Los aprendizajes de Ciudad Juárez: Entrevista con Enrique Cortazar

El escritor Antonio Moreno conversó con el poeta mexicano y promotor cultural Enrique Cortazar.

Texto de 03/05/23

El escritor Antonio Moreno conversó con el poeta mexicano y promotor cultural Enrique Cortazar.

Tiempo de lectura: 20 minutos

Esta charla con el poeta mexicano Enrique Cortazar (1944), residente en Ciudad Juárez desde hace décadas, gira alrededor de su reciente libro, Inventarios de lugares propicios para la amistad (2022), publicado bajo el sello de la UANL. Es una reunión de textos que, a fuerza de categorizarlos, podrían ser perfiles, necrológicas, memorias, anecdotarios; o una combinación de todos ellos como los buenos menjunjes.

El título de antemano describe el propósito del libro. Los bienes materiales de un inventario no se comparan con el valor e implicaciones de la amistad, que forma parte del patrimonio personal de los imperecederos, hasta cierto punto, dado que se ha empezado a hablar no hace mucho de la amistad como una sustancia líquida por efímera y con fecha de caducidad.   

En el terreno de la moral, que es inevitable rodearlo cuando se tratan estos temas alusivos al sentimiento, podría decirse que no hay amistades mejores que otras. Pero sí amistades que se padecen, de la misma manera que hay amistades que se presumen. Me he reunido con Enrique Cortazar en un restaurante de Ciudad Juárez para tomar el desayuno; y al mismo tiempo, platicar sobre sus amigos famosos y estelares tanto de la cultura mexicana como de la española: José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Ángel González, Carlos Fuentes, entre otros. En esta ciudad carente de discursos marmóreos, aunque la estatua de Benito Juárez sea de ese material, pero no de los atractivos mitos nocturnos y epopeyas revolucionarias donde los haya, Cortazar aportó para la historia contemporánea de esta ciudad episodios culturales cruciales que permitieron, ante la mirada burocrática e indiferenciada del centro del país hacia la lejana frontera, la ocasión para establecer un corredor cultural que sedujera como escaparate para el diálogo, la reflexión y el fortalecimiento de la identidad. 

Ese gesto cómplice de artistas plásticos, poetas, ensayistas, críticos de arte, novelistas y músicos, determinó que Cortazar echara raíces en la frontera como promotor cultural, que, por cierto, el próximo año cumple medio siglo en ese esforzado oficio; también como profesor universitario en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UACH; y director del museo del INBA durante casi toda la década de los noventa; después, formaría parte del servicio exterior mexicano como agregado cultural en los consulados de El Paso, Phoenix y San Antonio. 

Entre toda esa espiral de actividades y compromisos del campo cultural, Cortazar es ante todo poeta. La conjetura es que los primeros poemarios fundamentales en su obra fueron concebidos en Ciudad Juárez: Mi poesía será así (1976), Otras cosas y el otoño (1979) y La vida escribe con mala ortografía (1987). Contrario a lo que podría anticiparse por el supuesto de que el término frontera, en el sentido más amplio, todo lo enmarca de acuerdo con el marchamo del uso y la costumbre, empezando con el idioma, con ese delicioso estofado del caló juarense que se escucha campanudo y eufórico (no es borlo, ése), cada uno de esos libros es próximo a la frontera inherente del cuerpo y la mirada, la que se erige entre la memoria y el olvido, como la que percibe el ojo entre el atardecer y la oscuridad. En esa intermitencia, los poemarios evocan universos íntimos que reinstauran esa idea que olvidamos a menudo, quizá por desconfianza, de que el mundo personal es un proceso inagotable, la continuidad de un sueño, una apuesta a la imaginación. 

10 de febrero de 2004, en San Antonio, Texas.  De izquierda a derecha: Ricardo Romo (Rector la UTSA), Silvia Lemus, Carlos Fuentes, Narriet Romo, Enrique Cortazar y Kike Cortazar Jr. Antes de la conferencia de Fuentes, titulada “México in a Nutshell”, en la Universidad de Texas, en San Antonio.

Antonio Moreno (AM): ¿Con quién se llevó mejor de todos esos escritores y artistas reunidos en Inventarios de lugares…? ¿Y por qué?

