Escala obligada: El Apocalipsis según San Donald

Los primeros días del Gobierno de Donald Trump serán recordados como los más rápidos, intrépidos, febriles, incandescentes, controvertidos, ridículos, ofensivos, temibles, cómicos y dramáticos que cualquier presidente de Estados Unidos haya tenido. El nuevo presidente ingresó a la Casa Blanca como un jinete empoderado del Apocalipsis, cuya misión era cumplir a la brevedad todas sus […]

Texto de 17/03/17

Los primeros días del Gobierno de Donald Trump serán recordados como los más rápidos, intrépidos, febriles, incandescentes, controvertidos, ridículos, ofensivos, temibles, cómicos y dramáticos que cualquier presidente de Estados Unidos haya tenido. El nuevo presidente ingresó a la Casa Blanca como un jinete empoderado del Apocalipsis, cuya misión era cumplir a la brevedad todas sus […]

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Los primeros días del Gobierno de Donald Trump serán recordados como los más rápidos, intrépidos, febriles, incandescentes, controvertidos, ridículos, ofensivos, temibles, cómicos y dramáticos que cualquier presidente de Estados Unidos haya tenido.

El nuevo presidente ingresó a la Casa Blanca como un jinete empoderado del Apocalipsis, cuya misión era cumplir a la brevedad todas sus promesas de campaña, terminar de una vez por todas con todo lo que oliera al legado de su antecesor, acabar de enemistarse con sus viejos enemigos y adquirir nuevos adversarios. Todo eso lo logró con creces. Y en su alocada carrera hacia los extremos, puso al mundo de cabeza.

Donald Trump inauguró su presidencia haciendo todo lo que resulta políticamente incorrecto, pero a cambio logró lo que todo político añora en secreto: fama. No fue una buena fama, sin duda, pero el grado de su notoriedad lo colgó de un candelero en el que se balancea hasta la fecha. Desde que ingresó como nuevo inquilino de la Casa Blanca, dejó ver que cambiaría la fachada política de Washington y la decoración interna del edificio, y que modificaría la propia esencia del país como una nación que abre sus puertas a los perseguidos de los cinco continentes y se define como un espacio libre para todas las culturas, las razas, las ideologías y las religiones del orbe. Para empezar, quitó todos los temas que puso Barack Obama en el portal de internet de la Casa Blanca: el sistema de salud, la inmigración, los derechos civiles, el respeto a las minorías, la lucha contra el cambio climático, la educación y el tratado con Irán. De paso, sacó toda la información que había en español, para dejar en claro que el idioma de la raza blanca es el inglés.

Sin perder tiempo, en los días siguientes arremetió contra la prensa por comparar los números de manifestantes de la marcha opositora de las mujeres con los asistentes a su toma de posesión, anuló el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica con 11 naciones de costas vecinas, acabó con la ayuda a las organizaciones que defienden la legalización del aborto, promulgó una orden para construir la muralla con México, reinstaló una ley de cooperación entre las autoridades locales y las agencias de emigración para deportar indocumentados y, en la medida más controversial hasta la fecha, prohibió el ingreso de los ciudadanos de seis países árabes al suelo del sueño americano.

Y aquí el demiurgo, hombre de la voluntad todopoderosa convertido en presidente, se topó con las instituciones. Primero un juez de Seattle, llamado James Robart, decidió suspender su mandato. La furia de Donald Trump cayó como relámpago sobre su cabeza. En sus edictos lacónicos —los 140 caracteres de su Twitter—, lo llamó supuesto juez, contrario a la aplicación de la ley, y de opiniones ridículas.Luego, la Corte de Apelaciones del Noveno Circuito del país falló también en su contra. Fiel a su usanza, el presidente no se dejó. Se enfureció todavía más, tecleó su tuit con saña, apeló la sentencia… y la perdió.

Mientras tanto, con el mundo exterior alborotado, la oposición interna empezó a cerrar filas en su contra. Las neuronas de Silicon Valley se coaligaron para rechazar sus medidas. Los amos del universo digital —Google, Twitter, eBay, PayPal, Netflix, Apple, Instagram, Facebook y Windows— formaron un frente y declararon que la prohibición de ingreso a los ciudadanos de los países árabes “causa un daño significativo a las empresas norteamericanas, ya que les dificulta contratar y conservar a muchos de los mejores trabajadores del mundo”. Y añaden: “los inmigrantes han creado algunas de las compañías más innovadoras de Estados Unidos”.

Otra medida que ha sido vista con estupor en los círculos políticos, y criticada agriamente por los antiguos miembros de las instituciones de seguridad de la nación, ha sido la imposición de Stephen Bannon —el dueño de una página web donde predica con principios misóginos y racistas— como parte fundamental del Consejo Nacional de Seguridad. Michael Mullen, pieza fundamental de la seguridad en las administraciones de Bush y Obama, afirmó que “En mi experiencia, hay muy pocas reuniones en las que la aportación de los militares y los grupos de inteligencia no sea vital para la seguridad nacional. Con una Rusia más beligerante, las tensiones en el Mar de China y el Medio Oriente en llamas, no tiene sentido minimizar la participación de los profesionales de ambos grupos”.Por su parte, el senador John McCain afirmó que la incorporación de Bannon es un alejamiento total de las prácticas del pasado, y Robert Gates —el anterior Secretario de Defensa— dijo simplemente que era un error gigantesco. Todo esto llevó a varios medios de comunicación a identificar al nuevo funcionario con la figura calavérica de la muerte —con su hábito negro y su segadora—, un siniestro poder que manipula desde las tinieblas del anonimato todas las decisiones de la Casa Blanca.

