La discriminación en el país vecino ha alcanzado a grupos muy distintos: a los pueblos nativos y la gente de origen africano, por supuesto, pero también a variados conjuntos de migrantes. Los mexicanos radicados allá no han sido la excepción.
Inmigración y racismo en Estados Unidos
La discriminación en el país vecino ha alcanzado a grupos muy distintos: a los pueblos nativos y la gente de origen africano, por supuesto, pero también a variados conjuntos de migrantes. Los mexicanos radicados allá no han sido la excepción.
Texto de Fernando Sepúlveda Amor 01/03/15
Todos los animales son creados iguales,
pero algunos animales son creados
más iguales que otros.
George Orwell, Animal Farm, 1945
La historia de la inmigración en Estados Unidos está íntimamente ligada al racismo y la discriminación por parte de la población nativa hacia las distintas oleadas de inmigrantes llegados en sucesivas etapas durante los siglos XIX y XX. Alemanes, irlandeses, italianos, polacos y judíos, entre otros, inmigraron a Estados Unidos huyendo de la pobreza, del hambre, de las persecuciones religiosas, y en cada caso los recién llegados ocuparon los estratos sociales y económicos más bajos, siendo objeto de la explotación y la discriminación por parte de los estadounidenses establecidos anteriormente.
Un caso distinto al anterior lo representa la población indígena, dueña original del territorio de lo que hoy es la Unión Americana, la cual, irónicamente y de forma trágica, en una reversión de esa tendencia, se vio desplazada violentamente para dar lugar a la inmigración europea. Diferente también es el caso de la inmigración forzada de la población africana esclavizada para trabajar en las plantaciones agrícolas y en otras labores de servidumbre. Igualmente, habrá que considerar aparte la importación de mano de obra de China y de México durante la primera mitad del siglo XIX para la construcción de los ferrocarriles transcontinentales, política que fue revertida mediante la expulsión de esas nacionalidades una vez completadas las vías.
A principios del siglo XX Estados Unidos estableció normas más estrictas para la inmigración, limitando el volumen y el origen de los solicitantes, estableciendo cuotas por nacionalidad, priorizando la inmigración europea y prohibiendo la asiática. La Depresión de los años treinta motivó la expulsión masiva de extranjeros, particularmente de mexicanos que se vieron obligados a salir del país en condiciones muy difíciles. El inicio de la Segunda Guerra Mundial impulsó la importación de jornaleros agrícolas de México mediante la firma del Programa Bracero entre los gobiernos de México y Estados Unidos, creado para relevar a los agricultores estadounidenses desplazados al frente militar en Europa y el Pacífico. Cancelado el Programa Bracero en 1964, esta migración circular se suspendió, y se inició una inmigración sostenida y creciente de México hacia Estados Unidos —en su mayoría indocumentada— que creció de 1.7 millones en 1970 a 11.7 millones en 2010, lo que significa que prácticamente se septuplicó a lo largo de 40 años.
La Oficina del Censo de Estados Unidos proyecta para 2050 que la población blanca representará el 46.3% del total de la población, una disminución con respecto al 62.4% actual, lo que significa que en 35 años más este grupo demográfico pasará a ser una minoría. Por el contrario, para esa fecha la población hispana habrá aumentado a 30.2% del total, casi el doble del 17.7% registrado actualmente; de esa población, dos terceras partes serían de origen mexicano, esto es, aproximadamente 87 millones de personas.
Sin duda, estas cifras tienen muy preocupados a los sectores más conservadores de la sociedad estadounidense integrada por población blanca, quienes se oponen al ingreso de nuevos grupos de migrantes y a la aprobación de una reforma migratoria que aumente el desbalance entre la población blanca y las otras etnias, por considerar que esta tendencia representa una amenaza a la identidad nacional de Estados Unidos.
La resistencia al cambio de los nativistas, que históricamente se ha manifestado a través de la discriminación de los recién llegados y el racismo, se explica por una compleja combinación de factores económicos y sociales, motivados por el temor al desplazamiento laboral y el rechazo a lo diferente en la cultura, la religión, las costumbres y el color de la piel, aunado a la estratificación social derivada de la ubicación de los inmigrantes nuevos en los niveles más bajos de la economía.
Esta situación ha venido operando a lo largo de más de dos siglos al amparo de leyes escritas y no escritas, las que han permeado profundamente en las sociedades de Estados Unidos de cada época, llegando a verse como el estado natural de las cosas. El cambio del statu quo se ha logrado en el tiempo mediante intensas y, en muchos casos, sangrientas luchas, tales como las libradas durante la Guerra Civil, la de los derechos civiles encabezada por el reverendo Martin Luther King y la del derecho de huelga de los jornaleros agrícolas hispanos liderada por César Chávez.
Sorprende entonces que en Estados Unidos —habiendo sido el modelo de Gobierno bajo el cual se desarrollaron las democracias modernas, y que en su Declaración de Independencia estableció “que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los que se encuentran el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad”— importantes sectores de la población mantengan hasta la fecha posiciones profundamente discriminatorias y muchos estados cuenten con legislaciones que limitan los derechos fundamentales de las minorías étnicas y de los inmigrantes.
