Un siglo de (mal) manejo de espacios verdes urbanos
¿Piensas que nada puede salir mal si se construye un puente para “aligerar” el tráfico al sur de la Ciudad de México? Piensa de nuevo: cualquier alteración a los ecosistemas puede afectarnos, y lo hará. ¿Cómo será esa afectación? Esto depende, nos dice el ecólogo Luis Zambrano, del enfoque que le demos a nuestra relación con la naturaleza en las ciudades.
¿Piensas que nada puede salir mal si se construye un puente para “aligerar” el tráfico al sur de la Ciudad de México? Piensa de nuevo: cualquier alteración a los ecosistemas puede afectarnos, y lo hará. ¿Cómo será esa afectación? Esto depende, nos dice el ecólogo Luis Zambrano, del enfoque que le demos a nuestra relación con la naturaleza en las ciudades.
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Leer los antiguos cuentos de ciencia ficción permite reconocernos en un doble espejo. Podemos mirar al nosotros de antes imaginando al nosotros actual. Un cuento de Jack London, “La Peste Escarlata”, escrito en 1912, sirve de ejemplo para observarnos de cuerpo entero (London 1985). Habla de una pandemia de proporciones descomunales, proyectada para un siglo después, en 2013, a la que sobreviven sólo un puñado de personas. Roba una sonrisa que en ese entonces se pensara que en la actualidad el telégrafo sería la tecnología de punta en comunicación y los zepelines la mejor forma de transportación; pero el cuento también deja entrever una visión del futuro sobre nuestra relación con la naturaleza. El narrador, un sobreviviente a la pandemia, ve en los campos de cultivo y las especies domesticadas el clímax de belleza natural y desarrollo; previo a la pandemia, al fin el ser humano había logrado controlar la naturaleza para su beneficio. Pero con la pandemia desapareció la mano humana que controlaba a la naturaleza, y los animales se vuelven caníbales (hasta las gallinas); los paisajes mutan la belleza de los campos de trigo a hórridos horizontes con las especies silvestres dominando sobre las plantas cultivables que extendían sus frutos jugosos al hombre.
Después de 100
años de educación ambiental, de proyectos de conservación, y del avance
científico en ecología, estamos todavía muy cerca de la visión ecológica
predicha por el cuento de Jack London, creyendo que podemos subyugar a naturaleza,
pues la silvestre no es “estética” y provoca temor. Este enfoque es muy
evidente en las ciudades.
Bajo la mirada actual, por ejemplo, un humedal en medio de dos autovías en Xochimilco es un lote baldío digno de ser destruido para dar paso al progreso con un puente. No importa si ese humedal está protegido: catalogado como Área Natural Protegida, enlistado en la convención Ramsar[1] o si es considerado por la UNESCO como patrimonio mundial[2]. Tampoco importa que esté dentro de una región geomorfológica que propicia la formación de humedales; este enfoque lo considera artificial porque está en medio de dos vías y deteriorado porque tules crecieron “sin control” y no es estético al ojo urbano. El mismo enfoque considera plausible “reubicar” el humedal a otro lado. Como si los ecosistemas fueran objetos, máquinas ensamblables, edificios o juguetes como los “Legos”; como si un humedal fuera similar a una pecera que puede cambiarse de lugar a conveniencia humana. Si se cuenta con las partes que hacen funcionar la máquina y se sigue un manual, se puede generar un ecosistema, al igual que una sopa instantánea. Bajo este enfoque simplista de la naturaleza cualquier persona puede hacer un estanque controlado que pretende ser un humedal sin saber un gramo de ecología, utilizando plantas y peces que estén de moda.
“Como si los ecosistemas fueran objetos, máquinas ensamblables, edificios o juguetes como los “Legos”; como si un humedal fuera similar a una pecera que puede cambiarse de lugar a conveniencia humana.”
Para esta visión
un concepto tergiversado de la “ecotecnología” se ha vuelto fundamental, pues
es una pieza vital en el Lego concebido para armar un ecosistema. En términos
generales, la ecotecnología es una de las muchas herramientas que hay para
hacer reducir efectos negativos proyectos que generan perturbación ambiental (Straškraba 1993)[3], pero
nunca podrán sustituir las dinámicas naturales destruidas por los megaproyectos
(Bezanson 1992)[4]. Sin
embargo, este enfoque considera que las ecotecnologías son superdotadas: sólo
con ellas concebimos a una naturaleza sostenible. La promoción del puente sobre
Xochimilco basa sus argumentos en esta lógica, diciendo que el humedal estaba
mal y que, con la ecotecnología que el puente traerá consigo, ese lugar será
ecológico, muy bonito y hasta sostenible.
