Del “estancamiento estabilizador” a un nuevo modelo económico desarrollador con inclusión social (primera de dos partes)

I. El mundo ante una gran transformación Vivimos momentos en verdad excepcionales. Como alguien dijo, “no es sólo una época de cambio, sino un verdadero cambio de época”. El mundo se encuentra en un momento de grandes transformaciones, una verdadera encrucijada de la historia, que encierra grandes retos, que provoca cambios de paradigmas. Lo anormal […]

Texto de 17/06/17

I. El mundo ante una gran transformación Vivimos momentos en verdad excepcionales. Como alguien dijo, “no es sólo una época de cambio, sino un verdadero cambio de época”. El mundo se encuentra en un momento de grandes transformaciones, una verdadera encrucijada de la historia, que encierra grandes retos, que provoca cambios de paradigmas. Lo anormal […]

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I. El mundo ante una gran transformación

Vivimos momentos en verdad excepcionales. Como alguien dijo, “no es sólo una época de cambio, sino un verdadero cambio de época”. El mundo se encuentra en un momento de grandes transformaciones, una verdadera encrucijada de la historia, que encierra grandes retos, que provoca cambios de paradigmas. Lo anormal se vuelve lo normal. Trump y el brexit son realmente los síntomas más dramáticos que afloraron de estas profundas corrientes sociales.

En México hay preocupación y zozobra, pero no nos damos cuenta de que ante estos cambios nosotros también debemos cambiar. Es el verdadero antídoto. Los nuevos problemas no se enfrentan con las mismas visiones y políticas del pasado.

Entendemos mejor lo que pasa si apreciamos que se trata de grandes tendencias, de ciclos históricos. Hubo un gran ciclo liberal que va de la llamada “época dorada de finales del siglo XIX” (los años noventa de dicho siglo), que se colapsa con la Gran Depresión de 1929. Como reacción sobreviene, a partir de los años treinta, el Estado activo, transformador, keynesiano y socialmente orientado de Roosevelt. En México es Lázaro Cárdenas. Este periodo concluye en los setenta y ochenta con la crisis monetaria internacional de la caída del talón oro-dólar, la estanflación, la crisis de la deuda. Surge el periodo neoliberal, el Consenso de Washington, la caída del muro de Berlín y el mal llamado “fin de la historia”.

Este mundo comienza a desmoronarse con la Gran Recesión de 2008, de la cual todavía no salimos; una economía mundial frágil que nuevamente está en periodo de desaceleración. Lawrence Summers dice que estamos inmersos en una etapa de “estancamiento secular”. Otro economista, Mohamed A. El-Erian, comenta que “un largo periodo de bajo crecimiento no es sostenible”, ya que va provocando y acumulando severas presiones sociales y genera su propia destrucción. El comercio mundial anormalmente crece menos que la economía; los sistemas financieros han adquirido un peso desproporcionado; bancos muy frágiles en Europa son “demasiado grandes para quebrar o para ser apoyados”, y una “cuarta revolución industrial” produce severo desempleo y afecta a sectores tradicionales.

Ello significa, como lo ha señalado el premio Nobel Joseph Stiglitz o incluso economistas del FMI, que el neoliberalismo está en declive. Puede ser el fin de esta época. Se cuestionan los dogmas económicos que lo sustentan: el libre comercio, la austerocracia fiscal, la desregulación financiera.

Esta crisis económica con las graves tensiones políticas y sociales que provoca, el desprestigio de las clases dirigentes y sus gobiernos, el auge de movimientos populistas y antisistémicos de derecha e izquierda, los flujos migratorios desestabilizadores, racismo, zonas de conflicto, choques de civilizaciones, el triunfo del brexit y el de Trump, el surgimiento de hombres fuertes autoritarios, como Xi Jinping, Putin, Erdoğan; como en los años treinta, Hitler, Mussolini, Stalin. Pero ahora Occidente carece de un Roosevelt o de un Churchill. El presidente de la mayor potencia es parte del problema, no de la solución o el contrapeso. ¡Analogía aterradora!

Lo comento porque ése es el entorno mundial en el que nos movemos y, como la historia lo demuestra, el cual configura ideas y políticas.

II. Los fracasos del “estancamiento estabilizador”

En México ha habido sin duda algunos avances a lo largo del tiempo. Sólo los muertos quedan inmóviles. Empiezo por lo que hemos ponderado hasta la saciedad: los macro-fundamentales sólidos, que ya no son tanto, como lo acreditan las calificadoras; se mantiene la estabilidad de precios; hay un comercio de bienes importante con América del Norte, que se tradujo en sectores y regiones con prósperas cadenas productivas; reformas estructurales que sólo son verdaderas o eficaces en energía y telecomunicaciones; aumento en la recaudación fiscal para compensar la caída del petróleo. Navegamos en algunas ínsulas de autocomplacencia.

