¿Cómo conciben los empresarios mexicanos la desigualdad? ¿Les preocupa? ¿Cómo explican las grandes fortunas? ¿Perciben un vínculo entre desigualdad y pobreza? ¿Y entre desigualdad y crecimiento? Para responder a estas y otras preguntas, presentamos algunos de los resultados de una investigación en la que se entrevistaron a 108 empresarios mexicanos pequeños, medianos y grandes.
¿Cómo conciben los empresarios mexicanos la desigualdad? ¿Les preocupa? ¿Cómo explican las grandes fortunas? ¿Perciben un vínculo entre desigualdad y pobreza? ¿Y entre desigualdad y crecimiento? Para responder a estas y otras preguntas, presentamos algunos de los resultados de una investigación en la que se entrevistaron a 108 empresarios mexicanos pequeños, medianos y grandes.
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La preocupación por la desigualdad
No es sencillo hablar sobre desigualdad con la
élite productiva y financiera del país, en gran parte por la larga serie de
prejuicios ideológicos que existen frente al tema. Como ejemplos, un gran empresario
señaló durante las entrevistas que el término en sí mismo le desagradaba porque
equivalía a “estar en contra del capitalismo”, mientras que un mediano
empresario vinculado a Coparmex apuntó que hablar de desigualdad implicaba
suscribir la “teoría comunista”. Aún así, el empresariado mexicano está
consciente de que vivimos en una sociedad desigual: casi ocho de cada 10
entrevistados señalan estar muy de acuerdo con la afirmación de que “las
diferencias de ingresos en el país son muy grandes”, en tanto nueve de cada 10
afirman que la desigualdad en la distribución del ingreso es un problema. Sin
embargo, existe una enorme confusión sobre el tema entre los empresarios,
quienes muchas veces no alcanzan a percibir la diferencia entre pobreza y
desigualdad; incluso una porción importante se refiere a ambos fenómenos como
sinónimos.
Sin embargo, antes que mostrar una preocupación
en términos de ingresos, la aspiración que refrenda la mayor parte del
empresariado se enmarca en un discurso de igualdad de oportunidades, donde la
preocupación central tiene que ver con la falta de políticas en materia de
educación y salud capaces de crear un piso parejo que ofrezca a todas las
personas un punto de partida similar. Cuatro de cada 10 entrevistados estuvo de
acuerdo con la afirmación de que “el verdadero problema es la falta de
oportunidades iguales para todos, no la diferencia entre los ingresos que
perciben unos y otros”. La preferencia por una postura así es mayor entre los
directivos de grandes empresas que entre quienes comandan a las pequeñas o
medianas.
Para los empresarios no toda desigualdad es
perjudicial. Dos tipos de concepciones de la desigualdad saltan a la vista: de
un lado formas de desigualdad naturales, aceptables, positivas e incluso
“buenas”; del otro, una percepción de desigualdad en términos negativos —la
desigualdad “mala”, como fue definida por un empresario tabasqueño— que tiende
a incomodar sobre todo a los medianos empresarios, y es aquélla originada en
las grandes fortunas derivadas de la corrupción o en los negocios ilícitos.
Explicaciones sobre la riqueza
En general, las causas de la riqueza suelen
explicarse a partir de lógicas individualistas, estructurales o fatalistas.
Para conocer la visión del mundo empresarial en torno a la riqueza se preguntó
a los entrevistados por la principal explicación de la riqueza del 1% más rico
de la población. Como se percibe en la Gráfica 1, las opciones individualistas
—talento y trabajo duro— son en general minoritarias frente a las
estructurales, por las cuales se decanta el grueso del empresariado. Dentro de
estas últimas, la primera causa citada es la corrupción, la segunda los
contactos influyentes y por último la procedencia familiar. De igual forma, los
empresarios descreen de la suerte como la razón capaz de explicar la fortuna de
los más ricos. Entre los empresarios grandes existe una preferencia mayor por
opciones individualistas; los medianos y pequeños prefi eren opciones
estructurales, salvo en lo relacionado con la procedencia familiar. Estos datos
muestran, por un lado, que en los estratos más altos del empresariado existe
una mayor tendencia a apoyar explicaciones individualistas sobre la riqueza,
como parte de un discurso que busca legitimar su superioridad a partir de una
narrativa de éxito individual; por otro, es notable cómo los pequeños y
medianos empresarios probablemente son sensibles a la corrupción y al tráfico
de influencias —temas más estructurales—, en tanto perciben que estos problemas
les han impedido tener mejores oportunidades en el mundo de los negocios.
