Crónicas: Nayarit es un don del cielo

En Crónicas recuperamos experiencias que alteran nuestra percepción del tiempo y del espacio. Crónicas: Nayarit es un don del cielo

Texto de 14/02/19

En Crónicas recuperamos experiencias que alteran nuestra percepción del tiempo y del espacio. Crónicas: Nayarit es un don del cielo

Tiempo de lectura: 7 minutos

El volcán Cerboruco se revela sobrenatural. Lo miro de frente y no puedo más que recordar los versos de Amado Nervo: “Cada vez hallo la Naturaleza / más sobrenatural, más pura y santa / Para mí, en rededor, todo es belleza”… Las palabras del poeta nayarita se concretizan mientras me interno en el hogar de “Titicache, el guardián del Cerboruco”, como lo llama Raúl Lucachín, el brujo más importante de Jala.

Llegué a Tepic para descubrir el lugar donde nació y creció el autor de Perlas negras (“Hui del mundo a mi dolor extraño”), para conocer el paisaje que había abrazado a Nervo, cómo era su gente, su comida, las calles por las que transitó de niño antes de salir a buscarse en el mundo, y lo que me encontré fue una ciudad llena de secretos. Un lugar inesperado que si bien está cerca del mar (San Blas está a 40 minutos) tiene un encanto que se intensifica tierra adentro, en sus pueblos, en sus museos, en sus platillos y en sus comunidades indígenas.

La última erupción del Cerboruco fue en 1870, desde entonces sólo exhala, sus fumarolas son dignas de verse, pareciera que el volcán aún tiene mucho que decir: andarlo es escuchar su respiración. Es curioso, pero acá arriba uno “hace tierra”, esta gravedad transforma el horizonte. Desde las alturas el valle se extiende y además de la poesía de Nervo, se adivina la de Alí Chumacero, también nayarita, de Acaponeta, y las imágenes de Juan Rulfo cobran forma, apenas hace 100 años esta región estaba unida a Jalisco. Algo de aquella otra historia aún se siente. Las tonalidades del cielo se desprenden de la imaginería huichol y cora. “Cien años no es nada comparado con la historia de Cerboruco”, pienso mientras observo las fumarolas. La edad de esta tierra me ancla, me intriga su sabor.

Cada lugar sabe distinto, así lo sentí al probar el jugo de caña en Jala, quizá porque aquí es el “lugar donde abunda la arena”, donde le agregan chile molido, una versión tan auténtica como los chiquigüites (canastas tejidas con metate) o el pan artesanal de la familia Chávez Parra. En Jala hay mucho que probar. Antes de regresar a Tepic, haré un tente-en-pié en la Fonda Victoria, situada arriba del mercado y cuya vista de la basílica lateranense y de la iglesia de San Francisco de Asís, construida en 1674, merecen la pena, o en el Restaurante Los Monroy que presume una cocina “con el sazón de mamá”. ¿Cómo decirle no a unas gorditas de maíz con atole blanco? Por el momento, debo cumplir con la ofrenda al espíritu del Cerboruco, que como me dijo Lucachín “es ya tu protector”. La visita al Museo Comunitario, quedará pendiente. Quiero contemplar el atardecer en la carretera, ver cómo el cielo se traga al Cerro Sangagüey.

La jornada ha sido intensa, a la tranquilidad de Jala le contrasta el bullicio de la plaza principal de Tepic. La catedral vigila a los parroquianos. Tengo antojo pero aún no me decido. La chef Alondra Maldonado me ha compartido sus favoritos, podría ir a San Blas por un pescado zarandeado, aunque dicen que el de El Farallón de Tepic está para chuparse los dedos, podría optar por algo sano en Loma42 o probar el maridaje y la carta original de Emiliano, pero mi ánimo es un poco más relajado, me quedo con la torta de pierna del restaurante Capistrano del Hotel Fray Junípero Serra, dice Alondra que no hay que perdérsela. Para abrir más el apetito me doy una vuelta por la Fundación Alicia (también recomendación de la chef) y luego a relajarme.

