Exclusivo en línea: Audubon, retratista de pájaros
Científico y artista por partes iguales, John James Audubon trabajó en las primeras décadas del siglo XIX en los Estados Unidos. A doscientos años de distancia y a pesar de invenciones como la fotografía, sus dibujos siguen siendo una de las formas más fieles, completas y gratas de conocer las aves.
Científico y artista por partes iguales, John James Audubon trabajó en las primeras décadas del siglo XIX en los Estados Unidos. A doscientos años de distancia y a pesar de invenciones como la fotografía, sus dibujos siguen siendo una de las formas más fieles, completas y gratas de conocer las aves.
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John Syme, John James Audubon, 1826, óleo, 90.2 cm x 69.8 cm. Colección de la Casa Blanca.
El saber es
una vía a la apropiación. Conocer es capturar, guardar dentro, en la bóveda
mental, en las redes de la sensibilidad, la presencia de las cosas. El objeto
sigue ahí, intocado en el entorno, pero algo suyo ahora es nuestro. Su esencia
o, cuando menos, su identidad. No por nada, aprehender significa ‘atrapar’
pero también ‘entender’. Justa o injustamente, el conocimiento de la realidad
trae consigo ciertas prerrogativas, o al menos así lo creemos. Ante el objeto
hallado, el niño no duda en decir “Yo lo he visto primero”. Otro tanto murmura
la joven apasionada cuando su amiga se acerca al hombre que la ha ignorado a
ella. Ciertas tribus animistas se oponían a los retratos pues, pensaban, le
robaban al objeto su espíritu. Avistar una tierra nunca antes pisada era razón
suficiente para declararla propia. El derecho lo avalaba. En la Biblia, se dice
que los amantes se conocen al copular. Conocer es poseer.
En la
primera mitad del siglo XIX, cuando era todavía un país incipiente, en vías
apenas de integrar un territorio y definir su identidad, Estados Unidos tomó
posesión de uno de sus ámbitos naturales, el de las aves, gracias a la refinada
devoción de un naturalista y artista de raíces franco-haitianas, John James
Audubon.
Un mapa de los Estados Unidos de América, acorde a la Paz de 1783. Se grabó para A New System of Modern Geography, de William Guthrie (C. Dilly y G. Robinson, London, 1985). La frontera oeste es el río Mississippi. Visto aquí.
Nacido en
Les Cayes, Saint-Domingue, hoy territorio de Haití, en 1785, John James Audubon
(entonces Fougère Rabin o Jean Rabin) fue el hijo bastardo de un mercader,
hacendado y comerciante de esclavos, Jean Audubon, y una camarera criolla,
Jeanne Rabin, que murió de una infección meses después de dar a luz. Cuando los
esclavos haitianos se alzaron, Jean Audubon mandó al niño a Nantes, en Francia,
donde la esposa legal del mercader, Anne, lo cuidó como si fuera su propio hijo
(1). Unos años
más tarde, los Audubon legitimaron a John James y a su media hermana mediante
la adopción. En los campos de Nantes, el chico descubrió el gusto por la vida
natural y el dibujo.
A los
dieciocho años, John James emigró de nuevo. Corría en Francia el periodo de las
guerras napoleónicas. El servicio militar era inminente. Al mismo tiempo, en
las tierras del padre en Valley Forge, Pennsylvania, parecía haber una mina de
plomo. Jean decidió despachar una vez más a su hijo, ahora a Estados Unidos,
con un pasaporte falso. Dos pájaros de un tiro: el joven evitaría los riesgos
que traía consigo el reclutamiento y se involucraría en los negocios
familiares.
Blue Jay (chara azul), lámina 102 de The Birds of America (United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
En los años
siguientes, John James alternó las horas que podía dedicar a explorar los
campos en busca de aves para estudiarlas en sus hábitats, cogerlas y
dibujarlas, con las horas que debía dedicar al trabajo. Más que ninguna otra
cosa, ambicionaba “hacer arte de la ilustración de aves. Traer las aves que
trazaba de vuelta a la vida animada, ‘producir una colección no sólo de valor
para la clase científica, sino grata para la gente en general’” (2).