En las últimas encuestas, el 55% de la población rechaza las medidas tomadas por el nuevo presidente. Trump respondió en su Twitter que “ésas son falsedades de la prensa, tal y como lo hicieron las cadenas CNN, NBC y ABC durante la campaña”.

Bueno. Mientras los políticos del mundo entero se preguntan qué sucederá si Trump persiste en emitir a diario un cúmulo de medidas proteccionistas, xenófobas, bélicas, provocadoras, desconcertantes y alarmantes, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha constreñido sus salidas de Washington para asistir a unos cuantos eventos, prefiere rodearse de sus allegados en casa para firmar sus edictos y ha mantenido un régimen laboral muy austero en cuanto a reuniones y horarios de trabajo. Las reuniones analíticas no son su fuerte. Ha dicho reiteradamente que no las necesita, porque él sabe más que los miembros de su staff. Lo mismo sucede con la lectura de informes y documentos de inteligencia. No los revisa, porque dice que él es mucho
más inteligente que los informes. De manera que ocupa su tiempo libre paseando por todos los rincones de la Casa Blanca, revisando el decorado y el mobiliario y, sobre todo, analizando revistas de diseño de interiores. En especial, los temas de su interés son los colores y la textura de las cortinas.3 Nada nuevo. Ésa era una costumbre de la realeza, como la de Enrique viii en el Castillo de Windsor o Luis XIV en el Palacio de Versalles.

Sin duda, el ascenso de Donald Trump transformó radicalmente al mundo. Su llegada al poder, insólita en muchos sentidos, ha desconcertado a la mayoría de los analistas políticos y ha puesto a pensar a muchos que la teoría del péndulo que oscila entre gobiernos de izquierda y derecha —o liberales y conservadores— ha estallado en pedazos. Porque en efecto, si bien el triunfo de Trump representa un movimiento pendular hacia el extremo opuesto al Gobierno de Barack Obama —el primer presidente negro, cargado hacia la izquierda en algunos sentidos—, sus políticas van mucho más allá que las plataformas políticas de gobernantes afines, en especial las de Ronald Reagan y la familia Bush.

La llegada de Trump a la Casa Blanca evoca, irremediablemente, el ascenso de Adolf Hitler al poder. Su fijación en la supremacía de la raza, su odio hacia los extranjeros, su paranoia sobre las amenazas externas, su agresividad hacia los enemigos, su obsesión de rodearse de individuos igualmente racistas, misóginos y xenófobos, y el deseo de hacer listas negras para el control de los ciudadanos musulmanes hacen ineludibles las comparaciones de su personalidad con el líder histórico del nazismo. Incluso Stephen Bannon, convertido ahora en el hombre más fuerte del Gobierno estadounidense después de Trump, se nutre de uno de los ideólogos más conspicuos del fascismo.4

Es muy posible que la euforia inaugural del Gobierno de Trump albergue su propia destrucción. Cabe desde luego la posibilidad de que un atentado —del Estado Islámico, de Al Qaeda, de cualquier desequilibrado armado de los que abundan en Estados Unidos— ponga fin a sus arrebatos, pero también cabe la posibilidad de que sus enfrentamientos con el poder judicial o el aferramiento de sus negocios en el exterior lo lleven a la destitución por la vía legal.

El impeachment pende directamente sobre la cabeza de Donald Trump. Una agrupación llamada Free Speach For People publicó en la revista Time un artículo que afirma que el actual mandatario debe ser destituido porque ha violado la Constitución en la cláusula relativa a las ganancias externas, que impiden al presidente recibir remuneraciones que provienen del exterior.5

Tres analistas de la Brookings Institution sostienen que “nunca en la historia de Estados Unidos un presidente ha tenido un mayor conflicto de intereses que Donald Trump”. Y además, afirman, se trata de negocios turbios, nada transparentes.

La realidad de sus empresas en el mundo es un dato incontrovertible. Porque, en efecto, la Organización Trump ha realizado negocios en Arabia Saudita, Argentina, Azerbaiyán, Bermuda, Brasil, Canadá, Catar, China, Corea del Sur, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Filipinas, Georgia, India, Indonesia, Irlanda, Israel, México, Panamá, Reino Unido, Rusia, San Martín, San Vicente, Turquía y Uruguay. Todo en orden alfabético.

Los negocios son negocios. La política es aparte. China, uno de los países más atacados en los discursos del nuevo inquilino de la Casa Blanca, tiene un banco que es arrendatario de la Torre Trump, y el Banco de China ha sido el mayor prestamista del ahora presidente.

El tema puede crecer como el huevo de la serpiente. Y aunque Trump alardea de tener a la ley de su lado y poder administrar sus negocios mientras dirige los rumbos del país, esta red de conflictos de interés lo puede poner en un avión semejante al que se llevó a Richard Nixon fuera de la Casa Blanca y del país en 1974. Crucemos los dedos para que eso suceda. EstePaís

1 <https://twitter.com/realdonaldtrump?lang=en> 4 de febrero.

2 <http://www.businessinsider.com/mullen-trump-steve-bannon-nsc-2017-2>.

3 <http://www.usatoday.com/story/life/2017/01/18/will-trump-redecorate-white-house/96617712/>.

4 <https://www.nytimes.com/2017/02/10/world/europe/bannon-vatican-julius-evola-fascism.html>.

5 <http://time.com/4658633/impeach-donald-trump-congress/>.

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