El conocimiento vivo: los jardines botánicos

Los jardines botánicos son espacios en los que nuestros pasos avanzan de forma distinta, nuestros ojos observan de manera distinta y, claro, nuestra respiración adquiere otro ritmo. ¿Qué hay en ellos?, ¿qué conocimientos guardan y cómo se organizan?, Agustín B. Ávila Casanueva habló con un especialista para que descubramos por qué los jardines botánicos son más que sólo espacios de apreciación.

Texto de 15/07/21

Los jardines botánicos son espacios en los que nuestros pasos avanzan de forma distinta, nuestros ojos observan de manera distinta y, claro, nuestra respiración adquiere otro ritmo. ¿Qué hay en ellos?, ¿qué conocimientos guardan y cómo se organizan?, Agustín B. Ávila Casanueva habló con un especialista para que descubramos por qué los jardines botánicos son más que sólo espacios de apreciación.

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Los jardines son, ante todo, espacios delimitados. Lo cual, a primera vista, pone en un apuro a la lógica humana. Tenemos esta costumbre de separar, delimitar, aislar o apartar  un espacio de la naturaleza para poder apreciarla. Y por si esto no fuera poco, al mismo tiempo, los jardines también son un espacio diseñado para que, mientras nuestro cuerpo esté ahí, nuestra mente se sienta libre de ir a cualquier otro lado. Es decir, los jardines son espacios hechos para poder ser obviados y que nuestra mente pasee por otros rumbos.

Entre estos dos polos de existencia —estar conscientemente admirando a las plantas o estar ignorando el espacio frente a nosotros— hay muchas maneras de habitar un jardín. Para el biólogo Hesiquio Benítez, Director General de Cooperación Internacional e Implementación de la CONABIO y quien tiene una amplia trayectoria de trabajo en jardines botánicos, los jardines son “lugares de paz y tranquilidad, espacios hermosos que ayudan a la reflexión”, dice en entrevista para Este País. Pero los jardines botánicos cuentan con ciertas especificidades: “históricamente, han sido fundamentales para documentar el conocimiento in vivo”, continúa Hesiquio.

Un jardín botánico, en su manera más burda, es un catálogo. Un catálogo vivo, como dice Hesiquio. Donde hojas, fojas y folios conviven polisémicamente en libros, artículos y plantas, guardando información. Información que, para ser útil debe estar catalogada y ordenada. Empezamos a ver el por qué de la delimitación del jardín. De su misión de ser una naturaleza ordenada.

«“Es momento de descolonizar las colecciones botánicas”[…] “por cientos de años, los países ricos del norte han explotado los recursos naturales y el conocimiento humano del sur”»

Aunque para Hesiquio cualquier sociedad o individuo que “tenga respeto y admiración por la naturaleza” terminará haciendo un jardín botánico, tampoco se le escapa que el conocimiento, vivo o no, es poder. Y como parte de una sociedad, los jardines botánicos también entran en la política. En el 2020, Alexandre Antonelli, director del jardín botánico más grande y diverso del mundo, el Real Jardín Botánico de Kew, en Inglaterra, escribió un artículo para The Conversation titulado “Es momento de descolonizar las colecciones botánicas”. En él cuenta cómo “por cientos de años, los países ricos del norte han explotado los recursos naturales y el conocimiento humano del sur”. Posteriormente, Antonelli llama a adoptar aproximaciones diversas, a dar crédito a quien merece y a trabajar en y desde las comunidades, no sobre ellas.

Porque “no hay una sola manera de hacer un jardín botánico”, nos cuenta Hesiquio. Cada jardín debe de adaptarse no sólo a su medio ambiente —para no estarle pidiendo peras al olmo—, sino a su comunidad, sus conocimientos y sus necesidades. México posee más de 25,000 especies de plantas, y es en parte que las podemos estudiar desde aquí con investigadoras e investigadores mexicanos, gracias al éxito de los jardines botánicos. Y como propone Antonelli, los jardines botánicos en México no solamente se encargan de investigar y adquirir nuevo conocimiento, también se dedican a recopilar el conocimiento que se ha generado por miles de años del uso de las plantas.

Este es el caso de los jardines etnobotánicos como los de Oaxaca y Morelos, que se especializan en los conocimientos tradicionales, principalmente enfocados a los usos de las plantas, ya sean: terapéuticos, como los que se le dan al Cuachalalate (Amphipterygium adstringens); lúdicos, como los del peyote (Lophophora wiliamsii); para generar textiles, usando las fibras de distintos agaves y magueyes; para hacer tintes, usando flores o cortezas principalmente; y, claramente, culinarios, en cuyo caso varios jardines botánicos cuentan con la planta domesticada además de con su equivalente silvestre.

