A la forma más notoria del terrorismo en el mundo, el de motivaciones religiosas, se pueden sumar el que ejerce el crimen organizado, de raíz económica pero a veces también política, y el de los tiroteos masivos, tan comunes en Estados Unidos, que responden a causas psicosociales. Todos tienen, sin embargo, un común denominador: el negocio de las armas, su proliferación y fácil —cuando no libre— circulación.
El terrorismo, anzuelo para muchos peces
A la forma más notoria del terrorismo en el mundo, el de motivaciones religiosas, se pueden sumar el que ejerce el crimen organizado, de raíz económica pero a veces también política, y el de los tiroteos masivos, tan comunes en Estados Unidos, que responden a causas psicosociales. Todos tienen, sin embargo, un común denominador: el negocio de las armas, su proliferación y fácil —cuando no libre— circulación.
Texto de Mario Guillermo Huacuja 22/01/16
I. El terrorismo clásico
El 2015 —ese lúgubre lapso de 12 explosivos meses— puede ser calificado como el año estelar del terrorismo. Una plaga universal inquietante que, después de cristalizar en una organización estatal propia del siglo IX, tomó a París como su principal campo de guerra. El 7 de enero, un par de fanáticos, al grito de “¡Alá es el más grande!”, ingresó a la redacción de la revista Charlie Hebdo y asesinó a quemarropa a 12 personas, encendiendo un fuego de indignación que prendió en todos los países occidentales. Aunque el ataque fue reivindicado por la sección de Yemen de Al-Qaeda, el Estado Islámico se puso al frente de la apología del acto y calificó a los agresores como “combatientes heroicos”.
El resto de 2015, como para celebrar en todo el mundo su primer año de existencia, el Estado Islámico desplegó una actividad global terrorífica, que incluyó un ataque a una mezquita en Arabia Saudita y otro en una mezquita de Kuwait, donde murieron poco menos de medio centenar de fieles; una serie de decapitaciones y quemas de personas vivas que se presentaron como actos de justicia divina en las redes sociales; el derribamiento de un avión ruso con un saldo fúnebre de 224 pasajeros, y los ataques del 13 de noviembre a una sala de conciertos y varios cafés de París, en los que murieron 137 inocentes.
La estrategia del Estado Islámico parece, siguiendo al pie de la letra sus insensatas consignas, una planeación igualmente suicida: consiste en declararle la guerra —formalmente o a base de explosiones asesinas— a las potencias más importantes del orbe, incluyendo por supuesto a Estados Unidos, pero también a Francia, el Reino Unido, Alemania, Rusia, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estonia, Irlanda, Noruega, España, Turquía, varias decenas de países más y, para asombro de todos nosotros, también a México. Es un desplante que ha dado pie a muchas bromas, pero que no puede dejar de considerarse como una amenaza latente.
Por un lado sabemos que el Estado Islámico es una organización fundamentalista, violenta y expansiva, que nació como muchas otras al calor de la invasión estadounidense de Iraq, y que hoy constituye un nuevo Estado que cuenta con territorio, abundantes recursos económicos, un ejército con células afines que operan en diferentes países y una estrategia de difusión que utiliza las redes sociales para mostrar degollaciones, ejecuciones a ojos vendados y otras formas salvajes de ajusticiamientos.
Pero por otro lado hay una propaganda que se extiende constantemente y logra su cometido en los países occidentales, donde existe un contingente de aproximadamente 20 mil jóvenes que gastan sus ahorros en viajes de entrenamiento a Siria y que están dispuestos a dar sus vidas a cambio de matar a cientos de inocentes y ganarse la gloria de Alá explotando sus artefactos y exhibiendo ante el mundo sus vilezas.