Tepic a mano

La historia textil de Tepic está tejida al crecimiento del estado. El algodón es parte de su identidad. Empresarios osados del XIX colocaron a Nayarit entre los mejores textileros de América, impulsando el desarrollo local que se ve en una arquitectura que hoy es patrimonio. Antes de visitar estos monumentos, he decidido darme un lujo. Asegura la chef Alondra que en el restaurante Emiliano el desayuno es tan espectacular como su cava. Habrá que probar ambos.

Ignoraba que el café nayarita fuera tan rico, tampoco me esperaba los tropiezos del arándano en mis bísquets con ralladura de naranja recién horneados. Sé que debería contenerme pero me rindo ante el olor del pan de canela y especies. Y esto es solo el principio. Leo el menú y entiendo por qué es uno de los lugares favoritos de los locales, quisiera probar todo: la carne de chile con jocoque, la tortilla de salpicón… me quedo con las enchiladas nayaritas, rellenas de salpicón de camarón bañadas en salsa roja. ¿Tendrá Nervo algún un poema inspirado en los sabores?

En las periferias de Tepic, aún dentro de la ciudad, están las Ruinas de Jauja, antigua fábrica de textiles que en el siglo XIX se ganó fama por su algodón. Por la majestuosidad de lo que queda en pie es fácil adivinar la bonanza y la tragedia después del incendio en 1947. La personalidad del inmueble se ha recuperado a través de una intervención arquitectónica que busca devolverle la magia al barrio. El Centro Cultual Jauja alberga una galería y talleres para que artistas locales e invitados trabajen e intervengan este espacio erigido junto al río Mololoa.

No es difícil imaginar el boom textilero, basta caminar Tepic y ver las fachadas, sobre todo resulta evidente al estar frente a las enormes fábricas que alguna vez se rigieron la vida de la región, como la de Bellavista, que es con su diseño simétrico, sin duda, sigue siendo el corazón del lugar.

“Yo nací aquí, pero el bisabuelo vino de Inglaterra”, explica Juan Cañas Stephens, el guardián de Bellavista por motu propio. A sus 77 años es el cronista de la exhacienda y su defensor. Aquí trabajaron sus padres (su madre aún vive), aquí pasó su infancia, aquí llegó su abuelo y sentó cabeza. “Los dueños eran españoles, el diseño es belga y la maquinaria inglesa. Se usó lo mejor de la época y vino gente de Bélgica, de Suiza, de Inglaterra, de Alemania para trabajar aquí. El diseño es la copia de una fábrica de Gante. ¿Te imaginas el viaje?”, sonríe Juan quien aún vive en una de las casitas para los trabajadores que se construyeron siguiendo los mismos cánones arquitectónicos. “Aquí se hacía la mezclilla original”.

Esta fábrica fue el alma del pueblo hasta “hace unos treinta años, cuando quebró y empezó la decadencia”, comenta el maestro Cañas, “yo pasé aquí mi vida, pero soy normalista rural. Aunque no lo creas aquí había carpinteros, leñadores, de todo… aquí hubo luz desde 1841, había turbinas, fundición y hasta un jardín botánico”. El inmueble está lleno de secretos, incluido un túnel de más de 100 metros donde “escondían a los muchachos y muchachas para que no se los llevaran durante la Revolución”. Desde hace unos años se trabaja en su transformación en el Centro Nacional de las Artes de Nayarit, un proyecto que busca que esta exfábrica se convierta de nueva cuenta en el alma de Bellavista. Desgraciadamente, no sucederá lo mismo con La Escondida, antiguo ingenio azucarero, ni con el Casco de la Hacienda de Mora. Me siento en la plaza y siento, al igual que Amado Nervo, que “mi optimismo es tan sólo voluntad”. Es momento de otro café.

Tengo una nueva adicción: la mezcla nayarita, así que hago una escala en el Chilindrón, una cafetería antes librería que ha sido el refugio de la comunidad cultural. Además el café, la carta de este lugar con vista al Monumento a la Madre, ofrece un chai con ralladura de coco y postres caseros que se ven deliciosos. Será para la próxima, prefiero guardarme para cenar unos sopes de ostión y camarón en Jejenes y Gardenias, “imperdibles”, me aseguró Alondra Maldonado.

