El futuro de México a debate: prospectivas

Vale la pena estudiar no solo la historia sino también las formas en que hemos imaginado el futuro. En la revisión de nuestras metas pasadas y los proyectos para alcanzarlas hay claves para diseñar un mejor porvenir.

Texto de 23/04/16

Vale la pena estudiar no solo la historia sino también las formas en que hemos imaginado el futuro. En la revisión de nuestras metas pasadas y los proyectos para alcanzarlas hay claves para diseñar un mejor porvenir.

Tiempo de lectura: 11 minutos

La cuestión no es predecir el futuro,

sino estar preparado para él.

Pericles (495 a. C.)

Revisitando el futuro

Mirar el pasado recuerda la profecía de la mujer de Lot: no veas los sueños que se inventaron porque solo encontrarás aquello que deseamos pero no pudimos ser. Toda utopía se convierte en estatua de sal. Esta metáfora surge cuando revisamos o revisitamos la forma en que se imaginaba el futuro en el pasado.

Prospectiva y retro-prospectiva

La prospectiva es una herramienta heurística comprehensiva cuyo objeto de estudio es el futuro. Rompe con el criterio de destino único e ineludible y deviene múltiple, trasciende las probabilidades y se abre a posibilidades alternativas. Por lo general, se conforma a partir de actos narrativos–descriptivos que se objetivizan en forma de escenarios. Estos van desde la catástrofe factible (lo peor que podría ocurrir) hasta la utopía alcanzable (lo mejor que pueda ocurrir, lo deseable), y aspiran al “futurible”: el mejor de los futuros posibles. El objetivo de la prospectiva no es predecir el futuro sino descubrir algo que permita intervenir en él de manera plausible. El procedimiento prospectivo implica una capacidad anticipatoria basada tanto en el conocimiento como en las expectativas de grupos, organizaciones y sociedades, que buscan intervenir en él con estrategias a su alcance.

Por su parte, la retro-prospectiva consiste en situar el ejercicio prospectivo tiempo atrás. Además de hacer comparación “analítica” entre lo planeado y lo alcanzado en realidad, busca comprender mejor el curso de las cosas a fin de mejorar los procesos anticipatorios desde el presente. Así, la retro-prospectiva se convierte en un estilete epistemológico que revisa los escenarios futuros.

De esta manera, la revisión o revisitación de los futuros construidos hace 25 años nos sugiere un ejercicio de retro-prospectiva que permita encontrar cómo deseábamos ser y cómo somos finalmente, para entonces reciclar y actualizar nuestro deseo y nuestra posibilidad de construir un futuro más plausible. Este ejercicio es el que intentaremos hacer con respecto a México: cómo se construyó su futuro y cómo se deconstruyó a lo largo de los últimos 25 años. Para ello, anclaremos nuestra mirada en los inicios de la década de los noventa del siglo xx. Describiremos cómo se intuía el futuro de México para compararlo con el presente, 25 años después, y poder mostrar lo que se imaginaba y lo que realmente sucedió, y, a partir de esa retro-prospectiva, plantear algunas propuestas para modelar mejores futuros.

Este pasado (1990-2015) ha sido, sin duda, crucial para México. Se ha vivido una encrucijada habitada por crisis y transiciones inacabadas, por logros y fracasos. En dicho periodo se realizaron cambios estructurales profundos en la vida económica, social, política y cultural, que han transformado al país: pasamos del nacionalismo revolucionario populista, corporativo y clientelar a un neoliberalismo económico radical, antiestatista y basado en la competitividad y la dinámica de una sociedad de mercado. Hemos transitado de un modelo de planificación estatal a un modelo de plena economía de mercado bajo la visión utópica de alcanzar la prosperidad con productividad. Hemos transitado de un régimen político autoritario de partido único a un régimen pluripartidista, a una democracia inacabada; cambios que de alguna manera tuvieron la pretensión de la utopía y la visión del futuro promisorio. ¿La metáfora de Lot se ha cumplido o, como dice Octavio Paz, “la historia ha desdibujado la utopía”?

