Exclusivo en línea: Arnaldo Coen, el camino es la libertad

Arnaldo Coen (Ciudad de México, 1940) además de una gran sonrisa tiene un sentido del humor fino y pegajoso. Es hábil con la palabra y un conversador de categoría, y cómo no serlo siendo hijo de Arrigo Coen, quien haya tenido el gusto de conocer a su padre estará de acuerdo. Su coquetería también delata […]

Texto de 01/02/19

Arnaldo Coen (Ciudad de México, 1940) además de una gran sonrisa tiene un sentido del humor fino y pegajoso. Es hábil con la palabra y un conversador de categoría, y cómo no serlo siendo hijo de Arrigo Coen, quien haya tenido el gusto de conocer a su padre estará de acuerdo. Su coquetería también delata […]

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Arnaldo Coen (Ciudad de México, 1940) además de una gran sonrisa tiene un sentido del humor fino y pegajoso. Es hábil con la palabra y un conversador de categoría, y cómo no serlo siendo hijo de Arrigo Coen, quien haya tenido el gusto de conocer a su padre estará de acuerdo. Su coquetería también delata su genealogía y su gusto por la vida. Resulta difícil no contagiarse de esa energía. De su boca, los recuerdos se hacen presentes sin dejos de nostalgia, sino vitales, exaltantes. Escucharlo hablar de pintura y de la Generación de la Ruptura le quita años. Coen es el más joven de este , “pero muy poquito, Manuel me lleva 12 años de diferencia, que si cuentan, sobre todo ahorita”, ríe travieso y aclara: “aunque a la gente de la Ruptura nunca la conocí porque ese nombre lo inventaron 20 o 30 años después. Antes nadie se llamaba Ruptura”.

Y tiene razón, antes; sin embargo, ahora ése es su distintivo, una pertenencia que pareciera definir su identidad plástica que en su origen no buscaba la coincidencia, sino al contrario que celebraba la diferencia. Sobre todo, la libertad. “Nos unía, lo que aún es más importante para mí y que se podría decir es la meta de un artista: la libertad de expresión. Decía Indira Gandhi ‘no hay que buscar el camino a la libertad, la libertad es el camino’; para mí esas expresiones disímbolas, plurales como era Gerzo, Pedro Coronel, Vlady, por hablar de los que nacieron en los años veinte, no se diga Rufino Tamayo me enriquecieron. También tuve contacto con artistas que aunque no eran Ruptura y estaban en un clasicismo como Panchito Díaz de León, a quien conocí porque iba con mi abuela al Seminario de Cultura Mexicana. Y yo era un chamaco al que por alguna razón me pelaban, quizá porque era hijo de mi padre y nieto de mi abuela… tuve esa suerte de estar cerca de muchos artistas, como a Diego Rivera, quien me dijo una vez ‘tú, conoce a muchos artistas y ve mucha pintura y no se te ocurra ponerte a estudiar en una escuela. Ve mucha pintura, conoce a muchos artistas. Suéltate’. Confieso que ese consejo me decepcionó, yo quería que me dijera ‘ven ayudarme’ y que ahí me iba a enseñar cosas, y no, pero al final me ayudó mucho porque me impulsó a ver mucha pintura, me mostró su colección prehispánica y eso fue muy enriquecedor: me abrió los ojos hacia lo esencial de lo que es la cultura mexicana, lo que son las formas que se expresan en cada cultura”.

¿Habrá tenido algo que ver Diego con sus Zapatas? Me pregunté en silencio, pero parece que Coen me escuchó: “Lo que Diego me enseñó fue lo prehispánico y lo prehispánico es fascinante porque es el mundo de lo intangible y Zapata, de alguna manera es lo tangible. Por lo menos con una frase que están esos dos mundo porque es la tierra y la libertad, los pies en la tierra y la libertad no sólo en el sentido político, sino en el espiritual, de la sensibilidad, de la construcción, realmente esas dos palabras son lo único que necesitamos saber de Zapata. Cuando me fui a diseñar la nueva capital de Tanzania, en 1977, me llevé lecturas para un año, además de libros de urbanismo, como Christopher Alexander, incluí Zapata y la Revolución Mexicana de John Womack, el cual quizá me despertó cierta la nostalgia y se me antojó pintar a Zapata tal como lo había percibido: un personaje igual, lo sentí como un ser humano como todos, una gente que quería ser cosas bien sin tanta complicación. Me gustó mucho el personaje, o como lo describe el autor, y entonces me decidí a pintarlo como lo imaginé: uno a uno y en plural. Empecé una serie de apuntes pintando a Zapata de múltiples maneras; es decir, no como dibujo clásico, sino como si fuera expresionismo o impresionismo u op art, o sea me propuse representar una sola imagen y ver cómo una sola imagen pintada de diferentes maneras se puede convertir en un ser completamente universal y que no es tanto el personaje sino cómo está representado lo que puede decir algo de alguien. Eso fue en 1977, pasaron los años, regresé e hice una exposición… y luego en 2009, en el bicentenario de la Revolución en puerta, se acordaron de mis Zapatas y me pidieron más, y como no había producido tantos, retomé el proyecto.

