A. Bravo, p. 25.
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