El futuro de México hace 25 años: la utopía modernizadora

Fin de la utopía revolucionaria: crisis terminal del nacionalismo revolucionario (1976-1982)

En 1982, México culminaba una etapa histórica con el agotamiento del modelo revolucionario estatista llamado “desarrollo estabilizador”. Los gobiernos de Echeverría (1970-1976) y López Portillo (1976-1982) fueron los últimos del nacionalismo revolucionario, cuya visión utópica consistió en lograr la prosperidad a partir de una “alianza histórica” de los sectores populares, campesinos y obreros, los cuales diseñarían la política económica y social. Se consumarían así los ideales de la Revolución mexicana.

El desarrollo del país se fincaba en un crecimiento hacia adentro y de espaldas al exterior. México, se pensaba, sería un país fuerte y próspero si el Estado controlaba mayoritariamente el desarrollo económico mediante su participación activa en la inversión, y si prevalecían los monopolios estatales en sectores estratégicos (como el energético). El empleo, la salud y la educación se convertirían en pilares de la movilidad y crecimiento del país. México sería un país más próspero y menos vulnerable a las tensiones políticas y económicas externas.

Hacia el futuro, se imaginaba a México como un país moderno, autónomo, independiente, con un fuerte liderazgo en Latinoamérica y en lo que se llamaba en ese entonces el “Tercer Mundo”. El Gobierno de López Portillo profundizó esta visión. La utopía consistió en erradicar la pobreza, el hambre y la desigualdad con los recursos petroleros. Sin embargo, la utopía se desdibujó y se convirtió en distopía:

El hallazgo de vastos yacimientos petrolíferos en la región sureste del país impactó en la forma de ejecutar la política económica. En muy corto tiempo la tradicional política del gasto se vio superada por una política literalmente de derroche. Las proyecciones gubernamentales estimaban un crecimiento de alrededor de 10% sostenido anual a partir de 1978, pero se desestimó la lamentable gestión de los recursos obtenidos a través de la venta de los energéticos. Erróneamente se pensó que en lo sucesivo el desarrollo del país reposaría en las exportaciones de petróleo y sus derivados, y que a partir de ello se reducirían las restricciones de tipo fiscal y se saldaría la deuda externa.1

Los albores de la utopía neoliberal

(la década perdida: 1982-1988)

La década de los ochenta fue de estancamiento e inflexión. Ofreció, más que utopías de progreso, programas de reordenamiento económico con duros ajustes para enfrentar el colapso de la administración de López Portillo.

A pesar de estas medidas, se vivieron procesos de austeridad y penuria, aumentó el desempleo y se agravaron los problemas de pobreza y desigualdad. En el balance general del sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, no hubo utopía que alcanzar ni promesa de bienestar a qué referirse, sino políticas (acciones concretas / aquí y ahora) para salir del estancamiento que enfrentaron dos visiones sobre México: abrirse al mundo y a la economía de mercado o seguir sosteniendo una política comercial proteccionista centrada en el crecimiento del mercado interno. La visión aperturista finalmente triunfó e instrumentó su utopía: “En la búsqueda de una mayor apertura comercial, la acción más notable del Gobierno [de Miguel de la Madrid] fue la incorporación de México al seno del gatt [Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio]”.2

La utopía salinista y la nueva visión de México

El ascenso al poder de Carlos Salinas (1988-1994) constituyó el triunfo del sector neoliberal. Se impuso el modelo económico que permanece hasta nuestros días y se realizaron reformas estructurales que abandonan el paradigma del nacionalismo revolucionario y reorientan las políticas macroeconómicas del país hacía el paradigma de la sociedad de mercado.

La visión salinista proponía la apertura de México al mundo, con una economía competitiva y favorable a la sociedad de mercado (la sociedad global) que permitiría alcanzar la prosperidad y abatir rezagos sociales endémicos y ancestrales. Se ofrecía a los mexicanos y al país una vía alterna y novedosa para abandonar la pobreza y equilibrar las desigualdades, lo que implicaba desmontar los prejuicios ideológicos del nacionalismo revolucionario para ingresar como potencia media en el primer mundo. Quedaría atrás, así, una historia de fracasos y derrotas culturales que se acompañaban de inequidad, desigualdad, inseguridad y debilitamiento del tejido social. Para ello, habría que aliarse regionalmente a las potencias norteamericanas y abandonar el prejuicio histórico con los Estados Unidos (EUA) y la zaga de confrontaciones siempre desfavorables para México; dejar atrás nuestro ostracismo nacionalista (nuestro “laberinto de la soledad”) y mostrar la vitalidad de nuestra cultura mestiza y plural adquiriendo los conocimientos y las tecnologías de nuestros nuevos socios (EUA y Canadá). En lugar de confrontar o resistir, había que aliarnos a las economías más poderosas y a los sistemas políticos y sociales exitosos.