Las ecotecnologías tienen muchos límites, pues no pueden si quiera compensar los problemas socioambientales inherentes a una megaconstrucción. No es posible, por ejemplo, solucionar el ruido o la contaminación de los automóviles; ambos problemas son muy difíciles y costosos de resolver. El ruido y las partículas que expelen los automóviles destruyen la capacidad de sobrevivencia y dispersión de las especies nativas que están en la región. Otro de los grandes problemas que no puede solucionar la ecotecnología es que la construcción del puente promoverá un mayor flujo de automóviles, pues es su objetivo primario. Este aumento en el número de automóviles dentro de una zona de protección ambiental la hace más vulnerable a la urbanización tanto legal como ilegal. La vulnerabilidad de Xochimilco por urbanización está documentada en una recomendación que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal realizó en 2012[5]. La recomendación basa su dictamen en la falta de rendición de cuentas de las diferentes dependencias de gobierno para detener la urbanización en este lugar. Esta recomendación no ha sido acatada por ninguno de los gobiernos desde que se emitió.
“La vulnerabilidad de Xochimilco por urbanización está documentada en una recomendación que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal realizó en 2012”
El enfoque del
control de la naturaleza, ahora con ayuda de la ecotecnología, no es capaz de
dar soluciones incompletas incluso para los objetivos para lo cual están
diseñadas. En el bajopuente del proyecto de Xochimilco se propone, por ejemplo,
captar agua en época de lluvias para el estanque y así no desperdiciarla. La
captación de agua de lluvia es una ecotecnología que puede ser útil en muchas
circunstancias y con otros objetivos. Pero en este caso, el puente destruirá el
flujo hídrico superficial y subterráneo del humedal que es lo que le permite
funcionar como ecosistema, por lo que la captación de agua de lluvia
contaminada por autos no es útil para un humedal. Otra estrategia ecotecnológica
se basa en colocar espejos difusores en el bajopuente y con ello se pretende iluminar
controladamente el humedal, lo cual ni remotamente suple los efectos de la luz
del sol, incluyendo los cambios de luz, precipitación y temperatura que vienen
con las estaciones del año. Considerando las escalas y dinámicas ecológicas del
humedal, estas acciones se podrán ver muy bien en las representaciones gráficas
arquitectónicas, pero la perturbación sobre el humedal se mantiene. Además, todas
ecotecnología requiere de un monitoreo y mantenimiento constante, con su
respectivo presupuesto establecido a largo plazo, lo cual no ha sucedido en la
Ciudad de México.
Para el
enfoque mencionado, no es relevante el cambio en el paisaje que, con esta
construcción, queda dominado por un bajopuente (uno de los sitios más hostiles
de las zonas urbanas). Esto, se puede comprobar pasando media hora en un
bajopuente en cualquier momento del día o de la noche. Si es durante las horas
de oficina se sufrirá de estrés por el ruido y la agresión que genera el flujo
constante de automóviles; si es de noche, la inseguridad está a flor de piel. Un
ejemplo moderno es la Glorieta
de las Quinceañeras que estaba en la Avenida Luis Cabrera de la Ciudad de
México. Antes de la construcción de la Supervía, esta glorieta era la única
área verde disponible en la región para que las quinceañeras se tomaran la foto
más importante de ese día. La Supervía la convirtió en bajopuente y ahora es un
escenario digno de una película distópica[6].
Si es estresante
para las personas estar unos minutos en un bajopuente, imaginemos a una planta
o animal obligados a vivir en un estanque diseñado para la estética urbana y no
a partir de dinámicas ecológicas. Este enfoque desdeña otros problemas que son
de importancia para que se conserven los ecosistemas que forman las áreas
verdes urbanas.
El proyecto de construcción sobre el humedal es sólo un ejemplo, pero hay otros que reafirman el enfoque urbano de que la mejor naturaleza es la controlada. Las sociedades urbanizadas han caído en la contradicción donde lo natural es necesario y bello, pero entre más lejos de la vida cotidiana, mejor. Por eso seguimos pensando que los árboles ensucian y tratamos de barrer las hojas lo antes posible del arroyo vehicular que, bajo este enfoque, debe estar inmaculado. En los casos extremos, algunos urbanitas derriban un árbol, pues sus hojas “ensucian” el automóvil estacionado frente a su casa. Por el contrario, a este enfoque no le causa ninguna preocupación los árboles que han sido deformados (y estresados) para dar paso a los cables de luz o del teléfono.
