Conducir el cambio cultural para el desarrollo. Conversación entre Miguel Basáñez y Alejandro Moreno

Alejandro Moreno: Eres reconocido como uno de los encuestadores pioneros, entre otras facetas que tienes. Echaste a andar mucho el esfuerzo de la demoscopía, e incluso Este País tenía el propósito de ser un espacio para este tipo de estudios que, en palabras de Federico Reyes Heroles, nos servían como espejo para vernos y para entendernos. ¿Cuál es […]

Texto de & 25/12/16

Alejandro Moreno: Eres reconocido como uno de los encuestadores pioneros, entre otras facetas que tienes. Echaste a andar mucho el esfuerzo de la demoscopía, e incluso Este País tenía el propósito de ser un espacio para este tipo de estudios que, en palabras de Federico Reyes Heroles, nos servían como espejo para vernos y para entendernos. ¿Cuál es […]

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Alejandro Moreno: Eres reconocido como uno de los encuestadores pioneros, entre otras facetas que tienes. Echaste a andar mucho el esfuerzo de la demoscopía, e incluso Este País tenía el propósito de ser un espacio para este tipo de estudios que, en palabras de Federico Reyes Heroles, nos servían como espejo para vernos y para entendernos.

¿Cuál es tu punto de vista de la forma en que han evolucionado las encuestas en México en los últimos 25 años? Estamos en una crisis recurrente de credibilidad, en parte porque sí hay fallas, y la atención a veces se centra más en ellas que en los aciertos. ¿Cómo evaluarías esta profesión y su desarrollo reciente?

Miguel Basáñez: México se puso rapidísimo a la par de la comunidad internacional en materia de encuestas. El primer curso fue en 1988, del cual fuiste alumno; ustedes se formaron y ayudaron, eran los encuestadores. Entonces tuviste tus primeras experiencias de ser expulsado a punta de pistola…

Muy rápido la demoscopía despertó mucho interés, impulsada porque el Gobierno quería contrarrestar lo que estábamos haciendo los encuestadores independientes, y al formar sus centros de encuestas se empezó a generar aquella competencia positiva. De entonces fueron aquellos artículos que hicimos en La Jornada, que creo que se llamaron “guerra de encuestas”, cuando nos dábamos hasta con la cubeta con María de las Heras, con Iván Zavala.

Ése fue el arranque, que nos permitió que de 1988 a 1994 México se acelerara para ponerse a la par con el mundo en materia de encuestas. Me acuerdo que en 1994 Federico Reyes Heroles y yo dijimos: “No nos vuelven a hacer eso de que se caiga el sistema, como en 1988. Para eso tenemos que traer las encuestas de salida”.

No sabíamos de ellas. El antecedente de eso fue cuando nos invitó Jimmy Carter a observar la elección estadounidense (creo que fue en 1992). Yo me acuerdo que en la primera reunión les pregunté a los especialistas de allá: “¿Cuál es la autoridad que da los resultados la noche de la elección?”. Me dijeron: “No hay ninguna autoridad; son los encuestadores”. Vi a Federico y le comenté: “¿Cómo que los encuestadores?”. “Sí, las encuestas de salida”, dijo, y yo respondí: “¿Qué es eso?”. En 1992 yo no sabía qué eran. Fueron tres días en los que anduvimos observando la elección en Atlanta, donde estaba el Centro Carter; regresamos a México y dijimos: “Vamos a organizar una encuesta de salida”.

Se enteró el presidente Salinas y le dijo a Federico: “No van a poder”, “¿Y por qué no vamos a poder si no estamos haciendo nada ilegal?”. Entonces en una reunión de WAPOR en Chicago, en el mismo 1992, cuando le preguntamos a Nancy Belden quién era el mejor en encuestas de salida en Estados Unidos, nos dijo: “Son dos: Bob Lewis, el director de encuestas de Los Angeles Times, y Mitofsky”. En la reunión estaba Mitofsky; Federico, Nancy y yo fuimos a hablar con él para decirle que queríamos invitarlo para que nos ayudara, pro bono, a hacer la encuesta de salida en 1994. Él nos dijo que por supuesto, que contáramos con él. Le dijimos: “No te podemos pagar un cinco, pues no tenemos dinero”, “No, yo los ayudo”. Perfecto.

Se enteró Ulises Beltrán, quien se lo dijo al presidente Salinas, y le ofrecieron a Mitofsky un contrato de dos millones de dólares. Allí se acabó la oferta de ayudarnos, y empezó la segunda fase de la guerra de encuestas, que fue la de encuestas de salida. Para contrarrestar la que estábamos organizando en Este País, lo que hizo Presidencia fue invitar como a 10 encuestadores. Por eso la elección de 1994 fue la elección más observada, y por supuesto que no había forma de que se volviera a caer el sistema en esa elección.

Yo creo que este tema de las encuestas da para mucho más, pero debemos ir cerrando la conversación. Explícanos, Miguel, de qué se tratan estos tres valores: honor, éxito y disfrute.

Hay un trasfondo: por qué si los humanos somos tan diversos, cómo se me puede ocurrir reducir toda la diversidad axiológica, cultural del planeta en tres aspectos. La respuesta me la inspiró la medicina: los siete mil millones de humanos somos distintos, pero tenemos cosas en común: todos tenemos la misma conformación, los mismos órganos, las mismas funciones. En lugar de fijarme en las diferencias lo que yo busqué fue hacerlo en las similitudes, como hace la medicina.

