1 No tendría más de cuatro años cuando mi mamá, educadora de profesión, se sentó a dibujar conmigo y cruzó una página de mi cuaderno Scribe con dos líneas. “Vamos a hacer una historieta”, me dijo. Sin saberlo, me provocó una epifanía: bastaban dos trazos para convertir una modesta hoja de papel blanco en un […]
Mi vida de cuadritos
1 No tendría más de cuatro años cuando mi mamá, educadora de profesión, se sentó a dibujar conmigo y cruzó una página de mi cuaderno Scribe con dos líneas. “Vamos a hacer una historieta”, me dijo. Sin saberlo, me provocó una epifanía: bastaban dos trazos para convertir una modesta hoja de papel blanco en un […]
Texto de Bernardo Fernández “Bef” 22/10/18
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No tendría más de cuatro años cuando mi mamá, educadora de profesión, se sentó a dibujar conmigo y cruzó una página de mi cuaderno Scribe con dos líneas. “Vamos a hacer una historieta”, me dijo. Sin saberlo, me provocó una epifanía: bastaban dos trazos para convertir una modesta hoja de papel blanco en un universo entero. Mi destino quedó sellado.
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Tuve el privilegio de crecer en una familia de lectores. En la casa siempre hubo libros. A los niños nos daban historietas infantiles, editadas por Novaro, compradas cada domingo en el puesto de periódicos local. En aquellos años las llamábamos cuentos. Pasar al libro formal, sin monitos, implicaba una especie de graduación. Lo hice a los once años, pero nunca abandoné los cómics.
Aderezado con mi fascinación por los dibujos animados, tuve claro desde muy temprano en mi vida que quería ser dibujante. No pintor, jamás arquitecto.
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En 1984, a los doce años, mi tía Bertha, que trabajaba de reportera en El Universal, me llevó a conocer a Helio Flores, el caricaturista. Ella lo entrevistó y yo lo bombardeé con preguntas que él, amable y pacientemente, respondió durante toda la tarde. Me enseñó su estudio, sus plumillas, y me regaló dos libros de humor gráfico.
Salí de ahí convencido de que quería dedicarme a dibujar el resto de mi vida. Aún no tenía muy claro si me dedicaría a la historieta o a la caricatura. Para esta última no tenía vocación: hace falta ser muy sintético y destilar veneno con refinada malicia en una sola imagen. Yo quería contar historias.
(Ese mismo año, en mi cumpleaños, la mamá de un amigo me regaló La vida de cuadritos: guía incompleta de la historieta, libro de Rius que se convirtió en un referente generacional para los futuros historietistas de este país. ¡Gracias, señora, aún lo tengo!)
El instante amarillo (Océano, 2017) 4
Caricaturistas e historietistas somos como los poetas y narradores: trabajamos con la misma herramienta pero hacemos cosas diferentes. Por ello me apuro a corregir de inmediato cuando alguien me llama caricaturista. En México genéricamente englobamos ambos oficios como moneros, término despectivo que la generación de Rius abrazó con orgullo.
Me parece más preciso referir lo que hago como dibujante de cómics (que no necesariamente ilustrador), narrador gráfico y, ya cuando escalan los ánimos pedantes, pictosecuencialista.
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En mi adolescencia se empezó a usar el término novela gráfica, que a la fecha causa controversia pero que se acerca más a lo que yo quise hacer siempre: una historia con estructura de novela y ambiciones literarias, narrada en forma de historieta. Algo cercano a los álbumes europeos que leí de niño, como Astérix y Tintín.
Ilustración para la revista #$%& Cómics (2009)
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Estudié Diseño Gráfico porque: (a) No existía la carrera de dibujante de cómics. Ni siquiera la de ilustrador. Viniendo de una familia de cinco generaciones de profesionistas y siendo nieto e hijo de ingenieros, mi decisión fue tomada con escepticismo, pero fue apoyada incondicionalmente; y (b) porque Helio Flores había estudiado lo mismo en la Escuela de Artes Visuales de Nueva York.
Descubrí que el diseño es fuente infinita de frustración para las personas que quieren dibujar. Ilustradores, caricaturistas, historietistas y hasta algunos artistas plásticos pasan por esta carrera y suelen abandonarla para tomar el camino autodidacta. Yo terminé y me titulé, pero de la carrera sólo me quedé con la disciplina de trabajo y las herramientas digitales. El oficio lo tuve que aprender del mismo modo que mis colegas.
De la serie Mondo Fractal (publicada en la revista Muy interesante en 2017)
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En la carrera conocí a otros fans de los cómics. Liderados por Luis Roiz, hoy un reconocido académico del diseño digital, dibujábamos nuestros propios cómics y los autopublicábamos como fanzines que luego vendíamos de mano en mano y en el Tianguis Cultural del Chopo (eran los años de la efervescencia post-punk de la Ciudad de México, circa 1991). Uno de estos fanzines, Hemofilia, casi provoca que nos corran a todos de la Ibero. El entonces director del Departamento de Diseño se había espantado al ver nuestros cómics furiosos y obscenos. El ya difunto Abelardo Rodríguez, pionero del diseño en México, salió en nuestra defensa y por eso no nos corrieron. Gracias, Abe.
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Publiqué por primera vez en las páginas de El Universal, en un suplemento llamado “Universo joven”, hecho por universitarios. Hacía tiras cómicas. Fue la primera vez que cobré por dibujar y no he dejado de hacerlo desde entonces.
Uncle Bill (Sexto Piso, 2014)
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Los editores de historieta popular no tenían interés en cambiar su modelo de negocio. Aquellos que lo intentaron descubrieron que no era beneficioso y volvieron a las historias de barriada y de albures. No estaban interesados en otro tipo de material.
