Sinapsis: Polilla

Columna mensual

Texto de 07/05/19

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No recuerdo la primera vez que vi una mariposa. Pero sí que cuando supe que éstas pasan tiempo dentro de un capullo, siendo gusanos, experimenté una inmensa fascinación.

Hace unos días vi Border, de Ali Abbasi, una película basada en un cuento del escritor sueco John Ajvide Lindqvist. Pasé luego una noche espantosa, con pesadillas. Los personajes, extraños seres o trolls horrorosos, se alimentan de lombrices y gusanos. En el sueño que tuve esa noche, aparecía un gusano negro, medio crustáceo, y su ingesta provocaba la muerte de un ser querido.

Lindqvist mezcla elementos cotidianos y realistas con universos terroríficos o fantásticos. Nada más acorde a los tiempos que corren, suma de tedio fatal y delirios cósmicos. El resultado son imágenes estremecedoras y espirales simbólicas que conducen al espectador hacia el asombro.

Pero vine aquí a escribir sobre los insectos. El horror ante una palomilla negra, por ejemplo. La extraña belleza del cara de niño. La aglomeración inquietante de las monarca. El misterio tan exacerbado que despierta en nuestros ojos la mantis religiosa y la manida perseverancia que se observa en las hormigas.

Hace poco, leí que las garrapatas tienen la capacidad de sentir el calor de un cuerpo cercano, entonces, se arrojan sobre él y se sirven de su sangre.

Los insectos simbolizan para mí la naturaleza primordial. Recuerdo un viaje por el Delta del Orinoco. Nos tomamos alguna vitamina para evitar ser picados por los bichos ponzoñosos. El resultado fue el esperado, pero cuando veíamos una avispa a la que llaman matacaballos, y sabíamos que era capaz de acabar con la vida de un bebé de meses, nos moríamos del susto. Las avispas allí eran tan grandes que parecían venir de alguna película de Spielberg y me recordaban también a los helicópteros, casi moscas gigantescas, que aparecen en el extraordinario filme Apocalypse Now.

En el reino de los insectos, la polilla tiene un sitio importante. Cuando era niña, mi madre se lamentaba por los muebles dañados con los talentos de esos bichos. Lo siguiente era que buscáramos en la tlapalería el veneno para terminar con ellos. Sin embargo, ¿no hay algo fascinante en que un animal alado carcoma la madera? Siendo pequeño es capaz de inmiscuirse en un material sólido y corromperlo.

Alguna vez, mientras cruzaba el Paseo de la Reforma, me cayó una catarina en la frente, y fue rarísimo porque no estaba pasando por debajo de ningún árbol. Lo tomé, supersticiosa que soy, como un signo de la buena fortuna: esa idea extravagante tan asociada a las catarinas, y que en aquel tiempo me pareció un buen presagio.

A los seis o siete años, vi una abeja sobre la superficie del agua de una alberca. Miré que sufría, que se ahogaba, y la saqué con los dedos. La consecuencia fue normal: la abeja clavó su aguijón en mi dedo índice, que se hinchó, también de manera normal, pero me quedé pensando en lo contraproducente que había sido querer salvarla y terminar con un piquete doloroso.

Cuando estuve viviendo en Barcelona hace muchos años, en un tiempo difícil para hacer amigos, me di cuenta —y podría poner mis manos sobre el fuego— de que las moscas volaban de manera distinta a las que había visto en otras partes: lo hacían como si tuvieran marcadas en el aire invisibles líneas rectas. Me pareció un hecho extraño, y me lo parece hasta hoy.

Al enfocar mi mirada sobre una fila de hormigas, no puedo dejar de pensar en cierto lugar común: las hormigas se desplazan una tras otra para concurrir en un mismo sitio. Hay, en su vocación conjunta, una historia sin final: la de la propia naturaleza animal que muestra, de manera inquebrantable, que sostiene sus acciones para sobrevivir.

Los insectos guardan en sus cuerpos pequeños enigmas que quisiera descifrar. Días después de soñar con aquel gusano negro, me pregunto cuál será su significado dentro de mi mente o en los puntos ciegos de mi propia historia. EP


DOPSA, S.A. DE C.V