En
el ajedrez cuando se comete un error el resto de la partida son sus
consecuencias. En la política —a ratos tan parecida al ajedrez—, también. La
historia del juego y el juego de la historia nos enseñan que los aciertos son,
en el mejor de los casos, sólo necesarios para prevalecer; pero los errores
son, irreversiblemente, fatales.
La
confianza en uno mismo actúa, como bien se ha dicho acerca de las medicinas en
el cuerpo o los adjetivos en un texto, de dos maneras: una adecuada dosis
defiende; en exceso, perjudica.
Siempre
lo que estábamos buscando en el lugar (para nosotros) más adecuado estaba (para
nuestro mal o nuestro bien) en otra parte. Nada está, al principio, en su
lugar. Todo parte de un entorno descolocado. Rompecabezas sin descanso. Lo que
se mueve no necesariamente se desubica; a veces lo que se desplaza se
recompone, se reconoce.
La
historia humana es una historia de emigrantes y emigraciones. La historia de un
animal que nunca pudo estar con plenitud en donde el mundo lo hizo nacer.
Nuestro
destino es errar. No tenemos paraíso. Nuestro destino es reconocer que sólo
tenemos un boleto para un viaje en la mano. Acaso nuestra maldición es que no
queremos llegar, finalmente, a un solo lugar que cumpla el final del viaje.
Cuesta
tanto ganar lo que es tan fácil perder, que un día uno se levanta con la idea
de perder, a ver si sucede lo contrario.
El mayor terror no surge de atestiguar lo espectral o lo imposible, sino de toparse con la realidad, encarnada y hambrienta. EP
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