La revista Este País cumple 30 años. El curso de su historia es también el de la historia de la política y la opinión de hoy. En este texto, su primer director y fundador, Federico Reyes Heroles, hace un recuento de los retos superados y de los que están por venir. #30AñosConEstePaís
Este País en su treinta aniversario
La revista Este País cumple 30 años. El curso de su historia es también el de la historia de la política y la opinión de hoy. En este texto, su primer director y fundador, Federico Reyes Heroles, hace un recuento de los retos superados y de los que están por venir. #30AñosConEstePaís
Texto de Federico Reyes Heroles 05/04/21
De nueva cuenta tengo el honor y la responsabilidad de escribir unas líneas de reflexión para este proyecto cultural. Al cumplirse dos décadas de vida de Este País conté al lector, en varias entregas, el origen de la publicación y los retos a los que nos enfrentamos un grupo de mexicanos (Enrique Alduncin, Adolfo Aguilar Sínzer, Miguel Basáñez, Jorge G. Castañeda, Santiago Creel, Guillermo Chao, Óscar Espinosa, Cassio Luiselli, Lorenzo Meyer, Carlos Monsiváis, Carlos Payán, Federico Reyes Heroles, Luis Rubio, Josué Sáenz y Jesús Silva Herzog) empecinados en recurrir a la demoscopia, las encuestas de opinión, y a la prospectiva para generar información que nos permitiera influir en la toma de decisiones más informadas y racionales. No fue nada fácil. El criterio patrimonialista sobre la información de lo público fue un obstáculo cultural enorme. ¿Por qué habría, un grupo independiente y plural, de tener información sobre la vida pública?, eso sólo correspondía a los gobernantes. Nadie estaba autorizado a saber más o antes que el propio estado. Poco a poco la situación fue cambiando.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) hacía un buen trabajo, básicamente censal, pero estaba muy acotado para lanzarse a hacer investigación que fuese pionera. Era una burocracia sólida y profesional, pero al servicio del poder público. Las encuestas se abrieron camino apoyadas, la mayoría de las ocasiones, por los medios de comunicación hasta que, por fin, se enterró el mito de que esa metodología no funcionaba en México. Algo que hoy suena absurdo y descabellado fue real. Recuerdo al lector que el impulso inicial para la creación de Este País provino precisamente del rechazo por parte de varios medios a publicar una encuesta preelectoral elaborada por un grupo de amigos en la muy discutida elección de 1988. La idea de medir los fenómenos sociales como algo consustancial al trabajo académico y periodístico, fue penetrando en la academia que al principio era, salvo honrosas excepciones, muy escéptica de las nuevas metodologías. La rica tradición del ensayo con plumas tan brillantes como las de Carlos Fuentes, Octavio Paz, Roger Bartra, entre otros, seguía brindando la posibilidad de hablar de México, así en general, o del mexicano sin especificar de a quién demonios se refería el estudioso.
Pero en algún sentido estábamos del lado correcto de la historia: medir, medir, medir era la consigna en todo el mundo. Las contradicciones estaban a flor de piel. Recuerdo una conversación con el entonces presidente Carlos Salinas —cuyo régimen nos había declarado “enemigos personales del presidente” y quien, por cierto, es un apasionado de las encuestas— en la cual le pregunté qué ventajas traería a nuestro país pertenecer a la OCDE. Con la agudeza que lo caracteriza me contestó: Es muy fácil y tramposo estarnos comparando con Honduras, El Salvador o Guatemala, casi siempre estamos mejor. El reto es compararnos con los ricos, hacia allá debemos ir. Con frecuencia, cuando leo información de la OCDE que pone a México en la cola, pienso en la razón que tenía Salinas. Varios fenómenos en paralelo ayudaron a la causa de medir más y mejor.
Con la globalización económica llegó una apertura informativa que pocas veces ponderamos, quizá porque no fue de golpe. Los mexicanos empezamos a tener la oportunidad de ver CNN, o la BBC o leer The Economist o El País. Pudimos comparar a través de las pantallas cómo eran los procesos electorales en otros países, incluso más pobres, o cómo la India y China modernizaban sus economías. Este País ya estaba instalada en la comparación y rompía así con el delicioso pero arcaico soliloquio de la especificidad de los mexicanos.
Otro proceso internacional que ayudó mucho fue el impulso de abordar y medir de nuevo temas antes vedados. Me tocó en suerte fundar el capítulo de Transparency International en México, Transparencia Mexicana. Recuerdo un día en que le explicaba el proyecto a Vicente Fox, a quien conocía del Grupo San Ángel. Con toda naturalidad y frescura me preguntó de qué se trataba. Busqué una explicación sencilla: donde hay dineros públicos los ciudadanos debemos tener derecho a saber cómo se usan, le dije, está en la Constitución en el artículo sexto desde 1977, pero no se ha reglamentado. Me miró y, sin más dijo, esto está bueno. Quién diría que dos años después y, con las ricas sugerencias de académicos y colectivos como el Grupo Oaxaca, tendríamos una ley federal y el mandato para la creación de los institutos locales.
