Nuevos recuerdos del porvenir: diplomacia cultural

A partir de las intensas transformaciones que experimenta la diplomacia cultural en el mundo, Edgardo Bermejo identifica los elementos comunes en las naciones que protagonizan este aspecto fundamental de las relaciones internacionales, así como las principales tendencias de este cambio, para proponer hacia dónde orientar las acciones de un país como México.

Texto de 01/08/19

A partir de las intensas transformaciones que experimenta la diplomacia cultural en el mundo, Edgardo Bermejo identifica los elementos comunes en las naciones que protagonizan este aspecto fundamental de las relaciones internacionales, así como las principales tendencias de este cambio, para proponer hacia dónde orientar las acciones de un país como México.

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Cultura y poder suave en el siglo XXI

La escala de los contactos culturales entre los países y sus sociedades se ha incrementado exponencialmente en las últimas dos décadas. Los ciudadanos globales estamos expuestos a información, manifestaciones y fenómenos culturales de todas partes del mundo con la mayor rapidez, intensidad y dinamismo en toda la historia de la humanidad. Internet y las nuevas herramientas y plataformas de comunicación, han puesto en crisis o diluido las antiguas nociones de frontera, nación, identidad, patrimonio y propiedad intelectual, así como la división tradicional entre productores y consumidores de cultura, entre creadores y espectadores. A lo local que deviene global se le ha dado el neologismo “glocal”, y con la fusión del productor y del consumidor de contenidos culturales nacieron los “prosumidores”. Como consecuencia, vivimos en un mundo en el que la cultura y la política internacional mantienen una relación de interdependencia, donde la cultura puede lo mismo jugar un papel positivo y estimulante o bien perjudicial y destructivo en la construcción de un marco internacional que favorezca el desarrollo equilibrado y con justicia de las naciones, la convivencia pacífica, la confianza y la tolerancia.

Los contactos culturales entre los grupos humanos en general, y sus comunidades creativas en particular, marcan el rumbo y aun llegan a determinar la agenda de las relaciones diplomáticas entre los Estados nación en su sentido tradicional. Los países, especialmente los más desarrollados y las potencias emergentes, otorgan cada vez más peso e importancia a la construcción de plataformas, instituciones, narrativas, programas y diversos tipos de acciones de política exterior encaminadas a reforzar su “poder suave” o soft power, aquel que se propone influir en el mundo y abonar a sus intereses y objetivos en su interacción con el resto del mundo, a partir de la atracción y la cooperación, y no de la coerción o el uso de la fuerza económica, política o militar. La capacidad de un país para modelar e impulsar sus relaciones culturales con el exterior como un instrumento de su poder suave, es decir, de tener una agenda propia para su diplomacia cultural, depende naturalmente de muy diversas circunstancias y de las características e historia de cada país, pero hay al menos algunos elementos en común en todas aquellas naciones que protagonizan o aspiran a protagonizar este nuevo y cada vez más importante capítulo de las relaciones internacionales.

En primer lugar, tiene que haber un reconocimiento de que la cooperación cultural forma parte de los intereses estratégicos de política exterior de un determinado país. En segundo, debe existir el deseo y el interés del país en cuestión de construirse una imagen positiva frente a los otros, bajo la premisa de que una imagen atractiva abona al respeto y a la confianza necesarias para construir relaciones de interés y beneficio mutuo con el resto del planeta. Es a su vez un factor condicionante que el país en cuestión posea un patrimonio histórico y cultural propio, y no sólo contar con ello, sino también ser capaz de crear una narrativa sólida, coherente y atractiva para los demás, alrededor de esa identidad única y al mismo tiempo cosmopolita. En ese sentido, el patrimonio cultural debe ser entendido no sólo como un legado del pasado, sino como un presente activo y en expansión, donde existe una comunidad artística innovadora, instituciones educativas y culturales sólidas, así como la infraestructura cultural que sirve de marco a esta realidad.