La apertura comercial, en primera instancia, traería beneficios, desarrollaría una potente industria manufacturera que permitiría dejar de ser solamente un país petrolero/exportador de materias primas, y crearía una vasta y dinámica clase media que generaría un mercado interno fuerte, diversificado y exportador de manufacturas. En segunda instancia, se tendría que reestructurar el Estado mexicano realizando reformas que permitieran desarrollar plenamente una economía de mercado (basada en la competencia de agentes libres) y auspiciar/fomentar una democracia participativa y plural basada en el pensamiento liberal para un México que se reconocía diverso y complejo (la construcción de una ciudadanía multicultural).

La utopía salinista señalaba que la apertura sería complicada en el corto plazo; pero en el largo plazo cumpliría sus objetivos de traer prosperidad y desarrollo al país. Con ello, se exorcizaban las frustraciones y los hartazgos sociales que emergerían. El tiempo, en el largo plazo, lo confirmaría. Para ello, el Gobierno salinista firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con EUA y Canadá, y desarrolló una estrategia de apoyo a los grupos vulnerables para mitigar y reducir la pobreza (Solidaridad). Realizó modificaciones sustanciales a la Constitución: reformó las formas de propiedad en el campo, reformó el sistema político y autonomizó las elecciones, reprivatizó la banca y privatizó empresas estatales; desconcentró y modernizó la educación introduciendo los valores de la sociedad global y de mercado, etcétera. Estas reformas continuaron tanto en los gobiernos priistas (Zedillo, 1994-2000, y Peña Nieto, 2012-2018) como en los llamados de la alternancia (Fox, 2000-2006, y Calderón, 2006-2012).

La visión neoliberal ha persistido durante los últimos 25 años, con matices y algunas rectificaciones, solamente ajustada/corregida ante los avatares de las crisis cíclicas del modelo económico y la emergencia de conflictos sociales y políticos. 25 años después de que el salinismo ofreciera una nueva visión para colocar al país en la modernidad y en el siglo xxi, los resultados muestran que el futuro prometido, como utopía o como futurible, no se cumplió.

El futuro de México hoy: entre la ilusión y la distopía

El Gobierno de Enrique Peña Nieto representó el fin de los gobiernos de la alternancia. El PRI volvió al poder con esta visión de futuro:

Un México próspero que detone el crecimiento sostenido de la productividad en un clima de estabilidad económica y mediante la generación de igualdad de oportunidades. Lo anterior considera que una infraestructura adecuada y el acceso a insumos estratégicos fomentan la competencia y permiten mayores flujos de capital, insumos y conocimiento hacia individuos y empresas con el mayor potencial para aprovecharlo. Asimismo, esta meta busca proveer condiciones favorables para el desarrollo económico a través de fomentar una regulación que permita una competencia sana entre las empresas y el desarrollo de una política moderna de fomento económico enfocada a generar innovación y desarrollo en sectores estratégicos.3

Esta visión consolida la tradición neoliberal: las reformas estructurales, sobre todo la energética, la laboral, la fiscal y la educativa, confirman la confianza en la sociedad de mercado y en los drivers que plantean organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Hasta ahora, los tres años de Gobierno de Peña Nieto han enfrentado una crisis financiera que seguramente detendrá el impacto de las reformas y pondrá al sexenio y su proyecto ante la necesidad de modificar/reducir sus objetivos y metas. De igual manera, los programas educativos y sociales (salud, vivienda, empleo) se verán impactados y restringidos.

