El trumpismo como amenaza

El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México en 2024 | Las relaciones México-Estados Unidos en 2024: tensiones políticas oportunidades económicas.

Texto de 07/02/24

Desafios política exterior México 2024

El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México en 2024 | Las relaciones México-Estados Unidos en 2024: tensiones políticas oportunidades económicas.

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Nunca en la historia moderna de Estados Unidos, desde el macartismo, una corriente de acción política radical había sido tan penetrante como lo es hoy el trumpismo. Se trata de un movimiento populista que ha sido acompañante vanguardista de otros populismos en otras partes del mundo y que conforma la llamada internacional populista. Esta corriente de acción política ha ocupado los espacios más vitales de la democracia, valiéndose, a la vez, de ella para atacarla y destruirla, neutralizándola.

Después de la histórica elección (2008) y reelección (2012) de Barack Obama, aparece en la escena Donald Trump, último representante del esfuerzo por la recuperación de la “identidad estadounidense”, un momento por el cual, un sector minoritario, pero importante de la población de Estados Unidos, había estado preparándose. De hecho, podría ser esta la última oportunidad histórica en el siglo XXI para la derecha intransigente, dentro y fuera del Partido Republicano, de garantizar el golpe de mano a las instituciones del Estado, tal y como lo pretendió Trump durante su presidencia, con el apoyo mayoritario republicano y que, sin duda, pretenderá hacer si es electo en 2024. Es por esto que la mayoría de los miembros de esta élite se ha subido al tren trumpista sin pudor alguno y sin importarles abandonar los principios del conservadurismo democrático. Se trata solo de saciar la sed de poder por el poder.

Si bien, en la inesperada elección de Trump, el factor económico estuvo presente, fue la idea que él vendió de sí mismo como el salvador de la dignidad perdida por Estados Unidos, adentro y afuera, la que le ayudó notablemente a triunfar ante un público ávido de sobredosis de Patria. Su narrativa subsumió los factores económicos y le dio a la política y a la cultura un peso definitorio para obtener la mayoría proporcional crítica, que lo salvó de perder en el Colegio Electoral (aunque perdió el voto popular por casi tres millones de votos). La reinvención del chivo expiatorio en la forma del mexicano feo, del musulmán y del afroestadounidense indeseables, le permitió colocar, con un efecto maniqueo espectacular, a la blanquitud cristiana como la esencia del Estados Unidos grandioso (“Make America Great Again”) frente al islamismo o el paganismo anticristiano. Y para esto, el discurso populista, plagado de una muy alta dosis de mentira, de intolerancia, de misoginia, de xenofobia, de racismo, de un narcisismo explosivo y perverso, y de una visión de capitalismo vulgar, fue muy funcional para convencer a votantes ideales por desinformados, y dispuestos a creer la amplia gama de falsedades que ha sido capaz de articular Trump, y producir, en consecuencia, un consenso relativo de parte de una minoría de estadounidenses que, finalmente, lo entronaron y, hasta la fecha, lo sostienen. Se trata de todo un fenómeno político cultural.

Estados Unidos es un país que fue conformado gradualmente por inmigrantes. Ingleses, escoceses, mexicanos, daneses, polacos, italianos, irlandeses, chinos y alemanes, entre otros, viajaron a Estados Unidos para lograr un mejor nivel de vida o, simplemente, para huir de la tiranía y de las guerras. Estas son algunas de las muchas nacionalidades que fundaron y han forjado a ese país. En teoría, no tendría que haber lugar para la intolerancia. No obstante, se trata de un país que creció creyendo que Estados Unidos era la mejor nación de la Tierra, y que la consumación del “sueño americano” era la confirmación y la legitimación prístina de este hecho. La idea estadounidense de excepcionalidad hizo que sus habitantes, aun cuando conformaran un universo societal más bien heterogéneo, tendieran a conformar una mayoría uniforme, no diversificada. Sin duda, era una visión de sí mismos de nación excepcional. Junto al matiz proteccionista y aislacionista que Trump impuso en su caótica política global, se puede olfatear, en el actual clima político interno, un tufillo retrógrado que amenaza la arquitectura institucional que explícitamente el trumpismo se ha propuesto destruir, todavía sin éxito. Esto es, en sí mismo, el retroceso de los fundamentos liberales de la democracia estadounidense (y que desafortunadamente ha sembrado semillas en varios países occidentales en donde la internacional populista se ha asentado y desbocado), toda vez que tal esfuerzo es empujado por impulsos característicos de los gobiernos autoritarios.

