Reality: el costo de la verdad

Para aquellas personas que aún dudan de la actriz estadounidense Sydney Sweeney, Reality es una confirmación de su potencia actoral.

Texto de 12/02/24

Para aquellas personas que aún dudan de la actriz estadounidense Sydney Sweeney, Reality es una confirmación de su potencia actoral.

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Aunque ahora está en los proverbiales cuernos de la luna, la carrera de Sydney Sweeney ha sido una de constante esfuerzo. La actriz ha hablado de lo difícil que fue hacerse un camino viniendo de una familia en situación de pobreza, con una madre que tenía que hacer malabares para pagar las cuentas. Pese a todo, Sweeney persistió y, tras una serie de papeles diminutos en shows como Grey’s Anatomy y películas como Under the Silver Lake (2018), obtuvo dos roles menores pero significativos en programas de cierto prestigio, como El cuento de la criada o la miniserie Sharp Objects. No obstante, Euphoria (2019–) sería su lanzamiento formal a la fama, en buena medida por la fijación casi morbosa y acaso comprensible que la serie tiene con el atractivo físico de su reparto: el tempranamente finado Angus Cloud, la notable actriz transgénero Hunter Schafer, la superestrella Zendaya —quizá la más famosa del reparto—, las actrices y modelos Alexa Demie y Barbie Ferreira, el reciente ídolo de multitudes Jacob Elordi y la talentosa nepobaby Maude Apatow.

El talento de Sweeney, sin embargo, va más allá del erotismo chabacano de Euphoria y de su presencia como el nuevo rostro de un perfume de Armani. Si en Con todos menos contigo (2023), el reciente hitazo que ha vuelto a poner a la romcom en la mira de los estudios, la actriz demostraba su habilidad para la comedia, Reality (2023) es la consagración de su talento histriónico.

Dirigida por la dramaturga, guionista y directora Tina Satter (con la colaboración de James Paul Dallas en el guion audiovisual), la película es una adaptación de IS THIS A ROOM: Reality Winner Verbatim Transcription, obra de teatro de la misma Satter. El concepto es fascinante: a partir de la transcripción del interrogatorio y posterior arresto de Reality Winner, una traductora y veterana de la Fuerza Aérea responsable de filtrar a la prensa una comunicación de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA) donde se confirmaba un hackeo ruso de los registros de votantes norteamericanos, Satter construyó una claustrofóbica pieza que sigue, palabra por palabra, los métodos de los agentes del FBI que acudieron a catear la casa de Reality Winner. La exitosa obra dio pie a su adaptación fílmica, que traslada la puesta en escena teatral a una pieza audiovisual de potente angustia. 

Filmada con solo un puñado de actores —Sweeney como Winner, Josh Hamilton como el agente Garrick y Marchánt Davis como el agente Taylor, los únicos tres personajes con nombre—, la película transcurre en el espacio de modestos 82 minutos, en apenas un manojo de locaciones: las oficinas de Reality en Pluribus, el patio/fachada de su casa, la recámara de Winner y una especie de bodega/cuarto de lavado de paredes deslavadas. Lenta, asfixiantemente, vemos la llegada de los oficiales de la ley, que comienzan un interrogatorio de sutil violencia, desplegando músculos y preguntas para presionar a Reality para admitir su filtración. El hostigamiento que ejercen nunca llega a ser escandaloso, pero está ahí: en la fisicalidad de los agentes, en su falsa cordialidad, en su intimidante número —aunque son solo dos quienes interrogan, se apersona una docena o más de oficiales, todos hombres por supuesto, que arriban al lugar en ruidosos vehículos, murmurando y lanzando miradas suspicaces—. 

“Lenta, asfixiantemente, vemos la llegada de los oficiales de la ley, que comienzan un interrogatorio de sutil violencia, desplegando músculos y preguntas para presionar a Reality para admitir su filtración”.

La película hace un extraordinario trabajo mostrando las tácticas del FBI sin nunca enunciar un pesado sermón o un solemne discurso: literalmente, son las mismas palabras que utilizaron los agentes en el arresto, que al trasladarse a la ficción quedan plenamente evidenciados. La puesta en escena de Satter es también muy ingeniosa: está salpicada de momentos en los que solo vemos la frecuencia sonora de la grabación, con el nombre del archivo a un lado; cuando la transcripción marca una censura por la información confidencial, la imagen de quien habla se glitchea, acentuando elegantemente el secretismo y aumentando la intriga: ¿qué es lo que se esconde y por qué se esconde?  

El caso es de sobra conocido —vaya, la filtración de Winner fue publicada originalmente en The Intercept, nada más—, pero la actuación de Sweeney es tan convincente que, por momentos, uno cree que está siendo acusada de forma injusta. Y es que, en el fondo, así es, de cierta manera. Es bien sabido que legalidad y moralidad son dos conceptos bien distintos y en más de una ocasión hasta contrapuestos, y en Reality ese cruce se deja sentir con particular intensidad. La filtración de Winner fue ilegal, qué duda cabe, pero fue también profundamente moral: en medio de una de las elecciones más controversiales de la historia de Estados Unidos, la de 2016, la traductora reveló que los rumores de la interferencia rusa en las votaciones eran, de hecho, más que rumores. Harta de ver el asunto menoscabado en los medios —Fox News estaba puesto ininterrumpidamente en sus oficinas—, Winner se topó con la confirmación del hackeo ruso gracias a su acreditación de seguridad y decidió, tras una intensa deliberación, que la información que tenía entre manos era de interés público. Tenía razón: su filtración fue utilizada por un sinnúmero de medios y su acción fue alabada por periodistas y figuras como Julian Assange, que encontraron encomiable su arrojo.

“La filtración de Winner fue ilegal, pero fue también profundamente moral: en medio de una de las elecciones más controversiales de la historia de Estados Unidos, la traductora reveló que los rumores de la interferencia rusa en las votaciones eran más que rumores”.

Esto, sin embargo, apenas se atisba en la película. Lo que nos ocupa es el tenso drama del interrogatorio de Reality, que la interpretación de Sweeney sostiene por casi toda su duración. La actriz, que en otras apariciones luce despampanante, aquí se transforma en una traductora apocada y hasta ñoña, interesada en las pirámides, enamorada de su gata y su perra y aficionada a practicar tiro con su rifle rosa. Nunca se había visto a Sweeney tan vulnerable: su mirada, que de por sí tiene cierta cualidad melancólica, aquí parece siempre la de un animal enjaulado, aterrada ante la posibilidad de reaccionar. No se entrega, jamás, al llanto: su quiebre no es tan convencional. Y cuando, por fin, el personaje se envalentona, lo hace con una fuerza que retumba en la claustrofóbica bodega y que se contagia al epílogo de la película, donde en apenas un par de minutos es posible ver las consecuencias que detonó el caso de Winner: el revuelo mediático, la despiadada investigación, la injusta pena carcelaria de cinco años (la más larga jamás impuesta a un informante estadounidense), la negativa de la libertad anticipada.

Sin aspiraciones panfletarias pero con una puesta en escena que deja clara su brújula política, Reality cuenta una historia de forma magistral, siempre tensa y atrapante, anclada en la robusta interpretación de una actriz que, lejos de confiar en su belleza física como principal valor, está claramente interesada en ampliar sus horizontes histriónicos y narrativos. Es una pena que la película no haya llegado a cines mexicanos, pero la buena noticia es que puede verse ya en Mubi, plataforma que se anotó un tanto al sumarla a su catálogo. EP

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