Resiliencia ante derrumbes y deslaves en el futuro de las crisis climáticas

La crisis climática ha agravado los episodios meteorológicos extremos en todo el planeta y la lectura principal es que la Tierra está en problemas, y demanda una salvación. Pero esos fenómenos calificados como desastres naturales desvanecen la intervención humana o la mala planeación para que esto haya ocurrido. Tania del Rosario Chacón Ortiz nos ofrece, junto a una especialista, alternativas que han adaptado los fenómenos climáticos dentro de la planeación urbanística.

Texto de 19/10/21

La crisis climática ha agravado los episodios meteorológicos extremos en todo el planeta y la lectura principal es que la Tierra está en problemas, y demanda una salvación. Pero esos fenómenos calificados como desastres naturales desvanecen la intervención humana o la mala planeación para que esto haya ocurrido. Tania del Rosario Chacón Ortiz nos ofrece, junto a una especialista, alternativas que han adaptado los fenómenos climáticos dentro de la planeación urbanística.

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Árboles, bosques, selvas, jardines, áreas verdes y parques realizan muchas y diferentes funciones dentro de los ecosistemas. Una de ellas es proteger contra la degradación del suelo. Esto juega un papel particularmente importante en laderas, pues la presencia de árboles y vegetación actúan como un escudo protector contra el impacto de la lluvia en el suelo y le dan estabilidad a la superficie. 

Cuando los bosques se talan y se cambian por cultivos, pastos, o se le da un uso completamente diferente, llega el riesgo de deslaves y deslizamientos. Esto es a lo que se le llama cambios en el uso del suelo. Es decir, se deforesta y se altera la naturaleza del terreno con diferentes objetivos. Los más comunes son cultivar alimentos a gran escala, realizar actividades ganaderas y extraer recursos de los árboles. Todo esto vuelve los suelos inestables y vulnerables.

“En sí mismas, las grandes lluvias y tormentas no bastan para ocasionar un deslave, sino que los cambios provocados por actividades industriales y productivas agravan los riesgos.”

En sí mismas, las grandes lluvias y tormentas no bastan para ocasionar un deslave, sino que los cambios provocados por actividades industriales y productivas agravan los riesgos. Por lo tanto, preservar los bosques es clave para prevenir estos desastres. También es por esta razón que una de las principales propuestas para la prevención de derrumbes y deslizamientos es la reforestación. 

Pía Carrasco es una urbanista que se ha especializado en temas de infraestructura verde, biofílica, y servicios ecosistémicos urbanos como estrategias de resiliencia ante el cambio climático. Ella dice que, “en el fondo, los desastres naturales no existen. Son eventos relacionados con la naturaleza, pero el desastre natural no existe. Hay desastres relacionados con un evento natural, o con un fenómeno. La naturaleza entra, pasa su cauce. Y, en el fondo, ocurre por una cosa del suelo, o tomas de terreno, etcétera”.

Se sabe que el aumento global de la temperatura ha ocasionado agravar los episodios meteorológicos extremos en todo el planeta. Por ejemplo, es la causa del aumento de lluvias en ciertos lugares, lo cual, a la vez, juega cierto papel en los desprendimientos de la tierra en lugares cada vez más deforestados, con suelos cada vez más erosionados debido a distintas actividades de producción humana. Incluso deteniendo el calentamiento en 1.5 grados, como ha sido el llamado del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, hay efectos que ya son irreversibles.

Pía Carrasco tiene esto muy presente. “Ya sabemos que tal vez estamos en el punto de inflexión y hay que hacer intervenciones a nivel de adaptación. La preparación de las ciudades entra en el contexto de adaptarse. Las ciudades que se adaptan bien van a ser las que estén preparadas para enfrentar ciertos eventos”.

¿Qué se puede hacer respecto a derrumbes y deslaves en el contexto de estas crisis climáticas? 

