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Existen pocos fenómenos universalmente
temidos por los hombres de cualquier rincón del mundo, y que trascienden
épocas, como la inevitable caída de cabello. En el antiguo Egipto se recomendaba
la aplicación de un bálsamo hecho de la mezcla de grasas de león, hipopótamo,
cocodrilo, gato, serpiente e íbice para combatir este mal. Así lo expresa el
famoso Papiro Edwin Smith, uno de los primeros tratados médicos de la
humanidad.[1]
Por
otro lado, el célebre médico griego Hipócrates, quien era calvo, recomendaba un
tratamiento que consistía en excremento de paloma, opio, betabel, rábano
picante y especias para curar la pérdida de cabello.
En la actualidad, existen estudios
científicos que han probado la efectividad de métodos poco convencionales para
combatir la alopecia areata,
una enfermedad que ataca al sistema inmunológico y debilita los folículos de
cabello, produciendo su eventual caída. El jugo de cebolla, por ejemplo, probó
ser un tratamiento muy efectivo. Una investigación hecha por científicos
iraquíes, publicada en el Journal
of Dermatology en 2002,[2] mostró
que la aplicación tópica de jugo de cebolla cruda en el cuero cabelludo de
pacientes con cierto grado de calvicie tuvo una eficacia de 74%.
El
estudio consistió en observar a un grupo mixto de hombres, quienes se aplicaron
el tratamiento de cebolla dos veces al día a lo largo de dos meses. Los
resultados se compararon con los de un grupo de control que sólo se aplicó agua
con la misma periodicidad. A pesar de la efectividad mostrada en el primer conjunto,
los científicos no reportaron información acerca de los efectos que el uso de
jugo de cebolla cruda pudo haber tenido en las relaciones interpersonales de
los sujetos de estudio a consecuencia del fuerte aroma que aquél desprende.
Hipócrates también observó que los
eunucos nunca perdían el cabello. Eso lo llevó a conjeturar que una cura
potencial para la calvicie en los hombres es la castración. Dado que a mediados
del siglo xx en Estados Unidos todavía se practicaba la castración a hombres
condenados por delitos sexuales o se usaba para tratar ciertos problemas
mentales, el Dr. James B. Hamilton,[3] de
la Universidad de Yale, decidió, en 1942, explorar la hipótesis de Hipócrates,
y durante dieciocho años observó a un grupo de hombres que habían sido
castrados en su juventud. Sorprendentemente, ninguno de ellos desarrolló
patrones de calvicie al envejecer.
Estudios
posteriores confirmaron que la producción de testosterona es una causante
directa de la calvicie. Hombres castrados no corren riesgo de quedar calvos. El
grado de calvicie, sin embargo, no depende del nivel de testosterona, sino de
la genética. Aun cuando las causas de la pérdida de pelo no han sido entendidas
en su totalidad, se sabe que ciertos genes son muy sensibles a pequeños niveles
de la enzima dihidrotestosterona (dht), un derivado de la testosterona, que es
la hormona comúnmente asociada al deseo sexual y a la formación de los
genitales masculinos. Esta predisposición genética ocasiona el debilitamiento
de los folículos de cabello.
La calvicie es un fenómeno mundial que
afecta a hombres de todas partes sin importar su origen étnico. Dos tercios de
la población masculina se enfrentan a la caída de pelo antes de cumplir treinta
y cinco años, y en hombres de cincuenta, esta cifra aumenta a 85%. En 2013, un
grupo de investigadores alemanes publicó un estudio donde se demuestra que la
calvicie conlleva un peso emocional severo que causa desórdenes psicológicos,
deteriorando la calidad de vida de quien la padece.[4]
Puesto
que la calvicie es universal, ¿existe algún beneficio asociado a ella? De
acuerdo con diversos estudios, los hombres calvos son generalmente percibidos
como más inteligentes, más dominantes, más influyentes y con un nivel educativo
y un estatus social más altos. Asimismo, paradójicamente tienden a tener más
vello que los no calvos en brazos, piernas y pecho.
Recientemente se ha descubierto un
posible vínculo entre la calvicie y el cáncer prostático. Un estudio, publicado
en el Journal of Clinical Oncology en
2018,[5] concluyó
que hombres que padecen calvicie en la parte frontal y en la corona de la
cabeza tienen 40% más riesgo de padecer formas muy agresivas de esa enfermedad.
Niveles bajos de vitamina D —la cual sólo se produce al exponerse a la luz solar— también son un factor de riesgo, por lo que hay quienes se han preguntado si la calvicie es una estrategia evolutiva para que el cuerpo reciba más esa sustancia y combata así los agresivos efectos de la dht, sobre todo en hombres con predisposición genética. Mientras la evidencia de este vínculo crece, es claro que un fenómeno tan universal como la calvicie debe tener alguna raíz evolutiva, la cual todavía se desconoce en su totalidad.EP
[1] https://books.google.co.uk/books?id=y1X0NB6q5PAC&pg=PT7&lpg=PT7&dq=%22stuffed%22+mice+cure+for+baldness&source=bl&ots=tmI5Njd7YU&sig=HlxwYe6xgXDjxEoN4Pm5B7sSRxA&hl=en&sa=X&ved=2ahUKEwjxg_TnlrDdAhWCDcAKHe_VClE4ChDoATAGegQIBBAB#v=onepage&q=%22stuffed%22%20mice%20cure%20for%20baldness&f=false
[2] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/12126069
[3] https://academic.oup.com/jcem/article-abstract/20/10/1309/2719329?redirectedFrom=fulltext
[4] https://www.huffingtonpost.co.uk/dr-asim-shahmalak/hair-loss-new-research-_b_2437282.html
[5] http://www.pcf.org/c/fallout-from-new-study-men-with-early-balding-may-be-at-higher-risk-of-aggressive-prostate-cancer/_