Entre el shock y la incertidumbre: a dónde va la salud mental

El rumbo que tome la salud mental definirá también una parte del rumbo del país. Estamos en una crisis que no podemos obviar. En este texto, Galia García Palafox se adentra, de la mano de especialistas, en un muy doloroso conflicto que tendremos que resolver, tarde o temprano.

Texto de 02/02/21

El rumbo que tome la salud mental definirá también una parte del rumbo del país. Estamos en una crisis que no podemos obviar. En este texto, Galia García Palafox se adentra, de la mano de especialistas, en un muy doloroso conflicto que tendremos que resolver, tarde o temprano.

Tiempo de lectura: 10 minutos

No hay Tafil en México. Me lo cuenta una amiga y lo confirma un médico. Hablo a un par de farmacias. Es cierto, al menos ahí está agotado. Alguien más me cuenta que tampoco hay Rivotril. 

En un Walgreens de Estados Unidos me encuentro con un estante semivacío de auxiliares para el sueño: melatonina, antihistamínicos, Nyquil y todo lo que termine en PM.  ¿Es que ya nadie duerme? Y quienes duermen, ¿se levantan?

Ansiedad, depresión y tristeza son los tres padecimientos mentales derivados de la pandemia que están observando los psicoanalistas y psicoterapeutas consultados para este texto. En el mejor de los casos todos estamos tristes: confinados, en el duelo, en la incertidumbre que no termina.

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Si en algo coinciden los especialistas en salud mental es en que la pandemia nos ha afectado de diferentes formas y en distintas etapas.

Un día nos anunciaron que los niños tenían que mudar el salón de clases al comedor y los adultos, la oficina a la sala; que era mejor no ver a los padres; que no habría restaurantes ni cines. Que el virus era peligroso, no se sabía bien a bien cómo operaba pero mientras se controlaba había que guardarse. Entramos en estado de “shock”, de sorpresa, de asombro. Fue en realidad un evento traumático, pero no lo sabíamos.

El shock, dice la psicoterapeuta Eunice Cortés, es una de las mejores formas de defenderse al principio: “Estar como gatos en el tejado observando lo que pasa, siguiendo noticias”.

Ingela Camba, psicoanalista, explica que en ese shock unos se detuvieron y otros se pusieron a inventar qué hacer. Alejandro Zalce, presidente de la Asociación Mexicana de Psicología, habla de contención y resistencia entre quienes pudieron estar confinados los primeros meses.

Pero del shock o la contención pasamos a la incertidumbre: ¿cuándo acabaría esto?, ¿volveríamos a la normalidad?, ¿estábamos cuidándonos de manera correcta?, ¿estábamos infectados sin saberlo?, ¿estaba en riesgo nuestra fuente de ingresos?

El ser humano busca controlar su entorno, construye para disminuir la incertidumbre y generar —o creer que tiene— seguridad y certezas, pero cuando todo está en el aire, cuando no hay certeza de nada, llega el miedo, la impotencia, el estrés por lo desconocido y con ello la ansiedad.

“La ansiedad es un estado que tiene componentes físicos, neurológicos, pero que se experimenta con una especie de miedo difuso a algo que no tienes muy claro y que no te deja en paz. En gran medida nuestra tranquilidad, serenidad y nuestra potencia del mundo provienen de creer que tenemos claras las cosas; pero cuando de pronto se te mueve en el piso algo fundamental, empiezas a temer quién sabe qué: es algo que ya no está. No sé qué es, no lo entiendo y no sé cómo se va a desarrollar….”, dice Cortés.

Esos no sé, no entiendo, no estoy seguro de qué sigue, se traducen en ansiedad que psicólogos y psicoanalistas empezaron a notar hace algunos meses y que, aunque se presenta en distintos niveles según las personas, podríamos decir que es, de alguna manera un ansiedad generalizada —y en algunos casos depresión. De esto, un síntoma  clásico es la pérdida del sueño.

Cortés abunda: “Los que de por sí eran ansiosos tuvieron casos agudos, los que no lo eran empezaron a detectar que con mucha frecuenta estaban padeciendo de ansiedad. Digamos que hay dos tipos de gente: algunos se fueron hacia atrás y se paralizaron: no me muevo, tomo todas las precauciones del mundo hasta llegar a la dolorosa inmovilidad. Y, por supuesto, tenemos en el otro extremo, el valemadrismo retador. Si me voy a morir de algo, a mí qué me importa”.