En el caso de la población africana esclavizada, posteriormente a la Independencia de Estados Unidos se sostuvieron tesis sobre la inferioridad de la raza negra para justificar la incongruencia con la declaración constitucional, y tras el triunfo de la Unión sobre los Confederados y la promulgación de las leyes de emancipación, los estados del Sur emitieron leyes comúnmente llamadas de “Jim Crow” que, simulando la igualdad, establecían la segregación de las razas, la restricción del acceso al voto, los obstáculos para la educación y el sustento económico, así como la limitación al ejercicio de los derechos civiles, reforzado todo ello mediante la intimidación, la violencia, la represión por parte de las autoridades y la amenaza de los grupos supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan.
Personalmente, tuve la oportunidad de vivir esta situación. Viajábamos Bernardo mi hermano y yo en automóvil de regreso a México en el año 1955 con el doctor Luis Landa, amigo de la familia, después de haber estado como estudiantes de intercambio en Oyster Bay, Long Island. El segundo día de viaje entramos al estado de Virginia e inmediatamente pudimos observar un cambio en comparación con el ambiente del norte, en el estado de Nueva York. Los sanitarios en las gasolineras y en las paradas carreteras mantenían separadas las instalaciones utilizadas por los blancos y por la gente de color; los restaurantes y los hoteles en el camino —particularmente en Alabama y Texas— ostentaban letreros que indicaban: “No se admiten perros, negros y mexicanos”, en ese orden. Hasta los bebederos de agua se encontraban separados para unos y otros.
Ese mismo año Rosa Parks haría historia al negarse a ceder el asiento a un pasajero blanco en un autobús segregado, motivando su arresto y el inicio del boicot del transporte público de Montgomery, Alabama, por parte la población de color; el boicot duraría más de un año, obligaría a las autoridades a suspender la segregación en el transporte municipal y daría lugar al movimiento por los derechos civiles de la población afroamericana, que culminó en la emisión de las leyes de Derechos Civiles en 1964, de Derecho al Voto en 1965 y de Vivienda Equitativa en 1968. Con ello se completó el ciclo iniciado en 1954 por la resolución de la Suprema Corte en el caso de Brown vs. Board of Education para la integración en las escuelas públicas, y se dio fin, en principio, a la segregación y la discriminación social y económica establecida de facto en los estados del Sur de los Estados Unidos después de la Reconstrucción.
Este movimiento condujo indirectamente a la revisión de las políticas de inmigración de Estados Unidos y la promulgación de la Ley de Inmigración y Servicios de Nacionalidad en 1965, que dio marcha atrás a las cuotas nacionales y las restricciones étnicas impuestas desde la anterior ley en 1921.
Todo esto tuvo un enorme costo de sufrimiento, sacrificio y vidas humanas por parte de los activistas, los dirigentes del movimiento y la población afroamericana en general, que se vio violentada brutalmente por el encarcelamiento, el asesinato, los linchamientos, los bombazos y el incendio de las iglesias. Horrorizaron al mundo las imágenes de las tropas estatales disparando a los manifestantes, el uso de perros de ataque y las golpizas despiadadas en contra de mujeres, ancianos y ministros de culto de todas las denominaciones; la bomba que mató a cuatro niñas en la iglesia bautista de Birmingham; el secuestro y asesinato de los tres activistas blancos que promovían el voto en Mississippi; el asesinato del dirigente negro Medgar Evers, y finalmente el asesinato de Malcom X y el doctor Martin Luther King.
Los sentimientos de racismo y discriminación de numerosos sectores de la sociedad estadounidense no han cambiado en la actualidad; lo que ha cambiado son los métodos de marginalización política, social y económica de la población no blanca y de los inmigrantes, mediante requerimientos de credencialización oficial para el registro y emisión del voto; la redistritación de perímetros electorales que aseguren la elección de representantes blancos; el acoso de las autoridades a determinados grupos étnicos en base a su perfil racial —racial profiling—, y la promulgación de leyes antiinmigrantes a nivel estatal y local, como las emitidas en Arizona y Alabama, por mencionar las más conocidas, con el objeto de hostilizar a los inmigrantes para su autodeportación.
Un indicador de la marginalización de los grupos minoritarios y de los inmigrantes lo representa el ingreso familiar comparado entre los distintos grupos étnicos: el ingreso medio por hogar de la población blanca en 2013 fue de 58 mil 270 dólares anuales, el de los hispanos es de 40 mil 963 dólares anuales y el de los hogares negros de 34 mil 598 dólares.
Estas situaciones nos pueden llevar a la desesperanza, pero la realidad es que Estados Unidos ha avanzado progresivamente en esta materia a lo largo de su historia y observamos que, a pesar de las fuerzas contrarias, ha elegido por primera vez a un presidente afroamericano y, posiblemente, en 2016, elegirá a la primera presidenta.
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