El idioma representa por sí mismo una condición de posibilidad. La diplomacia cultural es, en su esencia, la diplomacia del lenguaje: el gran vehículo comunicador y constructor de lazos es la lengua. Las lenguas, las palabras, son la gran moneda de intercambio en el horizonte contemporáneo de la diplomacia cultural. Los recursos económicos son otra condición de posibilidad, no puede siquiera pensarse en una estrategia de diplomacia cultural de un país si no se cuentan con los recursos —públicos, privados, comunitarios— para su impulso. Finalmente, el intercambio internacional de contenidos, bienes y servicios culturales, como factor de desarrollo económico, aparece como un elemento esencial para que la diplomacia cultural adquiera sentido y legitimidad. En el pasado —la mayor parte del siglo XX y

hasta hace poco— la diplomacia cultural tenía un actor principal y casi hegemónico: los gobiernos de los Estados nación. Un caso típico era cuando dos gobiernos firmaban un convenio de intercambio cultural, por el cual se prestaban en reciprocidad exposiciones de sus museos más relevantes, o fijaban una cuota de becas para el intercambio de sus estudiantes. Uno de los principales cambios que se observan en las últimas décadas es la diversificación y la multiplicación de los diversos actores que participan y dan forma a la diplomacia cultural. A la tarea tradicional de los gobiernos de los Estados nación se suma ahora la acción de provincias, ciudades y comunidades específicas; pero también la de las instituciones educativas, los medios de comunicación, las organizaciones de la sociedad civil, el sector privado, las fundaciones, asociaciones profesionales y organizaciones filantrópicas y, por supuesto, las comunidades artísticas y culturales que dialogan e interactúan con autonomía o en colaboración con el resto de las instituciones y actores mencionados.

Otro cambio notable en las acciones de las diplomacias culturales actuales es que se han movido de un esquema de difusión unidireccional de la cultura y las artes (el país X exhibe en el país Y lo que X considera notable y viceversa), hacia nuevos y más complejos esquemas de cooperación bilateral y multilateral. Se impulsan nuevos modelos donde la innovación, los contenidos transmediales y transdiciplinarios, así como el papel de la cultura como herramienta de inclusión social, adquieren cada vez mayor peso. Naturalmente el comercio y el turismo son beneficiarios directos de estas nuevas herramientas de la diplomacia cultural. El viejo modelo de difusión unidireccional de la cultura nacional a través de las herramientas tradicionales —exposiciones, conciertos, muestras gastronómicas— cede su lugar a esquemas de cooperación de doble vía, que promueven el entendimiento y el aprendizaje mutuos, en donde la innovación en los modelos de gestión cultural con impacto social y el uso de las nuevas tecnologías digitales tienen un papel muy relevante.

Una comunidad cultural y creativa global más conectada e interactuante, el incremento constante de la contribución de la cultura y la economía creativa al desarrollo y la prosperidad de los países, la credibilidad que los países aspiran a construir en el plano internacional a partir de sus credenciales culturales y un aumento constante en los recursos que los Estados nación están invirtiendo en la diplomacia cultural, la diplomacia pública y la promoción de su imagen país, son elementos que afirman la relevancia de la cooperación cultural internacional y de la diplomacia cultural en las próximas décadas. Las condiciones tecnológicas del siglo xxi permiten incluso anticipar una suerte de democratización de la diplomacia cultural, esto es, individuos o pequeños colectivos capaces de realizar contactos y proyectos culturales con sus pares de otros países, con una capacidad de influencia igual o aun mayor de la que ejercen los gobiernos de los Estados nación. En las primeras dos décadas del nuevo milenio la diplomacia y la cooperación cultural internacional han entrado en una etapa muy diferente. Entre los gobiernos nacionales, pero también entre el resto de los actores que participan en estos cambios, se consolida un consenso en relación a las características de esta transición hacia un nuevo modelo, del que podemos identificar al menos siete tendencias:

1. Hay en la mayor parte del planeta mejores condiciones (tecnológicas, económicas y culturales) para que los contactos y la cooperación entre los países y sus sociedades florezcan. Aquellas regiones del mundo azotadas con más crudeza por conflictos étnicos, religiosos, el odio extremista, la pobreza, la desigualdad y otras manifestaciones de la violencia, son precisamente los espacios donde la diplomacia cultural y la cooperación internacional del siglo xxi vivirá su mayor prueba.