Como parte
de la labor que lo llevó a cumplir con creces esta ambición, John James ideó
una técnica para representar los pájaros en movimiento. No existía la
fotografía, por lo que muchas veces era necesario dar muerte a los ejemplares
para dibujarlos bien. ¿Cómo mantenerlos firmes y, más aún, recrear su
dinamismo, una vez sacrificados? Otros ornitólogos recibían en sus estudios las
meras pieles rellenas de tiritas de tela. Audubon, en cambio, cazaba las aves
personalmente y, mediante una estructura delicada de alambres, las hacía
sostenerse en aquellos ademanes que él había registrado. Esta técnica, aunada a
la capacidad de observación del naturalista y su talento artístico, arrojó
maravillosos resultados.
Iceland, or Jer Falcon (halcón gerifalte), lámina 366 de The Birds of America(United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
Aunque
convivía mucho con las aves, al grado de confundirse en el entorno y poder así
estudiar los comportamientos sin afectarlos, Audubon no era sentimentalista.
Amaba la clase animal de las aves, no a tal o cual pájaro. Su sentido práctico
podía ser apabullante. “Primero las dibujaba, luego coloreaba los dibujos con
acuarelas que bruñía con corcho para imitar los perfiles metálicos de las
plumas. Después de dibujar, realizaba con frecuencia una disección anatómica. Y
entonces, porque solía trabajar en medio de la nada, lejos de casa, cocinaba a
sus ejemplares y se los comía. Muchas de las descripciones en su Ornithological
Biography mencionan a qué saben las especies” (3).
El espíritu
científico de Audubon lo llevó también a marcar pájaros para ver si regresaban,
a la vuelta de las estaciones, al mismo lugar. En una cueva próxima al
Perkiomen, un riachuelo de la zona, descubrió un grupo de piwis recién
avecindados. Los visitó a diario, a lo largo de semanas, de modo que se volvió
casi un miembro más del clan, o al menos una presencia íntima. Los miró
trabajar, tejer nido, criar. Amistoso, aseguró hebras de hilo en las patas de
los polluelos. Primero se las quitaban, después ya no. Cuando estaban por irse,
les puso anillas de plata. Pasó el tiempo, y “en la estación en que los piwis
vuelven a Pennsylvania, [tuvo] la satisfacción de ver unos en la cueva y los
alrededores. […] dos de ellos tenían los anillitos puestos” (4). Que se
sepa, John James fue el primer estudioso de aves en los Estados Unidos que
empleó la técnica de anillamiento.
Pewit Flycatcher (mosquero fibí), en extremo parecido al pewee flycatcher de la cueva arriba mencionada. Lámina 120 de The Birds of America (United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
Por el lado
personal, poco después de llegar a Mill Grove, la plantación pensilvana, John
James conoció a quien, cinco años más tarde, se convertiría en su esposa y
compañera de vida: Lucy Bakewell. Dotada pianista, lectora ávida, jinete
destacada, era alta y esbelta (5). Tenía ojos grises y ascendencia inglesa de
prosapia. Tuvieron cuatro hijos, aunque las dos niñas murieron muy chicas.
Las aves lo
apasionaban, pero no le aseguraban el sustento. Se involucró primero en las
labores mineras de Mill Grove. Luego, en Louisville y Henderson, Kentucky,
estado al que se mudaron él y Lucy tras casarse en 1808, operó un molino y dos
tiendas minoristas rurales. Una década después, sin embargo, estos negocios
quebraron estrepitosamente, en parte, dicen ciertos críticos, porque John James
carecía de talento empresarial y sus ocupaciones ornitológicas lo distraían
demasiado; en parte, y tal vez sobre todo, porque la crisis conocida como el
Pánico de 1819 barrió parejo. Por deudas, Audubon debió incluso pasar un tiempo
breve en la cárcel.
