Drama en series: Six Feet Under: hasta que la muerte los separe

Cuando Kubrick hizo 2001: Una odisea del espacio, nunca imaginó que el éxito televisivo mundial de ese año sería la sencilla y delicada historia de una familia de Los Ángeles que ofrece servicios funerarios en su casa. Six Feet Under (2001-2005) es la primera serie exitosa del siglo xxi: la Writers Guild Association la ubica como la decimotercera […]

Texto de 17/02/17

Cuando Kubrick hizo 2001: Una odisea del espacio, nunca imaginó que el éxito televisivo mundial de ese año sería la sencilla y delicada historia de una familia de Los Ángeles que ofrece servicios funerarios en su casa. Six Feet Under (2001-2005) es la primera serie exitosa del siglo xxi: la Writers Guild Association la ubica como la decimotercera […]

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Cuando Kubrick hizo 2001: Una odisea del espacio, nunca imaginó que el éxito televisivo mundial de ese año sería la sencilla y delicada historia de una familia de Los Ángeles que ofrece servicios funerarios en su casa. Six Feet Under (2001-2005) es la primera serie exitosa del siglo xxi: la Writers Guild Association la ubica como la decimotercera serie mejor escrita de la historia de la televisión, y según la revista Cinemanía es la tercera mejor serie del siglo xxi. Lejos de la conquista del espacio y la parafernalia tecnológica, Six Feet Under hunde sus raíces en el teatro realista del siglo xx, en particular el de Tennessee Williams: el escenario central es una casa de dos pisos con porche, garaje y sótano; en su interior vive una familia aparentemente unida, y sin embargo en crisis; un miembro de la familia reaparece, se queda, no se va más; podría ser el argumento de Un tranvía llamado Deseo. En Six Feet Under palpitan los claroscuros que hicieron potente al teatro de Williams: realidad/irrealidad, interior/exterior, luz/oscuridad, verdad/mentira, moral/qué dirán, juventud/vejez, deseo/muerte; todo entre cuatro paredes. Six Feet Under está impregnada de atmósfera teatral.

No podía ser de otra manera; su autor, Alan Ball (1957) antes que guionista fue dramaturgo (estudió teatro en la Universidad de Florida). La compañía que estrenó sus primeras obras se llamaba General Nonsense, anticipando lo que siempre le gustó a Ball: poner el dedo en la llaga de personajes que creen que lo están pasando bien cuando, en verdad, lo están pasando mal. El contrasentido es la antesala del humor, y en esto el guionista marcó distancia con el teatro de Tennessee Williams. Ball es oscuro, sí, pero de manera luminosa. Durante la década de los noventa formó parte del equipo de escritores de la sitcomGrace Under Fire (1993-1998), que contaba las angustias de una madre divorciada con tres hijos; la experiencia le permitió “soltar la mano” y aprender a desdoblar el drama en comedia. Cuando Grace Under Fire llegó a su fin, Ball pensó regresar al teatro y escribió American Beauty; sin embargo, el periplo televisivo había dejado una huella profunda en el escritor, y lo que fue pensado para las tablas terminó convertido en un guion cinematográfico. El entonces novel director Sam Mendes hizo del guion una espléndida película con un desconocido Kevin Spacey como protagonista, y en el año 1999 American Beauty arrasó: Oscar a la mejor película y mejor guion original. Con un presupuesto de apenas 15 millones de dólares (de los más bajos dentro del estándar estadounidense) la película logró una utilidad de 365 millones. De la noche a la mañana, Ball tuvo el mundo a sus pies; fue entonces cuando nació Six Feet Under.

Podemos decir que empezó desde la primera línea de American Beauty, cuando Lester, protagonista y narrador omnisciente, nos sacude con una advertencia lúgubre: “En menos de un año estaré muerto. Por supuesto, todavía no lo sé y en cierta manera, ya estoy muerto”. El recurso funcionó tan bien que Ball lo usó en cada uno de los episodios de Six Feet Under que siempre empiezan con una muerte. La funeraria Fisher & Sons prepara y arregla esos cadáveres para que los familiares vean al difunto por última vez y lo despidan como se merece (algunos no lo merecen tanto).

El inicio de Six Feet Under es un ejemplo magistral de cómo hay que empezar una historia: tratando el principio como si fuera un final. En este caso el señor Fisher, el patriarca de la familia, muere en un accidente. El personaje en torno al cual se aglutinan todos los demás no dura más que tres minutos vivo; tres minutos que, sin embargo, nos obligan a ver las sesenta y tres horas que siguen.

La muerte del señor Fisher parece casual: mientras maneja su nueva carroza fúnebre, el señor baja la vista en busca de un cigarro y en un cruce es arrollado por un autobús. Digo “parece” porque Alan Ball es budista y entiende el devenir como una larga cadena de causas y efectos, de acciones y resultados; en una sola palabra: karma. Para el budismo, el karma es una acción intencionada que crea o produce un efecto. La intención que conlleva la acción es lo que hace que el hecho tenga consecuencias; si no hay intención, lo que sucede en virtud de un acto no queda sujeto a la ley dramática del karma, no pasa nada, no incide. Como aquí, en cambio, pasa de todo, pienso que el señor Fisher, en el fondo, tenía la inconsciente intención de morir (el corazón tiene razones que la razón desconoce). Inconsciente no significa involuntario; resulta que el señor Fisher no debía fumar, y el accidente se produjo justo cuando buscaba un nuevo cigarro luego de tirar por la ventana el que estaba fumando al ser descubierto por su esposa Ruth mientras hablaban por celular. El señor Fisher no era un hombre feliz: su matrimonio estaba en franca decadencia. Nate, el hijo mayor (35 años) se había alejado del negocio familiar y de la familia misma: la relación con Claire, su hermana adolescente (17 años), era nula, y con su hermano David (31 años) había total incompatibilidad. Por otra parte, la funeraria tenía los días contados: un cor-porativo sin escrúpulos estaba acabando con la competencia del lugar. La espiral del conflicto había llegado a la fase crítica, el negocio estaba desahuciado; el momento exigía una familia más unida que nunca y el señor Fisher sabía que para eso no hay nada mejor que un funeral.