2. Hay una mayor disposición del sector privado, de las organizaciones de la sociedad civil y del sector universitario para contribuir a los intercambios culturales y encontrar esquemas novedosos de cooperación que no sólo dependan de las iniciativas y los recursos gubernamentales.

3. Hay un vuelco hacia la creación de contenidos y estrategias digitales que garantizan mayor impacto y penetración a un menor costo. Los “youtubers” son el equivalente moderno de los trovadores medievales, pues su influencia y penetración son impresionantes.

4. Se impone la convicción de que la cooperación cultural internacional es directamente proporcional al nivel de desarrollo del sector cultural interno. Un sector cultural nacional en expansión, una comunidad artística altamente profesionalizada y una infraestructura cultural sólida, son condición de posibilidad para el florecimiento de los contactos hacia el exterior.

5. Las agencias e instituciones culturales internacionales que sólo de manera parcial reciben apoyo económico gubernamental, conservando un margen formal y efectivo de autonomía, han resultado el modelo más eficaz para la construcción de una agenda de diplomacia cultural nacional con capacidad real de influencia global. La acción directa de los gobiernos puede provocar desconfianza y hostilidad, o percibirse como propaganda y manipulación.

6. Las visiones, los proyectos y las acciones a corto plazo, efectivas y vistosas pero efímeras (una exposición por aquí, un concierto por allá) comienzan a ser sustituidas por proyectos a largo plazo, capaces de dejar un legado sustentable y verificable. A los gobiernos y a los políticos le gusta el corto plazo porque prefieren resultados inmediatos para sus electores, pero es necesario entender que especialmente en materia de cultura e impacto social, los resultados pueden verse después de mucho tiempo.

7. La evaluación del impacto de las acciones emprendidas ha mejorado sustancialmente en los últimos años. Existe un nuevo expertise internacional, con despachos especializados y metodologías novedosas para medir el efecto real, el éxito o el fracaso de una determinada acción de cooperación cultural, así como nuevas herramientas para la planeación y ejecución de proyectos, o bien para medir la percepción internacional sobre un determinado país. En el caso de México, un proyecto de la Universidad Iberoamericana encabezado por el investigador César Villanueva, el primero de su tipo en el país, ha arrojado datos verificables y complejos sobre cómo nos perciben en el exterior en los últimos años.

Tenemos la plena certeza de que la diplomacia cultural en el mundo vive un proceso de intensas transformaciones. Alguna vez los contactos culturales se dieron a partir de las élites gobernantes y sus embajadores o entre las élites intelectuales; después se pasó a un nuevo esquema de contactos entre las élites y las audiencias masivas a través de los medios de comunicación (prensa, radio, cine, televisión) pero ahora vivimos una nueva fase de contactos de persona a persona, de sociedad a sociedad, a través del turismo, la migración o internet. Vemos a diario multiplicarse los contactos culturales masivos entre “pares”: tan sólo imaginemos Twitter o Instagram y los millones de contactos individuales que generan minuto a minuto. Esto nos obliga a examinar el modelo completo de las relaciones culturales entre los países, sus gobiernos e instituciones y las comunidades creativas. En consecuencia, la diplomacia cultural ha pasado del modelo donde lo principal era mostrarse lo mejor posible bajo la premisa: “mírame, así es como soy, esto es lo mejor que tengo, soy atractivo, cómprame”, hacia uno en que la narrativa a exponer es mucho más compleja, diversa e incluyente. La nueva premisa narrativa es: “conozcámonos mejor, colaboremos juntos, para que nos tengamos confianza y nos beneficiemos ambos”.

