Luis Reséndiz hace una revisión a la trilogía de Fear Street, uno de los más recientes estrenos de Netflix, distinguiendo las ganancias que tiene como una trilogía del género slasher y detalla la forma en la que esta dialoga y juega con los referentes que el cine de horror ha ofrecido hasta el día de hoy. Además, anota con precisión cómo han sido retradas las minorías en las películas de horror y qué cambios hay en la forma que Fear Street lo hace.
El otro lado de la navaja: la trilogía de Fear Street
Luis Reséndiz hace una revisión a la trilogía de Fear Street, uno de los más recientes estrenos de Netflix, distinguiendo las ganancias que tiene como una trilogía del género slasher y detalla la forma en la que esta dialoga y juega con los referentes que el cine de horror ha ofrecido hasta el día de hoy. Además, anota con precisión cómo han sido retradas las minorías en las películas de horror y qué cambios hay en la forma que Fear Street lo hace.
Texto de Luis Reséndiz 29/07/21
La primera parte de la trilogía de Fear Street, 1994, arranca con una secuencia que de inmediato recuerda a Scream: Grita antes de morir. Una joven dependiente —acaso una adolescente, interpretada por Maya Hawke— es acechada por una figura embozada en una capucha y una máscara de calavera. Tras una tensa corretiza, la figura —que resulta ser un amigo suyo, aparentemente poseído por una fuerza sobrenatural— termina asesinando a la chica, además de otras seis personas.
La secuencia de créditos que sucede a los asesinatos nos informa de alguna información básica: la historia tiene lugar entre dos ciudades, Shadyside y Sunnyvale. Shadyside es un lugar empobrecido e inundado de violencia, mientras que Sunnyvale, como su nombre lo sugiere, es un sitio donde el sol siempre sale y el pasto siempre es verde. Esta notoria diferencia parece remontarse a mucho tiempo atrás: conocemos que antes de los asesinatos de 1994 ocurrieron otros asesinatos en un campamento de verano, campo Nightwing, en 1978, así como previos sucesos en 1965, 1950, 1935, 1922 y 1666. Al parecer, los habitantes de Shadyside tienen la inoportuna costumbre de enloquecer cada tanto, lo que se traduce en masacres ocasionales que han convertido al pueblo en un lugar conocido en todo el país por sus asesinatos en masa. Al mismo tiempo, se hace patente un rumor: las muertes son instigadas por el espíritu de una bruja local, Sarah Fier, quien fue colgada en 1666 y cuyo espectro acecha desde entonces al pueblo en una venganza que parece interminable.
Hasta ahí, Fear Street parece habitar cómodamente las coordenadas del género slasher, que frecuentemente presenta asesinos con habilidades supernaturales que persiguen adolescentes hasta la saciedad en pequeños suburbios norteamericanos. Los máximos exponentes del género son por conocidos por todo el mundo y surgieron entre mediados de la década de los setenta y principios de los años ochenta: Masacre en Texas (1974), Black Christmas (1974), Halloween (1978), Viernes 13 (1980) y Pesadilla en la calle del infierno (1984). El género, sin embargo, conoció su más pura identidad en películas menos conocidas y acaso menos efectivas, como Terror al anochecer (1974), The Redeemer: Son of Satan (1978), The Toolbox Murders (1978) o Sledgehammer (1983), donde asesinos psicóticos enmascarados se sucedían unos a otros, ultimando y acechando a jóvenes víctimas de distintos grados de pureza moral. Una constante dentro del slasher era la mutilación más o menos explícita de chicas adolescentes, cuyo principal papel dentro de las películas solía ser el de cadáver o sobrevivente casi casual. Este rasgo se inserta, por supuesto, en una tendencia muy notable dentro del género del horror como un todo: aquella que coloca a los personajes femeninos —o feminizados— en papeles que suelen alternar entre los daños colaterales o los villanos últimos.
No es injusto afirmar que, entre otras cosas, la historia del cine de horror es la historia de la satanización de las minorías. Una y otra vez a lo largo del género, los monstruos aparecen como representaciones —a veces metafóricas, a veces bastante literales— de todo aquello que se desvía de la norma imperante. La necesidad de empatar los miedos colectivos con los villanos de las películas dio origen al monstruo contemporáneo: aquella creatura ficticia creada específicamente para insuflar el desasosiego en las almas de los públicos. La lista de películas de horror que contribuyen a esta tendencia no es breve: mujeres (Carrie, El exorcista, Especies), personas de orientación homosexual (Cruising, Haute Tension, The Vampire Lovers), personas transexuales o disidentes sexogenéricos (El silencio de los inocentes, Campamento de verano, Psicosis, Vestida para matar)… No importa la época, la voz autoral, la calidad, ni el presupuesto de la película: aquellos individuos que habitan en las fronteras de la norma han sido constante objeto de prejuicios, aquella forma de la ignorancia que a menudo desemboca en el miedo[1][2].
