Atractores extraños: Trece maneras de deshacerse de un cadáver

Columna mensual

Texto de 10/09/19

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Tiempo de lectura: 7 minutos

Nota: La edición original del Manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño, un volumen ya clásico de las letras hispanoamericanas, vio la luz en la ciudad de París en 1853, bajo el sello de los Hermanos Garnier. El panfleto que ahora publicamos, que hemos bautizado como “suplemento necronómico”, circuló ciento cincuenta años después a manera de fascículo anónimo, sin datos del impresor ni la correspondiente página legal, engrapado clandestinamente a las últimas páginas de las nuevas ediciones del Manual.

Luigi Amara

Las visitas inoportunas, en particular si nos molestan a horas inapropiadas, son altamente reprobables y odiosas, y nunca está de más reprender con una admonición enérgica a quien haya osado fastidiarnos sin nuestro consentimiento, siempre y cuando no se trate del emisario de una noticia urgente, que excuse y al mismo tiempo explique su conducta intempestiva. Fue un impertinente el que una tarde de verano de 1797 sacó de sus aposentos al poeta S. T. Coleridge; gracias a ese gesto de descortesía y mal tino, la humanidad se privó de la transcripción completa de uno de los poemas más grandes que hayan sido revelados a través de los sueños: Kubla Khan.

Aunque es del todo improbable que uno se encuentre en tareas tan elevadas cuando llamen de improviso a la puerta, tenemos el derecho de ser avisados con antelación de las interrupciones, de forma que podamos prepararnos para recibir al visitante como se merece, y estar bien dispuestos ante todo lo que tenga que decirnos o proponernos.

Pero así como un auténtico caballero debe escoger con tacto la hora en que se presentará a una casa ajena, es difícil que elija con la misma anticipación y sentido del decoro el instante en que se despedirá para siempre de la vida; y aun cuando no estuviera en sus planes abusar de ese modo de nuestra hospitalidad, puede suceder que caiga fulminado en medio de nuestra sala para no levantarse jamás. Por incómoda que resulte esta situación, no podemos echarle en cara su atrevimiento, y aunque nos obstinemos en maldecirlo o reprochárselo, muy poco conseguiremos con nuestras palabras. ¿Qué hacer en circunstancias tan embarazosas como ésta? ¿Cómo ha de resolver un caballero o una dama eventualidades de tal magnitud, sobre todo si no quiere extraviarse en los engorrosos laberintos de una diligencia policiaca —de la que acaso termine inculpado—, y si además está decidido a sortear tan inesperada complicación sin faltar a la etiqueta?

Puesto que rara vez nos es concedido escoger los momentos en que seremos sometidos a las pruebas del espíritu, ofrezco las sugerencias que siguen para que con toda la dignidad y cautela del caso se haga frente a tan inopinado perjuicio, a sabiendas de que no seremos tan indiscretos como para preguntar las circunstancias que llevaron a que gente honorable se las tuviera que ver con un cadáver en casa.

Preámbulo

Esculcar en las bolsas o los bolsillos de un difunto es un comportamiento chocante que no hemos de consentirnos en ningún momento. Por lo demás, aun cuando encontrásemos los datos para localizar a los familiares del occiso, sería del todo imprudente y falto de consideración llamarlos de manera repentina y cobarde para que sean ellos lo que se encarguen del asunto. Si ya quiso el destino que un hombre hubiera de importunar a otro con el fardo de sus restos mortales, no seremos nosotros quienes, mediante el principio de la transitividad, procuremos lavarnos las manos depositando la responsabilidad en otras personas. Si bien las reglas de la civilidad nos obligan a cargar sobre nuestros hombros este deber insospechado, hay muchas razones de índole legal que nos convencerán de que avisar a los familiares de la noticia sería contraproducente no sólo para preservar la buena opinión que guarda la sociedad de nuestra persona, sino también para nuestra integridad física. Nadie, por más civilizado que pueda parecer a primera vista, recibe con buen agrado la llamada de un fulano que, sin la atenuante de una explicación verosímil, anuncia tener recostado en su sofá el cadáver de un esposo o una hija. De modo que el deber moral nos constriñe a la sucia tarea de deshacernos del cuerpo sin otra ayuda que la imaginación, la suerte y estos modestos consejos.

Advertencia

El impulso inicial en estas circunstancias es llamar a la policía. Es importante observar que los actos impulsivos, originados fuera de la razón, conducen a que perdamos también el respeto a las maneras. Nadie quiere que una simple llamada telefónica lo ate contractualmente durante veinte años a una misma rutina al amparo de la sombra, que es lo que dura en promedio la condena por asesinato.

Preparativos

Antes de perder el tiempo increpando a la justicia divina por sus extraños designios, se recomienda esparcir sal común sobre toda la superficie del cuerpo, lo cual impedirá que se desate la suspicacia de los vecinos ante la inminencia de ese hedor característico conocido como gato encerrado. El rumor de que este procedimiento puede continuarse hasta reducir el cuerpo a un material semejante al pergamino, no debe desacreditarse sin más, pero exige tanta paciencia como granos de sal. Pese a que es posible obtener mejores dividendos con cal viva, para no despertar sospechas se desaconseja solicitar un cargamento a domicilio, a menos, claro, que en el pasado se haya mostrado ya cierta inclinación a la albañilería.

