No evite hacer filas

¿Cuál fue el origen de las filas?, ¿qué papel desempeñan en nuestra vida cotidiana? Anuar Jalife Jacobo ensaya en torno a las filas.

Texto de 15/12/22

¿Cuál fue el origen de las filas?, ¿qué papel desempeñan en nuestra vida cotidiana? Anuar Jalife Jacobo ensaya en torno a las filas.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Frente al problema del choque de voluntades persiguiendo un mismo propósito —casi siempre cruzar una puerta— la cola es ya un indicio de lógica en el seno de lo contingente, que resuelve la aglomeración y el atropello con la justicia incontestable del que llegó primero.

Luigi Amara

No es el dominio del fuego, el uso de las herramientas o la sepultura de los muertos, sino la creación de la fila lo que señala el inicio de la civilización. Imagino a un grupo de recolectoras que, después de un par de días sin probar alimento, se encuentran con un arbusto cargado de bayas al que solo se puede acceder por un estrecho que se abre entre la tupida maleza. Los frutos lucen apetitosos y el hambre es demasiada. El aire se inunda de adrenalina y se presiente un conflicto. Sin embargo, en ese momento, como atravesada por un rayo divino o electrificada por una sinopsis prodigiosa, una de las recolectoras se coloca cuidadosamente, en actitud de espera, detrás de la más adelantada y en seguida la tercera hace lo propio. Estas mujeres no lo pueden saber, pero han puesto la primera piedra de toda sociedad futura.

Semilla de la civilización, la fila también lleva en su seno el germen de la barbarie. Une lo disperso, ordena el caos y modera las pasiones; pero predispone a la obediencia, diluye la libertad individual y potencia el autoritarismo. Coloque a una persona en una fila y tendrá potestad sobre ella. Por eso a la fila hay que recurrir con mesura. Su abuso deviene fácilmente en opresión. Cuando pensamos en el nazismo, por ejemplo, vienen a nuestra mente las impetuosas filas de militares o las lánguidas de judíos y polacos. Esas son las monstruosidades históricas de la fila, pero en la actualidad habría que pensar en las contrahechas colas engendradas por los blackfridays o las inauguraciones de franquicias que, en algunas ciudades de México, provocan formaciones de días enteros. En la maravillosamente absurda Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, Roy Andersson retrata los horrores clásicos de la fila: desde el interior de un pequeño bar contemporáneo, vemos desfilar al ejercito de Carlos XII de Suecia rumbo a la sangrienta batalla de Poltava de 1709 contra Rusia. Durante casi diez minutos, por la pantalla, decenas y decenas de soldados elegantes, altivos, orgullosos, marchan impecablemente, a pie o a caballo, al son de unos imponentes tambores y entonando cánticos marciales. Más tarde, los veremos regresar, mermados, con los uniformes en jirones, ciegos, cojos, cabizbajos, sin otra música que la de sus apagados lamentos. Y es que el desfile —como lo anticipa su nombre— es una desnaturalización de la fila; una fila que al instrumentalizarse ha perdido su verdadera función, su cordialidad original.

“Coloque a una persona en una fila y tendrá potestad sobre ella. Por eso a la fila hay que recurrir con mesura”.

Para contener el potencial autoritario o enajenante de la fila es menester profundizar en otra de sus contradicciones. Lejos de ser concebida como un mero instrumento disciplinario, debe entenderse como la necesaria contraparte del relajo. La existencia de la fila supone también la existencia del caos, pues sin ella el juego, el desmadre, la orgía desaparecerían; se convertirían en regla, orden, obligación. Sin filas, el goce nos terminaría convirtiendo en sus esclavas y esclavos; como Pinocho transformado en burro en la Tierra de los Juguetes —lugar sin filas, lugar sin límites—, donde todo parece permitido. Baste como botón de muestra el ritual de “tomar distancia por tiempos 1, 2, 3”; práctica acaso demasiado marcial común en las primarias mexicanas, pero que a muchos nos salvó de transmutar en trogloditas o morir atropellados por una turba de infantes. El llamado magnafónico a filas de un prefecto malhumorado o una directora gangosa interrumpía la bacanal escolar y, en apariencia, clausuraba toda alegría; no obstante, una mirada más atenta a la propia experiencia nos revelaría que aquello no era sino un suspenso, un punto y seguido que nos permitía descubrir el gozo recién vivido: niñas y niños alineados por género y estaturas, sudorosos, falsamente serios, tiesos como ridículas estatuas, por un efecto de contraste, en la gravedad hierofánica de la fila, cobrábamos conciencia de que minutos antes habíamos conocido la libertad y la felicidad.

