¿Después de la guerra? Entrevista con Jotamario Arbeláez (segunda de dos partes)

En nuestro número de diciembre publicamos la primera parte de esta entrevista con el poeta colombiano José Mario “Jotamario” Arbeláez. Presentamos aquí la segunda parte de esa conversación que sostuvo con José Ángel Leyva. José Ángel Leyva: El afán de la derrota es un modo de reconocer el sentido de la vida, el nada es para siempre, […]

Texto de 17/01/17

En nuestro número de diciembre publicamos la primera parte de esta entrevista con el poeta colombiano José Mario “Jotamario” Arbeláez. Presentamos aquí la segunda parte de esa conversación que sostuvo con José Ángel Leyva. José Ángel Leyva: El afán de la derrota es un modo de reconocer el sentido de la vida, el nada es para siempre, […]

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En nuestro número de diciembre publicamos la primera parte de esta entrevista con el poeta colombiano José Mario “Jotamario” Arbeláez. Presentamos aquí la segunda parte de esa conversación que sostuvo con José Ángel Leyva.

José Ángel LeyvaEl afán de la derrota es un modo de reconocer el sentido de la vida, el nada es para siempre, el furor pasajero del cuerpo y sus caducidades. ¿En qué momento hicieron consciente esta divisa muy del estilo Rimbaud, o fue pura intuición?

Jotamario Arbeláez: A riesgo de traicionar la derrota —o más bien el fracaso— a que nos sentimos destinados desde el albor de nuestra insurgencia rugosa, debo declarar que he llevado o terminado por vivir una vida plena, contados en ella los periodos de amargura y carencias, tan propios del derrotero existencialista. Los libros que leí, las botellas que ingerí, las mujeres que amé, los amigos que adoré, las naciones que conocí, y ahora la paz de mi país que estoy a punto de merecer, me convierten en un ser conciliado con la existencia. Parece extraño. Cuando conocí al gran poeta boliviano de ascendencia japonesa, Pedro Shimose, le pregunté qué le pasaba al mirarle las rayas de preocupación en la frente, y me dijo: “¿Tú conoces algún poeta feliz?”. Le contesté que yo. Me miró como a un bicho raro. Y desde entonces me retiró el saludo. A su país le había caído la bomba atómica y al mío la bomba de la violencia. Pero el principio de la felicidad es sobrevivir. El mismo Rimbaud me lo sopló en pleno infierno, y no creo que fuera en broma: “Me nació la razón. El mundo es bueno. Bendeciré la vida. Amaré a mis hermanos. Éstas no son ya promesas infantiles. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a la muerte. Dios es mi fuerza y yo alabo a Dios”. Patenté para el nadaísmo esta frase: “Nos propusimos fracasar, y fracasamos en el intento”. Y ésta para mis descreídos amigos: “No creáis en el Credo. Creed en todo”.

¿Cómo conviven Don Juan y Werther en tu espíritu vitalista y en tu poesía?

No sé a cuál de los dos personajes detesto más. Si al engañador que para más señas se apellida Tenorio, o al atribulado suicida por amor no correspondido. No quiere decir que no haya sufrido por amor ni siga sufriendo, pero lo que he gozado con él antes de los despegues es cantar de cantares. Otto Weininger me enseñó a conocer el andar  femenino y estuve prevenido toda la vida. 

Y más bien me fui por la senda del seductor Giacomo Casanova, que no tenía predilecciones de clase e iba de tiro largo. Y escribió una obra confesional a la altura de las de San Agustín y Rousseau. Mis mejores manías las tomé de la Filosofía en el tocador, y la manera de entreverar sexo e hirviente exaltación metafórica me viene de Henry Miller. Tampoco olvido al Louis Aragon de El coño de Irene, al Nabokov de Lolita ni al Bataille de Historia del ojo.

¿Y la amistad, mi querido Jota, qué es para ti, si pienso además en el valor que le otorga Jaime Jaramillo Escobar en el poema que te dedica?

La amistad fue lo único que faltó en el Paraíso para que no terminara en tragedia pasional por una manzana serpiente. La amistad es la forma más pura del amor y el mayor privilegio. Perder a un buen amigo es perder una mano. Por eso es feliz el recuperarlo, porque se queda con tres. Y si los amigos son poetas o artistas, qué mayor belleza para plantearse cambiar la especie de seres que nos rodean. Captados en distintos lugares y reunidos en festivales somos el verdadero mapa del mundo. Si algo fue el nadaísmo fue una camada de amigos por encima de humores y disidencias. Después de más de cincuenta años a veces dejamos de vernos por temporadas, pero siempre estamos unidos por el cordón umbilical que no supo cortarnos Gonzalo Arango. Accidentado hace cuarenta y a quien cada año le conmemoramos nacimiento y deceso. E intelectualmente, como dijo alguien en una terminología carroñera, “seguimos comiendo del muerto”. Respecto del eterno poeta del nadaísmo, Jaime Jaramillo Escobar, me inmortalizó con el poema “Jotamario de Cali”, y se rió de mi inmortalidad haciéndome a la vez morir de la risa con “La visita de cortesía”. Negué que tuviera alma hasta que me la puse para hacer de él mi amigo del alma.

Tu lectura de la poesía ha evolucionado, supongo, como en todos los poetas. ¿Qué privilegias más ahora en la obra de los otros o valoras más, que antes no?

