Sobre las revistas

Anuar Jalife Jacobo ensaya en torno a las revistas y su trascendencia.

Texto de 18/04/23

Anuar Jalife Jacobo ensaya en torno a las revistas y su trascendencia.

Tiempo de lectura: 6 minutos

A David, Ernesto, Luis Alberto, Juan y Salvador, compañeros de revistas en muchos sentidos

Las revistas nacen, como los cafés, en el Siglo de las Luces, en el ocaso de la aristocracia y el ascenso de la burguesía. No es casualidad que ambos surjan de forma paralela, pues los une una misma vocación: ser espacios para la conversación, una conversación nueva que no tiene que ver con la alcoba ni con la corte, una conversación que, a decir de Jürgen Habermas, está relacionada con un nuevo tipo de publicidad, entendida no como propaganda o anuncio sino como cosa pública. En las revistas se habla, primero, de comercio y política; un poco más tarde, de arte y literatura, filosofía y moral, educación y costumbres. Lo que antes solo era asunto de la nobleza, ahora es discutido por nuevos actores sociales que se ven en la necesidad de crear sus propios espacios de encuentro. 

Además de lo público, ¿de qué se habla en las revistas? Del presente. La revista es una plataforma para luchar contra el tiempo. No se trata de la nostálgica batalla por recobrar una edad oro o contener un instante; su pugna tiene que ver con un tiempo nuevo, un tiempo vertiginoso y voraz, pero dotado de un prestigio inusitado: el tiempo de la novedad. Diferente al libro, que tiene una vida arbórea, capaz de atravesar siglos, casi indiferente al paso del tiempo; distinta también al diario, que se consume, como una flama, en un momento; la revista persigue al presente pero sin incendiarse con él, se planta con un pie en lo que permanece y con otro en lo que cambia. Antes de pronunciarse, la revista siempre toma un respiro, se contiene un poco, nunca demasiado. Proviene del periódico, pero a diferencia de este no busca dar cuenta de todo; más exquisita, más ociosa también —criatura dominical al fin y al cabo—, selecciona, ordena, jerarquiza las cosas que acontecen. Es la hija predilecta del diario; luce los papeles, los colores y la relativa calma que su padre no puede; a ella se le reserva lo que es digno de meditación y arte, lo que trasciende lo noticioso, lo que merece ser coleccionado de algún modo.

“…la revista persigue al presente pero sin incendiarse con él, se planta con un pie en lo que permanece y con otro en lo que cambia”.

La tarea de la revista quizás no se haga desde la infinita premura del periódico, pero sigue exigiendo velocidad; tampoco necesita la ideal profundidad de un libro, pero de ningún modo puede ser superficial; la labor es ardua, pues, y por ello nunca es individual sino colectiva. Cada revista es una editorial: directoras, editoras y consejeras; correctores, diseñadores, formadores e ilustradores, autores y autoras, etcétera. Aun cuando todas estas funciones recaigan sobre una sola persona, como suele ocurrir con las revistas de los jóvenes, ésta actuará con heterónimos; se multiplicará, se refutará, se desconocerá a sí misma para poder llamar a su producto revista. Porque si las revistas, como hemos dicho, son espacios de conversación, entonces deben admitir necesariamente la contradicción. De hecho, cuando una publicación resulta demasiado homogénea, cuando solo refleja la personalidad de quien la dirige o expresa con absoluta convicción los intereses de quien la patrocina, debemos dudar de su carácter revisteril y preguntarnos si aquello no es más bien un panfleto, un catálogo o, en el mejor de los casos, una antología.

