El dibujo infinito

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Texto de 09/08/21

Cuota de género es el blog de Abril Castillo en Este País y forma parte de los Blogs EP.

Tiempo de lectura: 7 minutos

La famosa frase de Paul Klee que dice que un dibujo es una línea que sale a pasear. Para que la línea salga a pasear, para que haya una línea, hubo primero un punto. A él es a quien antes hay que mover, desde el juego, la curiosidad o en ciertos días, la rabia. 

“No necesitas ver lo que alguien está haciendo/ para saber su vocación,/ sólo tienes que observar sus ojos:/ un cocinero mezclando una salsa, un cirujano/ haciendo la primera incisión, un empleado llenando un formulario/, todos tienen la misma expresión de rapto,/ olvidándose de sí mismos en una acción./ Qué hermosa es/ esa mirada de ojo-en-el-objeto”, dice W.H. Auden.

La primera línea trazada en mi vida, el punto del que parto, la célula que fui y un cordón umbilical que se extiende y se aleja y se acerca. Salta y muta. Se enreda y se estanca. Rompe un papel y sigue en la madera, el concreto, la tierra. Se porta en la piel y se mueve para siempre conmigo. En cada paso que doy, en las vueltas que completo en los Viveros, en los pasos contados en un día por mi celular, caminos trazados desde lo alto de Google Earth, la app de Nike o mis tenis desgastados. 

No es lo mismo tener un propósito que una vocación, escuché en el último episodio de Hidden Brain. Un propósito es lo que te permite vivir un día con día, soportar lo que no quieres vivir. La vocación es lo que haces a pesar de todo y gracias a todo. Está más ligada a la identidad.

Una vez un fisioterapeuta me dijo que tenía tres pisadas. ¿Qué marca habrá dejado cada una? ¿Qué vacíos cuando saltaba de una a la otra? 

El papel que juega la línea en mi libro álbum favorito: Yo espero, de Davide Cali y Serge Bloch. Ese hilo rojo de la vida que es destino pero es sobre todo movimiento. Una leyenda sobre el hilo con el que nacemos. El personaje de George Clooney en Up in the air acumulando millas para algún día llegar a la luna en esa distancia sumada de su vida.

A veces pienso que planear una operación es como planear un viaje a la luna.

Hace unas semanas me reuní con mi familia y nos dio la noche. Las caras de todos se iban volviendo un cuadro en claroscuro como de Rembrandt. Hasta que prendimos la luz. En esas instancias, prender la luz es casi como apagarla. Como hacer que la función termine. Como cuando termina la película en el cine y la luz te saca de ese lugar fantástico, ficticio, donde habitaste la última hora y media, dos horas, cuatro horas y media. En ese comedor que durante tantos años albergó los domingos de soufflé, chicharrón en salsa verde, mole con arroz, tarta Tatin y bolillo con frijoles (el plato favorito de mi tita para la sobremesa y el café), en ese comedor que está en esa casa que es ahora hogar de mi ermano y mi cuñada, ahí se nos hizo de noche un día que era mi cumpleaños y pese a todo pronóstico de lluvia, luego de que Lilian clavara un cuchillo en la tierra, no llovió, y entre mi papá, Santiago y mi ermano prendieron el carbón y comimos carne y chorizo y hamburguesas, y platicamos hasta tarde, y luego no nos podíamos ir porque sí llovió y ya nadie podía estar en el jardín. Las casas tienen memoria y ésa es como si estuviera hecha de una piel conocida, como si nos recordara. Como si llevara más de una década esperando nuestro regreso.

Mi papá contó de una serie en Netflix sobre el Challenger. Famoso por accidentarse frente a todo un país viendo el despegue, y por tener como tripulante a Christa McAuliffe, la maestra a la que prepararon en cuatro meses en un entrenamiento que en astronautas profesionales dura un año. Si ese hubiera sido el único error de la misión. Y no fue en realidad nada que tuviera que ver con la maestra per sé, sino que su presencia hizo empujar un tiempo que debió haber sido más amplio, y no a lo loco, para poder planear con calma la misión. En las entrevistas que hicieron a varios de los encargados, algunos dicen que siempre se negaron a que el despegue ocurriera en esas condiciones, que se mostraron en desacuerdo, que nadie los escuchó. 

Cuántas cosas hay que tener en cuenta para ir al espacio. Los materiales y cómo cambian en distintas temperaturas, el clima y su interacción con la velocidad. El astronauta como un actor que se muestra sonriente aunque quizá sean sus últimas fotos, su familia como un espectador que aplaude aunque quiera llorar. O vomitar.

Ir al espacio o una operación a corazón abierto son actos de magia.

Recuerdo la vez anterior que operaron a mi mamá. Tengo un cuaderno verde lleno de dibujos hechos de ilustraciones y palabras. Una crónica sobre los días, una historieta de los apodos para cada médico. Un carrete de fotos de la espera infinita en mi celular. Que el tiempo lo eche a andar la pluma, esa voz que igual corre aunque el tiempo se detenga. Videos de mi ermano haciendo malabares junto a la ventana del cuarto en Cardiología. La paz de ese espacio, un silencio dulce. Mis agruras de noche en un cuarto sin mi mamá, aunque ella fuera la paciente. Ella en terapia intensiva dos o tres o cuatro noches. La enfermera que llega distraída al cuarto a tomar los vitales y me los empieza tomar a mí a las tres de la mañana. Yo dormida en la cama de mi mamá. No soy yo, le digo entre sueños, hasta que me suelta y me regaña. Hago como que me regreso al sillón. Pero nadie más ocupará sino yo esa noche la cama. La trenza que le hizo la enfermera Raquel a mi mamá justo antes de que se la llevaran a operar. Ella despidiéndose entre risas y sonrisas como si estuviera a punto de irse a Disneylandia y yo sin saber si la volvería a ver.