“Las sociedades urbanizadas han caído en la contradicción donde lo natural es necesario y bello, pero entre más lejos de la vida cotidiana, mejor.”
Esta mirada
asume que los lotes baldíos son fuentes de alimañas porque nuestro mundo debe
de ser aséptico. Por el contrario, los lotes baldíos son islas de puentes de
dispersión de muchas especies que encuentran en ellos lugares de reproducción y
cobijo frente a la hostilidad de la ciudad.
Este enfoque bautiza
a tres macetones y dos bancas como “parques de bolsillo”, haciéndolos
equivalentes a un espacio verde urbano. Incluso, piensa que la respuesta al
cambio climático en las ciudades es la construcción de “muros verdes” sobre
edificios y sobre las columnas de puentes[7] como
los que destruyen los humedales. En resumen, en este espejo en el que nos
reflejamos, como en el cuento de Jack London, podemos ver 110 años de historia
donde la tecnología nos ha llevado a lugares impredecibles incluso para un
escrito de ciencia ficción, pero no hemos cambiado la perspectiva de nuestra
relación con la naturaleza que nos rodea.
Las dinámicas
de los socioecosistemas son mucho más complejas que el control que se quiere
ejercer en un lugar natural. Los efectos de contar con árboles deformados,
muros verdes controlados y humedales destruidos por bajopuentes son
innumerables. Uno de ellos, es el propio estrés de las plantas y animales cuando
viven en lugares diseñados para la vista humana y que los hace más susceptibles
a enfermedades. La dispersión del muérdago parásito de los árboles de la ciudad
(problema que se aborda en este mismo número) se facilita por el estrés a los
que están expuestos los árboles en las banquetas, parques de bolsillo o
bajopuentes. Por su parte, los animales estresados por la destrucción de su
hábitat se vuelven más vulnerables a las infecciones de bacterias y virus. Esto
genera más animales infectados y aumenta la probabilidad de sobrevivencia y de
dispersión de un virus que por azar haya mutado con la capacidad de infectar al
ser humano (Cupertino et al. 2020). Hoy por hoy
tenemos un claro ejemplo con el SARS-COV-2, que posiblemente llegó al humano
gracias a los animales estresados por la reducción de hábitat y confinamiento
que el mismo ser humano generó (Hing et al. 2016). Esto es
particularmente importante en países como México que están en regiones de alto
riesgo por enfermedades emergentes por zoonosis (Morse et al. 2012).
Es así como, aún
cuando pretendemos que tenemos controlado al ecosistema urbano en la ciudad, la
dinámica del ecosistema está lejos de estar subyugada. La naturaleza cambia
conforme la afectamos, pero encuentra rutas de interacción inesperadas que
pueden afectar al hombre (positiva o negativamente).
El efecto de
una naturaleza cambiante que puede beneficiar o perjudicar a las personas
depende del tipo de ecosistema donde se establecen las ciudades y de la forma
como lo afectamos al desarrollar la zona urbana. El uso de suelo de la ciudad,
que quiere decir cómo está organizada incluyendo sus espacios verdes, influye
grandemente en la dinámica ecológica urbana. El ecosistema donde se establecen
las ciudades tiene injerencia en la distribución, número, tamaño, y tipo de
áreas verdes que se encuentran en nuestras ciudades. Londres, Nueva York,
Buenos Aires, Budapest y El Cairo son ejemplos de ciudades que se establecieron
a las orillas de ríos y deltas, y su desarrollo ha estado influido por el
ecosistema ripario como punto focal, radiando de ese ecosistema a tierras cercanas.
Pero no es sólo
el tipo de ecosistema también la cultura de la civilización donde se asienta. La
morfología de la Ciudad de México sería muy diferente si nuestra cultura se hubiera
desarrollado en las orillas del ecosistema de cinco lagos donde está
establecida, respetando la dinámica hídrica del valle. Pero durante periodo de colonial
se prefirió drenarlos (Candiani 2014), esta visión
continuó en el México posrevolucionario, donde se entubaron los ríos (Vitz 2018), prohibiendo
el flujo del agua superficial para darle prioridad al flujo del automóvil, y es
una práctica que tenemos en la actualidad con el puente sobre el humedal de
Xochimilco. La morfología de la Ciudad de México responde a esta combinación
entre la forma del ecosistema y la cultura que priva sobre su desarrollo.