Enrique Cortazar (EC): Me será muy difícil decidir con quiénes tuve una mayor cercanía, pero creo que sin pensarlo mucho fueron Cuevas, José Emilio y en buena medida Paco Ignacio; con los tres me sentía como en casa; podía pensar en voz alta sin ninguna autocensura, con la naturalidad de quien está distante de cualquier prejuicio o que influye en la coerción. Cuevas dijo en una entrevista que conservo grabada, refiriéndose a varios de los que invitaba yo con frecuencia a nuestra frontera: “todos somos muy amigos de Cortazar porque él es muy buen amigo de todos nosotros.”

AM: Ese llevarse bien con todas esas distinguidas figuras del campo cultural, significaba que eran sus amigos o, técnicamente, sus colegas. ¿Qué eran para usted? 

EC: Así, de botepronto, eran mis maestros. De todos aprendí algo, sus charlas, tanto de sobremesa, como las conferencias y lecturas frente al público, eran verdaderas cátedras, donde la erudición y la claridad eran lo que predominaba…

AM: ¿De qué hablaban, generalmente? Y si no hablaban de literatura, casi puedo afirmarlo, ¿qué cosas aprendió de alguno de ellos? 

EC: Por ejemplo, a través de la plática en corto con Monsi y con Cuevas, aprendí a admirar más a Tin-Tan, a distinguir entre impresionismo y expresionismo en las artes plásticas, etc.; también con Paco aprendí mucho de la cinematografía de la Época de Oro; por ejemplo, a diferenciar la calidad actoral de una Dolores del Río con una María Félix; Monsi también era contundente en sus críticas demoledoras hacia “iconos” fabricados por los medios; decía con su natural carga de ironía: “Luis Miguel es el más democrático de los cantantes, pues todas las canta igual”. Como imitador de voces y gestos, Monsi era magistral; recuerdo especialmente la imitación de María Luisa “La China” Mendoza con su carga barroca de voces y aspavientos, hincada y abrazando las piernas del salvador de la patria: Luis Echeverría… al tiempo que alababa su fuerza y su gallardía… así como el buen casimir que portaba… José Emilio no se quedaba atrás, atribuyéndole poemas muy pobres o de muy bajo tono poético a Homero Aridjis, o diciendo que la primera dama, Martha Sahagún, anunciaba con bombo y platillo la “próxima presentación del Ballet Parking de Bellas Artes.”

Pedro Garay, Carlos Monsiváis y Enrique Cortazar, durante la conferencia en el homenaje a Tin-Tan, organizado por Enrique Cortazar como director del Consejo Municipal para la Cultura y las Artes (Museo de Historia, 24 de junio de 1991).

AM: Es inevitable la pregunta y sus derivaciones meditativas acerca de la amistad, junto con su contrario, la enemistad, dado que son sentimientos polares y vinculantes. ¿Cómo los define usted? Sin dejar de lado la percepción un poco contradictoria de que hay amistades onerosas, como enemistades redituables. Se me viene a la mente aquella recomendación que le hace Alfredo (Philippe Noiret) a Toto (Salvatore Cascio) en el filme Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore: uno elige a sus amigos por la apariencia; y a los enemigos, por su inteligencia. 

EC: Como antítesis de la amistad, como su contrario, diría que es alejamiento, distancia impuesta por un sentimiento de pérdida, desencanto y frustración, algo a lo que ya no se está dispuesto: a la cercanía, a la convivencia alimentada por la confidencia a la confianza y a la risa…

AM: Para cuando usted fue estudiante de Octavio Paz en la Universidad de Harvard, la ruptura entre él y Carlos Fuentes ya había ocurrido. ¿Qué tan difícil fue no hablar del tema? 

EC: Creo que en Paz hubo momentos de verdadero arrepentimiento, pues ante el hecho de mi admiración por Fuentes, que él conocía (supongo, pues yo siempre hablaba de mi “canon personal”, que, si bien era reducido, siempre figuraba Fuentes como uno de mis autores preferidos). Ahora, con el paso de los años, confirmo ese arrepentimiento. Paz me recomendó leer Terra Nostra (1975). Dijo que era “una de las obras fundamentales de la literatura hispanoamericana”, pero jamás volvió a mencionar nada más respecto de su relación con Fuentes. Por su parte, Fuentes nunca me expresó nada relativo a su distanciamiento –no buscado– con Paz. El silencio fue su mejor respuesta.