El tema que está al centro del drama político de Washington es el extremo abuso de poder del que Trump se ha valido para controlar la política estadounidense sin tener credibilidad, y con la sola legitimidad relativa que le dio el Colegio Electoral (no el voto popular), en razón de la arquitectura constitucional con la que se tejió el sistema electoral. Esto ocurre ahora en la precampaña, en la que Trump aparece con altos índices de popularidad entre los republicanos y, según encuestas recientes, aventaja al presidente Joseph R. Biden a nivel nacional. En todo caso, Trump ha sido encubierto por una casta del establishment republicano y de los sectores de la extrema derecha, que han optado, con escasa ética política, por una apuesta de pasado, con tal de garantizar el poder con base en la continuidad del dominio de un extremismo no visto en mucho tiempo en Estados Unidos, a pesar de la crisis constitucional que se vive desde los tiempos de su presidencia. Este impulso ha incluido intentos claros de subvertir el orden legal y jurídico. Así, entonces, el siglo XXI empezó con una tragedia (11-S), con una esperanza (Obama) y con una anomalía democrática (Trump). Padeció el conflicto en el Medio Oriente, atizado irresponsablemente por George W. Bush, y remató en el proceso intervencionista putinista que tuvo, en el secuestro de Crimea y la agresión a Ucrania, su máxima expresión. No se diga el intervencionismo ruso en prácticamente todos los procesos electorales en Europa y en Estados Unidos.

En Trump: Anatomy of a Monstrosity (2017), Nathan J. Robinson escribe:

Desde mi propia perspectiva, Trump despliega casi todas las tendencias más odiosas del carácter humano. No puedo pensar que esto irá bien. Sospecho que mucha gente será lastimada por su presidencia. Para aquellos de nosotros que creemos en la erradicación del egoísmo, la violencia y la crueldad, la elección de Donald Trump a la presidencia ha sido una noticia desafortunada. Él es, después de todo, un hombre espectacularmente banal. Pero asumiendo que Trump no apriete el botón nuclear y erradique todas las especies, hay aún algo de tiempo de poner las ruedas de la historia en reversa. Tomando en cuenta que la gente no sucumba al pensamiento apocalíptico, aún pueden ser capaces de deshacer a Trump.

¿Será posible tal hazaña? ¿El secuestro efectuado por Trump del poder establecido estadounidense permite hoy algún margen de maniobra para que los actores políticos recuperen la cordura? ¿No estaremos ante un caso extremo y peligroso de síndrome de Estocolmo, en el que los rehenes civiles estadounidenses e internacionales no son capaces de escapar de la burbuja autoritaria que Trump ha producido y que tanto ha permeado los ambientes políticos europeos?

Si en noviembre de 2024 se consuma el triunfo de Trump, la política exterior de México sufrirá mucho. El aspirante presidencial ya ha advertido que lo primero que hará en el día uno de su gobierno será cerrar la frontera con México y, eventualmente, militarizar la relación bilateral. Las repercusiones de esta medida impactarán negativamente la relación comercial y cualquier otro tipo de intercambio en el plano político y social. El trumpismo en el poder traería consigo una era de desequilibrio, incluso de alcances económicos, y tanto la relocalización cercana (nearshoring) como el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), se verían gradualmente afectados. La política exterior de México en tanto que no ha tenido mecanismos de prevención estratégicos, ni agenda de riesgo sólida y coherente, se vería aún más minada de lo que está ahora debido a la falta de visión demostrada en los últimos 5 años. EP

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