No sé lo que pensé, estaba loca: La invención de la histeria o por qué insistir con las representaciones

Las palabras definen conceptos y, por supuesto, actitudes. A partir de una palabra que parecía en desuso, Yolanda Segura revisa el peso y el valor de los términos: el que tienen en la vida real y concreta de las personas.

Texto de 26/03/20

Las palabras definen conceptos y, por supuesto, actitudes. A partir de una palabra que parecía en desuso, Yolanda Segura revisa el peso y el valor de los términos: el que tienen en la vida real y concreta de las personas.

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En el hospital Pitié-Salpêtrière, en el siglo XIX, se hizo un compendio fotográfico que sirvió para definir la histeria. Esas imágenes ejemplificaban los comportamientos histéricos: catalepsia, actitudes pasionales, sonambulismo, alucinaciones. ¿Cómo se representa el dolor?, ¿cómo se ejemplifica un comportamiento? ¿Cómo encarnamos en imágenes algo que sólo puede ser sentido por quien lo padece?

Cuando era niña, me distraía de las clases pensando en que podía ser que las ideas sobre los colores fueran distintas para cada quien, que lo que para mí era verde alguien lo viera como morado y lo que para alguien era rosa, para mí morado,  pero a fuerza de usar una palabra común para referirnos a esos colores tal vez terminábamos asumiendo que la percepción era la misma para todxs. 

Didi Huberman llama “sangre de las imágenes” al resultado cruel que se obtuvo mediante algo que él entiende como complicidad entre las enfermas y sus doctores. Yo no sé si podría llamarlo tanto como complicidad. El asunto es que él encuentra, entre otras cosas, que para que las mujeres pudieran ser retratadas en determinadas posiciones, debían quedarse quietas durante un periodo bastante prolongado de tiempo (es decir, horas), por lo que es imposible que las fotografías fueran tomadas sin su cooperación.

Una especie de puesta en escena con fines científicos.

Sigmund Freud fue uno de los médicos que asistió y fue testigo de la fabricación de estas imágenes.

En este hospital parisino, como en muchos otros, las mujeres además eran sometidas a un sinnúmero de maltratos y abusos, que iban desde violaciones disfrazadas de tratamiento médico, hasta duchas heladas e hipnosis prolongadas.

Eso que empezó como una serie de fotografías sirvió para delimitar una manera de entender (y pretender corregir) las actitudes femeninas relacionadas con la culpa y con el deseo. El espectáculo de las poses convertido en una incidencia sobre la realidad. Los surrealistas llamaron a la histeria “el descubrimiento poético más importante del siglo XIX”.

Hay enfermedades, como la fibromialgia (un dolor crónico y generalizado, sin causa aparente), que son consideradas propias de mujeres y se especula que esa sea una de las razones por las cuales se estudian poco. En ciertas investigaciones, se demuestra que las mujeres pasan más tiempo que los hombres esperando ser atendidas cuando señalan al dolor como su principal síntoma y que, cuando no se encuentra el motivo, es frecuente que sean canalizadas al psiquiatra antes que a algún otro especialista. El dolor de las mujeres, o se toma poco en cuenta, o se diagnostica prontamente como un problema de la cabeza.

El otro día mi amiga Dulce me mostró un artículo que sostiene la hipótesis de que los hombres casi nunca son diagnosticados con fibromialgia, aunque tengan todos los síntomas. El dolor de los hombres no existe o bien se atiende de otras maneras. Los mandatos de masculinidad lo invisibilizan.

Sé lo trasnochado que puede sonar hablar de histeria a estas alturas. Sin embargo, más allá de lo que esta noción, que durante muchos años fue aceptada por la ciencia, nos dice sobre el propio método científico y su relación con los cuerpos de las mujeres —otro ejemplo igual de terrorífico es el de la ginecología y J. Marion Sims, quien experimentó con mujeres negras y a quien le hicieron una estatua en Central Park, recientemente depuesta por la misma razón— pienso que importa recalcar lo mucho que las imágenes hacen, fabrican, la realidad. Lo mucho que el nombrar y encuadrar determina las maneras en que podemos emplear el mundo y las posibilidades que tenemos en él. Nos han nombrado histéricas, brujas, ahora “feminazis”. Y somos todo eso porque las categorías nos exceden pero tenemos, cada vez más, la capacidad de voltear las palabras, inflarlas, excederlas.

El otro día dije en un lugar que me sentía tan presionada por las condiciones contemporáneas a las que ese lugar me estaba orillando (nulo tiempo libre, trabajo excesivo, poco espacio para el esparcimiento) que tenía insomnio, ansiedad y tristeza. Insistí en que no sólo me pasaba a mí, sino que muchxs atravesábamos por la misma situación. Un par de compañeros hombres hablaron en el mismo sentido. A ellos los escucharon y les dieron alguna respuesta inocua.

A mí me dijeron que por qué no iba al psicólogo.

Qué bueno que ya no se usa hablar de histeria. EP

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