Los editores de libros, un mundo que me era más cercano, tampoco tenían mucho interés en el cómic. “¿Para qué, si ya tenemos los libros de Rius, de Quino, de Jis y de Trino?”, solían decir.
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El primero que hizo algo parecido a una novela gráfica en México fue Manuel Ahumada (†) con El cara de memorándum y otras historias (de alrededor de 1980), donde ilustró de forma secuencial unos poemas de Jaime López, pero el cómic permaneció inédito casi treinta años.
Edgar Clement fue el primero en publicar una novela gráfica en nuestro país: Operación Bolívar, de 1995. Lanzada por Editorial Planeta, naufragó en aquellos años al no existir ni siquiera una sección adecuada para exhibirla. El proyecto fue apoyado por el Fonca, y esa primera edición compilaba la mitad de la historia, que su autor completaría años después y que sigue circulando en varias ediciones, convertida en un clásico nacional.
Pero aún habrían de pasar muchos años antes de que existieran condiciones de publicación dignas para los novelistas gráficos mexicanos.
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Hice carrera de diseñador gráfico al mismo tiempo que de ilustrador editorial. Publicaba cómics cortos ocasionalmente en revistas. Paralelamente inicié una carrera de escritor, primero como cuentista de ciencia ficción y luego como novelista policiaco y autor/ilustrador de libros infantiles. Pero lo que yo quería hacer eran cómics.
La oportunidad llegó finalmente en 2010. Alicia Rosas, a la sazón editora de Alfaguara Infantil, dio luz verde a dos álbumes, Informe negro, adaptación gráfica del cuento de Francisco Hinojosa, hecha por Ricardo Peláez, otro de los narradores gráficos de mi generación, y Espiral, mi debut en la novela gráfica.
Se trató de una historia sin palabras que da brincos recursivos durante varios capítulos hasta cerrar un círculo que vuelve a empezar en un loop infinito. Estaba convencido de que le iría muy bien, pero sucedió lo mismo que con Operación Bolívar: al no ser un álbum infantil ni existir una sección para cómics en las librerías, tanto Informe negro como Espiral naufragaron, desanimando a la editorial pero no a los autores, que persistimos en nuestros esfuerzos (recientemente Peláez publicó una magnífica adaptación a cómic de El complot mongol, que tomó muchos años completar, en el FCE).
Del cómic infantil ¡Hey! ¿A dónde se fue la luz? (publicado en la revista Big Bang, ca. 2002)
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Comenzaba a tener un público para mis novelas escritas cuando vino un punto de quiebre en mi carrera. Los hermanos Rabasa y su socio en Sexto Piso, Felipe Rosete, me convocaron a una comida con Juan Villoro. “Juan tiene un guión de cine, lo queremos convertir en novela gráfica y él quiere que tú lo dibujes”. Me sentí doblemente honrado porque no conocía personalmente a Juan. Ése fue el origen de La calavera de cristal, publicada en 2011, año en que las condiciones editoriales habían cambiado. El libro fue bien recibido y sigue circulando. Fue el primer álbum de cómics estilo europeo que se publicó en México, con pasta dura, papel cuché y en formato grande. Estaba haciendo libros al estilo de Tintín.
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Desde entonces he tenido el privilegio de dedicarme a esto que me apasiona. Ya había abandonado la labor ingrata de diseñador gráfico para ser ilustrador de tiempo completo, pero ahora vivo de escribir, dibujar y, cuando me va muy bien, de dibujar lo que escribo.
Lo anterior con tan buena suerte que he podido publicar un álbum de cómics cada año o año y medio, en combinación con novelas escritas (pero ésa es otra historia).
Soy muy consciente de no ser el dibujante más talentoso de mi generación, pero sí he sido el más persistente. Prueba de ello son los diez o doce álbumes de cómics que he publicado en los últimos ocho años, incluido un libro de humor gráfico, ¡Cielos, mi marido!, que hice para sacarme la espinita de la caricatura. Varios de mis libros se han publicado en otros países de habla hispana en ediciones locales, y dos de ellos están en espera de ser traducidos, si la elusiva fortuna sopla en esta dirección.
En 2012, el Fonca, por iniciativa de René Roquet, integró la categoría de Narrativa Gráfica a las disciplinas apoyadas por sus becas. Editoriales pequeñas como Resistencia, Sexto Piso, La Cifra y Caligrama, entre otras, y algunas grandes como Planeta, Penguin Random House y Océano, donde publico actualmente, están editando álbumes gráficos de autores nacionales, por no hablar de las decenas de historietistas que autopublican sus trabajos, muchos de ellos con gran calidad.
Creo que como nunca antes el panorama de autores es muy rico, e incluye, entre muchos otros, a Alejandra Gámez, Augusto Mora, Tania Camacho, Carlos Vélez, Idalia Candelas, Patricio Betteo, Richard Zela y Andonella, por mencionar al vuelo apenas a un puñado de quienes están publicando en editoriales establecidas, además de Inés Estrada, Tony Sandoval, Raúl Treviño y Charles Glaubitz, que publican sus proyectos personales de novela gráfica en el extranjero (sin nombrar a los autores que se han integrado a las filas de Marvel y DC y que ya forman una pequeña legión).
Y si bien no todo es miel sobre hojuelas y hay un largo camino por recorrer antes de dar por consolidado este medio narrativo en nuestro país, me siento honrado y privilegiado por haber sido parte de esta colectividad que llevó a los modestos monitos de los puestos de periódicos a las librerías, y de ahí a la preferencia de lectores de todas las edades.
Sí, a esto me refería cuando de niño decía que quería ser dibujante. EP
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