Registro | Ecos invisibles: sobre el East Village, Loisaida y Unseen Echoes

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Texto de 27/12/23

En la columna Registro, Pablo Íñigo Argüelles escribe sobre el mundo que observa, pero sobre todo de fotografía y todo lo que implica.

Tiempo de lectura: 3 minutos

El East Village se extiende en la parte baja de Manhattan, al este, justo donde la geografía de la isla forma el último meandro que va a dar a esa estrecha punta que los holandeses llamaron Nueva Ámsterdam, en 1625.

Los migrantes puertorriqueños lo hicieron suyo llamándole Loisaida, un término bellísimo que simplifica la fonética de Lower East Side, la forma en la que los neoyorquinos condensan muy desinteresadamente toda la parte baja y este de la isla.

María Prieto

Y de su historia profundamente ligada a las migraciones a través de los años, esa es la que más resuena en mi cabeza cuando doblo en 7th street desde la Avenida C, camino a ver Unseen Echoes, inaugurada el 9 de diciembre.

No creo que sea coincidencia que Nina Tanujaya, Leandro Miyasaka, Suh Jeen Moon, Suniko Bazargarid, Andrés Zamora, Leonardo Santos y Daniel Viera —todos fotógrafos, todos amigos, todos con una conciencia propia de la migración y el desplazamiento— hayan elegido esta parte de la isla para organizar su primera exposición fotográfica. Y si fue una coincidencia puramente neoyorquina, entonces es cierto que, como la del agua, nuestra memoria se guía por los accidentes y caprichos geográficos.

En Unseen Echoes, el trabajo de estos siete fotógrafos explora el mundo pospandemia o el estruendo que dejó el encierro, un estruendo que, fotográficamente, se traduce en silencio.

Y a través de imágenes que exploran la calma, las pausas, los artistas (todos nacidos a finales de los noventa y principios de los dos mil) proponen resolver una idea: el vínculo casi utópico entre la amistad y el arte.

Parado al centro de Sprout Space, una galería rectangular, puedo ver los tres muros donde conviven las fotos de todos: las formas abstractas creadas con luz por Leonardo y Daniel a blanco y negro; la asimilación de la identidad, la migración y el hogar en las imágenes a color de Suniko y Nina; la reafirmación del estilo de Suh Jeen a partir de la conocida restricción para tomar fotos de desconocidos sin consentimiento en Corea del Sur, el país donde creció.

Y a los dos extremos puedo admirar el trabajo de Andrés y de Leandro: el primero, nacido en Bolivia, dispone una instalación de madera que se adapta al muro y al techo de la galería, y la foto de unas piernas invertida volando en el espacio negro, impresa en papel periódico y adherida con pegamento blanco, resulta ser una ironía geográfica; el trabajo del segundo es una conversación muy sutil entre el pasado y el presente: una fotografía tomada por su abuelo hace décadas contrapuesta a una tomada por él, en la que emula las formas y reinterpreta su pasado familiar, pero en otro lugar y en otro tiempo. 

Dejo atrás el alboroto de la apertura y salgo a las escaleras que dan a la calle. Alguien fuma y habla en un idioma que no conozco. Regresaré a casa a través de la noche de Loisaida. EP

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