Cuando analizamos a los empresarios que comandan a más de 25 mil trabajadores
se observan dos datos interesantes, a pesar de lo reducido de la muestra: 50%
de ellos piensan que el trabajo duro explica la riqueza del 1% más rico,
mientras sólo 14% de los empresarios con menos de 25,000 trabajadores se
inclina por esta opción. Llama también la atención que mientras 33% de los
empresarios mexicanos consideran a la corrupción como un factor clave para
explicar esta riqueza, ni uno solo de los mega empresarios citó esta opción
entre sus respuestas. La idea de que la desigualdad es creada por la corrupción
está sumamente extendida en el sector empresarial mexicano. “La riqueza se basa
en dinero sucio, dinero lavado y corrupción” dijo, por ejemplo, un empresario
grande del sector financiero neoleonés. Más enfáticos fueron los empresarios
medianos y pequeños: un restaurantero en la Ciudad de México señaló categórico
que ese 1% se conforma por “gente que ha hecho negocios al amparo del
gobierno”, mientras que otro empresario michoacano apuntó que “la mayoría de
las fortunas están hechas a base de corrupción”.
Los contactos influyentes —segunda causa de la
riqueza en opinión de los pequeños y medianos empresarios mexicanos y una de
las principales entre los grandes— fueron subrayados por un emergente joven
empresario dedicado a las comunicaciones y la tecnología, quien apuntó: “Los
empresarios tradicionales han sido muy hábiles para encontrar canales a través
de los cuales han hecho dinero a partir del sector público”. Incluso mencionó
que “de las 50 más grandes empresas, 40 tienen alguna conexión con el gobierno
o han tomado ventaja gracias a que tienen al gobierno de su lado”. El provenir
de una familia acaudalada también generó reflexiones por parte de los
entrevistados. Un mediano empresario de Monterrey aludió a la existencia de “30
familias que son las mismas desde hace 50 años” y habló de un problema de
Estado de derecho y falta de movilidad social en un país donde “quien nace pobre
nunca llega a ser rico”. Por esta opción se inclinó también un directivo de una
de las empresas que integran Grupo Carso, quien señaló que ésta ha sido “la
historia de los últimos 50 años”. El hijo de un mega empresario fue
sorprendentemente enfático: “Por supuesto que [el provenir de una familia
acaudalada] es el factor más importante [para explicar la riqueza del 1% más
rico de la población]. Eso hay que cambiarlo”. La opción “trabajo duro”,
preferida por los grandes empresarios, fue justificada con argumentos como: “No
conozco a ningún multimillonario que venga de una familia rica que no haya
trabajado muy duro. Todos vienen de una cultura de trabajo y tesón. Ninguno o
casi ninguno se hizo a base de corrupción”.
Pobreza y desigualdad
Aunque entre académicos y organismos
internacionales existe cada vez mayor claridad sobre la estrecha vinculación
entre pobreza y desigualdad, la mayor parte de los empresarios mexicanos parece
preocuparse más por la primera. Como puede verse en la Gráfica 2, solamente 16%
de los entrevistados considera que la desigualdad es un problema más grave que
la pobreza; 48% cree que ambos son igualmente importantes y 36% que la pobreza
tiene preeminencia. La visión empresarial dominante —aquella que tiende a
considerar que la pobreza es más importante que la desigualdad— tiene distintas
vertientes: en la posición más extrema se ubican quienes defienden la tesis de
que la desigualdad es “necesaria”. Un empresario mexicano mediano planteó, por
ejemplo: “el que no haya ricos hace que sea peor la pobreza”.
