Exclusivo en línea Voces contra el incendio. I: Greta Thunberg

Nuestro consejero ambiental, Jorge Comensal, escribe acerca de la activista Greta Thunberg. Esta joven sueca de 16 ha visibilizado la lucha contra el calentamiento global.

Texto de 16/08/19

Nuestro consejero ambiental, Jorge Comensal, escribe acerca de la activista Greta Thunberg. Esta joven sueca de 16 ha visibilizado la lucha contra el calentamiento global.

Tiempo de lectura: 6 minutos

1. La activista y la bestia

Se llama Greta Thunberg y ahora mismo se encuentra en algún lugar del océano Atlántico, a bordo de un velero, rumbo a Nueva York. Se niega a volar en avión por las mismas razones por las que no va a la escuela los viernes: ha decidido enfrentar con más determinación que nadie el calentamiento global que ya empezó a incendiar el mundo (a deshielarlo, inundarlo, asfixiarlo, desertificarlo).

Greta Thunberg se ha vuelto un símbolo del movimiento para enfrentar la crisis climática que hizo del pasado julio de 2019 el mes más caluroso registrado en la historia. Conforme más personas la escuchamos, más señores se burlan de ella, tratando de representarla como una niña trastornada que teme a una bestia inexistente. Pero esa bestia existe: es un Godzilla termodinámico que está convirtiendo la Tierra en un lugar cada día más extremoso, volátil, hostil a la vida (la vida polar, submarina, selvática, civilizada). Hablar de esta fiebre atmosférica como una bestia no es una licencia exagerada. De hecho la metáfora se queda corta en cuanto al potencial destructivo del calentamiento climático, porque las bestias no suelen tener escala planetaria y ser capaces de (simultáneamente) inundar ciudades, causar sequías, barrer islas, quemar bosques, matar arrecifes, desertificar selvas, expandir el hábitat de mosquitos y enfermedades tropicales. El calentamiento es una bestia de muchas cabezas, todas ellas aterradoras, pero también escurridizas.

Los adultos que podrían hacer algo para enfrentar a la Bestia señalada por Greta Thunberg dicen que la bestia no existe o que no es tan peligrosa como afirma esa niña degenerada (y toda la comunidad científica). Mientras tanto, los adultos siguen alimentándola con emisiones contaminantes y bosques talados. La bestia se vuelve cada día más poderosa, y Greta Thunberg da discursos cada vez más preocupados, cada vez más radicales. Alza la voz: ¿qué no ven sus dientes, sus garras, su cola voluble e irascible? Empezamos a percatarnos de que es cierto: miren cuántos incendios, cuántas inundaciones, cuántas ondas de calor, cuántas islas de sargazo ya está propiciando el monstruo. Los señores que controlan la alimentación de la bestia comienzan a atacar a Greta Thunberg: “¡Mírenla!, por Dios, es una niña trastornada, no ha vivido, miren qué miedosa, ¡es una gallina autista! No le hagan caso, ella qué sabe, está loquita: su discurso catastrofista atenta contra la democracia, contra la libertad, contra el buen gusto. Si le hacen caso vamos a terminar dominados por regímenes —Dios ni lo quiera— populistas. Mírenla: en vez de tomar un avión a Nueva York, se fue en velero. ¿Qué no sabe que se puede volar en business class? Si le quitan las trenzas y el gorrito de lana, ¿a poco no se parece a Stalin?” 

2. La huelga por el clima

De acuerdo con uno de sus detractores, Thunberg es “la primera líder política mundial nacida en este siglo”. Tiene 16 años. Es mujer. Sueca. Neurodiversa: tiene “síndrome de Asperger”, forma de decir que es, además de muy inteligente, poco sociable y emotiva. Es psicológicamente anormal (como tantos de nosotros), pero no está, como dijo otro de sus enemigos, “profundamente perturbada”. La Wikipedia afirma que las personas con Asperger “muestran en particular la capacidad de observar y señalar detalles que escapan a la mayoría de las personas neurotípicas”. Se les escapan “detalles” como que el calentamiento climático está produciendo una crisis devastadora —ecológica, económica, política y social— de escala planetaria, y que no estamos haciendo nada para detenerla ni para enfrentar sus consecuencias. Eso: detallitos.

Inspirada por los estudiantes de Florida que hicieron una huelga en protesta por la respuesta a los tiroteos escolares, Greta Thunberg decidió empezar una huelga estudiantil todos los viernes en protesta por la inacción pública ante la crisis climática. El 20 de agosto de 2018 fue a apostarse frente al Parlamento Sueco con folletos informativos y una pancarta que decía: Skolstrejk För Klimatet. Así empezó el movimiento que, un año después, inspira manifestaciones multitudinarias de jóvenes en diversas partes del mundo.

Acaba de publicarse en español una colección de sus discursos: Cambiemos el mundo. #HuelgaporelClima (Lumen, 2019). Su mensaje es claro: “la crisis climática es el problema más complejo al que nos hemos enfrentado nunca y vamos a tener que poner todo de nuestra parte para ‘detenerla’. Pero la solución es blanco o negro: necesitamos detener las emisiones de gases de efecto invernadero.” Pero está pasando todo lo contrario: en 2018 las emisiones de los países más grandes se dispararon: las de China un 4.7%, las de Estados Unidos un 2.5% y las de India un 6.3%.  

Son pésimas noticias. A pesar de los protocolos, acuerdos, programas internacionales, el mundo ha optado por el negro: no sólo no alcanzaremos la meta de frenar la emisión de CO2  para limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados Celsius, sino que probablemente rebasaremos cualquier aumento para el que podamos hacer predicciones sensatas. (Aquí quedaría bien una cita del Apocalipsis para describir lo que nos espera, pero como no quiero que me acusen de chiflado apocalíptico, me la guardaré para un futuro no muy lejano.)