Adaptarse e integrar los fenómenos climáticos en la vida cotidiana

Pía Carrasco dice que “el agua deja desorden y caos cuando no pasa por donde tiene que pasar”. Por ejemplo, en China, uno de los países más contaminantes del mundo, se está trabajando el concepto de “ciudades esponja” para hacer frente a inundaciones, sequía, escasez de agua, y otros problemas que han provocado el desarrollo urbano y el mal diseño de las ciudades. 

Funcionan bajo tres pilares. El primero es proteger y dejar de destruir los ecosistemas y vegetación que forman parte de los sistemas hídricos de la zona, así como los suelos que sirven como sistemas naturales de filtrado del agua. El segundo punto es la restauración ecológica para recuperar todas las barreras naturales que hayan sido destruidas durante los procesos de urbanización. En este sentido, también contemplan construir humedales artificiales y pavimentos porosos que permitan el paso del agua hacia el subsuelo para almacenarla en cisternas. Y, por último, buscan tomar medidas legislativas para garantizar que cualquier construcción futura no afectará la capacidad de retención de agua de los ecosistemas.

La construcción de estas ciudades esponja es ahora una política nacional en China. Tienen como meta que un 80% de las ciudades del país tengan este concepto para el año 2030.

Otro ejemplo es el Parque Inundable Intercomunal Víctor Jara en Santiago de Chile, una ciudad de alto estrés hídrico. Se trata de un espacio diseñado para ser inundado de manera controlada y aprovechar el agua que recibe, conduciéndola en diferentes niveles. Así, las zonas aledañas no se inundan. Este tipo de parques inundables, además, están pensados como herramientas para proteger asentamientos irregulares, integrarlos a los espacios públicos de la ciudad. También se busca dejar de ver la lluvia como un problema y comenzar a pensarla como una oportunidad y algo con lo que se puede convivir.

«“Empecemos por generarle la expectativa a las personas de que un parque no es siempre igual durante un año, sino que tiene esta estacionalidad relacionada con el clima.”»

“Que se inunde”, dice Pía Carrasco sobre esta y otras iniciativas similares. “Empecemos por generarle la expectativa a las personas de que un parque no es siempre igual durante un año, sino que tiene esta estacionalidad relacionada con el clima. Se puede inundar, tiene charcos, llega biodiversidad”.

Organizarse y conservar en comunidad

En 2004 en la ciudad de Medellín, en Colombia, las autoridades comenzaron a desarrollar lo que han llamado “urbanismo social”. Se trata de una serie de proyectos que tienen como objetivo generar cambios sociales y culturales positivos en las comunidades, especialmente en las zonas más pobres y violentas de la ciudad. Esto se ha hecho a través de parques, bibliotecas públicas y programas de vivienda social. 

De la mano del urbanismo social, la ciudad comenzó una política de biodiversidad y  servicios ecosistémicos en 2014. Uno de sus objetivos es proteger las cuencas hídricas de la ciudad a través de un esquema de pago por servicios ambientales. Esto quiere decir que se le otorgan pagos monetarios a las personas y comunidades que mantengan y generen servicios ambientales. De acuerdo con la propia alcaldía, de esta manera buscan que las diferentes comunidades de la ciudad cuiden sus terrenos y los conserven. Esto toma importancia en cuanto a deslaves por las laderas que conforman la cuenca donde se encuentra la ciudad.

Otro ejemplo de participación comunitaria en la conservación, resiliencia, y actividades de adaptación ante las crisis climáticas es Curridabat, la llamada “Ciudad Dulce” de Costa Rica. Su concepto se basa en crear, rehabilitar y conservar corredores verdes y parques para la conservación de especies, especialmente las polinizadoras.

El objetivo de la “Ciudad Dulce” es mejorar la calidad de vida de sus habitantes a través de 5 pilares. El primero es reintroducir la biodiversidad a los espacios urbanos y que los vecindarios se vuelvan a llenar de parques. En segundo lugar, buscan que sea la infraestructura la que se adapte a la biodiversidad, y no al revés. Que todo diseño y construcción se ponga al servicio de los objetivos ecológicos. 