Zalce explica que la ansiedad tiene diferentes caminos: el enojo, la tristeza o depresión y la desesperanza. “Uno pasa por todas ellas, porque de alguna manera hay una desesperación. Puedo estar muy tranquilo y me dicen que me van a bajar el sueldo otra vez, después me deprimo y después me pongo ansioso. Tengo que aprender a manejar la incertidumbre y tengo que abrir posibilidades y readaptarme y reajustarme a todo esto”.

Pero cuando algunos empezaron a adaptarse volvió la incertidumbre, el aumento de los contagios, las muertes, las nuevas cepas, otro confinamiento.

El confinamiento

A la incertidumbre y al miedo se suma el confinamiento, la pérdida de espacios de socialización. De un día para otro las familias pasaban el día entero juntas en un lugar a veces limitado, sin otros espacios de esparcimiento o donde descargarse. Al principio, algunos habrán creado lazos más fuertes, habrán hecho trinchera, pero para muchas personas llegó el hastío.

“El trabajo no es sólo el trabajo: es que vas, ves a otra gente”, dice Carolina Puchet, directora de la sede Ciudad de México de la Nueva Escuela Lacaniana.

Pero para muchos, dice, lo que viene es el aumento de la tensión interfamiliar. “Hay, claro, grupos excepcionales que con esto desarrollan relaciones armoniosas de ayuda, pero si ya había un poco de tensión intrafamiliar en un espacio chiquito vamos a acabar en violencia”.

Zalce habla de agresión, una respuesta natural que en estos casos se exacerba, y que nos vuelve más reactivos, hay discusiones o pleitos por asuntos absurdos.

“En la casa, mamás que gritan al niño porque dejaron un calcetín tirado, porque ahora toda la casa es territorio de los niños. Si le sumamos que los padres se volvieron docentes [aunque no lo sean de formación], la carga y responsabilidad incrementa en ellos, su reacción es mayor, hay respuestas agresivas muy frecuentes. [Tenemos] padres sin control, sin posibilidad de manejar una buena contención”.

Las parejas, dice Cortés, por un lado empiezan a tener la necesidad de hacer compromisos más profundos: “Los balazos están durísimos, más vale que confíe en ti, ahora me queda claro que es necesario confiar en ti”. Pero, al mismo tiempo, si no podemos salir, si no hay dónde sacar la agresión, ya no existe la posibilidad de retarnos con los pares o de conseguir mucho en el terreno laboral, la agresión va al de enfrente, en la vida doméstica.

“En las relaciones de pareja, lo que no venía muy bien o se hacía complicado en la relación, ahora se exacerba”, dice Puchet. Jimena Dada, terapeuta y coach, lo llama el elefante en la sala: las personas en relaciones que ya venían mal pero a las que distraía lo cotidiano, que les permitía no voltear a verlo, de repente se encuentran encerradas y lo que ya estaba se vuelve evidente.

Del otro lado del espectro, Puchet ha encontrado entre sus pacientes personas a quienes el confinamiento les vino bien. “Algunos sujetos que tienen más dificultad en la relación con los otros, con los que se encuentran en el día a día, les ha venido bien el confinamiento porque los aleja un poco de lo que les es problemático. Cuando vivíamos la otra normalidad un poco lo que se espera de nosotros como seres humanos es ser seres sociables, estar con los demás, pasarla bien, pero hay sujetos para quienes esto no es así y sobre quienes la otra normalidad imponía una exigencia; la virtualidad les da cierta distancia que les viene bien”, dice.

Ése no es el caso de todos, claro, pero Camba ha visto que en esta restricción de contactos algunos han encontrado cuáles son sus vínculos importantes y cuáles les hacen daño. Uno elige a quienes quiere ver y eso ha ayudado a la salud mental.

La experiencia de la soledad, dice Eunice Cortés, tiene más que ver con el temperamento que con las condiciones que nos rodean: hay los que se sienten solos rodeados de su familia y los que tienen un nivel de autoconciencia y han aprendido a estar bien con ellos mismos. “Los demás siempre son un plus cuando tú estás bien contigo mismo”, dice.

El confinamiento nos ha dado mucho tiempo a solas y ese tiempo obliga a hacerse preguntas de las que lo cotidiano nos distraía o permitía evitar. Después de tantos meses, ya no es fácil escaparse de uno mismo.