Hairy Woodpecker, Red-bellied Woodpecker, Red-shafted Woodpecker, Lewis’ Woodpecker, Red-breasted Woodpecker (pájaros carpinteros varios), lámina 416 de The Birds of America (United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
Sin otra
posesión que su acervo de dibujos y sus materiales artísticos, Audubon vendía
retratos en cinco dólares y pintaba paisajes de fondo para un museo de
Cincinnati, donde también realizó labores de taxidermia. El trabajo en el museo
llamó mucho la atención, fue elogiado por figuras prominentes y Audubon
reconoció la oportunidad de ir más allá del río Mississippi, que era entonces
la frontera simbólica de la nación, en busca de especies nuevas que pintar. “Los
pocos ornitólogos que habían precedido a Audubon habían limitado sus estudios a
las especies del este” (6). Con el
Mississippi como vía de descenso hasta Nueva Orleans, el dibujante exploró esas
tierras aviares vírgenes. Aunque mucha de su investigación ocurrió en los
lugares donde vivió, Audubon terminó cubriendo una extensión inmensa del
territorio americano, desde Terranova en Canadá hasta Galveston en el Golfo de
México.
Finalmente,
la ambición inicial del ornitólogo se iba a realizar. Tras cinco años de
trabajo artístico intensivo, Audubon zarpó en un navío mercante con destino a
Liverpool. Corría el mes de mayo de 1826 y llevaba consigo los originales de
cuatrocientos dibujos (luego añadiría algunos, hasta un total de cuatrocientos
treinta y cinco). Su idea: encontrar un grabador de excepción (no lo había en
Estados Unidos) para producir láminas de 60 x 90 cm que, en series de cinco,
vendería por suscripción. Al final, la colección completa se integraría en “cuatro
inmensos volúmenes encuadernados en piel, cada uno con cien láminas” de aves en
tamaño real (7). Llevaba
también consigo un legajo de cartas de recomendación, incluida, por ejemplo, la
de un senador. Tras algunos contratiempos, se ganó las simpatías en Liverpool,
Manchester y Londres. Organizó exposiciones de su obra que, aunadas a los
relatos de exploración y el talante á la Boone del personaje, lo
volvieron célebre. A su grabador, Robert Havell, lo halló en la capital
inglesa. A sus suscriptores, entre esos admiradores de lo americano exótico. En
diez años, Audubon completó su obra magna, The Birds of America.
La placa de cobre que sirvió para reproducir Wild Turkey (pavo salvaje), en formato gran folio, como parte de The Birds of America (United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
Richard
Rhodes, acaso su principal estudioso, sintetiza así el legado adicional de
Audubon: “Escribió cinco volúmenes de ‘biografías de aves’ colmadas de
narraciones de vida pionera y su fama le permitió cenar con presidentes. Se
volvió un ícono nacional […]. El registro que dejó de la naturaleza americana
no tiene igual ni en amplitud ni en originalidad; la Audubon Society, cuando fue fundada en 1886, décadas después de su
muerte, tuvo razón al invocar su autoridad. Fue uno de los dos estadounidenses
elegidos como fellows de la Royal Society of London, la mayor organización científica de su tiempo,
antes de la Guerra Civil; el otro fue Benjamin Franklin” (8).
American Crow (cuervo americano), lámina 156 de The Birds of America (United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
A lo largo
de su vida, Audubon identificó veinticinco especies y doce subespecies nuevas
de aves (9). Eran
animales que antes no existían, al menos no en los registros científicos ni en
el imaginario colectivo. Contribuyó, además, al estudio de otros varios cientos
de aves y a integrarlas, gracias a la acogida que tuvieron sus dibujos, a la
identidad joven de aquel país. Tanto en Estados Unidos como en Europa, la obra
de Audubon llegó a representar algo quintaesencialmente nacional. “Imagine un
paisaje por completo americano —dijo un crítico francés de la época—, árboles,
flores, pastos, incluso los tintes del firmamento y las aguas, animados por una
vida que es real, peculiar, trasatlántica […]”.