Fear Street acomete directamente algunas de esas deudas históricas sin nunca comprometer la solidez de su trama ni la tensión que construye crecientemente. Colocando en el centro a personajes que han sido marginados en otras películas del género —adolescentes, lesbianas, personas de color—, la trilogía visita tres épocas distintas, una por cada entrega: 1994, 1978 y 1666. Cada una de estos momentos toma la forma de una película que homenajea su propia época sin caer en el barroquismo referencial al que han llegado productos como la tercera temporada de Stranger Things o The Final Girls. Paso a paso, Fear Street reescribe una historia cinematográfica que evidentemente le inspira a sus creadores tanto cariño como dudas. Así, las mujeres pasan a ocupar un lugar central en las dos entregas dedicadas al género slasher —1994 y 1978—, mientras que el papel de las brujas es subvertido en la tercera entrega —1666, una entrega que parece al menos parcialmente inspirada por las estupendas La bruja y Ginger Snaps: The Beginning—.
Acaso hasta ahora mi diatriba haga pensar a algunos que Fear Street es una trilogía demasiado buena onda y correctita que busca complacer a los buenistas aficionados a la cultura de la cancelación. Nada más lejano de la realidad: por si fuera poco, la trilogía es uno de los exponentes más notables del gore contemporáneo del cine comercial, una tendencia desafortunadamente a la baja en un género que ha perdido mucha sangre en épocas recientes. En sus protagonistas, los hermanos Deena y Josh Johnson y la novia de Deena, Sam Fraser, interpretados por Kiana Madeira, Olivia Scott Welch y Benjamin Flores Jr., la trilogía encuentra una reivindicación honesta de las minorías que se aleja de la ñoñería de otras incursiones con objetivos similares, como la serie Chilling Adventures of Sabrina, una adaptación de Netflix más que terminó echando por la borda el potencial del material original en pos de acomodarse a los gustos masivos, sin nunca terminar de cumplir ambas expectativas. La trilogía de Fear Street camina con inteligencia entre las decisiones arriesgadas y la complacencia del público, asesinando a personajes inesperados y dándole la vuelta al lugar común al tiempo que se permite algún final feliz y varias secuencias que prácticamente son videoclips de canciones emblemáticas de la década en la que se sitúan las entregas.
Por supuesto, Fear Street no habita en el vacío. Junto a Happy Death Day 2U o la estupenda Freaky, la película se inserta en una venerable tradición del cine de horror: la revitalización del viejo slasher, un subgénero que, como Freddy Krueger, Michael Myers o Jason Voorhees, suele resucitar apenas el público comienza a darlo por muerto. EP
[1] Esto es, naturalmente, una de las varias formas de explicarlo. Otra importante sería mencionar que la conexión entre lo femenino/feminizado y el horror data de varios cientos de años: famosamente, uno de los pilares del horror contemporáneo, la literatura gótica, le debe varias de sus obras mayores a mujeres como Mary Shelley, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo y The Last Man, hombres bisexuales como William Thomas Beckford, autor de la novela Vathek y Lord Byron, autor del poema ‘The Giaour’ —a su vez inspirado en los aires orientalistas de Vathek y hogar de una de las primeras menciones de vampiros bebedores de sangre de la literatura occidental— y hombres homosexuales como Oscar Wilde, autor de ‘El fantasma de Canterville’ y El retrato de Dorian Gray, obras todas en las que translucen sus vivencias y pensamientos y que han dejado su impronta en el horror hasta el día de hoy.
[2] Esta es una característica que vincula casi indisolublemente a la comedia con el horror: ambas son disciplinas ingratas porque trabajan con las ansiedades e inquietudes de los precisos momentos en los que son creadas, lo que redunda de manera inevitable en que las obras queden desamparadas ante los cambios de perspectivas del público, dándoles distintas fechas de caducidad incluso independientemente de la calidad intrínseca de las cintas en sí.