“Te sientas a hablar contigo mismo, y te enteras bien quién eres, o te enteras un poco de qué te hace falta o te enteras de con quién te has estado peleando”, dice Camba. “Se ha abierto una ventana a una sensibilidad que estaba perdida… Que quizá sabías que estaba, pero no te animabas[a verla] y a hacerte preguntas de fondo: ¿qué es el amor?, ¿cómo tendría que ser? Poder plantearse cómo es una pareja, en qué consiste. ¿Por qué se está con o sin pareja? Si es una decisión o la pandemia los llevó a estar así. [También están] las preguntas acerca de si lo que estoy haciendo es lo que pensaba que quería hacer de mi vida”.

Josefina Cavazos, jefa de consulta del Hospital Psiquiátrico Infantil, lo pone en una frase: “Los fantasmas salen de los clósets”.

Eso tiene consecuencias; aunque puede causar ansiedad al principio, en lo general son buenas. Otra vez, en las relaciones de pareja, algunas mejoran, otras se rompen. “La pandemia ha traído varias cosas, y no sólo cosas malas”, dice Zalce.

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El duelo

Confinados, llenos de miedo e incertidumbres, de pequeños lutos por lo que ya no está o no volverá a ser, a muchos los tocó la tragedia, la enfermedad grave y la muerte de gente cercana. No hay funerales, no hay adioses, no existe la posibilidad del abrazo, del consuelo cercano. Y los duelos, dicen los especialistas, hay que vivirlos, no guardarlos.

“Se nos están yendo miles y eso nos deja un agujero terrible porque ni siquiera podemos consolarnos, no hay rito de un velorio”, dice Ingela Camba. El velorio es una espacio de acompañamiento y no hay forma de acompañarnos “ni en la vida que nos llama para encontrarse con ella. No tenemos los espacios para salir de un duelo”.

Cavazos lo equipara al duelo inacabado de quien tiene un familiar desaparecido: “No darle la certeza de que está bien que se vaya, son duelos que van a costar mucho trabajo que se logren. Todos tenemos nuestro pequeño panteón adentro”.

“Es fundamental hacer duelo por los muertos, rendir homenaje a los caídos, sean los quienes están cumpliendo con una función, como los médicos, tanto como con los cercanos. En cualquier guerra feroz, nos paramos, nos detenemos… y enterramos a nuestros muertos”, dice Eunice Cortés, aunque ella cree que ése es el único duelo que debe detenernos.

Ese luto es un proceso que no está siguiendo su cauce. La muerte está por todos lados, está expuesta, y la red no siempre está disponible para sostenernos, cada uno tiene su pérdida que trabajar o dejar pendiente. Pero que todos estemos ahí no hace las cosas más fáciles, dice Puchet.  “Que todos estemos en eso no cambia la pérdida de cada uno, ni lo cambia ni te lo evitas ni te lo hace mas fácil, ¿si todos estamos viviendo lo mismo nos entendemos más? No, porque cada uno tiene su relación personal con eso, con la mortalidad: a lo que te enfrenta la muerte es a la propia mortalidad”.

Y los duelos que no se resuelven, dice Camba, se convierten en depresión.

Pero desde su formación en el psicoanálisis lacaniano, Puchet dice que el luto no sigue un tiempo cronológico, sino la lógica de cada persona: la reacción no es inmediata, hay un instante en que se ven las cosas, otro en el que se elabora lo que sucedió y otro en el que se concluye.

Y es ahí donde ella cree que estamos, en la elaboración de lo que hemos pasado.

La tristeza

Los psicoanalistas no hacen generalizaciones, pero Puchet me dice que lo que hoy ve es del orden de la tristeza, que la gente se está permitiendo sentirla, que es el tiempo para eso.

“Hay algo del orden de la tristeza que está muy generalizado y que atraviesa a las diferentes etapas, las diferentes edades”, dice.

Los adultos que somos quienes menos tiempo tenemos para sentirla porque hay que resolver la vida, continuar, cuidar, proveer, trabajar, y hasta después empezamos a voltear y decir: ¿qué pasó?

Cada uno tiene su tiempo y su ritmo, pero aunque la incertidumbre continúa, después de casi un año hoy tenemos una distancia con el shock del comienzo. “Hay una cierta tristeza de lo que se perdió, de esos espacios de sociabilidad que se han perdido, no es sólo la pérdida personal, de amigos o familiares: hay pérdida de otras cosas que teníamos antes y ya no tenemos. Y no es únicamente el duelo, salvando distancias, por las personas que se han muerto o porque estamos en una situación complicada, sino por lo que ya no es. Estos espacios que fueron y no están más, estas libertades que hemos perdido”, dice.

