¿Qué pasa con el patrimonio cultural de los pueblos en un contexto de guerra? César Guerrero Arellano puntualiza algunos de los daños a los bienes culturales alrededor de la invasión rusa a Ucrania.
Ucrania y la memoria del mundo
¿Qué pasa con el patrimonio cultural de los pueblos en un contexto de guerra? César Guerrero Arellano puntualiza algunos de los daños a los bienes culturales alrededor de la invasión rusa a Ucrania.
Texto de César Guerrero Arellano 30/03/22
Globalmente, los bienes culturales enfrentan amenazas. Los desastres naturales y la mala gestión son recurrentes, su deterioro natural y obsolescencia tecnológica es constante y el desconocimiento y la indiferencia, silenciosos y extendidos. Aunque menos frecuentes, los conflictos armados propician daños colaterales, pero también deliberados. La invasión de Rusia a Ucrania difícilmente será la excepción.
Al igual que la vida de las personas, el patrimonio cultural recae en soportes materiales que pueden perderse sin remedio por la acción de la violencia, directa e indirectamente (al impedir el funcionamiento apropiado de las instituciones que lo custodian). Su valor no siempre disuade su destrucción o saqueo intencionales, incluso a veces los alientan, pues además de un daño en el presente tiene como consecuencia irreversible el olvido colectivo del adversario. Es una herramienta más del genocidio.
El 3 de marzo de 2022, la UNESCO emitió una declaración en la que enumeró sus designaciones en Ucrania con base en sus convenciones y programas: 7 sitios de patrimonio mundial (uno natural y seis culturales), 4 elementos de patrimonio inmaterial, 8 reservas de la biósfera, 10 Cátedras UNESCO, 78 Escuelas Asociadas, 3 Ciudades creativas, 3 Ciudades del aprendizaje, 1 Instituto “Categoría 2” y 4 elementos de su patrimonio documental en el registro “Memoria del Mundo”.
Asimismo, en una sesión extraordinaria realizada el 15 y el 16 de marzo, el Consejo Ejecutivo de la UNESCO adoptó una decisión que exige a Rusia el cese inmediato de todo ataque, daño y ofensiva contra Ucrania y que instruye al Secretariado de la Organización desarrollar un programa de emergencia que ayude a Ucrania a lidiar con los efectos de la agresión rusa. México fue co convocante de la sesión y co autor de la decisión de ese órgano de gobierno, en su calidad de miembro.
En adición al apoyo directo de especialistas, instituciones y mecanismos y organizaciones internacionales, la opinión pública tiene un papel muy relevante para enfrentar éste y otros flagelos sociales y políticos. Pero eso requiere contar con información fidedigna y conocer el valor de lo que está en juego ante circunstancias tan adversas como las que han enfrentado Mali, Siria, Afganistán y, ahora, Ucrania.
Sin menoscabar el valor de otros bienes culturales, cabe resaltar el más modesto y quizá el más profundo de todos los patrimonios: la memoria colectiva que reposa en los documentos. Éstos multiplican su valor cuando la información que registran y su soporte material corresponden a algo que ya no existe, cuando son los únicos sobrevivientes de un gran cambio. Pese a que la historia humana es imposible sin el soporte de sus fuentes documentales, hace sólo 30 años que la UNESCO creó el Programa “Memoria del Mundo” (1992) para impulsar la preservación y el acceso al patrimonio documental.
Hasta 2017, fueron las instituciones públicas o privadas que lo resguardan, no sus gobiernos, las que postularon directamente su inclusión en el Registro “Memoria del Mundo”, iniciado en 1997 con base en una convocatoria bianual. Un Comité Asesor Internacional valora las candidaturas conforme al valor intrínseco de los documentos, las condiciones de su preservación y gestión así como a la garantía de que cualquier persona tenga acceso a su contenido.
En su Registro internacional (hay también registros regionales y nacionales), la UNESCO ha incorporado cuatro conjuntos documentales de Ucrania: en 2005 inscribió grabaciones de su folclor musical judío (siglo XX), en 2009 el archivo y la biblioteca de la familia Radziwill (siglos XV al XX) y en 2017 el Acta de la Unión de Lublin (siglo XVI) y documentos sobre el accidente nuclear de Chernobyl (siglo XX). Esta es la relevancia de su contenido:
1. El Acta de la Unión de Lublin (1569) es el documento con el que, por decisión libre y soberana de sus poderes legislativos, el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania se fusionaron en una sola entidad política: la Mancomunidad de Polonia-Lituania (1569-1795). Su población osciló entre los 7.5 y los 11 millones y su territorio abarcó, además del de Polonia y Lituania, el de Bielorrusia, Letonia, Estonia y la mayor parte de Ucrania, así como fracciones de Rusia (Kaliningrado, Smolensk y Briansk). Si bien su original se encuentra en Cracovia, en los Archivos Centrales de Registros Históricos de Polonia, para Ucrania representa tres siglos de pertenencia a un Estado multiétnico y democrático, fuera de la órbita imperial rusa.
El sistema político de Polonia-Lituania fue un precursor de las monarquías constitucionales actuales, ya que limitaba el poder del monarca a través de su cámara legislativa (Sejm). La Mancomunidad ocupó Moscú de 1610 a 1612, aprovechando la debilidad del Zarato Ruso, y se marginó de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) cuya conclusión, mediante el Tratado de Westfalia, se considera origen de los actuales Estados-nación. En alianza con el Sacro Imperio Romano Germánico, ese mismo siglo expulsó al Imperio otomano de Europa Central. Muy debilitada en el siglo XVIII, la Mancomunidad desapareció cuando Rusia, Prusia y Austria se repartieron su territorio.