Por la mala poesía se llega a la buena, solía afirmar García Márquez, tal vez justificando su inicial atracción por el poetizar piedracielista, que lo llevó a facturar versos desastrosos en la friolenta Zipaquirá, que como curiosidad le ha publicado la revista Diners. En cambio toda su obra novelística es un vasto poema. Los nadaístas llegamos negando todo el antecedente lírico del país, salvando a duras penas a León de Greiff y al Tuerto López. Y posteriormente a Mutis, Gaitán y Cote. Luego llegó otra generación sin nombre ni apellido conocidos a negarnos a nosotros. Una generación que no se atrevía a decir su nombre, como la nombró Eduardo Escobar. Y lo que hicieron al negar la negación fue patentarnos de corsos. Dimos el mejor poeta de Colombia y sus alrededores, Jaime Jaramillo Escobar, que no necesariamente es el mejor poeta del nadaísmo, porque el nadaísmo es un solo poeta con muchas patas. Pero la poesía nadaísta no importa mucho, quiero decir los tomos de poesía; lo que más importa fue el ademán, cómo una generación se pasó la vida importunando el statu quo y terminó haciendo una revolución que otros no hicieron, por actuar con las armas que no eran. Hicimos la revolución que nos propusimos, cambiamos la manera de ser y de pensar del país, no necesariamente para mejor, pero ahí queda, de mierda hasta la coronilla, mas abriendo la puerta a la paz, que seguramente le conducirá al lavabo.

Pero insisto, ¿cuáles son las virtudes de la poesía que ponderas a estas alturas del camino y de las lecturas, los festivales, los viajes, la sabiduría, también lo que más detestas o repeles de la poesía que se publica en tu país?

No creo que la poesía deba ser un derbi donde se luzcan los poetas que corran más. Hay que publicar obra, desde luego, a pesar de la escasez masiva de compradores. Pero lo que se impone es la actitud del poeta ante los avatares de su tiempo. El Festival de Poesía de Medellín y los del mundo organizados por poetas, las revistas que publican y las actividades que emprenden son muestras más poderosas de su compromiso poético que sus propios libros, por buenos que sean. El poeta debe seguir siendo la voz de la tribu, que a veces se manifiesta con un estentóreo silencio, así ese silencio sea silenciado.

Concluye formalmente una guerra entre dos ejércitos, pero quedan muchas razones para alimentar la violencia social y cultural en Colombia. ¿Qué esperas en ese sentido para tu descendencia? Y ¿en verdad esperas también la paz entre los poetas colombianos?

La guerra en Colombia no ha sido precisamente un enfrentamiento entre dos ejércitos sino una verdadera salvajada. Ha sido una guerra sucia de trapos sucios. La barbarie ha estado en el frente, en todos los frentes. Son millones de víctimas, muertos, heridos, mutilados, violados, secuestrados, despojados, refugiados, exiliados, encarcelados. Quienes defendían a las víctimas terminaron de victimarios. Haber llevado las posibilidades de paz a un punto de no retorno es hazaña digna de agradecer a dos de los contendientes luego de más de tres años de conversación habanera. Espero dejarle a mis hijos la paz que nunca vi ni viví, pero por la cual trabajé, amén de unos libros. Y entre los poetas de esta Colombia deseo que no nos sigamos masacrando unos a otros, así sea con el dicterio. Estoy abogando por un estrechón de manos entre aquellos que han estado alejados por desa-venencias estéticas, políticas o personales, lo que no implica que bailen la conga, pero por lo menos que entre ellos vuelva a campear el respeto mutuo. No se trata de que todos comamos de un mismo plato, pero sí de que cada uno tenga su tenedor.

En un país en paz repugnaría que sólo los poetas sigan en pugna.

¿Y entre la publicidad y la poesía, qué puentes adviertes y aprovechas, qué recursos y caminos desechas o diferencias?

Ingresé a la publicidad porque lo único que sabía hacer era frases que todo el mundo me celebraba, como “Tome nadaísmo y pida la tapa”. Los empresarios dijeron: Si este muchacho lleva tantos años haciéndole la publicidad a un movimiento tan gaseoso, contratémoslo para que le haga la publicidad a nuestras gaseosas. Y así fui a dar en Bogotá a una agencia que era propiedad de la Coca-Cola. Y coloqué en ella a varios nadaístas, a Pablus Gallinazo, a Elmo Valencia, a Peggy Kielland, a Claudio Vernot, mi médium. Tuve plata de sobra para financiar la bohemia y la conspiración contra la sociedad de consumo. En ella me pensioné, gracias a Propaganda Sancho, y así hoy puedo dedicarme tranquilamente, en el paraíso de mi biblioteca, a escribir mis memorias, como hizo Casanova en la que le concediera su mecenas el príncipe de Ligne. Conspiramos con mucho júbilo y conspirando terminaron por jubilarnos.

Muchos escritores aspiran a los grandes premios, a los homenajes. ¿Cuál es tu más auténtica aspiración de reconocimiento como escritor en tu país y fuera de éste a la edad en la que te encuentras y que ya está en las cifras del séptimo piso?

A la poesía no puedo pedirle más de lo que me ha dado. Los amores felices y los frustrados, las amistades peligrosas y salvadoras, un lugar con alpiste para cuatro picos, los viajes por los mundos de la tierra y de la memoria, unas memorias empastadas en varios tomos, y la comunicación final con la divinidad que me había perdido. No sé quién será Dios, como nunca supe lo que era el nadaísmo, pero en estas regiones poco importa el saber. Lo que cuenta es dejarse ir. ~

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JOSÉ ÁNGEL LEYVA es poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Duranguraños (2007) y En el doblez del verbo (2013). También ha publicado novela, ensayo, periodismo cultural, crítica literaria y de artes visuales. Su obra más reciente es Lectura y futuro (Fondo Editorial EDOMEX, 2015). Algunos de sus libros han sido traducidos a otros idiomas.

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