Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: Consideraciones en torno a la no-escritura

Giacomo Orozco, becario de la FLM en el área de narrativa, escribe un ensayo en el que reflexiona sobre las razones que imposibilitan la escritura.

Texto de 31/03/23

Giacomo Orozco, becario de la FLM en el área de narrativa, escribe un ensayo en el que reflexiona sobre las razones que imposibilitan la escritura.

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No tengo idea de cómo escribir una novela. De hecho, considero la posibilidad de que hacerlo sea del todo inviable para mí. El acto de escribir una novela es una defensa del propio esfuerzo que implica y, entonces, casi podría afirmar que escribirla sale sobrando. En ocasiones, pienso que lo más sensato es rendirme antes de empezar. Si, como escribió William Faulkner, «una novela es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre», entonces la novela que no consigo escribir es un hermano gemelo que fue abortado antes de nuestro nacimiento. Es un cuerpo formado a medias, un ser incompleto que desapareció luego de obligarnos a compartir los nutrientes durante meses de intolerable cercanía. A menudo me preguntó cuál hubiera sido la biografía de ese otro que murió de manera prematura, la trama de aquella obra cuyo aborto le arrebató toda posibilidad de empezar a perfilarse. Es imposible no sentir angustia por esa novela que tuve la oportunidad de aprehender y ahora tal vez se haya perdido para siempre.

“En un principio imaginé una novela construida con capítulos breves que asemejaran las entradas de una enciclopedia, es decir, una novela enciclopédica al pie de la letra”.

Pero recuerdo Cascando, ese poema en donde Samuel Beckett afirma que es mejor abortar que ser estéril y, si bien escribir una novela de principio a fin parece imposible, pienso que tal vez merezca la pena darle una oportunidad a la imaginación, cuando no al estilo, de trazar unos esbozos. Y es que la primera pregunta que uno se plantea al escribir una novela no es acerca de qué escribirla, sino cómo. En un principio imaginé una novela construida con capítulos breves que asemejaran las entradas de una enciclopedia, es decir, una novela enciclopédica al pie de la letra. Cada uno de esos fragmentos abordaría aspectos de una misma familia, haciendo un esfuerzo de entomólogo para consignar cada centímetro de los organismos de sus cuatro miembros: sus cambios con el paso del tiempo, las enfermedades que han sufrido y las particularidades físicas que los distinguen. El lector podría perderse en esas entradas y descubrir, sin un orden estricto, la altura del hijo a lo largo de los años, las condiciones médicas del nacimiento de la hija o, incluso, consultar un esquema detallado de los hábitos alimenticios de la madre y los efectos de estos en su sistema digestivo. Otras entradas, en cambio, estarían dedicadas a la estructura de su casa, los materiales utilizados en su construcción y las modificaciones sufridas desde que fue ocupada por la familia, mostrando ilustraciones de la vajilla, el cortinaje, los muebles y los electrodomésticos que han formado parte de este hogar a lo largo de los años. No existiría un relato explícito, puesto que en ningún momento se consignarían datos que desarrollaran de manera directa la vida de los personajes.

“¿Cuántas horas tendría que dedicar a aspectos que en nada conciernen a la trama, pero sin los cuales la propuesta estaría incompleta?”.

Sólo a través de estas descripciones, carentes de todo sentido dramático, la trama comenzaría a manifestarse entre líneas. Por ejemplo, gracias a la pormenorización de las marcas de cigarro en un sofá, sabríamos que el padre ha sido fumador durante décadas. Y por una ilustración de sus pulmones nos enteraríamos de los estragos que el cigarro ha hecho en su cuerpo y, sobre todo, de la muerte segura que le espera. Una muerte que el lector sólo podría conocer debido a los contenidos del basurero, donde el padre ha desechado unos estudios clínicos porque es incapaz de contarle al resto de la familia que su muerte se encuentra a unos meses de distancia. Y así, pronto sabríamos que en el clóset de su esposa y sus dos hijos han aparecido vestidos y trajes negros que antes no existían. Y sabríamos, hacia el final de esta novela enciclopédica, que el cuerpo del padre no merece nuevas descripciones porque no respira ya, el funeral ha tenido lugar y ahora él comienza a descomponerse bajo tierra. Tan sólo el pensamiento de escribir esa novela me causa vértigo. ¿Cuántas horas tendría que dedicar a aspectos que en nada conciernen a la trama, pero sin los cuales la propuesta estaría incompleta? Cuánta energía derrochada por un ideal que seguramente no se verá realizado, porque las ganas se agotan y también el amor por los personajes o, cuando menos, la disciplina necesaria para seguir escribiendo sin perder el ánimo.

“Porque escribir una novela se parece a contemplar todas las caras de una montaña simultáneamente. Porque no tengo ni la más remota idea de qué implica escribir una novela o, para el caso, de siquiera qué es una novela”.

Si una verdadera novela enciclopédica es imposible por ser en apariencia inabarcable, entonces una «primera novela buena» como la que Macedonio Fernández tardó décadas en escribir es imposible porque una novela sólo es buena si ya se han escrito otras antes y, ¿qué caso tiene escribir una primera novela mala? Es posible afirmar que no existen limitaciones porque una novela puede ser cualquier cosa, estar compuesta con toda suerte de materiales y abarcar cualquier tema imaginable. Pero, a decir verdad, eso no hace más que empeorar el asunto. Porque hay que decirlo: la libertad no equivale a creatividad, la libertad absoluta es vértigo y no puede menos que paralizarnos. Otros tipos de novela, como la novela ensayo, la novela polifónica o novela coral, la novela de no ficción, la novela construida a partir de cuentos, la nouvelle o novela corta o cuento largo, la novela río, la novela de culto, la novela en verso, la novela de aprendizaje, la novela epistolar, la novela diario o la novela de tésis implican todas sus propias limitaciones, dictadas en primera instancia por su naturaleza y en segunda por mi rotunda incapacidad de acceder a ellas porque, a decir verdad, no las comprendo. Porque escribir una novela implica más de lo que puedo decir para intentar explicármelo. Porque escribir una novela se parece a contemplar todas las caras de una montaña simultáneamente. Porque no tengo ni la más remota idea de qué implica escribir una novela o, para el caso, de siquiera qué es una novela. Más valen entonces estas consideraciones en las que, como un clavadista que mira el agua sin adivinar su profundidad, hago una declaración de principios basada en la ignorancia. Más vale comenzar de esta forma: asumiendo que la única forma de escribir una novela es manifestando abiertamente que no se sabe —por más que se pretenda lo contrario— cómo empezar a escribir una novela. EP

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