AM: ¿Qué lamentó de esa ruptura entre Fuentes y Paz? Curiosamente, usted los reconcilia simbólicamente al incluirlos en su libro.  

EC: En el libro sólo menciono el indignante calificativo de Enrique Krauze, refiriéndose a Carlos Fuentes como un “Guerrillero Dandy”, con todo lo que implica este insano e injusto calificativo, tan elemental y tonto, como aquello que se afirmó contra Salvador Allende, por una oposición “critica”, pero también tonta y superficial, tratando de desteñir su imagen, afirmando que fumaba cigarrillos marca Chesterfield y que vestía trajes de buen casimir…  

Pienso que después de esa agresión indirecta de Paz contra Fuentes, al realizarla a través de Enrique Krauze, sin dar la cara de manera frontal, aquella relación estaba rota de manera irreconciliable. Indiscutiblemente que Paz era un genio, pero como se refiriera Pellicer respecto de Kissinger, a Paz también le falló la moral. Lo que lamento, volviendo a su pregunta original, fue que no se diera entre ambos polos ideológicos de aquella época un debate más abierto y directo que nos hubiera abierto muchas puertas en el debate nacional, y que, posiblemente, hubiera contribuido a construir puentes de acercamiento y claridad. La intolerancia de Paz manifestada por su discrepancia con ideas contrarias a “su verdad” quedó anotada brevemente en el capítulo dedicado a él en mi libro, en el que olvidé incluir aquel enojo que le provocó públicamente en Paz la elocuente afirmación de Vargas Llosa refiriéndose a México como la “Dictadura perfecta”.

20 de febrero de 1994.  Billy Lowestein, Carlos Salas Porras, Carlos Fuentes, Pedro Garay y Enrique Cortazar comen en un restaurante de Ciudad Juárez.

AM: De todos los autores y artistas reunidos en su libro, el único que no visitó Ciudad Juárez fue Octavio Paz. ¿Qué pasó? 

EC: Desde que nos despedimos en una taberna irlandesa que solíamos visitar los estudiantes del área de Cambridge, en Boston, llamada Charlie’s Kitchen, recuerdo la “generosa” afirmación de Octavio Paz: “invíteme a la Universidad de Chihuahua y con gusto iré”. Posibilidad que por múltiples razones nunca pudimos concretar. Siempre surgían situaciones que iban desde la enfermedad de su madre hasta compromisos importantes y premios que abultaban su agenda… La verdad, me cansé de insistir, y debo decirlo, siempre me contestó el teléfono, pero…

AM: Con el pasar del tiempo, como usted lo revela en su libro, el vínculo con Carlos Fuentes se fortaleció mucho, tanto que sus visitas a la frontera eran muy frecuentes: ¿tocó usted el tema con Fuentes sobre la ruptura con Octavio Paz? 

EC: Nunca lo creí prudente, pues sabía que su posición respecto del denigrante artículo de Krauze era rechazar en automático cualquier mención sobre el tema; le platico a usted que ante el abordaje en los pasillos del Museo del INBA, donde era yo director en Ciudad Juárez, un periodista intempestivamente, micrófono en mano, quien seguramente quería alcanzar la nota de “8 columnas”, le preguntó antes de identificarse: ¿Qué piensa usted Sr. Fuentes sobre la postura de Enrique Krauze…? –Interrumpiéndolo, Fuentes, “perdone, ¿de qué medio es usted?, —de Televisa, respondió el periodista. Fuentes, sin más, lo paró en seco, aduciendo que él “no le daba ni media entrevista a esa televisora, y menos le respondería esa pregunta con tema tan absurdo…”

AM: Luego de leer sus perfiles y anecdotarios, pude advertir una analogía entre el tacto suyo como promotor cultural y la delicadeza puesta en práctica por un experimentado vendedor de reliquias para tratar a sus invitados, con dotes de mago. No sólo había que pastorearlos de acá para allá. Había aventura y sorpresas de por medio. ¿Cuál fue la idea central para convertir a Ciudad Juárez en una zona atractiva para los escritores del centro del país? 

EC: Esta idea se fue construyendo por sí misma, hasta que me di cuenta de ella, es decir, hasta que la hice más consciente; creo que Poniatowska, mi gran maestra y amiga, lo dice en unas cuantas palabras en el generoso prólogo de mi reciente anecdotario, al referir: “Recuerdo que Fuentes afirmaba que nada le gustaba tanto como su encuentro con Enrique Cortazar, porque lo devolvía a la realidad al tratarlo como a un hermano y no como a una diva”. 

