Modus vivendi | ¿Es realmente inteligente la Inteligencia Artificial?

Existen elementos del pensamiento griego que pueden iluminar los misterios de la inteligencia humana… ¿y los de la Inteligencia Artificial?

Texto de 26/10/23

Existen elementos del pensamiento griego que pueden iluminar los misterios de la inteligencia humana… ¿y los de la Inteligencia Artificial?

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Frente al aumento y la proliferación de la denominada Inteligencia Artificial (IA) se han suscitado múltiples reacciones que van desde el asombro por este avance tecnológico, pasando por una preocupación desmesurada debido al desconocimiento y la sobrevaloración de su funcionamiento, hasta un escepticismo radical que niega categóricamente las capacidades operativas de estos programas. Lo cierto es que la IA no es una novedad: desde hace algunos años ha venido ocupando, cada vez más, un lugar en nuestra cotidianidad más inmediata, con asistentes virtuales, filtros que asemejan nuestro rostro al de alguna celebridad, así como con toda clase de generadores de texto, imágenes e incluso voz. Los usos comerciales de la IA tienen fascinados a unos y alarmados a otros por las posibles consecuencias negativas en la educación y otros ámbitos de nuestra vida, por lo que cabría preguntarnos ¿es realmente inteligente la inteligencia artificial?

“En nuestros días el término ‘alma’ ha sido desacralizado y remplazado por palabras como conciencia o mente, sobre todo dentro del contexto académico y científico.”

Hace más de dos mil años el célebre filósofo griego Platón escribió lo siguiente respecto de la inteligencia: “En efecto, hay que afirmar que el alma es el único ser al que le corresponde tener inteligencia […]”1 En dicha sentencia el vocablo que Platón utiliza para referirse al alma es psyché (ψυχή). En nuestros días el término “alma” ha sido desacralizado y remplazado por palabras como conciencia o mente, sobre todo dentro del contexto académico y científico. No obstante, pese a esta secularización de la psique, nuestro entendimiento sobre este misterioso fenómeno no difiere significativamente del de los griegos en la antigüedad, en gran medida porque le seguimos atribuyendo las mismas cualidades y facultades a la mente, que los helenos atribuían al alma. Ciertamente nuestro vocabulario técnico y científico ha cambiado, pero el fenómeno a comprender sigue siendo el mismo.

En el período arcaico (c. 750-500 a. C.), por ejemplo, el alma era entendida como hálito vital, aliento o simplemente como vida, una esencia sutilísima que era exhalada por una persona justo en el momento previo a su muerte.2 Pese a su inmaterialidad, el alma era considerada también como el principio o causa de movimiento de los cuerpos y de la materia en general. Todo cuerpo en movimiento era considerado un cuerpo animado. Ya para la época clásica (c. 500-323 a. C.) y el período helenístico (c. 323-146 a. C.) se asociaba al alma con ciertas facultades como la inteligencia o nous (νοῦς), la voluntad, el pensamiento, el discernimiento, la toma de decisiones, la percepción, la abstracción, la imaginación y todo lo relacionado con la labor intelectiva, aunque también con la capacidad de desear o sentir afecto. En ese sentido, el amor, por ejemplo, era un padecimiento o pathos (πάθος) que tenía su lugar en el alma.

De forma similar, en el presente se asocia a la mente con ciertas funciones cognitivas que corresponden con las cualidades anteriormente mencionadas. De tal forma que una de las preguntas contemporáneas de la filosofía de la mente es si la conciencia puede ser descrita como un proceso cerebral, tesis que sostiene el monismo materialista, pero que es rechazada por el emergentismo. Si seguimos la intuición platónica del principio, la respuesta a la pregunta sobre la presunta inteligencia de la IA depende de si esta tecnología puede desarrollar conciencia o mente, así como procesos tales como el pensamiento y las características que, como hemos insistido, eran atributos propios del alma ya desde la antigüedad.

“[…] no hay una IA capaz de desear o manifestar intereses ajenos a los de sus programadores, mucho menos capaz de imaginar, soñar, generar una personalidad propia, sentido del humor o empatía por sus semejantes”

Muchos no dudarán en afirmar que una Inteligencia Artificial es capaz de pensar, discernir y hasta de resolver toda clase de problemas de manera eficiente, empero la inteligencia y más aún la conciencia no pueden reducirse simplemente a este uso práctico. Como ya se dijo, un signo característico de la conciencia, así como de la inteligencia, es el deseo, no obstante, hasta el momento, no hay una IA capaz de desear o manifestar intereses ajenos a los de sus programadores, mucho menos capaz de imaginar, soñar, generar una personalidad propia, sentido del humor o empatía por sus semejantes, tampoco de enamorarse, tal como se nos muestra en la película de ciencia ficción Her de Spike Jonze. Estas facultades o actividades requieren un cierto grado de libre voluntad o autonomía, cosas que cualquier IA desposee hasta ahora.