Así, se
explica que la Ciudad tenga una vasta zona verde al sur de su territorio, donde
la inclinación del terreno ocasionado por la cordillera ha dificultado la
urbanización, contrario al terreno plano de la zona lacustre donde es más fácil
construir. Pero las consecuencias de este desarrollo urbano, que quiso subyugar
al ecosistema al drenar los lagos, puede verse todos los años, con inundaciones
en la ciudad en la época de lluvias; la pagamos todos los días, pues drenar el
agua requiere de costosa infraestructura y energía eléctrica (Zambrano et al. 2017) y, finalmente,
la sufrimos de manera devastadora con los temblores al haber construido sobre
el lecho de los lagos, que es tierra muy dúctil para las ondas sísmicas. El
enfoque de creer que podemos dominar a la naturaleza tiene consecuencias, como
se dijo antes, en nuestra calidad de vida y sobrevivencia.
La distribución desigual de las áreas verdes no sólo afecta cómo vivimos los citadinos, también afecta las capacidades de dispersión de las diferentes especies que habitan en la ciudad. Imaginemos a las áreas verdes urbanas como un archipiélago de islas inmersas en un mar de asfalto. El proceso de urbanización sería análogo a un ecosistema que se ha inundado, dejando islas (las áreas verdes urbanas) rodeadas de un mar de asfalto, donde cada isla tiene tamaños diferentes y características propias. Este fenómeno es a lo que le llamamos “fragmentación” en ecología. Las consecuencias de la fragmentación son muchas, una de ellas es que las plantas y animales que podían transitar por todo el ecosistema ahora enfrentan barreras que reducen su movilidad. A diferencia del mar, donde la barrera es homogénea (el agua), las ciudades presentan diferentes tipos de barreras; no es lo mismo una calle pequeña, que podría ser transitable para algunos animales, que el Periférico que es una frontera para muchos organismos. Tampoco es igual una región con construcciones de dos pisos a una llena de edificios de 10 pisos o más. Las barreras pueden ser fáciles de traspasar o ser tan hostiles que son infranqueables.
“El proceso de urbanización sería análogo a un ecosistema que se ha inundado, dejando islas (las áreas verdes urbanas) rodeadas de un mar de asfalto, donde cada isla tiene tamaños diferentes y características propias. “
Estas
condiciones tienen efectos diferenciales dependiendo de donde se instalan. La
fragmentación puede afectar muy poco en algunos lugares, mientras que en otros sitios
la fragmentación —aún siendo pequeña— es capaz de destruir un ecosistema
completo. Tomemos de nuevo el caso del puente de Xochimilco propuesto. Algunos
de los argumentos más utilizados a favor del puente se basan en que el efecto
será sobre un sitio que ya de por sí está afectado, pues es un camellón entre
dos carriles de Periférico. Sin embargo, no se considera que ese camellón en
realidad es un puente de dispersión entre la zona norte y zona sur del Área
Natural Protegida de Xochimilco. El camellón está conectado por debajo de los
carriles de Periférico, lo que permite que la flora y la fauna crucen la
barrera de autos. Este lugar funciona tan bien, a pesar de que se considera
invadido por tules, que la propia Manifestación de Impacto Ambiental del puente
a construir encontró una rana en peligro de extinción en el mismo camellón: Hyla
pliceata.
Otro argumento se basa en que el efecto es muy pequeño porque destruirá sólo unos metros cuadrados comparados con el tamaño del humedal. Aún con los pocos metros que representa esta estructura, el efecto negativo es crucial pues fragmentará y aislará dos zonas de Xochimilco. Este efecto puede ser devastador para las dos partes que quedan divididas por un río de autos, en particular para la región del norte que ya está muy amenazada por la urbanización. Para comprenderlo, es pertinente la siguiente alegoría. Imaginemos a una persona adulta de 75 kg a la que un cirujano extrae algo de su cuerpo. El cirujano le podría extraer 4 kg de grasa (5% del peso total) sin que existan repercusiones en su salud, pero no le puede extraer 1 kg de cerebro (1.3% del peso total), o los menos de 300 g que pesa el corazón (0.4% del peso total), sin matar a la persona. Los ecosistemas funcionan de manera similar, hay zonas mucho más importantes y sensible que otras. Como puente de dispersión entre dos áreas, el humedal que se piensa destruir es uno de esos lugares sensibles. Su desaparición como humedal puede derivar en la desaparición de gran parte del ecosistema.
