El valor de las pruebas

“¿Cómo puedes generar confianza y convencer a la gente de que debe cuidarse? Con la verdad. ¿Cómo puedes incrementar las posibilidades de que un paciente con leves síntomas de COVID-19 se quede en casa los 14 días mínimos recomendados, evitando así contagiar a otros? Con la verdad sobre si tiene la enfermedad o no la tiene.”

Texto de 08/04/20

“¿Cómo puedes generar confianza y convencer a la gente de que debe cuidarse? Con la verdad. ¿Cómo puedes incrementar las posibilidades de que un paciente con leves síntomas de COVID-19 se quede en casa los 14 días mínimos recomendados, evitando así contagiar a otros? Con la verdad sobre si tiene la enfermedad o no la tiene.”

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“Pruebas, pruebas y más pruebas.” El director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus ha sido enfático. En México, a estas alturas, necesitaríamos aplicar muchas más pruebas para poder tomar mejores decisiones, y para ofrecer argumentos más contundentes a la población para que siga las tibias medidas ya adoptadas oficialmente. La cantidad de pruebas que cada país podrá realizar para confirmar o detectar casos de COVID-19 por millón de habitantes depende de múltiples factores como recursos económicos, logística, infraestructura y decisiones estratégicas. Hay países con rezago en el número de pruebas realizadas pero que claramente tienen la meta de hacer las más posibles. Lamentablemente en México el gobierno ha tomado la decisión de no aumentar en forma significativa el número de pruebas a realizar.

Nuestro país cuenta con una amplia y respetada experiencia en el área de salubridad, pero eso no es garantía de que esta vez lo hagamos bien. Apenas el 24 de marzo el gobierno decretó el “cambio de fase o escenario epidemiológico” y modificó la definición operacional de “caso sospechoso” de COVID-19 (de acuerdo a síntomas, y ya no por antecedente de viaje o contacto). 

Como lo sabe cualquier médico que haya hecho servicio social rural, la salud pública es la parte de nuestra ciencia menos exacta pero más intransigente. Las definiciones operacionales son como mandato divino; si tienen errores magnifican los resultados negativos. En este sentido, el 24 de marzo se selló y sentenció la estrategia que seguirá nuestro país. Ni siquiera intentaremos medir la mayor cantidad de casos posibles. Nada de pruebas, pruebas y más pruebas. 

Algo sí se está midiendo. Los números de casos confirmados y sospechosos suben día a día, pero no son todos los que deberían ser. En los últimos cinco días, el porcentaje de fallecimientos con respecto a los casos confirmados es el siguiente: 2.9%, 3.5%, 3.9%, 4.1% y hoy (domingo 5 de abril) 4.3%. Eso no es sino reflejo de que, por diseño oficial, se están haciendo pruebas no a todos los enfermos sino solo a los graves y al 10% aproximadamente de los que desarrollan síntomas suficientes como para llegar a urgencias de algún hospital.

Tenemos, por lo tanto, un subregistro de los casos reales por decisión “estratégica”, matizado por el rimbombante nombre técnico de “vigilancia centinela”. El gobierno ni siquiera intentará medir el número de casos reales; lo que hará será extrapolar de su muestra para ofrecer sólo una aproximación. Esto de alguna manera lo admiten, pero al mismo tiempo no nos están diciendo toda la verdad. Nos siguen comunicando el número de casos confirmados (¡y los recuperados!) pero, y aquí está el potencial engaño, no nos han dicho cuántos casos estiman que ya existen. Y peor aún, parece que toman decisiones engañandose a sí mismos con respecto al número de casos probados, pero no estimados.

Una manera de estimar los casos reales es partir del porcentaje más aceptado de muertes por casos confirmados de COVID-19, que es del 0.9% (aunque este dato es aún objeto de mucha discusión por ser una situación dinámica y con dificultades metodológicas para calcularlo). Si hoy fallecieron 94 personas que representan un 0.9% del total de infectados reales (no un 4.3% de 2,143 confirmados, como lo dan las cifras oficiales) tendríamos entonces unos 10,333 casos.

¿Cómo puedes generar confianza y convencer a la gente de que debe cuidarse? Con la verdad. ¿Cómo puedes incrementar las posibilidades de que un paciente con leves síntomas de COVID-19 se quede en casa los 14 días mínimos recomendados, evitando así contagiar a otros? Con la verdad sobre si tiene la enfermedad o no la tiene. El conocer cuantos y quienes han sido infectados disminuye el nivel de incertidumbre; incertidumbre que nubla la toma de decisiones del gobierno e incertidumbre personal –y angustia- al no saber si ya lo tuvo uno o no. Solo que México ha realizado un número insignificante de pruebas por millón de habitantes a estas alturas (al día 29 de marzo): 98, en comparación con países como Corea del Sur (7,678), Alemania (11,127), Ecuador (429), Estados Unidos (2,850), por mencionar algunos. 

Otra inconsistencia notable es que en México los fallecidos por COVID-19 son más jóvenes que en el resto del mundo. Según el subsecretario, “la obesidad nos está pegando”. La obesidad es desde luego una realidad epidemiológica incontestable, pero no alcanza para explicar la desviación estadística. Aquí el promedio de edad de los fallecidos es de 56.6 años, cuando en el resto del mundo oscila entre 70 y 81 años de edad promedio. Lo más probable es que algunas muertes de personas mayores no se hayan registrado al inicio de marzo, porque no cumplían con la definición estricta vigente en ese entonces para “caso sospechoso”, y por eso no se les realizó la prueba. Así, cuando se le preguntó la semana pasada sobre reportes al respecto, en uno de sus extensas conferencias López-Gatell respondió con muchos datos para demostrarnos a su manera de que era pura desinformación, que el canal endémico de neumonías atípicas era el esperado para las muertes que hay cada año con ese diagnóstico, y que no había que caer en provocaciones (una vez más haciéndole eco al Presidente). Nos mintió usando a medias la verdad. No argumento que hayan ocultando cientos de muertes, sino que no detectaron, por diseño de su estrategia, varias muertes desde el arribo de la pandemia. Lo increíble es que con tal de no aceptar esta realidad están aceptando algo aún más alarmante: que nuestros muertos sean mucho más jóvenes que en ningún otro país.

Por supuesto, si aceptaran los fallecidos iniciales no detectados, entonces nuestras estimaciones sobre el total de contagiados serían mayores. En México no estamos midiendo la mayor cantidad de casos posibles no porque estemos ahogados en casos, sino por decisión del gobierno, decisión que defendieron argumentando que “no era eficiente” y que era “respaldada por la ciencia”. El caso es que el gobierno siempre tendrá otros datos y numerosos pretextos. Mientras tanto, el “anillo al dedo” del presidente tiene ya 94 quilates. A ver si lo sigue presumiendo cuando sea de 1,000 o 10,000 muertes.

La información veraz en esta coyuntura sí que vale oro. Si hicieran públicos los casos estimados diariamente junto con los casos confirmados —lo lógico y honesto ante la estrategia que decidieron seguir —entonces la percepción de la gente acerca del riesgo a su persona cambiaría y con seguridad más gente dejaría de salir de sus casas. Las medidas ya tomadas serían mas efectivas para lograr no saturar nuestro sistema de salud en unas dos o tres semanas. EP

Referencias

Comunicado técnico diario COVID-19 del 05 de abril 2020:  https://coronavirus.gob.mx/category/conferencias-de-prensa/

Hasell, J. Ortiz-Ospina, E. et al. Data on COVID-19 testing. Our World in Data: https://ourworldindata.org/covid-testing

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