 

La encrucijada de México hacia el futuro: agotamiento y ruptura de un modelo

El presente parece desdibujar para México, otra vez, la utopía del neoliberalismo mexicano de finales del siglo pasado. Ahora, con las devaluaciones de nuestra economía y la persistencia de la violencia, la corrupción y la impunidad, predice otro estancamiento y en algunos casos retrocesos en nuestro proyecto de nación. Seguimos reciclando la visión que implantaron los neoliberales mexicanos a finales de los ochenta (1988): el camino es inscribirse en la sociedad global. Sin duda es una impronta, pero habrá que hacerlo con nuevas estrategias que le den otra dirección y sentido a nuestra inserción en la modernidad; hacer planes inteligentes para mitigar o evadir imposiciones impertinentes de algunos organismos y corporaciones supranacionales; elaborar estrategias para enfrentar sobredeterminaciones que obturan los cambios en nuestras regiones y localidades, estrategias que combinen elementos de un Estado fuerte con justicia social y una economía competitiva, abierta e innovadora.

El futuro ya no es lo que era

A lo largo de cinco sexenios neoliberales, no hemos podido zanjar la brecha que nos separa del desarrollo y el bienestar. Persisten los males añejos (pobreza, marginación, analfabetismo y desigualdad) y se acrecientan los nuevos (corrupción, cambio climático, pandemias, violencia extrema, terrorismo, etcétera). Valdría la pena que desde esta retro-prospectiva se retomara una visión del mundo que nos permitiera encontrar un nuevo modelo de desarrollo que sea viable, plausible, un futurible que podamos encaminar hacia el progreso equitativo, armónico, efectivo y necesario.

Hace 15 años, un grupo de prospectivistas mexicanos4 señalaba que México estaba en cuatro transiciones. Hoy siguen vigentes:

 Demográfica: crecimiento más lento y envejecimiento de la población, un aumento notorio de la población productiva, más urbana y con corrientes migratorias;

 Económica: predominancia del sector terciario (servicios) sobre los sectores agrícola e industrial;

 Política: hacia una sociedad democrática cuyo reto es la participación, la ciudadanización, y abandonar los modelos clientelares y corporativos;

 Social: nuevos modelos de familia, comunidad y convivencia que requerirán otros valores y una reconfiguración del sistema mediático de información y comunicación.

Los contextos mundiales: entre gérmenes de futuro y amenazas de largo plazo

De manera esquemática, el futuro estará determinado por tres grandes componentes: (1) lo permanente (totalmente predecible), (2) lo cambiante (tanto por efecto externo como interno) y (3) lo que pudiera estar en nuestras manos cambiar (estrategias).

Vale la pena enfocarnos en los puntos 2 y 3 e introducir el concepto de gérmenes de futuro: aquellos elementos que, a la luz de su grado de influencia, representan ya rupturas a las tendencias meramente proyectivas. Será preciso tomar también en cuenta los riesgos que se estima que enfrentará la humanidad en el largo plazo (2050-2075). Los científicos del Instituto para el Futuro de la Humanidad identifican siete grandes riesgos:

1. Superinteligencia: la supremacía de entes artificiales amorales (clones, humanoides, cerebros electrónicos, robots, etcétera) creados gracias a la ciencia y la tecnología;

2. Guerra nuclear: instrumentos de guerra de extrema potencia, altamente mortales y nocivos;

3. Pandemias: además de las pandemias naturales, la bioingeniería aportaría elementos patógenos que pudieran utilizarse en terrorismo y guerras biológicas;

4. Nanotecnología: fabricación de armas con altos niveles de precisión, de manera rápida, secreta y económica, e incluso drones y mosquitos e insectos de daño biológico;

5. Cambio climático: sus consecuencias de mayor envergadura serán las inundaciones y la desaparición de tierras costeras bajas, con creciente migración incontrolada de sus habitantes y la violencia correspondiente; la acidificación de los océanos (y otros cuerpos de agua) generará la desaparición paulatina de flora animal y vegetal, lo que a su vez provocará desabasto de alimentos y una alteración importante de la economía asociada; esto, además de los efectos nocivos y mortales de la contaminación ambiental (en aire, agua y tierra), y los cambios biogenéticos de la flora y la fauna de superficie;

6. Crisis financieras: riesgo sistémico que está tensionando a los mercados de dinero y crédito; y

7. Riesgos desconocidos (no imprevisibles): la posibilidad más inquietante es que en el futuro exista algo tremendamente dañino o mortífero que hoy aún desconocemos.