Mutualidad, reciprocidad, diálogo, confianza y comprensión, son las cinco palabras clave de la diplomacia cultural del siglo XXI. Tienden a quedarse atrás los discursos colonialistas de imposición de valores, estéticas y cánones, o las narrativas exóticas de lo arquetípico que exalta la identidad quintaesencial de las naciones y sus culturas. Esta es la diferencia entre decir “este soy y he sido en esencia” a decir “este que soy es un yo diverso y mi esencia se mueve y se altera cada día a medida que convivo con los demás”. Por otra parte, las instituciones internacionales de representación nacional a través de la cultura y la lengua son parte del panorama actual de la diplomacia cultural y el llamado soft power del mundo. No podemos abstraernos a esta realidad. Por ejemplo, desde su creación en 2004, el Instituto Confucio de China es la institución internacional con un mayor crecimiento. Se fundó con representación en 49 países; para 2009 estaba en 88 países y en la actualidad está en 104, con más de 400 sedes. Este instituto se creó por acuerdo del Consejo de Estado de la República Popular China, esto es, por encima de las instituciones de gobierno, de sus ministerios de exteriores y de educación, y con financiamiento directo de dicho consejo; es una iniciativa de Estado al más alto nivel que explica la relevancia que para el gobierno chino tiene el impulso de su poder suave.

En relación con las instituciones culturales internacionales impulsadas por los países poseedores de una estrategia sólida en materia de diplomacia cultural, el panorama hasta 2015 era el siguiente: China estaba a la cabeza, con 322 sedes de su instituto en todo el mundo; Francia en segundo lugar, con 229 sedes de la Alianza Francesa; y Reino Unido en tercer lugar, con 196 British Councils. Les siguen Alemania y el Instituto Goethe, con 159 representaciones; Italia y el Instituto Dante Alighieri, con 92; Rusia con 82; el Instituto Cervantes de España con 78; y el Instituto Camoes de Portugal con 67. India, Japón, Corea del Sur y Brasil, tenían establecidos, respectivamente, 57, 26, 25 y 24 centros culturales alrededor del mundo. No menos significativo es observar dónde eligieron establecerse estos 12 países, estratégicamente: Estados Unidos se encuentra a la cabeza, con 103 sedes, Alemania con 59, India con 45, China con 37, España con 36, Rusia con 33, Reino Unido con 30 y Francia e Italia con 27 cada uno. Por su parte, México alberga sedes de institutos de estos 12 países, en algunos casos en más de una ciudad como el Instituto Confucio, lo que nos pone en un nivel de recepción similar al de Australia, Egipto, Israel e Indonesia. Esto quiere decir que mientras México —debido a las dimensiones de su población, a su vecindad con Estados Unidos y a su peso internacional— concentra el interés de la diplomacia cultural de estos 12 países, orientada a la enseñanza de la lengua y la cooperación cultural, no tenemos en contraparte ningún instrumento, instituto o plan para retribuir esta presencia.

Una nueva diplomacia cultural para México

Frente a este panorama, la diplomacia cultural de México debe conducir todos sus esfuerzos y emplear todas sus herramientas en la consecución de dos elementos fundamentales de interés estratégico: ejercer influencia y hacer sentir el peso y el liderazgo de México como actor protagonista del nuevo escenario internacional; y potenciar la atracción cultural, política y comercial del mundo entero hacia nuestro país. Influencia y atracción son los dos pilares de la diplomacia cultural del siglo xxi. Durante muchos años las acciones sustantivas de promoción de la imagen de México en el exterior, que impulsan activamente la Secretaria de Relaciones Exteriores (SRE) y otras instituciones del país, han estado disociadas. Esto incluye no sólo las iniciativas internacionales de la Secretaria de Cultura (SC) y su vasta red de organismos culturales (INBA, INAH e Imcine, entre otros), sino también a otras entidades de gobierno a nivel federal, estatal y municipal, o bien aquellas acciones emprendidas por las principales universidades del país, el sector privado y el sector social.

