Escala obligada: Adiós, Obama

El 9 de enero de 2009, cuando Barack Obama se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos, la nación y buena parte del mundo se cimbraron de esperanza y horror. En la Casa Blanca, un edificio construido por esclavos negros, los muros reprodujeron el eco del discurso inaugural con una fuerza que inundó […]

Texto de 24/11/16

El 9 de enero de 2009, cuando Barack Obama se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos, la nación y buena parte del mundo se cimbraron de esperanza y horror. En la Casa Blanca, un edificio construido por esclavos negros, los muros reprodujeron el eco del discurso inaugural con una fuerza que inundó […]

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El 9 de enero de 2009, cuando Barack Obama se convirtió en el primer presidente negro de Estados Unidos, la nación y buena parte del mundo se cimbraron de esperanza y horror. En la Casa Blanca, un edificio construido por esclavos negros, los muros reprodujeron el eco del discurso inaugural con una fuerza que inundó al Capitolio, bajó hacia los suburbios negros de Washington llenando de estupor a sus pobladores, y se estrelló en los oídos de la mayoría blanca que sufría los latigazos de una crisis financiera organizada por la voracidad de los bancos. Dijo el presidente negro:

Es bien sabido que estamos en medio de una crisis. Nuestro país está en guerra contra una red de violencia y odio de gran alcance. Nuestra economía se ha debilitado enormemente como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era. Se han perdido casas; se han eliminado empleos; se han cerrado empresas. Nuestro sistema de salud es muy caro; nuestras escuelas tienen demasiadas fallas; y cada día trae nuevas pruebas de que nuestros usos de la energía fortalecen a nuestros adversarios y ponen en peligro al planeta.1

Esas palabras se quedaron grabadas en la imaginación de todos los ciudadanos que buscaban un cambio. Y al mismo tiempo, esas mismas palabras fueron la excusa que utilizaron sus rivales para sabotear cualquier intento de modificar el sistema desigual, racista y paranoico que impera en Estados Unidos.

Poniendo manos a la obra, el nuevo presidente se metió de lleno a rescatar una economía que amenazaba con naufragar después del abuso de los bancos al repartir una cascada de créditos sin fondos a los incautos soñadores de bienes raíces, y puso todos sus empeños en inyectar grandes recursos a la infraestructura, la salud, la educación, los individuos zarandeados por la crisis y… a las grandes empresas automovilísticas, como General Motors y Chrysler. En ese esquema, la recuperación de la economía fue la prioridad más grande, y las esperadas reformas de repartición de la riqueza y lucha contra la desigualdad social tuvieron que esperar mejores tiempos.

El esquema dio resultados, para el asombro de muchos, rápidamente. En los primeros cuatro meses de su mandato, Obama logró empujar la maquinaria económica del país a un ritmo del 1.6%, y sus esfuerzos rindieron buenos frutos a pocos años de la estrepitosa caída de Wall Street: en 2010, la economía ya tenía un crecimiento de casi el 3%. Y lo mismo sucedió con el desempleo. Después de un torrente de despidos obligados por la crisis de 2008, que elevó el desempleo al 10%, la apertura de nuevas fuentes de trabajo impulsó una morosa recuperación en 2009 y 2010, pero después se logró reducir el desempleo al 7.7%, en 2012, y 6.3%, a finales de 2014. La propia Oficina de Presupuesto del Congreso reconoció que “el presidente Obama había impulsado el crecimiento económico más que los demás países de la otan desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”. Algunos analistas, como Paul Krugman, señalaron que la economía se repuso, pero que la medicina tendría los efectos secundarios de siempre.2

Mientras el frente interno se debatía entre el empuje de la Casa Blanca por lograr mayores beneficios para las mayorías en salud y los permanentes forcejeos con los republicanos en el Capitolio, el frente internacional representó un crucigrama muy difícil de resolver para el primer estratega negro del despacho oval de la Casa Blanca. Desde su llegada al poder, Obama decretó el retiro completo de las fuerzas norteamericanas en Irak, pero incrementó su presencia en Afganistán. En la zona explosiva de la Franja de Gaza, mientras el líder de Washington declaraba constantemente que las buenas relaciones entre Israel y Estados Unidos eran indestructibles, la visión radical de Benjamín Netanyahu —Primer Ministro de Israel— creaba nuevos asentamientos en territorio palestino. Y cuando estalló la llamada Primavera Árabe —con su carga de esperanzas democráticas para el mundo del islam— la política exterior de Obama tuvo un comportamiento de prueba y error, donde los errores terminaron por opacar los aciertos.