Así fue que a todos los invitados les compartí desde la “Gorditas el Güero”, los nacientes burritos Crisóstomo y los tacos de tripitas de la 16 y Constitución, hasta los emblemáticos restaurantes de primer nivel de aquellos años, cuando me iniciaba como promotor de actividades culturales: el Sangri La, de excelente comida china, aún en servicio y con mucha demanda; o La Fogata, restaurante de carnes de alta gama, que desgraciadamente ya desaparecido; y ni qué decir de los banquetes de altísima calidad culinaria en la residencia de Federico y Guadalupe De La Vega, o de Carlos y Maruca Salas Porras, o de Ernesto y Elsa Barraza, entre otros mecenas que se fueron sumando con los años.

Sumándose también otros atractivos y luminosos espacios de nuestra frontera: la Calle Mariscal, la Avenida Juárez y sus alrededores, donde las alternativas de diversión, bebida y jolgorio eran múltiples, llenas de magia y espontáneo sabor surrealista. La vida nocturna de Juárez: cantinas, antros, salones de baile, etc., etc. hasta el infinito, fueron seduciendo a todos y cada uno de los invitados. Monsiváis, por ejemplo, escribió crónicas sobre Lalo Díaz, cantinero y gran mago del Club Virginia´s, toda una personalidad. 

Como lo digo en mi anecdotario, por aquellos años, Ciudad Juárez por definición era una fiesta de 24 horas, los 365 días del año. Una explosiva y chispeante zona de combate, con música y parpadeo de anuncios de mil colores entre el pregón de vendedores ambulantes, pachucos olorosos a lavanda, soldados norteamericanos y alemanes de Fort Bliss; negros y negras ondulantes, gringas con mirada encandilante y ombligos al viento, cholas rítmicas y misteriosas, tacos de trompo, burritos, menudo, tortas, totopos, elotes y animadores de burdel. Todo esto y mucho más hizo que Monsiváis, como sucedió con la mayoría de los protagonistas de nuestra cultura que nos visitaron, quedara seducido al límite.

AM: Acláreme una inquietud que tengo sobre el tono que usted le imprime al texto dedicado al poeta español Ángel González; habla de él con el tono que emplea el hijo que ha perdido a su padre. ¿Por qué? 

EC: Es que Ángel González fue un verdadero maestro y padre adoptivo, alguien que alimentó y desarrolló mi gusto original por la poesía, alguien que además me extendió su mano en momentos de crisis. En una ocasión en que le presté mis ahorros a un escritor mexicano con el que coincidí en la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, él como profesor, yo como alumno de doctorado, y al ver que pasaba el término acordado para recibir de regreso lo que se me debía, ya eran meses y yo tomaba de esos ahorros mes a mes lo que me faltaba para solventar el gasto familiar y así completar la beca que me permitía sobrevivir, la cual debo decir, me había sido otorgada, tanto para la colegiatura como para el mantenimiento, gracias a la recomendación que había hecho sobre mi persona, mi maestro de mis estudios en Harvard, Octavio Paz.

Estaba con Ángel, quien preparaba en la pequeña cocina de su apartamento, ataviado con su gorro de chef, una fabada asturiana, cuando vino el ofrecimiento al haberse enterado que pasaba, con mi hijo de dos años y mi esposa, por un periodo de estrechez económica, me dijo simplemente: “Enrique, tengo un ahorro en el banco, y de que se beneficie el banco a que te ayude a ti, te lo ofrezco, paga cuando puedas y como puedas”. No fue necesario aceptar esa generosa oferta, pues mi deudor, el escritor mexicano (omito su nombre porque ya falleció), a base de amenazas de macho a macho, realizó el pago, con un retraso de varios meses…

En otra ocasión, sin solicitárselo, me escribió una presentación para un libro que estaba yo por publicar en la UNAM, titulado Ventana abierta (1993), maravilloso y generoso prólogo, que no pude incluir en el citado libro, porque la colección en el que vería la luz mi poemario, la colección Ala del tigre de la UNAM, no permitía ninguna variante en su diseño original. Guardé el espléndido prólogo, incluyéndolo posteriormente en mi siguiente libro, y que ahora con los años, lo siento de menor calidad, hecho que Ángel jamás expresó ninguna queja o desacuerdo por mi torpe decisión.  

