Pánico moral e infecciones de transmisión sexual

César Galicia, reconocido sexólogo y terapeuta, expone la doble moral que dificulta la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de las ITS.

Texto de 22/09/21

César Galicia, reconocido sexólogo y terapeuta, expone la doble moral que dificulta la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de las ITS.

Tiempo de lectura: 6 minutos
I.

A estas alturas, quizás ya te enteraste de las noticias: a finales de 2019 apareció un nuevo virus en la tierra que parece ser que circula por el aire y es capaz de matar masivamente. Si tu cuerpo se expone a él es probable que se enferme, aunque también es posible que no lo haga y, al menos hasta el momento, no hay manera de predecir qué tan grave será su desarrollo sino que apenas tenemos algunos indicadores que sugieren distintos tipos de desenlace: edad, peso, presencia de enfermedades autoinmunes, entre otros factores conocidos como “comorbilidades”. El virus se esparció por el mundo entero en cuestión de pocos meses y, para reducir su transmisión se han recomendado varias medidas, particularmente tres: distanciamiento social, uso de cubrebocas y vacunación.

Este es un relato simple que puede servir perfectamente para narrar lo que ha sido la pandemia de COVID-19. Sin embargo, como este, existen otros relatos: para algunas personas, la pandemia es otra cosa: digamos, un castigo divino que llegó a la tierra como consecuencia de la perversión humana. Para otras es un invento del gobierno (chino, ruso, estadounidense, reptiliano, vaya, hay para todas las preferencias) que tiene como objetivo controlar nuestras mentes e instalarnos microchips. Para otres, es una expresión de la naturaleza, harta de la presencia de seres humanos, un mecanismo de defensa ante su destrucción (a inicios de la pandemia, cuando por segundos nuestros feeds de redes sociales fueron invadidos por videos de animalitos, ésta fue una muy hermosa y, sin embargo, falsa narrativa dominante, otra cuestión de metáforas: los animalitos no invaden los espacios urbanos de los que fueron desplazados en nuestro afán exterminador de convertir todo pedazo de tierra en concreto, en todo caso, los invasores siempre hemos sido nosotres). 

El punto es que a la enfermedad y sus derivados siempre los estamos llenando de metáforas. En la práctica, el cubrebocas es un trozo de tela que previene que el COVID se esparza. En la metáfora, el uso del cubrebocas puede ser tanto un símbolo de cuidado comunitario como uno de control y renuncia a la libertad. En la práctica, la vacuna es una sustancia química que ha demostrado ser poco peligrosa y muy efectiva para salvar vidas. En la metáfora, es una expresión de la ciencia occidental colonizante, o quizás una sustancia maldita, o quizás un milagro. 

“No es que la metáfora como recurso para entender a las infecciones y enfermedades sea necesariamente “mala”. En cierto sentido, es natural y hasta necesaria. La enfermedad representa el encuentro contra uno de los mayores desconocidos: el cuerpo propio, esa cosa que lo mismo es parte y totalidad de lo que somos.”

No es que la metáfora como recurso para entender a las infecciones y enfermedades sea necesariamente “mala”. En cierto sentido, es natural y hasta necesaria. La enfermedad representa el encuentro contra uno de los mayores desconocidos: el cuerpo propio, esa cosa que lo mismo es parte y totalidad de lo que somos. El cuerpo es un hogar no sólo para nuestra conciencia, sino para múltiples microorganismos que lo habitan en cantidades masivas (me veo tentado a escribir “astronómicas”, adjetivo que me parece ridículo cuando pensamos que hay más bacterias que estrellas). La enfermedad, entonces, implora un paradigma que genere metáforas que aspiren a cerrar la brecha entre eso que sucede y eso que percibimos: castigos divinos, desequilibrio de humores, duelos no resueltos, vibrar bajo, vaya, lo que sea que nos ayude a sentir que tenemos aunque sea el control de la narrativa de lo que nos sucede. 

II. 

Metáforas e higiene: cuando uno dice “estoy limpio” de influenza, usualmente se refiere a que no existe presencia o manifestación del virus en su organismo y ya. La “limpieza” en este caso, metaforiza algo así como limpiar un departamento: había algo sucio, tomé ciertas decisiones, pasó el tiempo, ya no está ahí. Y ya. Nadie voltea a ver su cuerpo con asco, culpa o tristeza luego de tener influenza. Nadie anuncia que se enfermó de ella alguna vez en su primera cita, ni se va a dormir con vergüenza mientras tiene síntomas, ni demanda a la persona que le transmitió el virus. Nadie escribe larguísimos hilos en Twitter explicando cómo la vacuna de la influenza es un intento de Soros o Gates por controlarnos. Por cierto, en 2017 se calculó que la influenza mata alrededor de medio millón de personas por año

III. 