El nuevo reto es construir una política articulada, que aglutine todos estos esfuerzos en una plataforma por la cual la diplomacia cultural de México adquiera el peso de una política de Estado. En este sentido, la creación de una Dirección Ejecutiva de Diplomacia Cultural dentro de la cancillería mexicana, así como la formación del Consejo de Diplomacia Cultural —una iniciativa conjunta de la SRE y la SC en el arranque de la nueva administración—, pueden contribuir a definir mejor la agenda, los objetivos, el significado y el alcance de las tareas que se habrán de emprender. Al ser este consejo un espacio deliberativo y propositivo, la instrumentación de una política integral para la diplomacia cultural de México le corresponde a fin de cuentas al gobierno mexicano. Se requiere, por lo tanto, un nuevo modelo organizacional para la diplomacia cultural mexicana, como un espacio permanente de coordinación donde se armonicen y articulen políticas estratégicas a corto y largo plazo, para evitar la discontinuidad y el desequilibrio en las acciones emprendidas. La SRE y la SC han concentrado y visibilizado la mayoría de las acciones de diplomacia cultural en los últimos años, pero en las secretarías de Economía, de Turismo, o de Educación Pública, tienen también programas, herramientas y presupuestos que directa o indirectamente forman parte de esta estrategia que se antojaría común, pero que en realidad no ha sido coordinada en un mismo discurso. Hay también, como ya señalamos, otros actores destacados e imprescindibles. El Fondo de Cultura Económica, los medios de comunicación públicos y privados o bien las principales universidades del país (muy destacadamente la UNAM, el ITESM y la UIA) forman todos parte de esta compleja, diversa y hasta hoy desarticulada red de acciones de cooperación con el exterior.

Como la ha estudiado y señalado el doctor César Villanueva, a nivel internacional el campo de la diplomacia cultural ha evolucionado enormemente en los últimos años, tanto en los aspectos conceptuales y empíricos como en los referidos al desarrollo tecnológico. Hoy existe una tendencia a combinar aspectos de la diplomacia cultural en su sentido tradicional (promoción y cooperación) con los de la diplomacia pública; es decir todas aquellas acciones tendientes a generar información dirigida a influir en las opiniones externas sobre nuestro país. Se deben por lo tanto diseñar políticas transversales para avanzar hacia una interdireccionalidad como política de Estado, que sustituya al unidireccionalismo de la promoción y la cooperación cultural, incorporando nuevos actores, incluido el sector social. La construcción de una nueva diplomacia cultural para México requiere a su vez nuevas maneras de entender el significado de lo mexicano. Reconstruir, reinventar y ampliar la noción de nuestra identidad como una nación ancestral, cosmopolita y diversa, recogiendo a su vez las voces y las manifestaciones de los millones de mexicanos que viven fuera de nuestro país, es parte del reto.

La diplomacia cultural es un espacio en expansión, que entiende el papel de la cultura mucho más allá de la difusión de las bellas artes. Nos permite acceder a las herramientas de la cooperación cultural internacional para atender temas fundamentales de nuestro tiempo: la migración, los derechos humanos, la defensa del medio ambiente, de las minorías, el combate a la desigualdad y la inclusión social, el valor de la tolerancia y de la diversidad. En este sentido, puede contribuir al impulso de un modelo de economía de la cultura con dimensión social que atienda con decisión la Agenda 2030 para el Desarrollo. Se debe construir una red de diplomacia cultural con los mejores representantes de la diáspora cultural mexicana establecida en el extranjero, como representantes activos de nuestro país con vínculos reales y sustantivos con las comunidades culturales de los países en los que residen. Hablamos de ciudadanos mexicanos con trayectoria reconocida y prestigio en el campo de las artes en sus diferentes disciplinas, las humanidades y la academia, o bien en la gestión y la promoción cultural. Es necesario a su vez identificar a los jóvenes mexicanos residentes en Estados Unidos con capacidad de liderazgo y vocación probada en el ámbito de la gestión cultural, el emprendedurismo y la acción comunitaria, para construir una red de acción cultural con impacto social y capaz de fortalecer una identidad binacional, dentro de ese espacio común al que llamamos Norteamérica.