Así fue como, tras fallecer mi gran amigo y maestro, el cantante Joaquín Sabina dedicó una composición que inicia “González era un Ángel menos dos alas, un santo por lo civil…”; espléndida canción, que en otra línea expresa “Ángel agonizó a voz baja por cortesía”.

Esta pieza del genio de Sabina retrata al ser humano digno y solidario que fue Ángel, sobre todo al hombre sencillo, humilde, discreto y amoroso que lo caracterizó, quien además fue un poeta de alta estatura que recibió, sin jamás buscarlo, premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias, el Reina Sofía y el García Lorca, entre muchos más. 

Al fallecer Ángel, mi orfandad tuvo múltiples razones, las cuales trato de expresar en el capítulo dedicado a él en mi libro.

Ángel González cocina una fabada para un grupo de alumnos en su departamento, después de una clase sobre la obra del poeta vasco Gabriel Celaya (Albuquerque, N.M. otoño de 1983).

AM:  Por lo leído, usted cumple el próximo año medio siglo como promotor cultural. Tengo entendido que el primer autor que invitó a esta frontera en 1974 fue Carlos Pellicer. ¿Cómo decidió emprender semejante actividad? ¿Recibió ayuda de parte de las autoridades culturales de aquel entonces? ¿Cuáles eran los desafíos inmediatos? 

EC: Todo fue casual, hubo momentos de frustración y otros de gran entusiasmo. Pero algo que aprendí de la mercadotecnia cultural, término que ni conocía ni era mi pretensión consciente y original, fue la importancia de ofrecer al potencial patrocinador (que en cultura escaseaban y aún escasean) un pez gordo y apetitoso, así el mecenazgo aparecía desde el sector privado o público con cierta facilidad. 

Cuando escuché a Carlos Pellicer en la Quinta Gameros, de Chihuahua, exponiendo las virtudes de las culturas prehispánicas en nuestro país, aquella aseveración con la que inició y finalizó su conferencia: “Los españoles nos trajeron su cultura, no la cultura”, disparó en mí la necesidad imperiosa, diría que hasta incontrolable, de compartir aquel descubrimiento de primera juventud con mi comunidad. 

Con su nombre y su amistad, pues mi relación con él se dio a través de su sobrino Carlos Pellicer López y de su primo el jesuita, Gabriel Cámara, en mis días de iniciación como posible promotor cultural, fue una veta de oro que había que trabajar. Toqué puertas con mi tesoro entre las manos, puertas que se abrieron de a poco y de manera creciente.

Renato Leduc lee y comenta su poesía en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UACH. Lo acompañan María Luisa Acosta (Directora de la citada escuela) y Enrique Cortazar, encargado de las actividades culturales (Ciudad Juárez, Chih., noviembre de 1979).

AM: En el índice nominal de su presente libro, según el refranero, ni son todos los que están, ni están todos los que son. Renato Leduc, Alí Chumacero, Fernando del Paso, Raquel Tibol, José Fuentes Mares, Isabel Fraire, Fernando Benítez, Sergio Pitol, Emmanuel Carballo, Rafael Cauduro, María Luisa “La China” Mendoza y el mismo Carlos Pellicer. ¿Piensa usted escribir un segundo volumen del Inventario de lugares propicios para la amistad

EC: Diría que, si bien sí son verdaderos protagonistas todos los que están, sí faltan muchos o algunos que no están. Con esto, lo que sucede es que algunos murieron desde que le había puesto punto final a mi libro y ya andaba en la búsqueda de un editor, proceso que nos agarró en medio de la pandemia, empantanándolo todo.  

Por ejemplo, algunos fallecieron cuando ya no era posible incluirlos, caso de Cauduro o de “La China” Mendoza. Sobre otros tengo ya algunos borradores, páginas escritas que voy alimentando con mi pura memoria y algunos recortes de la prensa y otros documentos (fotos, invitaciones, informes, recortes de prensa, artículos, lecturas, etc.), como es el caso de Carlos Pellicer, Fernando Benítez y Alí Chumacero. A raíz de haber padecido COVID-19, mi memoria sufrió un deterioro que sigo lamentando, batallo para recordar anécdotas, tiempos y lugares, aunque me ayudo con mis archivos fotográficos que me proporcionan o motivan la reactivación de mi memoria.   