Una posición menos extrema representan quienes
creen que la desigualdad simplemente no es un problema. Así lo afirmó un
empresario de la Ciudad de México, caracterizado por promover iniciativas
sociales: “No es un problema que exista un Carlos Slim —afirmó—, eso sucede,
está bien. Lo que sí es un problema es que 70% de la población no haya
terminado el bachillerato o que un gran porcentaje no gane ni el salario
mínimo”. Entre quienes sostienen que la pobreza es el verdadero problema hay un
grupo más moderado que los anteriores: el de aquellos que, a pesar de sostener
esta posición, reconocen que la desigualdad es o puede ser un problema. En
ocasiones los empresarios plantean que, de ser necesario elegir entre un
escenario exclusivamente de pobreza o desigualdad, más vale optar por el
segundo, sin reparar necesariamente en la interrelación entre ambos fenómenos y
lo hipotético que implica un escenario así, al menos en países caracterizados
por una desigualdad extrema, como México. Así, por ejemplo, un integrante del
Consejo Mexicano de Negocios reflexionó de esta forma: “Hay desigualdad en
Suecia, pero no hay pobreza en Suecia… Y yo preferiría estar en Suecia, donde
hay algo de desigualdad, que en Cuba donde hay mucha pobreza y casi no hay
desigualdad”. Por último, entre quienes consideran que la desigualdad es un
problema más grave que la pobreza se identifican dos vertientes: por un lado
están quienes hacen una lectura económica, donde parece haber una mayor
conciencia sobre la estrecha relación entre pobreza y desigualdad. Por otro,
quienes formulan una reflexión sobre las implicaciones sociales y políticas de
la desigualdad para considerar que ésta es más grave que la pobreza. En la
primera vertiente destaca un influyente empresario de la construcción, el cual
señaló que la pobreza es más grave “porque frena el crecimiento económico y eso
dificulta la reducción de la pobreza”. Entre los que suscriben este tipo de
posturas está también uno de los dirigentes de Coparmex, quien dijo estar
consciente de que “la pobreza es una consecuencia de la desigualdad”. Algunos
señalaron también que “la desigualdad propicia más pobreza”. En la segunda
vertiente están quienes efectúan una lectura sobre las implicaciones sociales y
políticas de la desigualdad que los lleva a considerarla un fenómeno más grave
que la pobreza. Así, por ejemplo, uno de los directivos del Consejo Coordinador
Empresarial planteó que la desigualdad es más grave que la pobreza porque la
primera genera “mucho rencor social”. De igual forma, un representante de la
Unión Social de Empresarios Mexicanos, organización de inspiración católica,
señaló que la desigualdad es más problemática porque “enfrenta a las personas”.
Otro empresario señaló que la desigualdad “puede afectar los valores
democráticos de una sociedad”.
Desigualdad y crecimiento económico
A pesar de que cada vez existe un mayor consenso
en que la desigualdad afecta a la economía y al crecimiento, entre los
empresarios mexicanos no existe suficiente claridad sobre el tema. Es obvio que
no son indiferentes a los posibles efectos de la desigualdad en la economía,
pues únicamente 7% de los entrevistados se inclinaron por la opción “la
desigualdad no afecta a la economía”. Esto puede interpretarse como un
indicador de que la gran mayoría de los entrevistados cree que la desigualdad
tiene efectos positivos o negativos en la dimensión económica. De igual forma,
poco más de la mitad de los entrevistados considera que la desigualdad siempre
es mala para la economía, mientras que el resto cree que en niveles moderados
puede ser benéfica para la economía, como se observa en la Gráfica 3, en que se
aprecia cómo los pequeños y medianos empresarios parecen estar más conscientes
de que la desigualdad afecta a la economía. Al analizar cualitativamente las
entrevistas que realizamos a los empresarios mexicanos se observa una tendencia
a descreer que la desigualdad frene el crecimiento económico. Un gran número
tiende a creer que la desigualdad no es un problema porque “el crecimiento del
pastel no tiene límites”. Poco se escuchó decir que un pastel más pequeño, pero
distribuido de manera más justa, puede generar mejores condiciones para el
crecimiento que un pastel más grande con los niveles actuales de desigualdad.
Algunos alcanzaron a visualizar los efectos nocivos de la desigualdad; entre
los grandes, un industrial apuntó que, si bien la desigualdad no es un problema
en sí mismo, sí lo es para la economía porque “los pobres no consumen”. De
igual forma, el representante de Grupo Carso planteó que “si el pastel fuera
más grande habría mejores condiciones para todos, mayor industria y más
comercio”. Posturas como estas, sin embargo, no son mayoritarias entre los
empresarios mexicanos entrevistados.
