Identidades subterráneas: Dylan y el Premio Nobel

El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan ha ocasionado una tormenta mediática casi sin precedentes en los ciento quince años de historia del galardón. Aunque casi cada año se levanta la polémica respecto a si el receptor del Nobel lo merece —es más subjetivo y complicado medir el impacto de una metáfora que el […]

Texto de 26/12/16

El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan ha ocasionado una tormenta mediática casi sin precedentes en los ciento quince años de historia del galardón. Aunque casi cada año se levanta la polémica respecto a si el receptor del Nobel lo merece —es más subjetivo y complicado medir el impacto de una metáfora que el […]

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El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan ha ocasionado una tormenta mediática casi sin precedentes en los ciento quince años de historia del galardón. Aunque casi cada año se levanta la polémica respecto a si el receptor del Nobel lo merece —es más subjetivo y complicado medir el impacto de una metáfora que el de la nanotecnología—, en esta ocasión, dada la cantidad de gente que conoce al menos una parte de la obra del galardonado, el revuelo fue mayor.

Yo estoy del lado de quienes celebran el premio para Dylan: me adentré en su universo poético en mi adolescencia tardía gracias a un profesor de literatura que hallaba la misma belleza en las palabras del músico-poeta que en las de otros grandes de la literatura del siglo xx, desde Doris Lessing y Sylvia Plath hasta J. D. Salinger y T. S. Eliot. Desde entonces, he experimentado la misma intensidad emocional con los versos de “Lily, Rosemary and the Jack of Hearts” o “Shelter from the Storm” —donde el resguardo equivale a la muerte y la tormenta a la vida— que con el pasaje en que Ana Karenina se acerca a las vías del tren en la novela de Tolstói, o con el escalofriante poema “Daddy” de Sylvia Plath.

En el terreno musical, Blood on the Tracks es insignificante comparado con discos como Highway 61 Revisited; pero desde el punto de vista poético es infinitamente superior. Sí, hay canciones con letras muy buenas en el repertorio sesentero de Dylan, como “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, “Blowin’ in the Wind” y “Like a Rolling Stone”, pero su riqueza está en la forma en que retrataron su tiempo y cómo contribuyeron al cambio social en dicha década: no tienen el nivel poético del Dylan de la década de 1970, en la que escribió sus mejores versos. Sin embargo, en el aspecto musical, las grandes aportaciones de Dylan están en los años sesenta, opacando su mejor literatura. En la década de 1960 también quedan los esfuerzos en prosa de Dylan, desde los textos escritos como notas que acompañaban a sus discos hasta su novela Tarántula, que son la clara evidencia de que un buen poeta no es necesariamente un buen novelista o ensayista.

Por sus fallidos intentos prosaicos, su personalidad un tanto arrogante y egoísta, así como por el hecho de que es un poeta rock star que ha ganado todo, Dylan se ha granjeado enemistades y antipatías, especialmente en el medio literario, en el que si bien su música puede fascinar, su poesía no es bienvenida. Durante décadas se le ha querido marginar de ese círculo.

En México, después del anuncio del Nobel, la comunidad de escritores manifestó un repudio generalizado en redes sociales. En muchos casos se hicieron bromas ácidas respecto a que otros músicos como Kanye West o Ricardo Arjona ahora podrían aspirar al galardón. Las letras de estos dos tienen en común el hecho de tener pretensiones poéticas, comunicando mensajes frívolos a través de textos ligeramente elaborados, plagados —sobre todo en el caso del guatemalteco— de metáforas vacías. Creo que lo más cerca que un texto de Dylan estuvo de esa banalidad fue en la década de 1960, pero aún así está muy por encima en fondo y forma de cualquier letra de los dos músicos mencionados.

También hay personas que adoptan una postura conservadora y se indignan porque un músico reciba un premio de literatura; creo que con Dylan es evidente que todos los premios que ha ganado, incluso dentro del medio de la música, han sido derivados del poder de sus palabras, más que por su técnica musical. En ese sentido difiero de la crítica que hizo Daniel Gascón en Letras Libres, donde argumenta que después de esto los escritores podrían aspirar al Grammy. Es esencial entender que a Dylan se le da el Nobel por las palabras que escribe, por el contenido de las canciones, no por la música que las acompaña o las melodías que llevan estas letras. Si Vargas Llosa o Pamuk acompañaran cada palabra o párrafo de sus novelas con elementos musicales, sí podrían competir por un Grammy. Pero sus textos no están acompañados de música, a diferencia de los de Dylan.

En este contexto, me parece que el hecho de que Bob Dylan haya guardado silencio tras el anuncio del Nobel y que no haya contestado las llamadas de la Academia Sueca tiene sentido. Es más, hasta hace unos días apostaba a que Dylan no se presentaría para recibir el Nobel este 10 de diciembre; sólo he dudado en mi apuesta dada la reciente entrevista que le hizo Edna Gundersen para The Telegraph, en la cual Dylan dijo que asistirá, si puede. Aun así, hay una buena parte de mí que duda que vaya: ¿por qué habría Dylan de reconocer a un círculo que por décadas lo ha despreciado? Quizá considera que el desdén con que ha tratado a la Academia tras el anuncio ya ha sido una buena lección; eso está por verse. Mientras tanto, Dylan ya ha regresado con creces los latigazos de desprecio con que fue azotado durante años desde el mundo de la literatura.

Fue en otra vida, una de ajetreo y [sangre,

Cuando la oscuridad era virtud y el [sendero lleno de fango

Llegué del yermo, creatura amorfa

Pasa, dijo ella

Te resguardaré de la tormenta.

(Shelter from the Storm, 1975)  ~

DOPSA, S.A. DE C.V