Los jardines botánicos también cumplen un trabajo esencial en la conservación de especies. Los organismos que las habitan “pueden verse como respaldos”, me explica Hesiquio, “réplicas con las que contamos en caso de tragedia”. Es decir, en caso de que algún incendio, inundación, deslave, plaga o alguna otra tragedia ponga en peligro a las poblaciones nativas de plantas, los especímenes que habitan los jardines botánicos —junto con el conocimiento almacenado y obtenido en ellos— puede ayudar a que la población se recupere y no se pierda en su hábitat natural.

“Incluso plantas que se consideran extintas en el medio silvestre aún se pueden observar en las colecciones de los jardines botánicos.”

Incluso plantas que se consideran extintas en el medio silvestre aún se pueden observar en las colecciones de los jardines botánicos. Este es el caso de Furcraea macdougallii, o pita del Istmo. Es una planta nativa de Oaxaca, pero actualmente sólo puede observarse en algunas colecciones privadas o en jardines botánicos como los del Instituto de Biología en Ciudad Universitaria o El Charco del Ingenio en San Miguel de Allende.

Es necesario aclarar que los jardines botánicos, si bien son uno de los engranes de la conservación de especies, “no sustituyen a las Áreas Naturales Protegidas” comenta Hesiquio, “no compiten con ellas, más bien son complementarias”. Los jardines botánicos deben de trabajar en conjunto con las Áreas Naturales, de nuevo, no hay una receta única para los jardines, cada uno debe de responder a la diversidad y necesidades de su zona. Algo que la biología sabe bien es que la diversidad es la clave de la fortaleza, mientras más diversos sean en sus colecciones y métodos, más maneras de ser resilientes tendrán.

Esto también es importante para pensar el futuro de los jardines botánicos. “El verdadero reto”, dice Hesiquio, “es la continuidad”. Actualmente los jardines botánicos se enfrentan a recortes de presupuesto, e incluso a disputas con los municipios debido a que se desea hacer un cambio de uso del terreno, como es el caso del Jardín Botánico Regional de Cadereyta. Y que la pandemia actual haya forzado a varios jardines botánicos a cerrar sus puertas no ayuda a la situación.

Pero por fortuna, una de las mayores fortalezas de los jardines también se puede convertir en uno de sus mejores aliados para solventar esta situación y asegurar su continuidad: el conocimiento. Un ejemplo es lo que ha logrado el Jardín Botánico Francisco Javier Clavijero en Xalapa. Este jardín botánico se ha especializado, entre otras cosas, en las cícadas, plantas que antes eran comidas por los dinosaurios y que han sobrevivido sin mayores cambios hasta el presente. El jardín botánico de Xalapa, junto con el Instituto de Ecología (INECOL), no sólo han descrito y colectado a todas las cícadas mexicanas para la colección del jardín, sino que también han generado protocolos de conservación y aprovechamiento sustentable. Es por esto que desde hace más de veinte años, han asesorado a productores de cícadas en Veracruz y en Chiapas.

Y vaya que México tiene muchas más especies vegetales que aportar al mundo además de las cícadas. “Tenemos los protocolos para conservación y aprovechamiento sustentable” describe Hesiquio, “nos falta poner en marcha una regulación de parte del gobierno para generar y aprovechar la venta”. Además, tenemos bien identificadas a las especies de interés. México sufre actualmente un saqueo de distintas cactáceas, suculentas y palmas a manos propias y extranjeras. El mercado claramente está ahí, además de otras especies que han sido de interés durante décadas “y que tienen origen mexicano” exclama Hesiquio.

La vainilla es una orquídea mexicana, pero los mayores productores son Madagascar e Indonesia. Lo mismo pasa con la caoba, nativa de México, Centro y Suramérica, cuya madera tiene una enorme demanda en países asiáticos, pero los mayores productores son India y Fiyi. Además, “una producción masiva estable”, argumenta Hesiquio, “nos puede seguir ayudando a repoblar zonas nativas de las especies de interés”.

Antes de que suceda todo esto, si es que sucede, los jardines botánicos nos necesitan a nosotros. A los públicos. Que estemos allí con ellos cuando reabran sus puertas. A caminar y respirar hondamente su aire, asistir a sus pláticas, leer un libro de sus bibliotecas, ir a los conciertos o actividades culturales que planeen, admirar y conocer sobre las plantas que albergan, o caminar dejando nuestro cuerpo a la deriva dentro del jardín mientras nuestra mente se va a cualquier otro lado. Podemos hacer mucho simplemente estando ahí. Justo como las plantas. EP


Referencias

Asociación Mexicana de Jardines Botánicos. http://www.amjb.unam.mx/index.html 

CONABIO. Jardines Botánicos: contribución a la conservación vegetal de México. https://dgcii.conabio.gob.mx/jardines-botanicos/index.php?r=site/index 

Santiago Beruete. Jardinosofía: Una historia filosófica de los jardines. Turner Publicaciones. 2016

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