Los museos de Tepic

Desayuno en el Chilindrón. Hace mucho que no comía bolillos con mantequilla tan ricos. El café de aquí también es delicioso, me prepara para mi ambicioso itinerario cultural: empiezo en la Plaza de Armas con la escultura Amado Nervo, el hijo pródigo, quien se hizo a la aventura diplomática y murió en Montevideo. El Museo Amado Nervo sintetiza la propuesta y vida del poeta, es chiquitito e íntimo. Con la piel chinita camino rumbo al Centro de Arte Contemporáneo del Bicentenario Emilia Ortiz, albergado en La Casa Aguirre, ejemplo de la riqueza local en el siglo XIX, y sede del Taller de Gráfica “El Peyote azul”; aquí se puede ver el arte actual nayarita. Esta propuesta contemporánea contrasta con el Museo de los Cinco Pueblos, que nos presenta la diversidad indígena de esta zona donde convergen coras, huicholes, tepehuanos, mexicaneros y la cultura mestiza; esta visión es el prólogo para ver la colección arqueológica del Museo Regional de Antropología e Historia de Nayarit y descubrir la cerámica Ixtlán y la metalurgia de Aztatlán. Dejo al final el Museo Juan Escutia, otro héroe nayarita que tiene, además, un lugar en la poética de Nervo. “Como renuevos cuyos aliños, un viento helado marchita en flor, así cayeron los héroes niños ante las balas del invasor”

Creo que es tiempo de un pescado zarandeado y luego un expreso en la terraza del café del Hotel Fray Junípero Serra, para ver la vida pasar.

Azul huichol

Lo que más me llama la atención de los huicholes y de los coras es su talento para el color. No es fácil crear combinaciones que se conviertan casi en oraciones, porque lo que se ve en sus artesanías, tejidos, chaquiras, bordados y ropa es su cosmovisión. Poco a poco aprendo que las coras utilizan bieses con formas de grecas y las huicholas lineales para adornar sus blusas y faldas. Sus diseños me resultan mágicos. Siempre me ha intrigado cómo imaginan los colores, así que cuando me enteré que en el poblado Potrero de La Palmita, a orillas de la presa Aguamilpa, había una comunidad huichol, no dudé en lanzarme.

No sé que es más impactante: si cruzar las aguas de esta presa gigantesca alimentada por el Río Grande de Santiago, si tomar conciencia de la magnitud de la hidroeléctrica que alimenta, el paisaje o el centro ecoturístico huichol Tawexikta, que se ha convertido en un destino con cabañas y muchas actividades para hacer. Valente, un jovencito “cruzado” (mitad huichol, mitad cora), mientras maneja la lancha me va contando sobre su comunidad, la pesca y los cerros del Cuate y Picados. Si de día es hermoso, las noches deben ser una delicia visual llena de constelaciones de chaquiras.

Me recibe una comisión de mujeres cuya vestimenta atrapa mi atención. No lo puedo evitar y le pregunto sin más que me venda su blusa, rápidamente Basilia me dice que su hija las hace y seguro tendrá una para mí. Me preguntan si me quedaré a comer. “Sí”, respondo sin pensar, me siento privilegiada. Me guían hasta la plaza donde exhiben sus artesanías, que para mí son piezas únicas invaluables. Cinturones, aretes, prendedores, cuellos… Los huicholes ven una realidad ampliada que traducen en sus colores; saben que es su capital. Orgullosos de su tradición y sus haceres le entran al mundo capitalista contemporáneo de frente: enchaquiran tenis, zapatillas, ropa… Conscientes del valor de sus tradiciones han creado un programa para los visitantes que incluye una danza y si se ofrece, una limpia, el curandero mayor, es un hombre de mundo quien ha llevado la visión huichol a otros países. Me invitan a que me incorpore al baile, me siento halagada. Los admiro y mientras me preparo para bailar recuerdo unos versos de Nervo, inspirados en otros héroes, que hoy para mí son estos hombres y mujeres: “Y que canten tus hazañas / cielo y tierra sin cesar, /el cóndor de las montañas /y las ondas de la mar…

Basilia me toma de la mano y me señala hacia dónde está el Kaliguey. Me dejo guiar.

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