La muerte pasa, lo que queda es el drama. Nate, el hijo pródigo, el protagonista central de la historia, sigue en crisis a pesar de la distancia. Dejar la familia atrás no ha significado ir hacia adelante. Nate entiende que los problemas que tienen que ver con las propias raíces hay que resolverlos de raíz y, luego del trágico accidente, se queda a vivir en la casa paterna. Se encuentra con un testamento que lo convierte en dueño de la mitad de la funeraria, pero tiene que entenderse con David, el hermano antítesis: Nate es cálido, David, frío; Nate no es creyente, David, religioso; Nate es casual, David, formal; Nate es heterosexual, David, homosexual. Los hermanos/antítesis comparten una sola cosa, ambos están atados a una pasión que los consume: David no puede desprenderse del malhumorado novio Keith, así como Nate no puede dejar a la atormentada novia Brenda.

En Six Feet Under, el erotismo queda para los muertos y lo tanático, para los vivos. Aquí, las relaciones de pareja son destructivas, oscuras y desencantadas, mientras que la muerte resulta divertida. A los tormentos del inseguro Nate y el solitario David (ambos con el mismo problema: que no se gustan), hay que sumar los tormentos de la madre Ruth (en busca del amante perdido) y los de la hermana Claire (desadaptada, confundida y voluble como cualquier adolescente). Ya sea que el amor empiece por los genitales o por los ideales, a pesar del esfuerzo que hacen los protagonistas a lo largo de la historia, nunca logran conectar ambos extremos. Esta imposibilidad es lo verdaderamente terrible de Six Feet Under. En esta serie, la comedia es para los muertos y la tragedia para los vivos. En una comedia el espectador cree que los personajes perderán, parece que perderán… y al final vencen; en la tragedia, en cambio, uno cree que los personajes vencerán, parece que vencerán… y al final pierden.

El amor en los tiempos de Six Feet Under se mueve en paralelo: por un lado, el mundo homosexual condicionado por el problema social del rechazo, que lo vuelve neurótico; y por el otro, el mundo heterosexual condicionado por problemas psicológico/psiquiátricos, que lo vuelve patológico. Resulta de ello un planteamiento, más que original, inédito: en esta historia los anormales son los heterosexuales. Alan Ball ha dicho y hecho algo que a nadie se le había ocurrido antes. ¿Cómo lo logró? Gracias a su extraordinario talento y a su propia homosexualidad, felizmente asumida, abiertamente declarada y tenazmente defendida.

En Six Feet Under los muertos hablan, cuestionan y hacen reflexionar; no son zombis sino proyecciones psicológicas de los dos hermanos, porque sólo con ellos hablan. El señor Fisher es la obsesión de Nate; David, por su lado, habla “solo” en el sótano con más de un cadáver. Suena macabro pero no lo es; por el contrario, resulta natural, al estilo de un Juan Rulfo. De hecho, Six Feet Under podría ser la versión estadounidense de Pedro Páramo, si se me permite, Peter Páramo. En este punto, Alan Ball juega una de sus cartas más audaces y originales, algo difícil de clasificar, algo que podríamos bautizar como contraste a tres bandas. Me explico: que un cadáver hable es algo fantástico, eso no lo duda nadie; sin embargo, una vez que el cadáver dice lo que tiene que decir y vuelve a ser cadáver, las cosas no vuelven a la normalidad, porque esa normalidad resulta que no es normal: una casa fúnebre con una pared que ofrece modelos de ataúdes, un velatorio con vitrales, un laboratorio de embalsamamiento, un congelador para muertos, la atmósfera gótica; en una sola palabra, un lugar tan artificial como un muerto que parece que duerme elegantemente vestido dentro de su ataúd. No podemos decir que la fantasía choca con la realidad porque lo que aparece por oposición resulta más bien una irrealidad, la irrealidad del embalsamado. Fantasía/irrealidad es un contraste ambiguo, algo así como salir del fuego para caer en las brasas. Entonces surge el tercer elemento, ahora sí, la realidad misma como la conocemos y experimentamos habitualmente. Esa realidad aparece cada vez que muere alguien, que ama alguien o se apasiona alguien. En esos casos, tanto la fantasía como la irrealidad chocan con la pared concreta de lo real; y se genera un nuevo contraste, esta vez con consecuencias brutales para los personajes porque aparece el dolor. La tríada fantasía/irrealidad/realidad permite a Alan Ball construir un drama no sólo monumental y sólido, sino además versátil, porque Six Feet Under es al mismo tiempo una comedia triste y una tragedia alegre; es una historia y al mismo tiempo una parábola, con dilemas morales y una dolorosa enseñanza, aun cuando redentora: que para amar mucho siempre hay que morir un poco.  ~

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ERNESTO ANAYA OTTONE, chileno naturalizado mexicano, es guionista y dramaturgo. Autor de nueve obras de teatro, entre ellas Las meninas (Premio Nacional de Dramaturgia Oscar Liera 2006), Maracanazo (por el 50 aniversario del CUT/UNAM) y Humboldt, México para los mexicanos. En 2015 fue profesor de dramaturgia en la Escuela Mexicana de Escritores. Escribe y dirige la serie animada en red Catolicadas.

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