Exclusivo en línea: La Niké policromada

Eréndira Derbez escribe sobre las recientes marchas feministas y la fiscalización del tono posterior que ha rondado en los medios de comunicación, las redes sociales y la comunidad

Texto de 26/08/19

Eréndira Derbez escribe sobre las recientes marchas feministas y la fiscalización del tono posterior que ha rondado en los medios de comunicación, las redes sociales y la comunidad

Tiempo de lectura: 4 minutos

Estamos enojadas y en la marcha del 16 de agosto se mostró esa rabia, sin embargo tenemos que guardar las apariencias. Al parecer nos prefieren con miedo: mujeres débiles y temerosas. Que protestemos con recato, sin incomodar. Que pidamos las cosas bien, que estas no son maneras… ¿Pero cuáles sí lo son? Oye, por favorcito, plis no me violes. Porfa no me vayas a matar. ¿Por qué tenemos que “pedir” esto?

Existe un término en inglés, tone policing, que se ha traducido al español como fiscalización del tono –recomiendo leer este artículo de Estefanía Vela en El Universal– y sucede cuando importa más cómo se dice algo que lo que se dice. Se le exige a los grupos más vulnerables mantenerse ecuánimes ante una situación de opresión, algo muy egoísta: importa más que no se sienta incómodo el opresor -o el cómplice, que es también aquel que ejerce una falsa neutralidad-. Fiscalizar el tono sirve para desviar una discusión: ¿para qué hablar de las terroríficas cifras de desapariciones, violencia sexual y feminicidios si podemos hablar de un vidrio roto?, ¿para qué empatizar con el miedo que sentimos tantas de camino a casa si podemos quejarnos de las manchas de aerosol sobre un monumento porfiriano?

Fundidor reparando parte del Ángel de la Independencia. Mediateca INAH.

Está tan normalizada la violencia machista que a muchos no les parece descabellado asustarse más por el “vandalismo” que por la impunidad de quienes violan, esclavizan, o asesinan.  Las cosas se reparan, las pintas se lavan y desaparecen. Pero ¿cómo se repone una vida perdida?, ¿cómo se lava un cuerpo de una violación hasta quitar todo rastro de daño físico y psicológico? Pareciera que importan más los objetos que nuestros cuerpos, el “patrimonio” que nuestras demandas: tan urgentes como el exigir que los ministerios públicos que investiguen con profesionalismo, que no filtren expedientes, que  los médicos legistas tomen de manera adecuada las pruebas, etc.

@Datapop.mx por medio de Python mostró cómo el número de notas en los medios sobre violación sexual no tuvo variaciones importantes durante los días pasados, sin embargo, las notas sobre incidentes tras la manifestación pasaron de alrededor de 30 a casi 140 y se mantuvieron así durante tres días. 

Yo me pregunto, ¿cuantas notas sobre destrozos durante las celebraciones de futbol (deporte tan masculinizado) se hacen en comparación con las que hablan del triunfo?, ¿en qué momento son más importantes los “destrozos” que el tema que aglutina a un grupo de personas en la calle?

Una de las mujeres más valientes que conozco me preguntó hace días que cómo es posible que esa semana la nota fuera el hombre que golpeó a otro hombre periodista en la marcha de las mujeres y no fuera, por ejemplo, el caso de Mitzi Torres -una periodista que sufrió un intento de violación y que al solicitar ayuda a policías fue golpeada por estos-. Su pregunta desenmascara cómo la preocupación real de muchos no son los ataques a la prensa, sino el desprecio por las mujeres.

Después de la pintas en la base de la Victoria Alada -Ángel de la Independencia- el tema del patrimonio comenzó a ser popular en redes sociales cibernéticas -lo que hace eco en medios- y no sorprende: el poder produce discursos, con ello la noción de aquello que debe ser preservado, respetado y venerado -llámese museos, archivos, patrimonio-. Salieron algunos a defender el status quo poniéndose la camiseta de -lo que sea que entienden por- patrimonio.

Fotografía de Santiago Arau

En un país tan rico en patrimonio cultural y natural, sería -si no se hiciera desde la hipocresía- una buena noticia. Muy pertinente podría ser hablar sobre las lenguas que se extinguen –que no mueren, las matan, como dice la lingüista Yásnaya Aguilar-, de cómo los sistemas de producción intensiva y monoculturales desplazan a los sistemas tradicionales de policultivo, del estado de conservación de decenas de murales como los de de San Nicolás de Tolentino en Actopan… la lista es gigante. 

Primero las mujeres, luego las paredes

Como el destello de la brillantina rosa, una luz que brilló en la opacidad de la conversación, la del colectivo Restauradoras con glitter (@rGlittermx): especialistas en conservación, restauración y teoría del patrimonio mandaron un comunicado el 21 de agosto: “las pintas son un mero síntoma de la violencia desorbitada en la que vivimos” y por ello “debido a su alta relevancia social, histórica y simbólica, las pintas deben de ser documentadas”. 

En lo personal me gustan tales rayones, esa obra colectiva que es la Niké policromada: porque es un monumento vivo con demandas actuales. Incluso si no me agradaran no optaría por  desviar la conversación al “mal” tono de las mujeres. Como en la mayoría de las manifestaciones en las que, en algún momento hay actos de violencia, la gran parte de las que marcharon salieron de forma tranquila y un grupo, el más visible en los medios, tomó otro tipo de acciones. Sin embargo, en este caso, los señalamientos y los repartos de culpas no fueron una característica entre nosotras: #FuimosTodas, decían en Twitter. No llegamos hasta acá para echarnos culpas, ni para pedir perdón por el tono.

Marchamos lejos y cuestionamos el patrimonio, porque la memoria no se puede construir sin nosotras. EP

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