Con todas las dificultades del caso en las últimas décadas surgieron múltiples organizaciones de la sociedad civil —sería imposible enumerarlas a todas—, organizaciones que generan información sobre asuntos públicos tan graves como la inseguridad, la violencia de género, la violación a los derechos humanos, el medio ambiente o las torpezas en el gasto público. La sociedad mexicana metió sus narices en muchos ámbitos antes reservados sólo al estado o en franco olvido. En paralelo surgieron los llamados órganos reguladores encargados precisamente de propiciar nuevos contrapesos a las decisiones gubernamentales. La información dejó de ser un logro administrado con criterio patrimonialista. Los temas se ampliaron como nunca antes. Un ejemplo, en Transparencia Mexicana impulsamos la primera encuesta no sólo de percepción sino de registro puntual de los actos de extorsión y corrupción cometidos en contra de las familias mexicanas. El ejercicio realizado anualmente por Transparency International es sólo de percepción. El nuestro fue más allá, al grado de que varios capítulos nacionales adoptaron la metodología en la cual estuvieron involucrados científicos mexicanos como Edmundo Berumen, Enrique Alduncin y otros. Hoy ese ejercicio lo realiza el INEGI. Un verdadero orgullo. Parecía que la batalla por la información quedaba en el pasado, información sólida y avalada. En ese sentido Este País fue vanguardia epistemológica y política.
La lista de temas con información ciudadana se expandió a través de instituciones como el IMCO, México Evalúa, Mexicanos Primero, Fundar, Causa en Común, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, México Unido Contra la Delincuencia y observatorios que han sido de una enorme utilidad, así como Impunidad Cero, la organización que me honro en presidir. Se invierte tiempo, dinero, ingenio humano para cada vez medir mejor y tener un conocimiento más sólido. La presión ejercida por las organizaciones de la sociedad civil se convirtió en un asidero firme para elevar el nivel de discusión y mejorar la toma de decisiones. La Primavera Árabe nos hizo suponer que las redes sociales podrían ser una excelente arma para difundir conocimiento y hacerlo llegar a decenas de millones. Pero algo o mucho se torció en el camino.
En lugar de que las democracias se fueran asentando cada vez más en verdades acreditables, comprobables por terceros —para utilizar la acepción tradicional de ciencia de John D. Bernal— surgieron líderes apoyados cada vez más en las emociones. Toda elección tiene un contenido emocional, eso no es nuevo, pero lo emocional era confrontado con elementos científicos y así lentamente se avanzaba en ir arrinconando lo emocional. Los nacionalismos, por ejemplo, siempre han sido un ingrediente emocional que distorsiona los debates. Lo vimos en el voto inglés sobre el Brexit. Lo que no estaba en el radar era que ese contenido emocional desplazara el mínimo de racionalidad necesaria para la conducción sensata de un país. Es cierto que el fenómeno de las elecciones emocionales, por llamarlas de alguna manera, tiende a estar más presente en países pobres y con bajos niveles educativos; pero en los últimos años hemos visto cómo naciones educadas y ricas caen en la trampa emocional cada vez con más frecuencia. Un ejemplo: la discusión sobre los migrantes en la Unión Europea llegó a un paroxismo violento que nada tiene que ver con los niveles educativos y de información de esos países. Que la primera potencia económica del mundo, la que más ciencia genera y por mucho, haya elegido a un individuo que descree del calentamiento global y se burla de la ciencia, fue realmente un campanazo sobre lo grave de la situación que estamos viviendo.
Algunos autores centran la explicación en las redes sociales, en esa posibilidad de informarnos de manera instantánea, pero sin profundizar en los hechos. Por desgracia algo hay de cierto. Que se cuenten por miles las mentiras de los gobernantes, nos retrata el grado de desfallecimiento de los argumentos éticos y los datos en la vida política. Rob Riemen, el autor holandés que preside la fundación Nexus, elaboró un texto muy breve —Para combatir esta era— sobre la necesidad de regresar a los asideros de la ética y el humanismo clásico para así poner un dique a las superficialidades y las autenticas falsedades con las cuales se están tomando las decisiones que afectan a decenas o cientos de millones de seres humanos. Otro texto imprescindible para estos convulsionados tiempos es el de Timothy Snyder, Sobre la tiranía; en veinte lecciones el autor estadounidense nos invita a reflexionar sobre qué medidas personales podemos tomar para alejarnos de las mareas emocionales que con frecuencia sacan lo peor de los seres humanos. Es en esta época en que Este País inicia su cuarta década de vida. Estos son los tiempos y los retos.
Qué lejos se miran los obstáculos iniciales para publicar encuestas o prospectiva y, sin embargo, hay paralelismos muy claros. Ya en la era digital, Este País enfrentará la tentación omnipresente de que lo breve sustituya al razonamiento que requiere más tiempo y concentración, un bien que está amenazado. Ahora además deberá enfrentar de nuevo las mentiras lanzadas desde el poder con un enorme agravante: el cinismo ha brincado fronteras, ya no es una moda nacional sino una forma de hacer política y muy popular. En el mejor espíritu liberal —que siempre ha acompañado a este proyecto cultural— tendrá que seguir la conseja de Karl Popper y gritar ¡falso! como primera reacción para buscar las verdades alternativas y sustentables.
De nueva cuenta las instituciones como esta que brindan información a los ciudadanos, alejadas de dogmas e ideologías, están siendo estigmatizadas. La información que incomoda es perseguida. Un reto que nuestra sólida directora tiene muy claro es abrir la casa a temas muy sensibles a la sociedad que los observadores han, hemos, dejado de lado: mujeres, minorías, jóvenes, alternativas en la creación, el entorno y el entorno mil veces.
Para lograr esas metas y las que incorpore en el camino, Julieta García cuenta con el apoyo de un equipo joven, talentoso y de mucha valía, y el de una institución en la cual las generaciones se entreveran y también los autores. Nuevos temas, nuevos rostros, nuevas formas de informarnos, de entendernos y de proponer soluciones para nuestro México y nuestro mundo.Estoy convencido de que con la energía, constancia y visión de Julieta, junto con la mirada de largo plazo de Marco Provencio, quien encabeza la institución como presidente del Consejo, el barco irá por buen rumbo. EP
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