Esos jóvenes viven en los suburbios pobres y no tan pobres de las capitales del Primer Mundo. El líder de los ataques a los cafés y la sala de conciertos el viernes 13 de noviembre en París era hijo de un comerciante marroquí y vivía en el corazón de Saint-Denis, muy cerca de la catedral gótica que es un tesoro nacional donde se encuentran los restos de los reyes de Francia. Había nacido en los barrios bajos de Bruselas, tenía el perfil embrionario de un pequeño comerciante, pero su incapacidad para asimilarse a la cultura francesa lo orilló a cometer pequeños robos, y después a marcharse a Siria como combatiente de Alá.1
Los otros terroristas tenían perfiles semejantes. Eran técnicos de mantenimiento de los municipios, choferes de autobuses, incluso algunos dueños de cafés donde se vendía alcohol y mariguana. La mayoría de ellos lucían sencillos, pacíficos y hasta tímidos, pero todos se hartaron de sus vidas soporíferas sin horizontes y se entregaron de lleno a la embriaguez del fundamentalismo religioso y el fanatismo.
En Estados Unidos, se sabe que algunos jóvenes han emigrado a Siria sin motivo aparente. Todos comparten el hecho de ser estudiantes aislados, sin mucho contacto con sus compañeros o sus padres, y con el ánimo abierto para abrazar la doctrina del Estado Islámico. Otros tienen sus raíces inmediatas en los países árabes, han logrado tener cargos y buenos sueldos en el famoso país de las oportunidades, pero llevan sobre la espalda una carga de marginación y rencor que solo puede paliarse a base de explosiones. Ese fue el caso del atacante del centro de rehabilitación de San Bernardino, un inspector de restaurantes del sistema de salud del condado, cuyo salario de 70 mil dólares anuales no le alcanzó para integrarse felizmente al sueño americano. En la fiesta de fin de año de su comunidad laboral tuvo una agria discusión sobre cuestiones religiosas con un compañero de religión judía, y ese fue el detonante para que saliera de la reunión y regresara más tarde, armado, para asesinar a mansalva a 12 comensales del festejo. Días después de la carnicería se supo que su mujer era una devota seguidora del líder del Estado Islámico, y acumulaba un arsenal en su casa.2
II. El psicoterrorismo
Gracias al libre comercio de armas que se extiende por todos los estados de la unión americana, cualquier ciudadano puede acudir a un Walmart o a la armería de la esquina y comprar una buena dotación de rifles y pistolas. Y esa libertad ha sido aprovechada no solamente por los simpatizantes del Estado Islámico —después del atentado en San Bernardino se supo que cuatro rifles utilizados en el asalto fueron adquiridos legalmente—, sino también por todos aquellos que sienten su seguridad individual amenazada, por los que ven en la presencia de los extranjeros y de otras razas un riesgo para su propia existencia, y por los que se sienten excluidos de la sociedad tras cargar a lo largo de la vida infancias tormentosas o experiencias traumáticas y desoladoras. Algunos son casos típicos del racismo norteamericano que no ha desaparecido desde la guerra de Secesión y que se ha incubado en un espíritu vengativo a raíz de la elección del primer presidente negro en la Casa Blanca. En esa pista se inscribe la matanza en la iglesia negra de Charleston el 17 de junio de 2015, donde un joven blanco se armó hasta los dientes para ejecutar una masacre que terminó con las vidas de nueve feligreses que se encontraban leyendo la Biblia en el interior del templo.
Pero hay otros casos que responden a patologías que resultan difíciles de detectar, porque se trata de jóvenes en apariencia comunes y corrientes, con rasgos de moderada timidez, que no disfrutan plenamente de la compañía de sus semejantes y que se han apartado de sus familias o tienen un vínculo tóxico con alguno de sus padres. Es el caso de James Holmes, el joven estudiante de neurosiquiatría que se disfrazó de el Guasón (uno de los villanos de la caricatura de Batman) para entrar en una sala de cine y acribillar sin misericordia a decenas de espectadores.3
Esa patología, que puede llamarse psicoterrorismo, no responde a ninguna ideología y podría comprenderse como un afán desorbitado de llamar la atención de los medios de comunicación por parte de personas que se consideran insignificantes, o bien como la venganza reivindicativa de individuos que se sienten segregados, sin pertenencia alguna, y que no resultan capaces de encajar en las estructuras sociales elementales, como las familias, las escuelas o los centros laborales.