En ese marco, el presidente Obama identificó de entrada a dos enemigos que tenía que destruir para lograr que la democracia avanzara en el mundo árabe: uno era Muamar Gadafi, líder prehistórico del llamado socialismo libio, y el tirano Bashar al-Ásad, presidente vitalicio de Siria. En ambos casos se equivocó. Al enfrentar a Gadafi, Barack Obama apoyó a un conjunto de fracciones fundamentalistas que pasaron a ocupar un vacío de poder que aún fragmenta a la nación; y al atacar directamente al presidente sirio, la política de Obama se disolvió al enfrentar a los aliados de Bashar —Rusia e Irán—, y principalmente con la irrupción del Estado Islámico en territorio sirio, lo cual generó nuevas tensiones en el mundo árabe y una oleada de terror en los países europeos.

El golpe más espectacular que dio la administración de Obama en contra del terrorismo fue la localización y muerte del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, el primero de mayo de 2011. Cuando la Casa Blanca anunció formalmente la desaparición del líder terrorista que ordenó el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, el mundo occidental se fundió en un solo aplauso. En Washington, el Partido Republicano no ocultó su beneplácito.

Sin embargo, la decapitación de Al Qaeda no sólo no terminó con los ataques terroristas en el mundo, sino que el surgimiento del Estado Islámico en 2014 creó un nueva organización terrorista, mucho más preparada, organizada y mortífera que Al Qaeda. Después de la muerte de Bin Laden, los ataques de los seguidores del Estado Islámico se sucedieron en Bagdad, Estambul, Kabul, París, Niza, San Bernardino, en California, y Orlando, en Florida.

Tal vez el éxito más notable de la política exterior de Barack Obama haya sido el establecimiento de relaciones con Cuba, después de más de medio siglo de bloqueo económico, alejamiento político y enfrentamientos verbales. Con un golpe de mano, y apoyado en la mediación del papa Francisco, Barack Obama logró pasar por encima de los republicanos y los cubanos radicados en Miami para estrechar nuevamente vínculos con la isla, saludar con toda cordialidad a Raúl Castro y abrir las embajadas de ambas naciones en Washington y La Habana. Fue un paso de consecuencias históricas para ambos países.

Ahora, después de completar los dos términos de su gestión, el primer presidente negro de la Casa Blanca le dice adiós a su nación y al mundo. Barack Obama se despide sin gloria, porque sus adversarios le han preparado una salida donde sobresalen sus defectos y se quedan en la memoria sus insuficiencias.

En una reciente encuesta, y después de reconocer que el primer presidente negro de Estados Unidos inició su mandato con una aprobación del 65% y cayó al 40% en 2014, un grupo de analistas desgranó los temas que le han restado popularidad a Obama, con resultados muy adversos en diferentes campos. El tema de mayor inconformidad es el del trato al Estado Islámico, donde el 68% de los encuestados sostiene que la política de la Casa Blanca no tuvo la suficiente fuerza, y el 78% piensa que la organización terrorista cuenta con los elementos suficientes como para lanzar un nuevo ataque terrorista en el interior de Estados Unidos. El siguiente tema es el control de armas, donde un buen número piensa que Obama no impulsó suficientemente un mayor control en la venta de armas al menudeo, mientas otro sector piensa que la política de la Casa Blanca fue demasiado intrusiva con los derechos individuales de los ciudadanos. En conjunto, ambos puntos de vista confluyen en un rechazo a la política de Obama sobre el control de la venta de armas, que alcanza al 72% de los encuestados. En otros temas, el 56% de los encuestados desaprueba la forma como Obama trató la política exterior y, para su propia sorpresa, resulta que el 55% desaprueba la política de salud que llevó a cabo.3

Pero todo eso es parcial y, de cierta manera, injusto. Habría que decir, en favor de Obama, que fue un líder global, defensor de las mejores causas en el mundo. Su estatura moral estuvo muy por encima del promedio ético y cultural de sus ciudadanos, de los jaloneos profesionales en el Capitolio y de los vituperios racistas de sus enemigos. Lamentablemente, no estuvo por encima de los desafíos monumentales de las relaciones internacionales y no supo enfrentar con tino los galimatías del mundo árabe.

Barack Obama fue un líder carismático y elocuente, con una formación sólida y una soltura muy rara en los políticos y estadistas. Articulado y racional en sus discursos, muchas veces hablaba con el corazón en la mano. Fue un estadista que trascendió fronteras y continentes, y su palabra iluminó muchas veces los túneles oscuros del crimen y de la muerte. Ganador del Premio Nobel de la Paz, laureado escritor y formidable orador, su figura será recordada más allá de haber sido el primer presidente negro de una nación que aún no se despoja del racismo de antaño y de la soberbia de ser un imperio. EstePaís

NOTAS

1 <http://internacional.elpais.com/internacional/2009/01/20/actualidad/ 1232406016_850215.html>.

2 <http://www.nytimes.com/2009/11/02/opinion/02krugman.html?_r=0>.

3 <http://us-presidents.insidegov.com/stories/10722/barack-obama-biggest-failures>.

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