El tercer pilar es facilitar el acceso a trabajo, educación, bienes y servicios de manera equitativa y diseñar la ciudad con el objetivo de disminuir la segregación. El cuarto punto es establecer condiciones para que todos los miembros de la comunidad se puedan integrar. Esto incluye incluso a los habitantes de otras especies. Y, finalmente, buscan que la ciudad sea autosuficiente y capaz de generar sus propios recursos para revertir patrones extractivos y destructivos que suelen tener las ciudades.

Bajo estas bases, la comunidad completa, de todas las especies, trabaja en conjunto para producir alimentos, conservar los árboles, plantar diferentes especies vegetales, y regenerar el suelo. 

Sobre estas experiencias, y el papel que debe jugar lo comunitario en la resiliencia ante las crisis climáticas, Pía Carrasco siempre ha pensado que “el nivel local es el que tiene más experiencia para las cosas más cotidianas, para hacer las ciudades más vivibles. Está bien que haya una ley de vivienda, está bien que haya una ley de cambio climático, o está bien la ley de acción climática. Con la pandemia por COVID-19 quedó claro que el frente de batalla para responder, y el que responde a los ciudadanos, es el nivel local. Eso es a nivel mundial”.

Para esto, Pía sabe que se deben tener en cuenta los diferentes contextos que existen. “No tienes que pretender que la misma planificación que se haga en Oaxaca, se haga en Baja California Sur, no se puede. Tienen disyuntivas muy diferentes en términos energéticos, en términos de conexiones viales, etc. Ahí tienes que ir caso por caso”.

Desurbanizar las ciudades

Para Pía Carrasco es fundamental, no sólo reverdecer las ciudades —como se ha hecho en muchos esfuerzos orientados a la prevención de deslaves—, sino que es necesario comenzar a desurbanizarlas, desentubar ríos, y apostarle a cambiar el concreto por una infraestructura natural totalmente distinta.

Por ejemplo, la ciudad de Melbourne, en Australia, ha desarrollado una estrategia que tiene el objetivo de convertirse en un verdadero bosque urbano para protegerse contra la vulnerabilidad de los fenómenos climáticos extremos. Han destinado 2.5 millones de euros para plantar árboles y cuidar los que ya existen. Buscan que un 40% de la superficie urbana esté cubierta de árboles para el año 2040. También tienen pensado incrementar la diversidad de sus árboles, mejorar la salud de la vegetación local, mejorar la humedad del suelo, y que sea la propia comunidad quien tome las decisiones sobre sus bosques.

“…este tipo de estrategias “no se tratan de herramientas estéticas”, sino que son infraestructuras que retardan la lluvia para que no colapsen los sistemas.”

Pía Carrasco remarca que este tipo de estrategias “no se tratan de herramientas estéticas”, sino que son infraestructuras que retardan la lluvia para que no colapsen los sistemas.

La desurbanización es un concepto que también es clave en Curridabat, la “Ciudad Dulce”. Las autoridades han dicho que este proyecto de ciudad busca romper con el antagonismo colonial entre naturaleza y ciudad, y con la idea de que todo lo llamado “naturaleza” debe ocurrir fuera de los espacios urbanos. 

Es por ello que en Curridabat se le ha dado la ciudadanía a todas las especies que conviven en la ciudad, incluso a las polinizadoras. Y es también la razón de que al hablar de comunidad, se contempla incluso las interacciones con especies vegetales. 

Esta ciudad dulce es pequeña, tiene sólo 65 mil habitantes y no tiene los mismos riesgos de deslaves que otras ciudades. Por ello, replicar un modelo así en otros lugares puede ser complicado. Pero ejemplifica los conceptos clave de adaptación, convivencia con la biodiversidad, desurbanización y trabajo en comunidad de los que habla Pía Carrasco. Conceptos necesarios incluso para reducir los riesgos de derrumbes y deslaves. Propuestas que pueden ser pilares para la resiliencia y adaptación dentro del contexto de las crisis climáticas.

El resultado es que Curridabat ha dejado atrás el concepto que se tiene en el imaginario colectivo de “ciudad” para convertirse en un biocorredor interurbano que brinda refugio a todos sus habitantes, humanos y no humanos. EP

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