El libre tráfico de armas es un círculo perverso. Mientras más atentados se observan en la televisión, mayor es el temor a convertirse en víctima de ellos, y ese miedo impulsa a mucha gente a armarse como mecanismo de defensa. El último Black Friday, previo a las celebraciones de fin de año, la venta de armas se incrementó cinco por ciento respecto al año anterior. Y mientras más se arma la población, más posibilidades existen de nuevos atentados. En la actualidad, hay más de 310 millones de armas que se han vendido a civiles en Estados Unidos; pero se estima que solo la tercera parte de la población detenta ese arsenal. Es un escenario sembrado de miles de bombas de tiempo.
El presidente Obama está desesperado. Él sabe que esta espiral de tiroteos y matanzas solo se puede detener controlando el mercado de armas, pero el Congreso le impide legislar al respecto. Por eso lo más probable es que la venta de armas se incremente con los ataques cotidianos, y en esa lógica la violencia arrojará una nueva marea de pánico y muertes.
III. El narcoterrorismo
En México también existe el terrorismo. Sin embargo, no está vinculado al fundamentalismo islámico, y tampoco responde a los desplantes patológicos de los desequilibrados mentales que arremeten contra los estudiantes de escuelas y universidades, los espectadores de los cines o los feligreses de las iglesias.
En México el terrorismo está directamente vinculado al narcotráfico, y por ello generalmente no se concibe como terrorismo, sino como crimen organizado. Sin embargo, muchas de sus acciones están encaminadas a provocar terror entre las bandas rivales, los policías, los periodistas y la población en general. Aunque las cifras varían según las fuentes, se sabe que en 2015 los homicidios en México repuntaron de manera notable, sumando cerca de 14 mil en los primeros nueve meses del año.4
El narcoterrorismo ha dejado una estela fúnebre en México en lo que va del siglo. Los casos más sonados han sido el de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa en Iguala el 26 de septiembre de 2014, y el incendio en el Casino Royal de Monterrey el 25 de agosto de 2011. Pero hay muchos otros. En los combates sordos o a la luz pública entre las bandas rivales, el narcotráfico busca infundir el terror entre sus rivales masacrando a los invitados a sus fiestas, colgando de los puentes los cuerpos decapitados de sus informantes, difundiendo videos en los medios de comunicación sobre sus brutales métodos de tortura.
En la guerra contra y entre el narcotráfico, uno de los sectores más afectados ha sido la prensa. El número de periodistas muertos en México en los últimos años coloca al país entre las naciones más peligrosas del mundo para los trabajadores de los medios, una situación que puede asimilarse a la de las zonas en guerra. Y no solo eso. Con la masificación del uso de las redes sociales como instrumentos de comunicación social, cualquiera que las emplee puede convertirse en blanco del terrorismo del crimen organizado. Cualquier tuitero es vulnerable.
La lucha contra el narcoterrorismo en México depende, como en muchos otros campos, de lo que suceda en Estados Unidos. Y no solamente porque ese país es el principal consumidor de las drogas que se producen en México, y porque la legalización de la mariguana en muchos estados afecta a ese redituable mercado de exportación, sino también porque, como surtidor de armas al narcotráfico, puede cerrar las válvulas de la violencia si se restringe la venta de armas. Por eso, como se ha sostenido sin mucho énfasis, una parte de la solución al terror en México depende de lo que dicte el Capitolio.
Hay un ejemplo que puede ser significativo para combatir el terrorismo, tanto en Estados Unidos como, indirectamente, en México. El ejemplo lo puso el Reino Unido. Después de la carnicería insensata en la escuela primaria de Dunblane el 13 de marzo de 1996, en la que un psicópata segó la vida de 16 personas (la mayoría niños de cinco años), el Gobierno de Tony Blair impuso la prohibición de venta de armas en 1997. Al año siguiente fueron entregadas al Gobierno británico más de 168 mil armas a cambio de dinero. A partir de entonces han sucedido solamente dos ataques terroristas: uno que involucró a extremistas del Islam en 2005 y otro más a un taxista desequilibrado en 2010. Hoy en día, la población ya no tiene armas en sus casas, pero vive más tranquila. En 18 años, han sufrido dos atentados. Solo dos.
2 http://abcnews.go.com/US/tashfeen-malik-eyed-mastermind-san-bernardino-shooting/story?id=35602365.
3 http://www.biography.com/people/james-holmes-20891561#alleged-gunman.
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