1. A condición de que pueda prescindir para siempre de un cuarto de baño, y de que éste cuente con sellado hermético, no sumerja el cuerpo en una tina llena de litros de Coca-Cola. La célebre corrosión que este brebaje ocasiona en los dientes sólo se aprecia después de muchos años de malos hábitos alimenticios.

2. Si su cuenta corriente no justificaría un gasto de esta naturaleza, desista de comprar una caja fuerte de un metro cúbico de capacidad, aun cuando suponga que la televisión quedaría magnífica sobre ella.

3. Sólo si está dispuesto a quitarse un peso de encima con otro de mayor envergadura, evite los cómplices. Como sea, puede ser que necesite de un buen samaritano que adquiera por usted los 300 litros de ácido sulfúrico requeridos para convertir un cuerpo de estatura media en un charco de lodo, y probablemente de otro cómplice más —de preferencia el mismo— que lo ayude a cargar los barriles hasta su patio. (Una reflexión pertinente: ¿no es una complicación innecesaria llevar a casa un tercio de tonelada de una sustancia controlada por el Estado, cuando su objetivo es deshacerse de algo que difícilmente supera los ochenta kilogramos de peso?)

4. Aunque usted domine los rudimentos de la taxidermia, no confíe en la idea de completar el decorado de su sala. A diferencia de lo que sucede con los osos pardos disecados, alguien podría reconocer al ejemplar.

5. La idea de invitar a los perros callejeros a un festín no carece de inconvenientes. Su agradecimiento será tan profundo que los impulsará a rascar todos los días la puerta de su casa, lo cual, además de molesto, puede ser delator. Y siempre que usted deba salir se vería acompañado por una jauría no precisamente bien educada.

6. El escarabajo carroñero (hister cadaverine), que tiene la virtud de devorar el menor resto de carne adherida a los huesos (aptitud por la cual es muy valorado en los museos de historia natural), está severamente vigilado por la policía. Un pedido de estas serviciales criaturas desembarcará en su casa al mismo tiempo que una orden de cateo.

7. Si ha optado por la manida técnica de hacer pasar el cuerpo por un anciano, un borracho o un enfermo, y pretende llevarlo a pasear en silla de ruedas para abandonarlo en el parque, no se olvide de los vecinos, en particular de los de edad avanzada: es muy factible que de allí en adelante lo atormenten con la turbadora solicitud de que también a ellos los saque a dar una vuelta.

8. En ocasiones da resultados estupendos publicar un aviso de ocasión ofreciendo “modelos frescos para seguidores de Joel-Peter Witkin”. La molestia de recibir llamadas misteriosas muchos meses después de completado el trato se compensa con la satisfacción de haber sublimado una incómoda pesadilla a través del arte.

9. El acto humanitario de vender en el mercado negro las partes del cuerpo que puedan servir para trasplantes, aunque de suyo loable, plantea el problema de que, más allá de las córneas o los riñones, nunca se ha visto que en esos círculos se coticen bien un par de piernas serruchadas.

10. La costumbre de preparar hamburguesas con carne humana puede despertar sospechas cuando uno ha declarado en público su inclinación al vegetarianismo. Si en su cocina no cuenta con un refrigerador de tamaño industrial, se recomienda que organice una gran parrillada invitando a todos los que figuran en su agenda de teléfonos. (Para eludir el riesgo de que entre los comensales se encuentre algún sibarita de paladar refinado, aderece con abundantes especias).

11. “La estrategia del platillo chamuscado”, como se conoce al proceso de hornear hasta su total desaparición el cuerpo del delito, se desaconseja de manera tajante. Cualquier nariz que no sufra de catarro sabrá identificar a leguas de distancia que ese aroma no lo producen ni el pavo ni el lechón.

12. Si ha optado por el descuartizamiento, para más tarde disponer el resultado en maletas de viaje, es necesario que cuide algunos pormenores que quizá haya pasado por alto a causa de su impulso: además de borrar con cloro las huellas digitales, hay que desprender del equipaje cualquier etiqueta incriminatoria. Enviar los pedazos por paquetería es una práctica altamente censurable y no exenta de riesgos, por más que la haya visto funcionar en el cine.

13. La otrora sencilla tarea de enterrar la evidencia en el jardín, exige que tengamos a nuestra disposición un pedazo de tierra de por lo menos dos metros cuadrados y, por si fuera poco, al resguardo de la mirada de los curiosos; requisitos altamente improbables en los departamentos actuales. La idea de distribuir el cuerpo en macetas, que más de un incauto ha calificado de genial, acarrea sin embargo consecuencias funestas, en particular para el olfato y las plantas. Por lo demás, la tradición de devolver el polvo al polvo se ve hoy amenazada por las peculiaridades de la dieta del hombre contemporáneo: a tal punto su alimentación incluye conservadores artificiales, glutamato monosódico y toda variedad de sales, que se necesitan décadas para que el proceso de descomposición se complete. Quizá como consecuencia de este imponderable en apariencia inocuo, se ha verificado el fenómeno de que la tierra expulse hacia la superficie el cadáver, aun sin la participación activa de los perros; lo cual nos obligaría a fingir interés en las labores de jardinería con cierta regularidad. Pero más importante, ese continuo resurgimiento nos condenaría a ser víctimas de los tormentos de nuestra conciencia con más frecuencia de lo que desearíamos, que es justo lo que se buscaba evitar desde el principio. EP

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