Estos claros, sin embargo, se ensombrecen con muchos oscuros: un crecimiento mediocre de 2% por décadas. Sí, mayor ahora que Brasil, Argentina, Venezuela, la Unión Europea —mal de muchos…—, pero debajo de casi toda Asia y de muchos países importantes. Todavía puede bajar al 1% o menos. Problemas fiscales: fuerte crecimiento de la deuda (33 a 50% del PIB), parte se fue a pago de intereses, eso es lo que significa un déficit primario; todo el IVA se va al pago de servicio de la deuda; hay grandes incrementos en gasto corriente y burocracia; la inversión, como porcentaje del PIB, más baja que en los cincuenta; tasas negativas de crecimiento; la inversión en infraestructura, proporcionalmente la más baja del continente. Depreciación del peso de alrededor  del 50%, la mayor del mundo; sin duda afectó Trump y la caída del precio del petróleo, pero también su producción se cayó en una tercera parte desde 2004. ¿Cómo llegamos a perder el control del peso, que asume absurdamente el papel de “moneda internacional”? Un severo problema de pensiones a nivel federal, estatal y de las universidades; un Pemex desmantelado y quebrado, pero todavía “vaquita lechera” del Gobierno.

Hemos perdido competitividad y las exportaciones han perdido dinamismo. Como lo han señalado Jaime Ros y Juan Carlos Moreno Brid, tenemos “un modelo de crecimiento sustentado en las exportaciones, que no genera crecimiento”, porque no hay “amarres” con la economía doméstica, hay poco contenido local, salvo algunos sectores. El TLCAN, por falta de políticas compensatorias, ha generado dos países: los estados TLCAN al norte de México, y el sur-sureste al borde del conflicto social. No hemos logrado cerrar la brecha de ingresos con Estados Unidos, como sí lo ha hecho la Unión Europea. Tenemos un país que se “desindustrializa”, una estructura industrial desconectada entre grandes empresas prósperas y “changarros” de baja productividad. La política de ciencia y tecnología es un fracaso por el monto que se invierte (0.4% del PIB) y la escasa generación de patentes.

La banca de desarrollo se convirtió en la del “subdesarrollo”, particularmente Nafinsa, “joya de la corona”, el gran Banco Industrial, que se dedica a operar en segundo piso y dar garantías concentradas en pocos clientes, muchos de ellos bancos. Banobras, ahora el mayor banco de desarrollo, y Bancomext (que sobrevivió el intento de desaparecerlo) tienen mejor comportamiento y se han fortalecido, pero todas sus cifras son lamentables en términos históricos y, más aún si se compara con los de otros países, por ejemplo, el China Development Bank, el Banco de Desarrollo de Brasil e India con sus tres bancos de desarrollo industrial, que prestan más que todo el Banco Mundial.

La banca comercial da poco crédito a la actividad productiva. Se orienta principalmente al crédito al consumo, las nuevas “tiendas de raya” del crédito a la nómina; en vivienda y en apoyar a sus matrices en dificultades, como en España o Estados Unidos.

En resultados sociales: seguimos siendo “medio país”, una mitad en pobreza, una quinta parte en pobreza extrema, sin grandes cambios. Uno de cada cinco jóvenes es “nini” (ni estudia ni trabaja), 23% más que el promedio de la OCDE. El llamado “tema olvidado”:los salarios reales no crecen desde los ochenta, aún menos que la productividad. Como porcentaje del PIB, los salarios representaban el 40% en ese momento; ahora sólo 28%. El capital, 72%. En los países industriales es al revés, los salarios son 65%. Somos de los países más desiguales, el 20% más rico detenta el 60%; el 20% más pobre, el 4%. Hay un proceso de destrucción institucional y pérdida de control territorial.