Audubon, al
mismo tiempo, se religó al paisaje y a sus formas vivientes conforme los
reconoció, los entendió, los nombró, los conservó. Coleccionar es una forma
celosa, exhaustiva y paciente del amor. Coleccionando sus aves en papel,
Audubon amó el suelo de los Estados Unidos. Volvió americano ese territorio, y
ese territorio lo volvió a él americano.
American Sparrow Hawk (halconcito colorado), lámina 156 de The Birds of America (United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
Creo que
basta observar los dibujos de Audubon para entender por qué el mundo natural y
las historia de su país están en deuda con él. En la mirada aguda, en el
detenimiento y en la precisión del trazo; en el milagro que permite a ese rigor
tomar vuelo; en la determinación recompensada de plasmar los ejemplares en vivo
movimiento; en la síntesis de delicadeza y brutalidad —porque las aves son
bestias y entre ellas y nosotros no dejan de mediar un abismo y un misterio—;
en el arte y la ciencia, en todo ello está la estampa de un hombre excepcional.
·
Wild Turkey (pavo salvaje). La primera y tal vez la más célebre de las láminas que componen The Birds of America(United Kingdom, 1827-1838). Vista aquí.
Apostada en Manhattan, Nueva York, pero con
presencia en toda la Unión Americana, la National Audubon Society es una organización medioambiental
no lucrativa que “protege las aves y los lugares que necesitan y necesitarán
[…], mediante la ciencia, la promoción, la educación y la conservación a ras de
suelo”. Reúne veintitrés programas estatales, cuarenta y un centros, y más de
cuatrocientas cincuenta secciones locales que “organizan excursiones de
avistamiento y actividades relacionadas con la conservación”. De la mano de Cornell Lab, creó eBird, un banco de información para la
identificación de pájaros. Fue llamada así para honrar la memoria de John James
Audubon. La versión en español de eBird es aVerAves, fruto de la colaboración de la
National Audubon Society y Cornell Lab con la Comisión Nacional para el
Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) de México.
Como lo menciona el artículo, John James Audubon
también fue escritor. Además de sus biografías de aves, que describen la
apariencia y la conducta de incontables especies y relatan los variopintos
encuentros del ornitólogo con ellas, sin omitir episodios animados de aventuras
campestres, dejó diarios, cartas y otros textos cuyo espíritu y calidad que
anunciaron a autores como Thoreau, Emerson y Melville. Especialmente atractivo
es el volumen que editó Richard Rhodes para la Everyman’s Library, The Audubon Reader
(Knopf, New York, 2006), una selección bella y cuidadosa de textos que incluye
además copias a todo color de dieciséis de las ilustraciones en acuarela de
Audubon. El prólogo puede leerse en esta entrada
de Smithsonian.com, que he consultado y citado. También se antoja mucho la
biografía que el propio Rhodes le dedicó bajo el título de John James Audubon: The Making of an American (Vintage, New York, 2006).
Richard Rhodes ha escrito más de veinticinco
libros. The Making of the Atomic Bomb (Simon & Schuster, New York, 1986) ganó el
Premio Pulitzer de no ficción, el National Book Award y el National Book
Critics Circle Award. Ha recibido becas de las fundaciones Ford, Guggenheim y
MacArthur, entre otras, y ha enseñado en Harvard, MIT y Stanford.
La New-York Historical Society conserva y exhibe las acuarelas de Audubon que
sirvieron para la impresión de The Birds of America. La Universidad
de Pittsburgh
tiene una de los ciento veinte copias que se conservan en el mundo de esta
obra. La ha digitalizado para consulta general. Ofrece también el texto
completo de Ornithological Biography.
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