Reseña de Linea nigra, de Jazmina Barrera (Almadía, 2020).
Archivo de maternidades
Reseña de Linea nigra, de Jazmina Barrera (Almadía, 2020).
Texto de Michelle Monter 23/07/20
Las madres no escriben, están escritas.
Susan Suleiman
En 1985, casi seis décadas después de la publicación de Un cuarto propio de Virginia Woolf, Gloria Anzaldúa expresó en una carta dirigida a las escritoras tercermundistas que es posible que las mujeres jamás gocen de un “tiempo extendido” para escribir, a menos que sean ricas o tengan patrocinadores. No obstante, la poeta chicana exhorta a olvidar el cuarto propio, a escribir en la cocina, en el autobús, entre dormir y estar despierta, cuando estemos deprimidas, enojadas, heridas. Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) incorpora otras condiciones en las cuales, más que un deber, el acto de la escritura se vuelve una necesidad. Escribe cuando estés embarazada, escribe cuando amamantes, escribe cuando seas madre. Escribe cuando notes la línea hiperpigmentada que nace en el pubis y desemboca en el abdomen. Escribe sobre la linea nigra.
Al comienzo de Linea nigra (Almadía, 2020) la escritora recuerda que ante el cuestionamiento de su madre sobre si estaba dispuesta a abandonar sus proyectos debido a la maternidad y crianza de un bebé, su respuesta fue puntual: “Claro que voy a seguir escribiendo, al menos mientras siga tomando bonadoxina”. La preocupación no es ociosa dado que la maternidad es un trabajo de tiempo completo, por lo tanto, su llegada es una transgresión a lo cotidiano. Irrumpe en el cuerpo y desordena todo a su alrededor.
Barrera narra que durante los primeros meses de su embarazo le informaron que había recibido una beca para escribir, pero no recordaba el tema de su proyecto. El olvido se explica no sólo por el cambio drástico de prioridades, sino porque el embarazo está cambiando su cuerpo y también le está exigiendo una escritura particular: “Quiero escribir este libro: es lo único que puedo escribir ahorita”. Así, Linea nigra comparte dos metamorfosis: el cuerpo y la escritura. El cuerpo influyendo en la escritura y viceversa en un intercambio orgánico cuyo producto resulta microquimérico, como el intercambio de células entre madre e hijo.
La corporalidad es la sustancia de este libro. En este sentido, no resulta extraño el afán de Barrera por coleccionar obras ―fotografías y pinturas― en torno a la maternidad, puesto que el cuerpo de la pintura y la fotografía se hace manifiesto en su materialidad. Un dato interesante es que las palabras madre y materia proceden de la raíz mater: sustancia matriz, materia prima. La materia prima de Linea nigra es la búsqueda de referentes que dialogan con la autora a través de experiencias respecto a la maternidad.
En su exploración, Barrera encuentra que la autorrepresentación de las mujeres como madres en el mundo del arte es bastante reciente: datos como que el primer autorretrato de una mujer embarazada fue pintando por Paula Modersohn-Becker a principios del siglo XX o que la fotografía Autorretrato embarazada de Diane Arbus se realizó en la década de 1940. De la información que brinda Barrera es posible deducir que es hasta el siglo XX que las mujeres comienzan a utilizar la maternidad como tema en su obra, aunque esta afirmación tendría que matizarse al tomar en cuenta que las obras de la pintora Modersohn-Becker, nacida en el siglo XIX, fueron destruidas por los nazis por considerarlas “arte degenerado”. A lo largo de la historia, ¿cuántas obras sobre la maternidad no habrán sido censuradas, prohibidas, destruidas o simplemente borradas por hombres que ven en ellas algo degenerado o carente de valor?
Por otro lado, detrás de estas estrategias de autorrepresentación parece encontrarse una necesidad de [re]descubrir ese territorio extraño que resulta el cuerpo habitado por alguien ajeno. Además de Modersohn-Becker y Arbus, la madre de Barrera también realizó varios autorretratos durante su embarazo y en sus pinturas la autora reconoce el rostro atento de quien se encuentra ante una revelación. No hay que pasar por alto que la forma del ensayo que propone Barrera pareciera cimentarse en esta cualidad del descubrimiento a partir de la observación distante que suscita la maternidad y que se vuelca en la escritura, “escritura blanca, lo llama Cixous, escribir con leche, con leche materna”.
Linea nigra es, también, un archivo de maternidades. La experiencia de maternidad de Barrera se hilvana con la de aquellas mujeres que han vivido el embarazo y sus procesos ulteriores como la lactancia, la crianza, y, por supuesto, la escritura. Existe una motivación que subyace a la transmisión de conocimiento por medio del nombramiento de estas experiencias en el texto: la creación de una genealogía. Al respecto, Margo Glantz, en el ensayo Las hijas de la Malinche, sostiene que “toda genealogía acusa con obviedad la preocupación por conocer el origen, es un intento de filiación individual”. La filiación propuesta por Barrera hermana a Sor Juana, a Mary Shelley ―“Frankenstein es una historia sobre la creación de la vida, acerca de un hombre que más que jugar a dios juega a ser mujer”―, Natalia Ginzburg, Rosario Castellanos, Sarah Manguso, Ursula K. Le Guin, Marie Darrieussecq ―“Cada vez que a Marie Darrieussecq le solicitan una fotografía de autora, manda una foto de ella embarazada, desnuda. Casi siempre le responden que por favor mande una foto ‘normal’” ―, entre otras. El ensayo de Barrera es un archivo, sí, pero un archivo que despliega una genealogía de maternidad y escritura, una estirpe en la cual situarse como creadora de vida y de ideas.
Ursula K. Le Guin menciona que los bebés se comen los manuscritos, pero escupen fragmentos que pueden ser unidos después. La forma de Linea nigra le da la razón. Decir que Linea nigra es un texto híbrido es caer en un lugar común y apuntar una obviedad, pero es verdad que la escritura de Barrera cobra la forma de un relato interrumpido por las entradas en un diario al tiempo que incorpora los registros de lo inminente: su relación con su madre y su pareja, el desarrollo de su embarazo, la llegada de Silvestre, el miedo a escribir. Aunque Gloria Anzaldúa nunca fue madre, alguna vez confesó que le tenía miedo a escribir, pero que le daba más miedo no hacerlo. En un punto del ensayo, cuando Barrera decide el lugar donde va a escribir en su casa, confiesa: “no quería resolver por fin el dónde porque tengo miedo a pensar en el cuándo: ¿cuándo voy a escribir después del parto? ¿A qué hora?”. La construcción de este libro es la respuesta a su pregunta: se escribe a ratos, en fragmentos, con notas dispersas, se escribe en la cocina, se escribe al maternar. EP
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