Esa tristeza de lo que se perdió empezará a expresarse, a decirse en palabras: cada quién tendrá un síntoma, una reacción. Pero Puchet sí cree probable que empecemos a estar más ansiosos, que haya aún más problemas en el sueño, alteraciones en el cuerpo, en algunos casos depresiones.

Le pregunto a Camba sobre la tristeza y la depresión. Me lo explica así: “La tristeza te baja la relación con el mundo exterior; pero en la depresión, cuando no puedes ni salir por más que quieras, el mundo adquiere una tonalidad irreal”.

Encuentro por ahí otras definiciones: tristeza es un estado emocional de infelicidad que va de intensidad baja a extrema, usualmente provocada por la pérdida de algo que es altamente valorado. Es un estado emocional caracterizado por sentimientos desventaja, pérdida e impotencia. Una pasión por la cual el alma pasa a una menor perfección. Negación de la felicidad. Un ser triste, por lo general  se vuelve callado, menos energético y se repliega.

Si hoy estamos todos tristes, tenemos entonces una relación diluida, endeble, pusilánime con el mundo exterior; una relación que, aunque no sea de oscuridad, viaja por los grises.

La resolución o la esperanza

Ese momento en el que estamos, del que habla Puchet, esa conciencia que para muchos se manifiesta en tristeza, para Eunice Cortés es un etapa de resolución —la tercera después del shock y la incertidumbre. Es esa misma distancia y reflexión de lo que pasa, pero para Cortés la conciencia se ve obligada a decir esto va para largo y no me puedo quedar aquí.

“¿Qué haces cuando no soportas, por ejemplo, la ansiedad, el insomnio, la ansiedad, el miedo? Llega un momento en que dices ‘ya basta con esto’; tienes el sentido de supervivencia y ahí es donde la gente se mueve”, dice.

Es honesta, dice que ella quiere creer que estamos en esa tercera etapa, no que lo estemos.

Ingela Camba cree que estamos entre la etapa de razonar —esa de “no voy a enojarme tanto, todos la estamos pasando mal”— y la de la aceptación, aquella en la que vemos cuál es la nueva forma de vida y cómo vamos a seguir actuando con eso.

Y en la aceptación o la resolución habrá que reconstruir y reconstruirse. ¿Será fácil? No. Cortés lo ve como una oportunidad de crecimiento y de conciencia colectiva e individual, un proceso doloroso en el que no todos saldrán bien librados y que empieza por aceptar que el imaginario colectivo que teníamos se volvió añicos y que necesitamos otros. “Divido a la población entre los que sean capaces de enfrentarlo y crecer (esos crecerán muchísimo), y los que no, morirán, acabarán siendo golpeados por todo esto”, dice.

Zalce también cree en la necesidad de una reconstrucción, de un nuevo orden: “Todos estamos afectados, sólo con un nuevo orden podemos ayudarnos. Tenemos que sentarnos a rediseñar todo”.

Nadie tiene claro a dónde vamos, qué vamos a ver en términos de salud mental y la manera de relacionarnos entre humanos y con el mundo. Eunice Cortés sugiere que aumentará la autonomía, que dejaremos de ser muéganos —lo que aplaude—, que la relación casual y el one night stand se irán evaporando, porque buscaremos relaciones más significativas. Dada cree que veremos muchos casos de depresión, ansiedad y consumo de drogas y alcohol, una especie de explosión, de caída de la cortina de todo lo que durante 2020 sostuvimos con alfileres, dice que algunos no nos reconoceremos entre nosotros. Puchet supone que una vez decantados habrá más pacientes con síntomas que tengan que ver más directamente con la pandemia y dice que de que habrá consecuencias, las habrá. Cavazos cree que, como en toda crisis, desarrollaremos estrategias de adaptación, pero transcurriremos esta situación según la cantidad y la calidad de herramientas que cada quien tenga. Camba tiene una cosa clara: el problema es grande.

Quizá haya más preguntas que respuestas, dice Dada, es todo nuevo y no sabemos qué pasará ni qué hacer, de alguna manera somos un ensayo.

¿Más consumo de alcohol, ansiolíticos y antidepresivos? Es probable, creen algunos. “Pero no hay enfermedad que dure cien años ni enfermo que lo resista. Aprenderemos a vivir sin Tafil. No hay de otra”, dice Eunice Cortés. EP

Nota: Olinka Valdez colaboró con este texto.

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