2. Archivo de la familia Radziwill y la biblioteca Niazvizh (siglos 15 al 20). Los Radziwill fueron una dinastía de terratenientes cuya propiedad principal fue Niasvizh, en Bielorrusia. Poseyeron grandes propiedades en ese país así como en Lituania y Polonia. Sus miembros ocuparon los más altos cargos en la administración del Gran Ducado de Lituania y de la Mancomunidad Polaco-Lituana, y fueron parte de la historia de Prusia, del Imperio Ruso y de la República Polaca.
Conscientes de la importancia de los tesoros históricos y culturales que acumulaban, a partir de la década de 1570 los Radziwill establecieron un archivo en Niasvizh que, con el paso de los siglos, se convirtió en una de las mayores colecciones de documentos sobre la historia de Europa Central y del Este. Se compone de casi 70 mil documentos en bielorruso antiguo, ruso, latín, polaco, alemán, inglés, francés, italiano, entre otros idiomas.
En ese amplio universo hay registros de la historia política y de las relaciones internacionales europeas, documentos de negocios y propiedades con información valiosa para la historia de pueblos y ciudades, del desarrollo de oficios, fábricas y empresas, así como diarios y memorias que aportan conocimiento detallado sobre la vida cotidiana. Como mecenas de actividades culturales, su biblioteca acumuló obras literarias y partituras (el Príncipe Antoni Radziwill fue benefactor de Chopin), atlas, herbarios ilustrados, álbumes de grabados, planos y bocetos arquitectónicos.
En 1939 las tierras y propiedades de la familia Radziwill fueron nacionalizadas por las autoridades soviéticas, dispersando sus colecciones en archivos, bibliotecas y museos en distintos países, algunos en ciudades al interior de la URSS (San Petersburgo, Moscú y Minsk) y otros fuera (Helsinki, Vilnius y Varsovia). En cuanto a Ucrania, los Archivos Históricos del Estado Central, con sede en Kiev, albergan una parte. De ahí que su postulación al registro se haya hecho con Finlandia, Lituania, Polonia y Rusia.
3. Patrimonio documental sobre el accidente en Chernobyl (1986). La URSS ocultó a sus ciudadanos información clave sobre este desastre en la planta nuclear de Chernobyl, Ucrania, lo que multiplicó el alcance de sus daños. La desclasificación de estos documentos, en la Ucrania independiente, ha permitido ampliar las investigaciones sobre esa catástrofe que puso en peligro a la humanidad en su conjunto. Su información es clave para comprender sus causas y efectos globales así como para gestionar sus desafíos, pues incluye el desarrollo de la energía nuclear en la URSS, la construcción de centrales nucleares, la explosión del reactor de Chernobyl, la reacción de las autoridades, la evacuación de la población y los trabajos de liquidación, la contaminación radioactiva y, ya bajo el gobierno de Ucrania, de la gestión de la central nuclear y de su zona de exclusión. Este patrimonio fundamental se encuentra en los Archivos Históricos del Estado Central (Kiev).
4. Música folclórica judía (1912-1947). Es un conjunto de 1017 grabaciones de 2 a 7 minutos registradas en cilindros Edison de cera. Se recopilaron entre habitantes de la “Empalizada de asentamiento”, un territorio amplio en el que Catalina la Grande concentró a las comunidades judías del Imperio Ruso, abarcando Ucrania y Bielorrusia, y partes de Lituania, Moldavia, Polonia y Rusia. Esta amplia zona llegó a albergar al 40% de los judíos del mundo, incluida Odessa, la ciudad ucraniana desde la que emigraron los padres de la escritora mexicana Margo Glantz.
Las grabaciones incluyen cantos sin letra, canciones, liturgias de la sinagoga, música instrumental y muestras de géneros folclóricos judíos (klezmer y purimshpils). Se hicieron por iniciativa del escritor y folclorista judío S. An-Sky (1863-1920), con el patrocinio de la Sociedad Histórica y Etnográfica Judía de San Petersburgo. Tras la revolución bolchevique, el folclorista Moisei Beregovsky impulsó nuevas expediciones en los años 20 y 30, con apoyo del Museo de Cultura Judía de Kiev, el cual fue clausurado en 1949, su personal arrestado y su archivo confiscado. Al disolverse la URSS, la colección volvió a estar disponible bajo resguardo del departamento judaico de la Biblioteca Nacional Verdansky, con sede en Kiev.
A propósito de esta última colección documental Vasili Grossman, un escritor judío nacido en Ucrania, relató para el mundo dos de los grandes horrores del siglo XX: los del campo de exterminio de Treblinka (Polonia), perpetrado por los nazis, y el Holodomor (1932-1934), la hambruna que mató a 7 millones de personas consecuencia de la colectivización impuesta mediante el terror por Iosif Stalin sobre las granjas de Ucrania, Kazajstán y el norte del Cáucaso. ¿Será ucraniana y judía la persona que narre al mundo los horrores de este siglo? El actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, guionista y judío, es ya una de ellas, en una calca de desgracias ucranianas doblemente cruel. EP
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