Con esa idea me puse a buscar cuál es la primera compactación cultural de los siete mil millones de humanos. Lo primero que surge es el lenguaje, que nos permite transmitirnos valores y cultura. Pero aún es difícil. ¿Cuál puede ser una segunda reducción? Las identidades, y una de sus formas más lógicas son las nacionalidades. Bueno, son 207, según lo contemplo; es mucho más manejable, pero de todas maneras todavía es mucho.

¿Qué otra reducción se puede hacer? Nuestros sistemas de creencias, porque finalmente los valores que conforman las culturas tienen como esencia en qué creemos. El estructurador de la creencia más potente son las religiones y las filosofías; a nivel mundial hay ocho o nueve grandes religiones y filosofías, ocho o nueve culturas, que es el marco en el que estuve trabajando con Inglehart desde 1990. Es muchísimo más manejable.

Pero todavía hallo muchas cosas en común entre, por ejemplo, los protestantes, los judíos y los confucionistas, y también entre los ortodoxos, los musulmanes y los hindúes.

¿Qué explica esas similitudes? Buscando con la idea de que los valores son producto del sistema de creencias y que éstas forman normas que generan conductas, empecé a encontrar que el derecho termina siendo el depositario de los valores por ese proceso que relaté al principio, de que en el conflicto político se generan políticas públicas que se convierten en normas y en instituciones. Todo eso es el derecho.

Hay tres grandes sistemas de derecho que existen en el mundo: el anglosajón, que ha absorbido con mayor intensidad todo lo que son las culturas del éxito; el islámico ha captado lo que son las culturas de honor, y el romano tiene más las culturas del disfrute.

Luego empecé a ver qué países caen en cada uno y cuáles son los valores que predominan en ellos: en las culturas del éxito, el valor máximo es la acumulación material, el dinero, la productividad, la puntualidad. Es el mundo vinculado con la economía.

En las culturas del honor son las tradiciones del respeto a los mayores, a los padres, a los líderes, a la autoridad, la deferencia y la obediencia. En las culturas del disfrute es el goce de la familia, de los amigos, del tiempo, de la fiesta.

La portada del libro presenta el juego de piedra, papel o tijera, que expresa que cada uno de los tres sistemas tiene fortalezas pero también tiene debilidades: la piedra rompe la tijera, pero la envuelve el papel, y a éste lo corta la tijera. Entonces lo mismo ocurre con las culturas.

¿Cómo podemos conducir en cada sociedad a un balance que aproveche los aspectos positivos de unas y de otras? Ésa es la síntesis.

Agrego un punto vinculado al objetivo final del libro, que es el desarrollo: en los capítulos finales propongo una forma distinta de medir el desarrollo. Allí me apoyo en la iniciativa de Nicolás Sarkozy, quien convocó a Joseph Stiglitz, a Amartya Sen y a Jean-Paul
Fitoussi. Ellos dijeron: “Si nos ponemos las métricas equivocadas, vamos a estar persiguiendo los objetivos equivocados”. Entonces es muy importante medir bien, porque si lo hacemos vamos a poder avanzar.

Yo propongo un Índice Objetivo de Desarrollo (IOD) que combine no sólo lo económico, que ha sido el enfoque tradicional, primero del producto interno bruto y luego del índice de desarrollo humano, que incluye ingresos, salud y educación, sino añadir las mediciones de la calidad del sistema político, la calidad de la equidad de distribución del ingreso y la contribución de las mujeres en el esfuerzo social.

Lo interesante del IOD (al que le falta un elemento: la sustentabilidad ambiental, pero no existe todavía y por eso no lo incluyo, aunque sí reconozco que se necesita) es que hago una clasificación diferente: por ejemplo, Estados Unidos pasa del primer lugar al lugar 41; en estos 13 años que accidentalmente me ha tocado vivir en ese país observo que hay muchas cosas que faltan, por lo que me parece que ese sitio describe mejor cómo es en el fondo.

Los países que salen en posiciones muy elevadas son los países nórdicos, menos exitosos económicamente pero mucho más equilibrados en todos los otros aspectos. Entonces sí siento que es un elemento importante del libro este IOD para afinar mejor cómo debemos de medir los objetivos que queremos perseguir.

En el IOD México sale bastante bajo, pero por lo menos sabemos dónde debemos preocuparnos por subir.

¿Qué cambiarías?

Problemas principales: impunidad y corrupción. Esto es un reclamo social enorme, sobre todo de los jóvenes. Un instrumento para cambiar esos problemas son los juicios orales, porque así como las encuestas transparentaron el proceso político, éstos transparentan
el proceso judicial. En el sistema viejo, el juez está metido en su cubículo, nadie lo ve, y el abogado se puede arreglar con él por debajo de la mesa. Es una caja negra.

En los juicios orales todos están a la vista del público. Si el juez es un incompetente, el agente del Ministerio Público es un corrupto, si el acusador o el defensor son unos torpes, el público los ve. Esa exhibición es muy potente, por lo que la transparencia de esos procesos tiene la capacidad de desatar un cambio social muy positivo que conduzca a evitar la impunidad, con lo cual evitas la corrupción.

Pero como decían las abuelas: las escaleras se barren de arriba para abajo. EstePaís

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