La sintaxis de toda verdadera revista —como la de todo verdadero diálogo o coloquio— está organizada alrededor de una serie de zonas de indeterminación, de contingencia, de azar incluso, que escapan a la voluntad de quienes dirigen la comunicación y van más allá de lo que se pretende comunicar. Si en una charla nos lanzamos a la aventura de lo imprevisible, en la lectura de una revista debe ocurrir algo similar. Leyendo una revista uno debe sentir un poco la tensión y la angustia, pero la alegría y la solidaridad también que produce reunir en una misma mesa, o en mesas contiguas si se quiere, a personas tan distintas; se debe poder experimentar el malestar de los editores al recibir un texto que contraviene sus ideas, la malicia de una directora que coloca lado a lado a un par de autores enemistados, el orgulloso nerviosismo de una joven inédita, el arrojo del redactor de un editorial polémico, la amargura de un autor de renombre que decepciona o la sorpresa de la revelación de un nuevo talento; debemos incluso sentir que hay algo que no entendemos, que algo no cuadra: las mejores revistas suelen regalarnos de cuando en cuando un enigma. Los editores de la revista planean una entrega y los autores imaginan el número en que aparecerán, pero en el medio ocurren muchas cosas. Por ello, las revistas constantemente se rehacen, se desdicen, se interrumpen, cambian de diseño, de formato, de colaboradores, de secciones, de época como un muchacho que después de un tiempo vuelve a las páginas de un diario y ya no se reconoce en ellas. Una revista que llega a parecerse demasiado a sí misma es una revista que ha dejado de preguntarse por su presente para lanzar solo respuestas: es una revista muerta. Por naturaleza, las revistas preguntan —no tienen tiempo de otra cosa—: preguntan y apuestan; publican un artículo, una reseña, un dibujo, una encuesta, una entrevista, apostando a que eso ha de decir algo del momento que les toca.

“Una revista que llega a parecerse demasiado a sí misma es una revista que ha dejado de preguntarse por su presente para lanzar solo respuestas: es una revista muerta”. 

El trabajo fundamental de la revista es siempre estar inventando un orden que le permita afrontar ese caos, que es el caos del presente. No hay labor editorial más completa que la de editar una revista. En la edición de revistas se mezclan la planificación y la improvisación, el cuidado y la rapidez, la tradición y la novedad. La revista debe ordenarse y reordenarse porque forma parte de un entramado, de una red, de un conjunto de series que se entrecruzan. El libro produce la ilusión de ser un objeto autónomo, cerrado en sí mismo, para romper esa imagen hay que pensarlo en una biblioteca, pero solo, en nuestras manos, parece poseer su propio mundo; la revista, siempre más ligera, no alcanza a contener un mundo, se distrae con mayor facilidad, mira hacia afuera, permanece abierta; el periódico, por otra parte, más liviano todavía, no conoce la vida interior, vive hacia afuera, todo lo recibe; la revista no puede permitirse tanto, es una curaduría, un filtro, un concierto de cosas.

El entramado de la revista es interno y externo. Al interior, cada colaboración dialoga con las otras colaboraciones que la acompañan y cada número mantiene una comunicación secreta con los números del pasado y los del futuro; al exterior, cada revista dialoga con las revistas que se le parecen y con las que le han antecedido, pero también con las que se le oponen y con las que vendrán después de ella. Las revistas forman así su propia fisonomía y su propia genealogía.

“La tarea de encontrarse con uno mismo se vuelve colectiva, grupal, generacional. Quien se reúne en torno a una revista se define frente a los otros”.

Quizás por ello las revistas son el espacio predilecto de las generaciones y los grupos, de los jóvenes y de los viejos; es decir, de los que buscan una identidad y un lugar en la historia. Las revistas, en ese sentido, son un remedio contra la aparente soledad de la escritura. La tarea de encontrarse con uno mismo se vuelve colectiva, grupal, generacional. Quien se reúne en torno a una revista se define frente a los otros. Se comparten tácitamente lecturas, experiencias y hallazgos, pero también se descubren diferencias, desacuerdos y antagonismos. Las revistas, en ese sentido, son un taller, una zona en movimiento, un área para lo que está en proceso; nunca dan lugar a lo cerrado o a lo completo, eso viene después de ellas o no llega nunca, y entonces se vuelven sitio arqueológico, memoria, testimonio de lo que no fue. Esa aura epocal o generacional que acompaña la factura de las revistas también envuelve a sus lectoras y lectores.

En retrospectiva, uno puede seccionar su vida de acuerdo a las revistas que leía en ciertos momentos o a los periodos en que no leía revistas. Como ocurre con ciertas amistades, con algunas casas, bares o cafés, hay revistas a las que frecuentamos religiosamente durante una época de nuestra vida y luego las abandonamos porque cambiaron ellas o porque cambiamos nosotros; hay revistas a las que visitamos solo un par de veces porque no hubo química o sencillamente porque no conspiraron las circunstancias para que fuera de otra manera. En todo caso, las revistas son siempre una compañía, un encuentro, una cita. Por eso hay que quererlas, hay que leerlas, hay que hacerlas. En tiempos en que se desearía que las palabras fueran solo un input y las oraciones solo imperativas, hay que continuar la conversación. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V