En todo caso, las acciones ejecutadas por estos programas atienden las instrucciones dadas por una serie de algoritmos: la mayoría de las inteligencias artificiales que conocemos  funcionan a partir del uso de inmensas bases de datos y de algoritmos que se encargan de predecir (con mayor o menor acierto) patrones de respuesta gracias a herramientas estadísticas, patrones basados en la frecuencia y la regularidad de ciertas palabras en un texto, o bien de elementos gráficos en una imagen. Por ello, aunque las respuestas arrojadas por alguna IA nos parezcan en muchos casos correctas o coherentes, a menudo contienen errores que nos resultan evidentes y hasta risibles, como cuadros o imágenes de personajes históricos con más extremidades de las que deberían o dataciones incorrectas sobre algún suceso popular. No pocas veces la respuesta obtenida se asemeja a la entrada de algún diccionario o enciclopedia, pero carece de un tratamiento minucioso y de un entendimiento profundo sobre el tema en cuestión.

Imagen generada con Inteligencia Artificial. Se muestra una ilustración de un personaje griego, posiblemente Platón, en un escritorio, frente a una silueta que representa de forma humanizada a una Inteligencia Artificial.
Imagen generada con Microsoft Bing

La IA funciona con lo que en lógica entendemos como razonamiento deductivo e inductivo, pero carece de la creatividad propia del razonamiento abductivo. Ahora bien, el tema de la IA como problema filosófico tampoco es algo reciente. Ya desde las figuras móviles del mítico artesano y arquitecto Dédalo, al igual que con los autómatas mecánicos aludidos por Descartes en su Discurso del Método, se hablaba de alguna manera de inteligencia artificial, al modo de una creación o fabricación humana capaz moverse por sí misma y de ejecutar distintas labores o encomiendas. Pareciera que a lo largo del tiempo ha persistido en nosotros un afán de replicación, por ello buscamos incesantemente crear algo a nuestra imagen y semejanza, algo que pueda imitarnos hasta el grado de hacernos dudar de  si lo que estamos viendo es una persona o alguna clase de autómata.

Recordemos que en la actualidad ya existen ordenadores e inteligencias artificiales capaces de pasar con éxito el test de Turing en algunos contextos, prueba que consiste en hacer creer a un juez humano con base en ciertas interacciones que está tratando con otro ser humano y no con una máquina. Esta simulación, imitación o mimesis (μίμησις) que produce la Inteligencia Artificial es lo que embelesa y deja boquiabiertos a algunos. Aristóteles describió este estupor en su célebre Metafísica: “[…] todos comienzan maravillándose de que las cosas sucedan como suceden: así ocurre, por ejemplo, en relación con los autómatas de los teatros de marionetas [eso les pasa a los que no han visto la causa].”3 El asombro es producto del desconocimiento de cierta causa; en este caso, dicha causa sería el funcionamiento de la IA, que si bien no deja de ser un avance tecnológico impresionante y muy complejo (una amenidad entretenida), dista mucho de ser un milagro o el peor de los peligros para la humanidad como muchos creen. Del hecho de que la IA pueda realizar una imitación o simulación convincente del pensamiento y otras facultades humanas, no se concluye necesariamente que esta tecnología sea capaz de pensar y mucho menos de sentir o desear.

Hasta el momento no hay una IA que muestre signos inequívocos de conciencia, o mejor aún de autoconciencia,4 el que una IA cumpla con expectativas tales como la autopercepción y la autodeterminación es algo que muy probablemente no ha de ocurrir en el corto ni en el mediano plazo, sin embargo habría que seguir pendientes y no adelantarnos con predicciones ni conjeturas. Estas limitaciones en la Inteligencia Artificial se deben en gran medida a que seguimos desconociendo cómo los procesos neurológicos al interior del cerebro dan lugar al fenómeno de la conciencia y sus afectos o actividades análogas, tales como el amor y el deseo. EP

  1. Platón, Timeo, 46d. “τῶν γὰρ ὄντων ᾧ νοῦν μόνῳ κτᾶσθαι προσήκει, λεκτέον ψυχήν.” []
  2. Resulta curioso como la palabra “alma” proveniente del latín anima, conserva la misma raíz que el griego ánemos (ἄνεμος) que significa viento. []
  3. Aristóteles, Metafísica, I, 983a10–15. “(…) ἄρχονται μὲν γάρ, ὥσπερ εἴπομεν, ἀπὸ τοῦ θαυμάζειν πάντες εἰ οὕτως ἔχει, καθάπερ περὶ τῶν θαυμάτων ταὐτόματα [τοῖς μήπω τεθεωρηκόσι τὴν αἰτίαν].” []
  4. En términos hegelianos podríamos decir que pese a que la Inteligencia Artificial es un en sí, es decir un objeto, sigue sin ser un en sí para sí, un sujeto o conciencia. []

DOPSA, S.A. DE C.V