Después de una jornada del encuentro de poetas en Ciudad Juárez, celebrado en el verano de 1994, en el INBA, conviven Pedro Garay, Alí Chumacero, Carlos Montemayor, Enrique Cortazar, Ricardo Castillo y se alcanzan a ver, en el extremo derecho de la foto, los brazos y zapatos de Juan Bañuelos. 

AM: No me atrevo a decir que Ciudad Juárez era tierra yerma en cuanto a actividades culturales se refiere. Llama mi atención que casi con un año de diferencia, pensando en las políticas culturales y las inevitables tensiones entre la provincia y el centro, José Donoso Pareja echó a andar en provincia los talleres de escritura creativa. Y una década después, como efecto de ese proyecto, arribó a la frontera David Ojeda. ¿Cómo interactuó usted, como promotor, con el director y los integrantes del taller, en ese entonces, todos ellos eran unos jóvenes con bastantes deseos por aprender y consolidar sus propuestas? Asumo que los integrantes del taller socializaban con los autores que usted invitaba.  

EC: Mi relación con el director del taller siempre fue cordial, con el tiempo pude apreciar la calidad de su trabajo al ver los resultados del taller. Vi, por ejemplo, la diferencia de nivel del grupo con el que nos reuníamos en el restaurante Micke’s, lugar donde nos refugiábamos a convivir y leernos, más bien recetarnos de ida y vuelta nuestros incipientes escritos: “poemas” y alguna “narrativa”. Recuerdo a Juanito Escárcega y a Dino Canales como dos miembros destacados de aquel lugar; creo que nadie logró publicar algo que no fuera edición de autor, con todas las deficiencias correspondientes, había pasión, pero estaba ausente el guía, el maestro… El único que pudo publicar en editoriales formales debido a su talento y su desbordada pasión autodidacta fue Dino, de allí en más no recuerdo… Tal vez después un esporádico miembro de aquel grupo, de apellido Bartoli (Víctor), publicó un par de novelas aceptables.    

Pero siempre he pensado que el animador del taller del INBA, David Ojeda, fue un gran maestro que supo llevar a buen puerto a varios miembros de aquel taller.  

Algo que propició la relación cercana con el taller, fue mi trabajo como promotor que entonces realizaba desde la UACH, en su extensión de Ciudad Juárez. Algunos de los miembros del taller de Ojeda, asistían al foro original que fue por algunos años la citada Universidad. Después me acerqué y compartí algunos escritores y pintores con el Museo del INBA. Allí estaba la pléyade de poetas y narradores en ciernes, a pesar de que algunos no me querían por mi aspecto “fifí” —para usar un término muy actual—, con los años creo que les empecé a caer bien, a pesar de mis sacos de lana fina con parches en los codos y mi humeante pipa con tabaco inglés… ah, y la dispareja y baja calidad de mis poemas, calificados por un miembro del taller, crítico en ciernes por aquellos años, quien hacía periodismo cultural, como “bonitos poemas ilustrados con bonitos dibujos”. Se refería, no lo recuerdo bien, a mi primer poemario publicado en Diana en 1977 con certeras viñetas a tinta por Mario Arnal (QDEP); o tal vez a mi tercer libro, titulado La vida escribe con mala ortografía, con viñetas y portada de mi, ya para entonces, gran amigo y compa, José Luis Cuevas, y con un prólogo de José Emilio Pacheco. En fin, creo que el pasar del tiempo, que decantan todo y filtra intenciones, capacidades y gustos, nos acercó y concilió a través de nuestras verdaderas intenciones, talentos y diferencias. 

Creo que el Taller del INBA marcó un antes y un después en la literatura de nuestra frontera; sin embargo, hoy los talentos surgen con más calidad y cantidad en nuestra frontera gracias, en importante medida, a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez que impulsa la actividad cultural en diversos géneros de las artes y las letras. Son otros tiempos.

José Emilio Pacheco y Cristina Pacheco disfrutan de un día de descanso, después de sus presentaciones en Ciudad Juárez. Acompañados por Enrique Cortazar y su hija Paulina (Montaña Franklin, El Paso, Tx., verano de 1986).

AM: El narrador Jesús Gardea vivía en Ciudad Juárez, mientras usted organizaba y promocionaba sus actividades con los escritores del centro del país. ¿Le ofreció usted a Gardea impartir alguna charla?