Se ha puesto de moda decir que “el mundo” no es el responsable de esta crisis, sino un puñado de corporaciones trasnacionales que emiten más del 71% de los gases de efecto invernadero. Sin embargo, creo que responsabilizar únicamente a las corporaciones tiene efectos adversos, pues desalienta los cambios individuales de consumo que podrían, a nivel colectivo y con el apoyo de acciones políticas afirmativas, cambiar el rumbo de las cosas. Es cierto que los empresarios y políticos tienen mucha responsabilidad, porque tienen mucho poder (además la huella de carbono de los más ricos es decenas de veces mayor que la del resto de la población). Por eso, en vez de señalarlos y esperar que actúen diferente, es hora de quitarles ese poder que han utilizado de forma irresponsable. Greta Thunberg se pregunta: “¿Y si las soluciones fueran tan imposibles de encontrar en este sistema que quizá lo que tengamos que hacer sea cambiar el sistema en sí?”. Esa pregunta pone nerviosa a mucha gente que empieza a decir: “Ah, caray, ya es hora de callar a esta niña”.

3. Calladita te ves más ¿sudadita?

Y así empiezan los ataques:

Christopher Caldwell, un señor que opina en el New York Times, escribe en una columna llena de falacias ad hominem (en este caso ad puellam), que la “aproximación radical [de Thunberg] está en conflicto con la democracia”. ¿Por qué? Simplemente porque reconoce la gravedad de la situación y exige respuestas proporcionales. Porque, en resumen, está chiquita, no entiende, cuando sea grande… Pero el problema es que cuando Greta Thunberg sea grande Caldwell ya estará muerto y el mundo será un lugar mucho menos afín con la biodiversidad y con la prosperidad humana.

Andrew Bolt, otro señor como el anterior, la describe como la “profundamente perturbada mesías del movimiento del cambio climático” en un editorial titulado “El perturbador secreto del culto hacia Greta Thunberg”. El asustado señor Bolt escribe: “Nunca he visto una niña tan joven y con tantos desórdenes mentales ser tratada por tantos adultos como un gurú”. ¿Quién la trata como un gurú? Para engañar a sus lectores, el señor Bolt crea un doble enemigo de paja: la niña loca deificada y las masas que la siguen ciegamente. Yo tampoco había visto nunca que una mujer joven, inspirada por información científica, adquiriera tanta relevancia pública, y en vez de parecerme algo preocupante me parece sumamente esperanzador. Llamarla “mesías” llena de “desórdenes mentales” es una artimaña miserable, patética, digna de citar el meme de Los Simpsons en el que una mujer grita: “¡Alguien por favor quiere pensar en los niños!” El problema es, justamente, que nadie lo está haciendo. Greta Thunberg, la presunta vikinga antidemocrática, dice: “si todos escucharan a los expertos y los datos a los que constantemente me refiero, nadie tendría que escucharme a mí ni a los cientos de miles de estudiantes que están en huelga por el clima en todo el mundo”.

Es paradójico: sabemos bastante bien qué efectos tendrá el calentamiento climático (desertificación, defaunación oceánica, inundación permanente de las zonas costeras) pero como mitigar este cambio atroz implicaría hacer profundos cambios racionales en nuestras sociedades, preferimos no cambiar y esperar a las catástrofes para ver cómo nos acomodamos.

4. Quemar las reglas

Greta Thunberg insiste en que la respuesta al calentamiento global debe contemplar la “justicia o equidad climática”, según la cual los países desarrollados deben tomar medidas más extremas para reducir sus emisiones a cero y compensar de ese modo las emisiones asociadas con el desarrollo industrial de países menos desarrollados. “Porque ¿cómo podemos esperar que países como la India o Nigeria se preocupen por la crisis climática si nosotros, que lo tenemos todo, no nos preocupamos ni un segundo por ella ni por nuestros compromisos con el Acuerdo de París?” Aunque es muy sensato de parte de Thunberg enfatizar la causa de la justicia climática, tal vez no convenga ayudar a las élites políticas y empresariales de los países subdesarrollados a justificar su apego a los combustibles fósiles y la ganadería. Los países pobres son precisamente los más vulnerables a los efectos del calentamiento global, y por ello conviene que también tomen medidas radicales para prevenirlos. Sí: China y Estados Unidos emiten más de la mitad del total de gases de efecto invernadero, pero no podemos usar esa coartada para seguir promoviendo la deforestación y contaminación en países como México, en donde se padecerá muchísimo la desertificación, la precipitación extremosa y el aumento del nivel del mar. Al contrario: es preciso apostar por opciones alternativas a las del desarrollo de industrias obsoletas, y presionar a las superpotencias para que empiecen a comportarse de manera responsable. Por eso Greta Thunberg va rumbo a Nueva York en velero: porque quiere que la escuchen en la capital del poder y quiere alzar la voz de forma congruente con lo que cree (viajar en avión es una de las formas más brutales de echar dióxido de carbono a la atmósfera). 

En México apenas comenzamos a conocerla. Hay tantos problemas apremiantes en este país (violencia, corrupción, impunidad, pobreza), que detenernos a escuchar el mensaje climático de una joven sueca parece superfluo, pero en realidad es más urgente y fundamental para nuestro bienestar que cualquier otra causa colectiva. Señalar con un dedo acusatorio a las corporaciones y a los señores poderosos no es suficiente. Por eso hay voces como la de Greta Thunberg tratando de convencernos de que “no podemos salvar el mundo acatando las reglas. Porque las reglas tienen que cambiar. Todo tiene que cambiar. Y tiene que empezar a cambiar hoy”. EP

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