En lo que concierne a “este país”, algunos de estos gérmenes de futuro y amenazas potenciales afectarán sensiblemente a México:

 El cambio climático, que podría desertificar grandes extensiones del territorio nacional. Actualmente, la economía basada en el uso de energías fósiles y la explotación intensiva y extensiva de la agricultura y la ganadería se ha convertido en una amenaza para la conservación del medio ambiente y ha imposibilitado o ralentizado modelos económicos basados en la sustentabilidad;

 Las crisis financieras que en los últimos 25 años han impedido que México crezca a tasas superiores al seis por ciento y han ahondado la desigualdad, la marginación y la exclusión social, y

 Las pandemias, que afectan sobre todo a los grupos más vulnerables. México tiene ya más de 50 millones de personas en la pobreza (proporción que pudiera incrementarse). Esta inmensa población estará en un riesgo mayor ante las pandemias.

A ello habrá que agregar el posible crecimiento y agravamiento de los actuales problemas internos en materia de pobreza, salud, violencia, desigualdad, concentración del poder y la riqueza, etcétera.

¿Qué hacer? Administrar la paradoja

De la revisión que hemos hecho de la forma como se pensaba el futuro hace 25 años, llama la atención que la frustración del proyecto no implicaba la demolición o la transformación del modelo de utopía que yacía en él. Al contrario, lo que encontramos es la continuidad, incluso el reforzamiento, del proyecto neoliberal. A pesar de sus pocos logros y de sus crecientes fracasos, la promesa y la esperanza siguen siendo el relato madre y reproductor de estrategias. Seguramente lo seguirá siendo en el futuro próximo.

La prospectiva abreva de esta paradoja: la utopía persiste a pesar de que la historia la reduzca e incluso la anule. En este sentido, la prospectiva es útil incluso para generar ideología, pero también podría serlo para rectificar, ajustar, transformar y construir nuevos futuros posibles. El caso de las visiones del neoliberalismo mexicano nos muestra el mal uso que se ha hecho de la prospectiva a fin de conservar el gran relato. Francis Bacon, en el Novum Organum, señalaba que “el pasado es una época que debe ser valorada y reconocida, pero también es un lastre que se encuentra signado por las formulaciones erróneas y percepciones que aspiran a permanecer”. Habría que avanzar hacia nuevas construcciones prospectivas y recuperar la novedad y dignidad ética. Cabe preguntarnos si las utopías revolucionarias o neoliberales no requieren un ajuste que supere su carácter tautológico.

“Cuando algo es urgente, es (probablemente) ya demasiado tarde”, nos recuerda Hugues de Jouvenel. ¿Será demasiado tarde para México? Esperemos que no. Lo que sí es urgente es impulsar cambios de paradigma que permitan la construcción y consolidación de un poderoso sistema de planeación estratégica con visión prospectiva (o, mejor aún, un sistema de planeación prospectiva y estratégica) que cumpla con las reglas del juego requeridas para llevar a México al mejor de los futuros posibles a lo largo de los próximos años. La cuestión no es predecir el futuro, sino prepararse y hacer lo necesario para construirlo. ¡Hagámoslo ya!

1 Sergio A. Berumen, “Evolución de la política del desarrollo económico en México (1970–2000)”, en Revista cuatrimestral de las facultades de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales, núm. 73, enero-abril de 2008, pág. 266.

2 Ib., pág. 271.

3 Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018.

4 Julio A. Millán B. y Antonio Alonso Concheiro (coordinadores), México 2030: Nuevo siglo, nuevo país, FCE, México, 2000.

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Tomás Miklos es ingeniero químico por la UNAM, doctor en Ciencias Matemáticas por La Sorbona y cuenta con una maestría en Psicoanálisis. Ha desarrollado  y conducido diversos proyectos de planeación y evaluación. Margarita Arroyo es licenciada en Administración, doctoranda en Sociedad de la Información y el Conocimiento por la Universitat Oberta de Catalunya y consultora en prospectiva.

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