No todas las enfermedades se metaforizan igual: cuando una persona se realiza una prueba para saber si vive con una infección de transmisión sexual (ITS), obtiene un resultado negativo y dice estoy limpia, no es la misma experiencia que la de la influenza. El alivio que se siente es otro, casi de orden moral, como si en esa frase existiera un “no voy a sufrir este castigo” contenido o como si hubieran levantado una condena de muerte.

Los microorganismos que causan las ITS no ensucian, sino que provocan síntomas: llagas, verrugas, excreciones, tumores, etc. (en ocasiones, no llegan a eso y las infecciones son asintomáticas). No todos los síntomas son iguales y algunos síntomas son más iguales que otros: la llaga en el labio que causa el virus del herpes simple tipo 1 no se ve como una suciedad, sino como una heridita, un inconveniente para abrir mucho la boca y nada más; la llaga en los genitales que causa el virus del herpes simple tipo 2 se percibe como suciedad, estigma, castigo, condena de muerte. 

Con el herpes sucede algo curioso: no es tan grave como creemos. Hasta 1970, el herpes no era considerado gran cosa: alrededor de un 20% de la población vive con el virus y usualmente su mayor problema son llagas dolorosas que aparecen y desaparecen ocasionalmente. Las expresiones más graves del virus usualmente llegan en dos situaciones: en su forma neonatal y cuando la persona tiene un sistema inmune comprometido. Para ambos casos existen tratamientos y también, en ambos casos, si se llega a dar el peor desenlace; no se puede culpar enteramente al herpes sino a todas las condiciones que estuvieron presentes para que una enfermedad que no suele ser grave haya avanzado a un estado crítico.

Pero luego la cosa cambió. Una campaña de miedo y desinformación impulsada, en parte, por la revista TIME, giró completamente la narrativa respecto al virus y el herpes dejó de ser una enfermedad común para convertirse en una letra escarlata. De repente no importaba que una quinta parte de la población viviera con herpes y que su transmisión fuera increíblemente sencilla, lo que importaba es que si tenías herpes significaba que habías tenido sexo fuera de matrimonio. “Lo que pasa en Las Vegas se queda en las Vegas, excepto el herpes”, dicen en la película The Hangover, haciendo eco a la percepción que se suele tener de la infección; todo vicio ofrece redención, excepto cuando tienes la mala fortuna de que deje una marca: en la llaga está el pecado y la condena. 

Este tratamiento mediático ha sido común para casi todas las infecciones de transmisión sexual. Infecciones como la clamidia, la candidiasis o la gonorrea no suelen ser graves, son curables y su tratamiento es relativamente sencillo y de corta duración. Sin embargo, sigue provocando vergüenza decir en voz alta que se ha vivido con alguna de ellas. La pandemia del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) avanzó sin control por la homofobia a la que se le ha asociado desde sus orígenes: la metáfora de que era una “enfermedad de homosexuales” se convirtió en política pública (o más bien, ausencia de) y provocó la muerte de millones. Una justificación común de madres y padres que no vacunan a sus hijas contra el virus del papiloma humano (VPH) es creer que si lo hacen, van a incentivar que tengan sexo después y, por lo tanto, a infectarse (la realidad: 8 de cada 10 personas que hayan tenido sexo vivirán con VPH en algún momento de sus vidas; se trata menos de “si se infectan” y más de “cuando se infecten”). La promoción de la abstinencia sexual sigue siendo parte de los programas de educación sexual de varias escuelas en todo el mundo, a pesar de que se ha demostrado que es absolutamente inefectiva

El VIH y el VPH son infecciones que pueden provocar la muerte, pero estos desenlaces pueden ser frenados la gran mayoría de los casos con el adecuado tratamiento y seguimiento. Énfasis en esto: la tecnología existe para que estas infecciones no sean condenas mortales, y si lo siguen siendo en México es por el contexto de un país cuyos gobernantes han tomado decisiones que se derivan en desabasto de medicamento, vacunas, falta de educación sexual, poco acceso a servicio de salud, estigma moral, entre otras cosas. 

“Las ITS no son castigos por tener sexo, son parte del sexo, del mismo modo en que salir a la calle y agarrar una gripe no es culpa de nadie, sino simplemente parte del hecho de estar vivo en un lugar donde circula un virus.”

Las ITS no son castigos por tener sexo, son parte del sexo, del mismo modo en que salir a la calle y agarrar una gripe no es culpa de nadie, sino simplemente parte del hecho de estar vivo en un lugar donde circula un virus. Hay maneras de frenar el avance de estas infecciones: condones para unas, cubrebocas para otras; vacunas, antibióticos, antirretrovirales, medidas de reducción de riesgos para varias más. No hay en esencia una diferencia entre un virus que te infecta platicando y otro que lo hace cogiendo: sólo son microorganismos que evolucionaron para adaptarse y sobrevivir según nuestro comportamiento. La moral y los colores con los que pinta la realidad es humana y ya. Las peores consecuencias de una infección se deben menos a la enfermedad y más al contexto que las metaforiza y las decisiones que de ahí derivan. EP

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