Si llevada al extremo la fila conduce al totalitarismo, en su estado puro es la expresión más auténtica de la democracia. Un sentido tan claro como sencillo de justicia y de igualdad le es intrínseco. Todas las personas, sin distinciones de género, de clase o de raza se igualan en un fila que verdaderamente lo sea. La dinámica igualitaria de la fila solo se rompe para dar preferencia a las personas mayores o con alguna discapacidad, pero eso solo corrobora su nobleza estructural. Es cierto que a la fila no se llega en las mismas condiciones; no todos enfrentan los mismos obstáculos y hay quienes ni siquiera tienen la necesidad de estar una, pero todo eso les es ajeno a la fila; dentro de ella, lo justo impera. Lo que en el mundo exterior es deslealtad, ambición, competencia, en la línea se transforma en solidaridad, respeto, empatía. Piénsese en el honorable aura que de inmediato envuelve a una persona cuando al entrar a un lugar pregunta “¿Dónde va la fila?”. Una profunda fe en la humanidad renace entre los presentes en ese momento. Tal seguridad procura la fila, que en ella nos atrevemos a confiar en los otros. “¿Me cuida mi lugar un rato?”, decimos, sabedores de que estamos sellando un pacto inviolable. Y si acaso se asoma la injusticia, esta será rápidamente censurada. Figúrese a una persona que intenta colarse. Sin vacilar, el colectivo levantará su democrática voz, exigiendo: “¡Oiga, no se meta!, ¡Fórmese!, ¡Órale! ¡A a la cola! ¡A la cola, culero!”. Y podemos tener la certeza de que aquel Fuenteovejuna no cederá hasta que el orden sea restablecido, así sea necesario un linchamiento. No importa si se trata de formarse para comprar un kilo de tortillas o para ser vacunado contra un virus mortal; lo que alienta la airada defensa no es el objeto de la fila, sino lo que esta representa.

En tanto que piedra de toque civilizatoria, cualquier corrupción en la fila es síntoma de una sociedad gangrenada. Marchar en automóvil o enviar a la trabajadora doméstica a formarse en lugar del patrón, parecen muestras inequívocas de nuestra actual necrosis social. Los primeros signos de esta decadencia podrían localizarse en las humillantes filas para entrar a las discotecas y, todavía antes, en la hórrida práctica de reservar mesas; sin embargo, creo que fue a inicios de este siglo que se desató una verdadera cruzada contra la fila. Recuerdo que en aquella época fui por primera vez a un famoso parque de diversiones. Parecía un lugar tan espectacular que me sorprendió el moderado costo de la entrada. No tardé mucho en descubrir que lo que realmente vendían en aquel sitio —además de jotdogs, palomitas y refrescos a sobreprecio— era no hacer filas. Pase Express le llamaban a esa aberración anticivilizatoria que le permitía a unos pocos subir a los juegos mecánicos las veces que desearan sin necesidad de formarse. Por esos mismos años, esta práctica se extendió a cines, bancos, teatros, aeropuertos, que instauraron un sistema aberrante de filas llamadas VIP, siglas de la infantil frase Very Important Person.

“…la fila virtual, verdadero oxímoron que atenta contra la esencia misma de aquello que busca suplantar”.

Desde entonces, los atentados contra la fila se han sofisticado tanto que deberíamos temer por su extinción. Quien haya intentado renovar su firma en el SAT, cambiar las placas de un automóvil o asistir a un concierto masivo habrá mirado a los ojos al último mercenario enviado a asesinar a la fila: la fila virtual, verdadero oxímoron que atenta contra la esencia misma de aquello que busca suplantar. Una fila en la que no hay que formarse no puede ser considerada tal. Las filas y la virtualidad son incompatibles. Una sola cosa nos pide la fila: estar ahí. Si no estamos, nada tienen para ofrecernos la filas. Es por ello que este mundo mezquino nos las va arrebatando. ¿Cómo vamos a hacer que un funcionario dé trámite a un asunto, si somos incapaces de plantarnos frente a su ventanilla? ¿Cómo colarnos a un evento, si no se nos deja madrugar en los alrededores so pretexto de que la entrada se gestiona mediante una app? ¿Cómo acceder a la tradición oral de aquello para lo que estamos formados, si en lugar de conversar en la fila nos condenamos al onanismo de nuestras pantallas? La fila virtual merma y limita la espontaneidad, nos niega la capacidad de negociar y nos condena a mayor soledad.

Contra los enemigos de la fila, convoco a la creación de un Frente Popular en Defensa de la Fila. La organización será lenta porque para realizar los trámites de afiliación se requerirá formarse en largas y extenuantes filas; lo cual, por otra parte, nos garantizará la afiliación de miembros con auténticas convicciones. El terrorismo será nuestra forma de lucha; la metafila, la fila para hacer fila, nuestra principal arma. Organizaremos filas a media calle; filas en las playas, en los desiertos, en las montañas; filas dentro de las casas de nuestros familiares y amigos. Quizás correremos algún maratón en fila u organizaremos una fila para un suicidio colectivo. Una de nuestras mandas, indudablemente, será hacer fila en cualquier lugar donde haya un letrero que rece: “Evite hacer filas”. Si a usted le interesa formar parte de este Frente y desea recibir más información, fórmese en la fila. EP

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