Los representantes del mundo empresarial
expresaron posiciones matizadas, al remitirse a los tipos y niveles de
desigualdad. Varios consideran que existe una desigualdad aceptable, que
incluso puede estimular positivamente a la economía, así como una desigualdad
extrema de carácter negativo. El economista en jefe de uno de los bancos más
importantes de México señaló que “hay formas de desigualdad que generan buenos
incentivos para la sociedad”. Si bien reconoció que “el tipo de desigualdad que
tenemos en México no ayuda al crecimiento económico”, mientras la que existe en
Estados Unidos o en países europeos es “razonable”. Es en la desigualdad
extrema —aunque no lo mencionó en estos términos— donde existe un problema, en
la medida en que “genera falta de competencia, sistemas de salud y educación eficientes”.
¿Qué hacer?
Entre el empresariado mexicano existe una
postura de relativa ambigüedad o tibieza, si se quiere, frente a las
alternativas para superar la desigualdad. Al preguntar a los entrevistados
sobre las posibles alternativas frente a ella, más de la mitad manifestó estar
poco de acuerdo con que “la desigualdad es un problema importante, pero al
gobierno no le toca resolverlo”, y menos de un tercio manifestó estar nada de
acuerdo. La ambigüedad es mayor en grandes empresarios, con una diferencia de
20 puntos con respecto a los pequeños y medianos.
En esta encuesta quisimos saber qué tan
dispuestos están los empresarios a pagar mayores impuestos, como parte de una
estrategia para combatir la pobreza y las desigualdades. Para ello, se les presentó
una serie de opciones de políticas públicas, como invertir más en educación,
salud y programas sociales, las cuales no se detallan aquí por falta de
espacio. Inmediatamente después se les preguntó si valdría la pena pagar más
impuestos para hacer efectivas dichas políticas y se encontró que para seis de
cada 10 no valdría la pena, argumentando que casi siempre los impuestos tienen
un destino incierto.
Aunque no se observa una gran diferencia por
tamaño de empresa, el rechazo a pagar más impuestos es ligeramente mayor entre
los directivos de pequeñas y medianas empresas, lo que probablemente se vincula
a su mayor sensibilidad frente a la corrupción. La encuesta se aproximó también
al tema fiscal, al cuestionar a los empresarios si estarían de acuerdo en
incrementar el ISR al 1% más rico de la población. Aquí se observó que para el
44% sería viable y deseable hacerlo, mientras que el resto ofrecieron
respuestas negativas o ambiguas. A diferencia de lo que se observa cuando se
pregunta por un aumento de las tasas impositivas en general, cuando se pregunta
específi camente por un impuesto a la renta del sector más rico de la población
el porcentaje de empresarios que lo apoya es mayor entre los pequeños y
medianos empresarios que entre los grandes.
En suma, el empresariado mexicano que habla a
través de esta encuesta parece estar consciente de que en México hay mucha
desigualdad y que ello representa un problema. Sin embargo, que nueve de cada
10 afirmen que la desigualdad en la distribución del ingreso es un problema que
probablemente se debe a que no perciben la diferencia entre pobreza y
desigualdad: muy probablemente cuando hablan de la segunda están pensando en la
primera. Claramente, el empresariado mexicano se muestra más preocupado por la
pobreza que por la desigualdad, además de que no tiene suficiente claridad
frente al hecho de que la desigualdad afecta el crecimiento, a pesar de que más
de la mitad considera que es mala para la economía.
En
general, el empresariado se decanta por explicaciones sobre el origen de la
riqueza de tipo estructural —la corrupción, los contactos influyentes y la
procedencia familiar—, mientras que las opciones individualistas —talento y
trabajo duro— ocupan un lugar menos relevante. Seis de cada 10 entrevistados consideran
que valdría la pena pagar más impuestos para generar políticas contra la
pobreza y la desigualdad, aunque tienden a ser escépticos de aumentarlos al 1%
más rico de la población, el sector al que probablemente pertenecen la mayoría
de ellos. En todos los casos, se observan importantes diferencias entre los
pequeños y medianos empresarios con respecto a los grandes. EP
1 Se encuestaron a 55 directivos de empresas con menos de 250 trabajadores, considerados como pequeños y medianos empresarios; a 45 empresarios con más de 250 trabajadores, para representar a los grandes, así como a ocho representantes de grandes empresas que comandan a más de 25 mil trabajadores. Del total, 71% dijeron estar afiliados a algún tipo de cámara empresarial y el resto señaló no pertenecer a ninguna. EP
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