EC: No tuve oportunidad de hacerlo, creo que como un francotirador solidario abrió fuego contra todo lo que yo hacía como poeta en ciernes y/o promotor cultural; esas fueron algunas de las interpretaciones que trataban de explicar su actitud de franca inquina contra todo lo realizado por mí. Sé, porque lo publicó en alguna entrevista, que no consideraba a Fuentes como un escritor serio y de ser tomado en cuenta; también recuerdo cuando salió taconeando con obvio desprecio ante la exposición de la escritora Beatriz Espejo, que yo había invitado y organizado en el Museo del INBA, evidenciando su rechazo a lo expuesto por ella, hecho que provocó el enojo de Emmanuel Carballo, esposo de Beatriz, allí presente. Una versión, que me pareció la más creíble, fue la que me dijo mi, ya para entonces colaborador y gran compa, Jorge Humberto Chávez y ahora muy destacado poeta con presencia nacional: “Cuando te vio en la prensa, en páginas completas que promocionaban tus dos primeros libros, como iniciativa de los Supermercados del Real y al presenciar las casi interminables filas hasta la calle para que firmaras tus libros en el interior de la inmensa tienda matriz: ahora Río Grande Mall, difundió “que eras un ser despreciable porque te habías transformado en un mercantilista de la literatura, que te habías comercializado””. Lo bueno es que el libro La vida escribe con mala ortografía, uno de los promovidos, venía con el espléndido prólogo de José Emilio Pacheco e ilustrado por Cuevas.

Habría que tratar de comprender que se había enfriado mi amistad con Gardea, transformándola en una enemistad irreconciliable, pues antes de que publicara su primer, y muy buen libro, Los viernes de Lautaro (1979), me pidió que intercediera por él ante la editorial Diana donde él había enviado el manuscrito sin recibir respuesta durante varios meses.  

Desde su consultorio y frente a él, hablé con Francisco Perea, jefe de ediciones de Diana, diciéndome que él ya dejaba la editorial y que llegaba por esos días su sustituto, el argentino Justo Molachino, a quien la pasaría la recomendación, sin poder asegurarnos que fuera atendida, pues desconocía al personaje que ocuparía su lugar.  Supe tiempo después, en San Antonio, donde coincidí con Francisco Perea, que Molachino había hecho caso omiso de la referida recomendación. Él venía con la encomienda de contactar y seducir a plumas del  -latinoamericano como Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Vargas Llosa y García Márquez. Creo que algunas de las primeras novelas del colombiano sí aparecieron bajo el sello editorial de Diana.   

Hasta aquí fue todo el “mal” o “agresión” que le hice a Gardea, lo demás ya es historia y nunca la he detallado en mi vida, menos en mi anecdotario, aunque sí hago una mención del hecho sin decir nombres. Uno que menciono en mi libro en el capítulo dedicado a Carlos Montemayor, que por aquellos años recuerdo que bastante tiempo después sin relación con él, gracias a lo que difundió sobre mi persona Jesús, empecé circunstancialmente a relacionarme con Carlos, quien me dijo “si no eres tan malo, ¿por qué te trata así Gardea?”. Nunca supe si le había dicho que yo era un despreciable mercantilista y oportunista con aquella promoción en los supermercados Del Real, ofrecida por los dueños de esa empresa, que tanto lo habían indignado en mi contra. Sólo él sabía los motivos, a mí nunca me interesaron, y por esto jamás me subí al ring…

José Luis Cuevas y Enrique Cortazar, en el restaurante Thyme Matters, de El Paso, Texas; el 20 de mayo de 2010.

AM: Con el fortalecimiento de las tendencias literarias que se pusieron de moda con el paso del tiempo (la literatura de frontera, la literatura del desierto, la narco novela, etc.), ¿usted proponía los temas para las charlas de sus invitados o se supeditaba a lo que ellos o ellas le sugerían? 

EC: En ocasiones, y después de descubrir la temática más cercana y conocida de mis invitados, varias veces les sugería yo los temas. Por ejemplo, los temas de la cultura popular y todo lo relativo a Tin-Tan, siempre se los proponía a Monsiváis. En el homenaje que le organicé al cómico a principio de 1990, lo invité a él, pero también a Cuevas, pues en una visita a su estudio coincidió una charla con el dramaturgo y director teatral, Hugo Argüelles, en la que se dieron un mano a mano sobre la filmografía y calidad del cómico Germán Valdés, habiendo salido vencedor de todas todas en el dominio del tema José Luis, a quien también invité al homenaje, el cual fue un éxito indiscutible: también invité y participó Wolf Rubinsky, con quien Tin-Tan compartió reparto en varias películas, y a su hermano, recientemente fallecido, el Loco Valdés.