La nueva diplomacia cultural debe recuperar su activismo y su liderazgo en el ámbito multilateral, como una manera de reivindicar la tradición por la cual México fue el primer país en ocupar la Secretaría General de la Unesco, a cargo de Jaime Torres Bodet, en 1948. A 70 años de esa encomienda y en la víspera de conmemorar en 2021 el Quinto Centenario de la Conquista de México, podría impulsarse en el organismo de París una Declaración Universal sobre el Diálogo de las Civilizaciones, el Fin de las Conquistas Extraterritoriales y de la Colonización Cultural, que actualice y ponga en nuevo contexto la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural de 2001, al cumplirse 20 años de su formulación. Ejercer influencia y atracción en el mundo, a partir de nuestras acciones sustantivas de diplomacia cultural, debe verificarse rigurosamente con base en los principios de la transparencia, la medición de resultados en el corto y largo plazo, y la certeza de que la diplomacia cultural no es, en modo alguno, un espacio ornamental de embajadas y consulados. Saber qué se hace, cómo se hace, en dónde, con qué propósito y a la búsqueda en todo momento de resultados específicos, es la piedra angular de una nueva diplomacia cultural. Frente a esta agenda de nuevas oportunidades persiste, sin embargo, una tendencia en las últimas dos administraciones a disminuir los recursos aplicados a la diplomacia cultural. El presupuesto promedio anual de la Dirección General de Cooperación Educativa y Cultural (DGCEC) de la cancillería mexicana en el sexenio 2006-2012 fue de aproximadamente 91 millones de pesos, mientras que en el sexenio 2012-2018 disminuyó a poco más de 23 millones, una caída de más de 70 por ciento. En ambos casos, el presupuesto para la diplomacia cultural en los dos últimos sexenios no ha superado 2% de presupuesto total de la cancillería.

En contraste, el ahora desaparecido Consejo de Promoción Turística de México (CPTM) destinó en un sólo contrato 987 millones de pesos para apoyar la producción de un espectáculo con tema mexicano al Cirque Du Soleil, mientras que Promexico usó 598 millones de pesos para la presencia de México en las exposiciones internacionales de Milán (2015) y Astana (2017). El CPTM gastó a su vez 888 millones de pesos en la organización de partidos de la NFL en la Ciudad de México a lo largo de tres años, pero más desproporcionado resulta su patrocinio a la Formula I en México, con un costo sexenal de casi 3 mil 500 millones de pesos. Si sumamos los presupuestos para todo el sexenio de la DGCEC y de la Dirección General de Asuntos Internacionales de la SC, obtenemos 267 millones de pesos ejercidos a lo largo de todo el sexenio del presidente Enrique Peña Nieto. El desequilibrio con otras áreas del gobierno destinadas a proyectos de marca país y promoción cultural internacional es muy notable y es uno de los principales aspectos a revertir en los años próximos.

Hay muchas otras formas de entender y explicar lo mexicano en el siglo XXI. Sólo en el campo de las artes, lo mexicano tiene hoy manifestaciones rabiosamente cosmopolitas y contemporáneas, que no se basan en la exaltación de nuestra singularidad atávica, sino en su opuesto contrario, nuestra manera de integrarnos y pertenecer a la rueda universal de la historia. En su diversidad étnica; en su riqueza y complejidad regional; en la expansión de sus comunidades más allá de las fronteras; en cómo abrazamos al mismo tiempo rasgos y prácticas de un mundo global mientras reinventamos ritos, fiestas, modos, e imaginarios del pasado; en nuestra conexión digital con el mundo; en la apabullante urbanización del paisaje nacional; e incluso en la manera en que lo extranjero convive y se readapta en las prácticas de la vida cotidiana local; la realidad nos indica que la identidad de México y de lo mexicano es sumamente compleja, como un objeto en movimiento, en perpetuo cambio. Todos estos aspectos deben considerarse al diseñar la agenda de la diplomacia cultural de México en los próximos años, como una herramienta que ha demostrado jugar un papel fundamental en la creación de un diálogo global. La gente se conoce mejor a través de sus acciones y se establecen relaciones de confianza y simpatía: por eso la diplomacia cultural es un asunto de seguridad nacional. Lo que hagamos desde México en esta materia llevará implícito el sello de lo global. EP

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