Retornos del rock

A propósito de un Tributo a Carlos Santana en el Teatro Ángela Peralta, en San Miguel Allende, el embajador Leandro Arellano escribe sobre la renovación sociocultural que supuso el rock and roll en México y el mundo.

Texto de 16/02/24

Fotografía de Carlos Santana

A propósito de un Tributo a Carlos Santana en el Teatro Ángela Peralta, en San Miguel Allende, el embajador Leandro Arellano escribe sobre la renovación sociocultural que supuso el rock and roll en México y el mundo.

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El tiempo cumple rigurosamente su deber y pasa. Algunos años después de la Segunda Guerra Mundial emergió de improviso una música novedosa y original, que conmovió a los jóvenes alrededor del mundo. La insólita invención fue factura del mundo anglosajón. Tuvo su origen en Estados Unidos, quien aprovechó no pocos elementos de la música negra y de ―acaso― compositores tan remotos como W. C. Handy. Casi enseguida se desarrolló prodigiosamente en Inglaterra. La visión y perspectivas de millones de seres de todos los continentes que sobrevivieron a la guerra se aligeraron con aquella música transformadora.

Abrió las puertas a espacios desconocidos hasta entonces, con sonidos iconoclastas y gritos irreverentes: ¡She loves you, yeah, yeah, yeah! ¡She loves you, yeah, yeah, yeah! El mundo se hallaba ante el advenimiento de una poderosa e inédita manifestación de la cultura. El ritmo y los sonidos del rock, además de otras virtudes, aportaron una fuerza impulsora al dominio ensoñador de la palabra.

Su esencia infundió seguridad y confianza en la juventud, la inspiró del mismo modo que introdujo cierta laxitud, un relajamiento espiritual a la humanidad, un vínculo o lazo de unión a la vida de cada día ―en unos más, en otros menos― en todas partes.

Se trataba de un fenómeno sorprendente, de un elemento que proclamaba paz y fraternidad, con efectos en muchos aspectos de la vida diaria e impacto en múltiples direcciones. Constituyó una materia sobre la que se ha escrito tanta y buena literatura como rolas y piezas de rock se han creado.

En la década de los sesenta se consolidó y continuó dispersándose sin obstáculos. Se expandió genuinamente y sin distinciones de clase social, raza, religión o lengua, su medio de transmisión. Dos que tres generaciones han transitado ya en su compañía. Esas generaciones experimentaron que no sólo dar sino recibir, también es una manifestación de libertad. No hay dicha en la vida que lo abarque todo, pero hay momentos que no cederíamos por nada.

En ese entonces la humanidad se debatía ya entre el temor y las tensiones de la Guerra Fría. Formaban multitudes quienes, en grupos o individualmente, protestaban por una guerra caliente en la que Vietnam aportaba las víctimas.

En paralelo proliferaban las innovaciones de la ciencia y la tecnología, sobre todo, acompañadas con menos propaganda, pero con no menos valor, por las alcanzadas en la moda ―que se impone a la cabeza de toda manifestación humana―, el arte y la cultura, asombrando a la población mundial.

Boleto del Festival Rock y Ruedas en Avándaro (1971)
Boleto del Festival Rock y Ruedas en Avándaro (1971)

Las innovaciones que se imponían eran en mayor medida emancipadoras, gratuitas y reveladoras. La píldora anticonceptiva, la minifalda, el pelo largo varonil, los pantalones de campana, el arte pop, etcétera. México las acogía de distintas maneras: con pasmo, con naturalidad o con entusiasmo.

Al igual que con las manifestaciones liberadoras en otras naciones, en México latían vigorosos los anuncios, las consecuencias del 68 irradiaban los destellos de la noche de Tlatelolco y el sistema político mexicano ingresaba al ensayo de una apertura democrática.

El aire viciado ―obra de la mano del hombre ― bordeaba ya los alrededores de la Ciudad de México.

¿Son las formas de las cosas las que dan origen al tiempo? El aliento inédito del rock continuaba calando. Radio Capital, Radio Éxitos, Radio 590 y alguna otra estación de radio en la Ciudad de México difundían con entusiasmo esa música que resonó en todo el planeta y expresaba lo que los jóvenes querían decir.

Con el paso del tiempo, las reservas o el temor por aquel sonido ruidoso que desconcertaba a nuestros mayores se diluyeron. Afincado en su propio espacio, el rock mantiene su sitio y desde allí se esparce aún, no sólo como un género cultural alternativo.

A esa utopía no la ha tentado el desencanto.

Publicidad impresa de cuatro conciertos de rock en Ohio (octubre, 1978), presentados por Belkin Productions y estaciones locales de radio.
Publicidad impresa de cuatro conciertos de rock en Ohio (octubre, 1978), presentados por Belkin Productions y estaciones locales de radio.

¿De dónde proviene toda esta andanada?, se preguntará el lector paciente. No es la primera vez que hablamos de rock. Esta divagación la despertó un afiche colorido, pendiente de un poste de concreto plantado en una esquina anónima de la salida a otra ciudad del Bajío mexicano. Tributo a Carlos Santana, indicaba el anuncio con letra brillante. En el ala izquierda, con letra menuda, anunciaba la fecha y el lugar de la celebración: un miércoles de diciembre, en el Teatro Ángela Peralta, en San Miguel de Allende. La San Miguel World Music Orchestra correría con el homenaje.

El espacio mayor del cartel publicitario, sobre el flanco derecho y recargada hacia abajo, lo ocupaba la imagen del rostro del rockero, con su típico bigote y el sombrero de ala angosta que usa desde hace años.

Sobreviven quienes, todavía, se encierran a ratos, a solas y de vez en vez ―en un ceremonial cercano a la meditación o la lectura― a escuchar esa música estimulante y emotiva. Saben quienes intuyen ciertas formas rítmicas que acaban por entregarse a un espasmo contagioso que nos descubre arrolladoras presencias. Santana figura en la categoría de los más distinguidos creadores.

Como en otras artes, en el rock es también el instinto quien determina la forma. Desde el primer acorde, con las percusiones iniciales, Carlos Santana hizo público un estilo único e inconfundible: la fusión cadenciosa de rock con música latina y algo más que ecos de ritmos africanos.

Carlos Santana saltó a la fama en el legendario festival de Woodstock en 1969, pocos días después del lanzamiento de su primera grabación: Santana. Un año más tarde apareció el álbum que afirmó su popularidad y reconocimiento en el universo del rock: Abraxas.

Portada del album Abraxas (1970), de la obra Annunciation por Mati Klarwein.
Portada del album Abraxas (1970), de la obra Annunciation por Mati Klarwein.

Encaminados los setentas, el rock se inventaba y escuchaba en todas partes. Era una etapa de aguda competencia en el medio. Santana se afianzó naturalmente como uno de los grupos con indisputada originalidad. Así fue reconocido por los aficionados, los que pronto constituyeron una multitud de seguidores. De contado, cada quien mantiene su preferencia entre las grandes creaciones: Jingo, Samba pa´ ti, Mujer de magia negra, Oye cómo va, Sacrificio del alma, etcétera, aunque ―creo― todavía Caminos del mal sigue convocando a la mayoría.

El rock mantiene vivos sus anhelos luego de más de medio siglo de su aparición. Persiste la devoción y se han multiplicado sus ramificaciones. Las correspondencias se propagan. En una de las piezas más inspiradas del mejor rock, Jackie Wilson canta: “Tu amor me eleva alto y más alto” y en Retornos de la invariable poesía, Rafael Alberti ha escrito: ¿Qué no voy a recibir de ti, di, que no sea sino para salvarme, alzarme, conferirme? EP

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