Una actriz y su espectadora. Una madre y su hija. La vida que pasa y nos une y separa por un hilo a veces cerca, otro lejos. Un dibujo infinito irrompible.

La válvula se suponía que iba a durar unos diez o quince años. Sólo han pasado siete. Menos de siete. 

Mi mamá y yo comiendo esta semana en La Posta de siempre, sentadas en una sobremesa que se extiende porque la lluvia llega y no para. 

Ya me contaste todo lo que yo tengo que hacer si te mueres, le digo. ¿Y tú qué quieres hacer si sobrevives?

No me responde mucho. Me dice que ahora mismo solo puede pensar en esto cuando le pregunto qué va a hacer después de la operación. Sólo puedo pensar en esto, me dice. Mi objetivo es seguir viva.

Hay un video de después de la operación de 2015, ya de vuelta en su casa, donde mi mamá abraza a un niñito frijol, un peluche que ella misma cosió, mientras se ríe de la película Muertos en un funeral, cuando un hijo venido a menos (como hijo) trata de hacer una elegía a su padre, a pesar de que su hermano es escritor profesional. Mi mamá llora de risa cuando el amante del padre muerto salta todo drogado del ataúd, atrapado por una serie de enredos ahí. Mi mamá se aprieta el muñeco contra el esternón porque hace unos días se lo fracturaron para la operación a corazón abierto. Ahora cada que se ríe siente que se le va a abrir la carcaza. Así le dice a lo que siente. ¿Qué tan duro se tendría que reír para que el alambre que mantiene todo junto ceda? Toca el límite, lo abraza y lo reconfigura dentro, cerca de ella con cada carcajada. Con un muñeco que la devuelve a una infancia donde no lo tuvo a él de compañía. Un momento de sentirlo todo.

Mi mamá siempre escribió en manuscrita. Su firma es una serie de garigoles que se entrelazan en un baile dulce que conecta la primera C de Carmen con la segunda de Cabrera. De niña, yo imitaba su firma y hacía una A intentando que se pareciera a esa C. Luego hacía una C intermedia y en vez de Castillo escribía Cabrera. Mi firma terminó siendo solo mi nombre en un garigol que promedia la firma de arquitecto de mi papá (que a su vez estaba basada en la de su propio padre) y ese mar ameno que se dibuja en círculos de la firma de mi mamá.

Mi amigo Erik Alonso siempre me cuenta de un libro infinito para decirme que no ha terminado de escribir su libro de Los procesos. Para explicarme cómo no deja de crecer, extenderse y mutar sin dejar de ser el mismo libro. Me platica que cuando cree que ya lo terminó, se da cuenta de que sigue escribiéndolo en el que antes pensaba que era un nuevo libro. Pero resulta ser siempre el mismo libro, como si no quisiera que jamás se acabe.

—Erik, ¿quién te dijo eso del libro infinito, de dónde lo sacaste?

—Pues así como libro infinito, quién sabe. Pero pienso en la Permanente obra negra de Vivian Abenshushan, en Abraham Cruzvillegas y su Autoconstrucción, en Duchamp, obvio; me gusta algo que dice Graciela Speranza sobre Duchamp y su vidrio: algo que está permanentemente inacabado. También Gloria Gervitz con su poemario Migraciones, que es su obra completa, en algún momento dice que lleva viviendo 42 años en el mismo poema.

Si del cuerpo al mundo vamos trazando dibujos con lo que podemos: piel, cordones, celular, genes, cabello, ¿dónde empieza el dibujo y dónde acaba el mundo? ¿Leer para siempre no es también escribir, y por eso ni un libro ni un dibujo acaban nunca? ¿No es un espejismo la idea de quietud, no es el silencio sino una acción prolongada, el ojo-en-el-objeto que no se quita nunca, que al extenderse para siempre parece ser inaudible? 

¿Qué quiere decir no querer dibujar, o a qué me refería, hoy que siento que todo es dibujo?

Shankar Vedantam cuenta que en un estudio psicológico llevan a un grupo de personas a subir una montaña. A algunas les preguntan qué harán después de subir: cenar algo rico, salir con amigos, llegar a casa. Ahí la subida a la cima empieza a pesar más. Quien no piensa en ese después, sólo sube la montaña. Cuando te pones una meta más allá de la meta inmediata, el momento presente se vuelve un obstáculo porque el futuro se vuelve un premio y el presente un deseo de evasión.

¿Qué pasaría si mi mamá no sobrevive la operación? Su cabello, sus trazos, su huella está por todos los lugares que pasó. Como si nada pudiera morir del todo entonces. Un dibujo infinito donde, para que la tinta no se estanque, hay que dejarla correr para ver qué nueva ola viene en el siguiente trazo.

¿Y si sobrevives qué vas a hacer?, le pregunto a mi mamá y me resuena mi propia pregunta. ¿Está lista para morirse pero no para sobrevivir?

Fue como si te aventara una piedra y tú se la hubieras devuelto, me dice Santiago.

Y luego pienso en el experimento de la montaña y la imagen cambia. 

Estar lista para la operación.

Porque si el futuro solo puede ser invención, hasta hoy eso es la vida que hay.

Vedantam pregunta: ¿Sientes que tu vida tiene una dirección clara? ¿Crees que tus actividades cotidianas son importantes y atractivas? Tener un propósito no se vive como una verdad objetiva, sino como una experiencia subjetiva. Como Clooney, quizá la única manera de llegar a la luna es una milla a la vez. EP

“Ayayay”, Jimena Estíbaliz
Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V