Hemos tenido un modelo económico, obsesionados por la estabilidad, el equilibrio de las finanzas públicas, la desregulación de la banca, el campeonato de tratados de libre comercio. Es decir, lo que he llamado el “estancamiento estabilizador”, una copia imperfecta del modelo neoliberal. Lo que tenemos es una obsesión también por las reformas estructurales; muchas no son reformas (la fiscal, mera miscelánea recaudatoria) ni son estructurales; algunas, incluso, son “destructurales”. A juzgar por los resultados expuestos de la política económica, que no viene de ahora –el nuevo secretario de Hacienda hace su mayor esfuerzo con una situación fiscal “heredada” con gran deterioro—, es difícil argumentar que nuestra estrategia es un éxito. En el mejor de los casos es mediocre, pero más bien se puede decir que es un modelo agotado o fracasado. Se requieren, en consecuencia, cambios de fondo, no cosméticos. Lo más grave es que estamos rezagados en las ideas y frente al debate mundial, y no nos damos cuenta. ¡Somos una sociedad pasmada! La terquedad aferrada al “pensamiento único” es evidente. ¿Acaso se requiere un gobierno populista o un movimiento social para cambiar?

III. Hacia un cambio de modelo

El mundo avanza hacia cambios de paradigmas, cambios en la estrategia económica, particularmente en los países emergentes exitosos: China, India, Vietnam (Asia en general), incluso Brasil, hasta su reciente fracaso. Frente al neoliberalismo han venido construyendo lo que se llama el modelo neodesarrollista, porque corrige las deficiencias del desarrollismo (como el esquema ya rebasado de sustitución de importaciones) que floreció hasta los años setenta. La esencia de ambos es que privilegian el crecimiento. Así, estos países crecen más del 5%, los impulsa un Estado estratega, también llamado “el Estado desarrollador”. Dos profesores de Berkeley, Bradford DeLong y Stephen Cohen, proponen un gran rediseño de la política económica de Estados Unidos:

El modelo de desarrollo del Este asiático se inventó en los Estados Unidos. Su elemento central es el concepto del Estado desarrollador. En palabras del columnista del Financial Times, Martin Wolf: “Fueron Estados Unidos y Hamilton quienes lo inventaron”. Hamilton fue su pionero y posteriormente fue implementado a finales del siglo XIX por la Alemania de Bismarck, trasplantado a Asia por Japón, adoptado por Corea y luego —con variaciones significativas y a gran escala— por China. Este modelo de desarrollo del Este asiático ha generado un crecimiento de una rapidez sin precedentes y un desarrollo transformador… Incluso, como subproducto, reformuló la economía americana.3

La corriente de pensamiento en favor de este nuevo modelo desarrollista es muy impresionante.

Es pertinente señalar que para México esto no es nuevo. El periodo más exitoso de nuestra historia económica va de 1934 a 1974, en que crecimos al 6% anual, con baja inflación. Se sustentó en un modelo desarrollista, que fue históricamente de los primeros y que otros países copiaron. Éste se caracterizó también en un Estado impulsor del crecimiento, un consenso nacional con el sector privado sobre este objetivo, fuerte inversión en infraestructura, un Banco Central heterodoxo con objetivo dual (crecimiento-estabilidad), una banca de desarrollo complementada con orientación del crédito de la banca hacia fines nacionales, déficit fiscal bajo, con deuda extranjera, orientada a la inversión. El modelo de sustitución de importaciones se agotó. Pero, sobre todo, fue descarrilado por excesos a partir de Echeverría; lo mismo le pasó a Brasil a partir del segundo periodo con Lula. El problema fueron las personas, como sucede, no el modelo.

En síntesis, hemos tenido dos periodos en nuestro desarrollo económico, cada uno de 40 años: uno exitoso, de 1933 a 1973: 6% de crecimiento; otro, fracasado, con cuatro crisis: 1976, 1982, 1994, 2008 y 2% de crecimiento.

En la siguiente entrega, delinearé los elementos de una nueva estrategia de desarrollo que el país requiere, reacción necesaria ante cambios en el entorno mundial, nuevas ideas y el fracaso de lo existente.4 EstePaís

NOTAS

1 Ensayo basado en un discurso pronunciado en el foro: La responsabilidad del porvenir. Reflexiones y propuestas sobre el futuro que viene, en el Colegio de México el 15 de noviembre de 2016.

2 Norma Samaniego, “La participación del trabajo en el ingreso nacional. El regreso a un tema olvidado”, en Serie Estudios y Perspectivas, CEPAL, México, 2014.

3 Bradford DeLong y Stephen Cohen, Concrete Economics: The Hamilton Approach to Economic Growth and Policy, Harvard Business Review Press, Boston, 2010, p. 121 (traducción del autor).

4 Revisar la bibliografía en la versión en línea.

* Ilustración de María José Ramírez

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FRANCISCO SUÁREZ DÁVILA ha fungido como embajador de México ante la OCDE en París, subsecretario de Hacienda y Crédito Público, diputado federal y embajador de México en Canadá, entre otros cargos. Como docente ha impartido cátedra en la Universidad Iberoamericana, El Colegio de México y la UNAM.

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