Arnaldo es un abstracto ficticio, porque en realidad, al igual que muchos de los artistas de la hoy llamada Generación de la Ruptura, es figurativo. ¿Por qué, entonces? “Así nos llamaron los muralistas, porque eso éramos para ellos. Era el mote. Éramos esos pintores abstractos ‘que no están comprometidos con el arte’. Sin embargo, no se puede negar que La Ruptura evidenció la ruta de lo abstracto en México… ¿Se podría hablar de un abstraccionismo mexicano? “El problema siempre es querer encajonar. Uno cree que para entender algo hay que poner restricciones o explicarlas, y entonces a través de la historia se han creado parámetros impuestos por el poder de los medios, de las artes, etc. que de alguna manera influyen en nosotros. Yo creo más en lo que decía Marcel Duchamp acerca de que quien decide quién es un artista, no es el artista sino el espectador, el cual tiene que ser un espectador creativo. El arte, para que tenga valor, tiene que ver con la honestidad, con la manera de hacer lo que uno hace con sinceridad, con libertad, sin necesidad de estar pensando a qué le voy a apostar. La apuesta está en lo que a uno le nace. Hay que ser humildes y entenderse, como decía Borges: ‘un amanuense del espíritu o la musa’… ‘un creador de fábulas sin moraleja’”.

Como se observa en la exposición Salón independiente, que se presenta hasta el 24 de marzo en el MUAC, la diversidad y la colaboración fueron características de esta generación que se derramó a todo el quehacer creativo, tal como se evidenció en Desafío a la estabilidad. Procesos artísticos en México, 1952-1967, que se exhibió también en el MUAC en 2014. Lo importante fue la interacción. “Nos llevábamos muy bien todos. Éramos cuates, si no tenías nada que hacer te ibas a la Zona Rosa, al Perro Andaluz, u otro café, te encontrabas a alguien y te ponías a platicar, o te ibas a la Galería Juan Martín y llegaba Luis Cardoza y Aragón o a Alejandro Jodorowsky y te contaba que estaba haciendo una obra de teatro, le pedías que te invitara al ensayo y acababas haciendo una escenografía. Había una alianza secreta, casi tácita, una especie de percepción o de reconocimiento de que todas esas personas eran válidas. Yo pienso en mis amigos de entonces y lo compruebo, eran talentosísimos… el Gordo Gurrola, aunque a veces tenía cosas espeluznantes, o Salvador Elizondo o Juan García Ponce o Ernesto de la Peña… te podías topar a Luis Buñuel… todo pasaba y a mí me inquietaba muchísimo… Tenía 22 años, así que me inscribía a estudiar actuación con Seki Sano actuación o dramaturgia con Hugo Argüelles dramaturgia o danza con Guillermina Bravo o me iba de pinta a arquitectura para alimentar el espíritu.

¿Extrañará esa camaradería? Una vez más el rostro me delata, Arnaldo Coen me mira y con una serenidad envidiable remata: “Yo creo que somos seres cambiantes y de alguna manera tenemos que aceptar los cambios… y quizá podría sentir nostalgia de la Zona Rosa, pero estoy viviendo otras cosas y tengo que apreciar lo que estoy viviendo actualmente. Porque uno no puede vivir en la idea de repetir algo porque uno se aleja de la realidad y el momento, es decir por evocar el pasado uno se pierde el presente, y el presente se pasa rapidísimo. Uno debe disfrutar ahora lo que soy y lo que no soy, y también aprender a apreciar lo que son otros. Me encanta toparme con artistas jóvenes como Carlos Amorales o con otros con lo que creí había conflictos generacionales y no, al contrario: hay inquietud, cercanía de lo que es la esencia, porque de alguna manera si uno eligió el arte, pues algo debemos tener en común de eso intangible. Yo digo que el arte es algo como el amor y la sabiduría, aquello inefable que rebasa los límites de la razón”.EP

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