Tal vez por eso los lectores y lectoras ya deben haberse dado cuenta de mi deseo por controlar los hechos. Buena parte de mis colaboraciones han sido acerca de mis plegarias en pos del orden. Las cosas están en su lugar de manera ilusoria cuando escribimos.
Tal vez por eso los lectores y lectoras ya deben haberse dado cuenta de mi deseo por controlar los hechos. Buena parte de mis colaboraciones han sido acerca de mis plegarias en pos del orden. Las cosas están en su lugar de manera ilusoria cuando escribimos.
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Mi amiga
Jimena me dijo que soy una persona sinmiedoalcovid. Es mentira que no sienta
temor ante el catarro maldito de la época.
Experimentar
miedo es cosa seria. Me dan miedo las conversaciones a través de las pantallas
porque no consigo adivinar la expresión corporal de los demás hablantes. Más
miedo me da participar en charlas. Me esfuerzo bastante para que no se note
demasiado que mi cuerpo tiembla, aunque quizá sea menos visible que en una
participación de cuerpo presente.
Le temo al
mar. No sé nadar y suelo estacionarme, como la señora mayor que soy, poco más
adentro de donde rompen las olas, siempre con los dedos de los pies clavados en
la arena. Que mi cuerpo pierda el suelo al estar rodeada de agua debe ser mi
fobia mayor.
Tal vez por
eso los lectores y lectoras ya deben haberse dado cuenta de mi deseo por
controlar los hechos. Buena parte de mis colaboraciones han sido acerca de mis
plegarias en pos del orden. Las cosas están en su lugar de manera ilusoria
cuando escribimos. La catalogación de los acontecimientos del mundo circundante
me ayuda a ganar tranquilidad. Pero también se trata de un movimiento en falso,
de la ilusión. Es extraño descubrir las mañas que desarrollamos para resistir
mientras la vida transcurre. Cualquiera es el impostor de sí mismo, por
fortuna. “No eres lo que crees”, dicta el miedo con su aliento fétido.
A estas
alturas de la película que se proyecta en el entorno, es del todo cierto que la
normalidad de los tapabocas está de moda. Pasamos del terror hacia el nuevo
virus y nos encontramos en otro momento. Si salimos a la calle podemos notarlo:
somos los de antes, pero con las caras semiocultas. Luego, cuando nos retiramos
el barbijo, como le llaman en alguna parte, descubrimos el rostro que no estaba
y que viene de regreso: las caras renacen, los gestos importan. Suelo arrugar
los ojos cuando sonrío con el tapabocas puesto, me importa que mi interlocutor
se dé cuenta de que, allí debajo, estoy enseñando los dientes.
“Me siento ahora tan atrevida que incluso me echaría a la panza una sopa de murciélago. Ya qué más daría comer del caldo volador. Mafalda sabía que las sopas son horribles y vaticinó, quizá, su peligrosidad.”
Me siento ahora tan atrevida que incluso me
echaría a la panza una sopa de murciélago. Ya qué más daría comer del caldo
volador. Hace un mes que murió Quino, el extraordinario. Mafalda sabía que las sopas son
horribles y vaticinó, quizá, su peligrosidad. La Historia nos muestra
que mezclar ciertos ingredientes en el mismo caldo puede dar un resultado
catastrófico. Hoy que cualquier cosa comparte su lugar con la otra: lo mismo la
enfermedad de un presidente que las gracias de algún influencer en su
cuenta de TikTok, el caldo se asemeja a la sopa primigenia de la que escuchamos
hablar cuando nos enseñaban teorías sobre el origen del universo.
En un viaje
durante mi infancia mi padre encontró un par de perlas dentro de dos ostiones.
Tal vez la sopa de murciélago guardaba algún secreto desconocido que no hemos
sido capaces de descubrir. Quizá el murciélago cocido y muerto había sido en
vida más inteligente de lo común, tal vez era mutante o superdotado y las
mieles de su cerebro hervido nos trajeron hasta aquí.
Sinmiedoalcovid debería
ser un eslogan. Algún publicista debería aprovecharse, como suelen hacer, de
las personas que desean apartarse del pavor. Si hicieran la campaña
correspondiente, tendrían que fijarse en los deseos ocultos: las manos que
escapan de los bolsillos, las personas que han decidido abrazarse ante la
posible amenaza del estornudo. Los publicistas de la época tendrían que sacarle
jugo a la necedad de la especie, a los locos que se niegan a llevar tapabocas
y, cuando son juzgados, pueden incluso golpear a otras personas. ¿Qué se
esconde bajo la rabia? Es probable que estemos en este momento histórico (del
que cualquiera quiere escapar aunque no emplee los puños) porque nos salió bien
el consomé. Demasiadas criaturas sumadas o consumadas, demasiadas criaturas
mirándose los ombligos para averiguar si, acaso antes del tiempo, el miedo era
distinto. La vuelta al origen o el manotazo que hemos dado sobre nuestros
botones de reset ilustran esta época de juegos del hambre. Hundimos la
cuchara en el caldo y nos llevamos hacia la boca el cuerpo hervido del animal
con rostro humano. El murciélago eres tú y ella es, también, el animal que soy
yo. EP