Somos lo que decimos: Mi coche es mi cuerpo. Semántica automotriz

Así como algunos dueños de mascotas acuden con mayor frecuencia al veterinario que al médico, hay automovilistas que cuidan más una carrocería que su propio cuerpo. Los autos, como los “teléfonos inteligentes” (que en ocasiones aventajan a sus propietarios), son extensiones de nuestras piernas o de nuestra voz.1 Ambos acercan lo lejano, si bien a veces […]

Texto de 17/03/17

Así como algunos dueños de mascotas acuden con mayor frecuencia al veterinario que al médico, hay automovilistas que cuidan más una carrocería que su propio cuerpo. Los autos, como los “teléfonos inteligentes” (que en ocasiones aventajan a sus propietarios), son extensiones de nuestras piernas o de nuestra voz.1 Ambos acercan lo lejano, si bien a veces […]

Tiempo de lectura: 4 minutos

Así como algunos dueños de mascotas acuden con mayor frecuencia al veterinario que al médico, hay automovilistas que cuidan más una carrocería que su propio cuerpo.

Los autos, como los “teléfonos inteligentes” (que en ocasiones aventajan a sus propietarios), son extensiones de nuestras piernas o de nuestra voz.1 Ambos acercan lo lejano, si bien a veces sólo consiguen lo contrario. De aquéllos provienen expresiones como calentar motores (quizá con una botana), para luego arrancar (por ejemplo un proyecto). Una vez que todo “va sobre ruedas” ya es factible meter las velocidades (cuarta / quinta). Otras imágenes son acelerar, meter el acelerador, acelerarse / ser un acelerado.2 También lo contrario: frenar una iniciativa o los ímpetus de alguien: ¡Para tu carro! 3 “Se echa / mete reversa” después de una determinación mal planeada.

Durante décadas confiamos en que el petróleo sería el motor del desarrollo. En el camino nos quedamos sin gasolina, en sentido estricto y figurado. Hay quienes “no carburan bien” sin su cafecito matinal; otros “se desbielan” de hambre. Se dice de los panzones que “tienen llantitas” (en España hasta la marca indican: “michelines”). Una persona puede ser la bujía / el pistón de un equipo; si “la corrieron sin aceite” o “la aflojaron en terracería” quiere decir que está prematuramente avejentada. Los retrógrados prefieren el espejo retrovisor al parabrisas.4 Estamos sometidos a dos colonialismos culturales: licencia de manejar (driving licence) y permiso de conducir (permis de conduire).5

Se amortiguan los contratiempos; ciertas personas saben manejar una situación difícil o bien conducir (algo / a alguien) hacia un fin determinado. Se toma el se está al volante de una organización, como en un tropo vecino se sostiene el timónTa-ta-ta-ta-ta, verso de cinco silabas declamado con el claxon, musicaliza la mexicanísima mentada de madre.

Chocan vehículos, personas e ideologías. Una carambola es una jugada de billar, pero también una colisión múltiple. Los coches, antropomorfos, “llevan a cabo” acciones: hacen trompos, (se) vuelcan, se amarran, derrapan, se patinan, se calientan, se estampan… Los asientos traseros han sido escenario de la educación sentimental de varias generaciones.

Vemos con naturalidad que nuestros automóviles estén en un embotellamiento, que los motores tengan árboles (de levas), que cajuelas alberguen gatos hidráulicos y que los cigüeñales no sean nidos de aves zancudas sino espirales metálicas. Otras paradojas: prácticamente nadie guarda guantes en la guantera, la suspensión no suspende, el radiador no radia, las bombas no explotan, los chicotes no fuetean; hay pastillas no comestibles, discos insonoros y las salpicaderas no salpican (más bien protegen de las salpicaduras).6

El “quemacocos” retoma festivamente la imagen vegetal del cabeza dura. Tras un desacuerdo de pareja lo mismo se azotan puertas en casa que portezuelas de los autos. Debemos a Germán Dehesa un atinado símil sobre la apariencia física: “[Fulano] es más feo que un coche por abajo”. Las luces intermitentes, propias de los vehículos, en otros emplazamientos también simbolizan: ¡precaución! Tienen luz verde las propuestas apropiadas; los focos ámbar y rojo escalan la alerta de riesgo. “Se lubrican” los motores y, en México, también los trámites burocráticos.

Los adornos de peluche son emblemáticos de “naves” cuyos dueños tienen “mal gusto”.7 En México es común colgar objetos del retrovisor interno; destacan por su frecuencia crucifijos, rosarios y botitas de bebé. Al mismo registro pertenecen los cláxones que entonan acordes de La Cucaracha o La Marsellesa. Símbolos de estatus alto, en cambio, son los asientos de cuero, los rines cromados, la cámara trasera, el gps y el estéreo cuadrafónico. Antiguamente a las clases sociales las separaba el contar, o no, con aire acondicionado. No porque se le pinten rayas llamativas y se le adapten alerones es más veloz un coche. Los aficionados a la Fórmula 1 gozan padeciendo tortícolis.

Una mala noticia “me desinfla”. Se ponchan las llantas y los bateadores, igual que, en los albures, las nalgas. Medir el aceite es otra locución vulgar que también significa sodomizar, lo que explicita ciertos apodos entre mecánicos: El Tuercas, El Mofles. Pruebas de la estrecha relación establecida entre los automóviles y el sexo son los calendarios de los talleres. Acerca de una chica experimentada el macho dictamina: “ya trae su kilometraje”; para él tanto los autos en la carretera como las mujeres con pezones salientes “traen prendidas las (luces) altas”. Cuando se impusieron acá multas por no abrocharse el cinturón de seguridad empezaron a comercializarse camisetas blancas con uno estampado en negro.

En algunos países, como el nuestro, no era raro que se robara gasolina de los autos estacionados; hubo de concebirse un dispositivo para dificultarlo. Estacionarse (aparcar o parquear dicen en otras regiones) en México implica desembolsar unas monedas (a veces billetes) para un hijo de vecino que, con un trapo rojo y diciendo vieneviene al conductor, es dueño de la calle. Esta posesión se materializa con intocables cubetas, huacales o conos.

Signos de los tiempos: los vehículos de antes tenían parachoques / defensas; los de hoy poseen escuálidas fascias y no cuentan con cenicero ni encendedor. Las antenas de radio se siguen llamando así aunque prácticamente no tienen longitud.

“¡Tantas curvas y yo sin frenos!”, exclama el mujeriego impenitente; “¡ábranla / ábranse, piojos, que aquí les va el peine!”, el microbusero cafre.  ~

NOTAS

1. “Me quedé sin batería” es una expresión que se utiliza tanto para los vehículos como para los dispositivos electrónicos.

2. En algunas de sus iniciativas, nuestro Gobierno “acelera con el freno de mano puesto”.

3. Matiz: el galicismo ralentí no implica frenar sino dejar de acelerar.

4. Palabra compuesta sencilla; limpiaparabrisas es doble.

5. En un apunte futuro se contrastarán aquí anglicismos en el español de México y galicismos en el de España.

6. Las calles, por su parte, pueden volverse lagunas, embudos o cuellos de botella.

7. Parafraseando a Monsiváis, “los nacos” son todos excepto yo y mi entorno.

DOPSA, S.A. DE C.V