AM: Usted fue durante varios años director del INBA. ¿Le alcanzaba el presupuesto para cubrir los gastos de un Fuentes, quien se cotizaba muy alto por impartir una conferencia? ¿O recibía ayuda de la iniciativa privada, tal como lo hizo en sus inicios de promotor cultural?  

EC: Debo decir que Fuentes fue muy generoso, desde las primeras veces, 1980, 1982, 1986, siempre vino de manera gratuita; eso sí, le pagábamos sus gastos de traslado, estancia y buenas convivencias. El transporte aéreo lo conseguía con la UACH, la estancia con cortesías de un gerente de hotel amante de la buena lectura, era el naciente Hotel Rodeway Inn o Plaza Juárez; y así me la fui llevando, hasta que la amistad con Carlos Salas Porras, líder empresarial y  hombre con una vasta cultura, me empezó a conseguir una “pollita” de “cooperación” con el grupo de jóvenes empresarios (Federico Barrio, QEPD; Eduardo Romero, David Arelle, Carlos Angulo, Rómulo Escobar, por mencionar algunos), con los que fondeábamos las actividades sin muchas limitaciones; después se sumó otra líder y gran amiga, Guadalupe Arizpe de La Vega, quien junto con su esposo Federico de la Vega, al ver la calidad de las actividades, también se convirtieron en generosos y permanentes mecenas por largos periodos.  

Los gobiernos también han sido apoyadores, sobre todo cuando en la cabeza municipal, estatal y federal son sensibles a la actividad cultural; menciono sólo 3 casos con los que tuve gran apoyo durante y mis casi 50 años de promotor cultural: Jesús Macías Delgado (presidente municipal de Ciudad Juárez); Fernando Baeza Meléndez y Patricio Martínez (gobernadores de Chihuahua) y Jorge Castañeda como secretario de Relaciones Exteriores. Fueron épocas de excelente apoyo durante mi trabajo cultural.  

Actualmente, y después de un periplo de 15 años en el servicio exterior, he tenido el privilegio y suerte de haber sido invitado, por mis mecenas contemporáneos, concretamente por la Directora General de una empresa exitosa de supermercados, Lic. Laura Muñoz Delgado, denominada S-Mart, cuya sede está aquí en Ciudad Juárez, donde ha construido un espléndido centro de actividades culturales, denominado Centro Cívico S-Mart, donde se realizan actividades de presentación (han estado escritores y músicos tan destacados como Elena Poniatowska, Juan Villoro, Ricardo Castillo, Horacio Franco, Alex Mercado, Faustino Díaz y Carlos Prieto, por mencionar algunos), y actividades de formación de oficios y diversas artes y literatura. Todo financiado por la citada empresa, de manera gratuita para todos los usuarios y asistentes, y con un sentido real de empresa socialmente responsable. Un verdadero oasis cultural, donde realizo labores de coordinador de actividades culturales enfocadas a las bellas artes y a la literatura.  

AM: Cuando uno lee su perfil bibliográfico, salta a la vista cierta constancia en la publicación de sus libros de poesía que van de la década del setenta a la del ochenta, ¿significa que la promoción cultural ralentizó o inhibió su trabajo poético y, por tanto, no encontró un remanso para concluir sus proyectos editoriales, como usted hubiese deseado? 

EC: La falta de constancia en mi trabajo “creativo”, de poesía, se ha debido fundamentalmente a lo demandante de los cargos al frente de importantes espacios de actividad cultural, básicamente museos, institutos, centros culturales, donde mis energías de segunda y tercera juventud sí me alcanzaban para garrapatear algunos inicios de poema; o bien, mi trabajo de selección y pulimentación de mis primeros borradores me agarraba con sueño o poca energía. Esto ha ido”; sin embargo, ya tengo casi terminado un libro cuyo tema es iconos y vida fronteriza, integrado por 4 poemas narrativos y 10 relatos tremendistas sobre las tragedias de la marginación de grandes sectores sociales; creo que ya pronto podrá ser publicado. EP

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