“Como puente de dispersión entre dos áreas, el humedal que se piensa destruir es uno de esos lugares sensibles. Su desaparición como humedal puede derivar en la desaparición de gran parte del ecosistema.”
La posibilidad
de transitar esas barreras también depende del tipo de organismo. Las plantas
que polinizan por aire dependerán de las corrientes que se forman entre los
edificios y las grandes avenidas. Pero aquellas que requieren polinizadores,
como insectos, dependerán de su capacidad de movimiento. Algunas aves tendrán
más fácil la tarea de transitar entre áreas verdes; otras, como los colibríes,
verán en calles con rascacielos y sin flores regiones muy difíciles de sortear.
Mientras que, para las lombrices o insectos terrestres, es imposible cruzar una
calle de asfalto de cuatro metros de ancho. Incluso, la fragmentación urbana
está generando procesos evolutivos en los diferentes animales y plantas que
logran sobrevivir (Schilthuizen 2018).
También habrá
especies que no ven a la infraestructura de la ciudad como barrera, por el
contrario, la utilizan como hábitat, como las cucarachas que viven felizmente
entre los edificios, o los halcones que utilizan las cornisas de los edificios
para perchar en busca de su presa. Quizá uno de los ejemplos más sorprendentes de
las características ecológicas de las especies son las plantas costeras del
Estado de Nueva York, que requieren de suelos salinos y que han encontrado en
las grietas de las carreteras un hábitat ideal para dispersarse, pues sólo
ellas pueden crecer en una carretera que recibe sal durante las nevadas del
invierno (Steven Handel com. pers.). De esta manera, es posible afirmar que,
aunque el humano no controla a la naturaleza, sí impone ciertas condiciones que
modifican las relaciones entre las diferentes especies.
Es imposible
no generar efectos sobre los ecosistemas donde se establecen las ciudades, pero
si se respetan ciertas interacciones y variables del ecosistema, los resultados
pueden ser favorables para el ser humano y para el propio ecosistema. A estas
alturas del escrito el lector pensará que las interacciones son tan complejas
que nunca se sabrá si alguna acción humana en una ciudad destruirá las
interacciones y los elementos que tiene un ecosistema, condenándolo y
condenando a la sociedad a sufrir esta destrucción. Sin embargo, el detalle
está en el enfoque.
Si seguimos
considerando uno que abogue por la naturaleza controlada, enfoque que predomina
hace más de 100 años, los resultados seguirán siendo una reducción en la
sostenibilidad urbana y un aumento en la vulnerabilidad de los citadinos frente
a eventos extremos ocasionados por el cambio climático. El enfoque estará
alimentado por un mal entendimiento de la utilidad de las ecotecnología, que
darían la ilusión de que construyen una ciudad sostenible, con la utopía de una
naturaleza controlada, pero con la realidad de la destrucción del ecosistema.
Por el contrario, si cambiamos esta mirada por una donde trabajemos con las dinámicas esenciales de la naturaleza, y proponemos medidas de restauración que no tengan como objetivo final la ecotecnología sino en los procesos ecológicos, tendremos ciudades verdaderamente sostenibles. Las ciudades son maleables y siempre podemos utilizar esta flexibilidad en el manejo del territorio, dejando espacio para que existan las dinámicas ecosistémicas propias de la región. Estaremos así reconociendo de facto que el ser humano está dentro del ecosistema y no por encima. Esta lógica no sólo es un ejercicio de humildad, también permitirá encarrilarnos en el proceso de sostenibilidad y reducirá la vulnerabilidad urbana frente a eventos extremos. EP
Literatura citada:
Bezanson, K. 1992. The greening of techonology: public policy and the
public mind. Page 10 in International Development Research Center (ed),.
Candiani, V. S. 2014. Dreaming of Dry Land Environmental Tranformation
in Colonial Mexico City. Stanford: Stanford University Press.
Cupertino, M., M. Resende, N. Mayer, L. Carvalho, and R. Siqueira-Batista.
2020. Emerging and re-emerging human infectious diseases: A systematic review
of the role of wild animals with a focus on public health impactAsian Pacific
Journal of Tropical Medicine.
Hing, S., E. J. Narayan, R. C. A. Thompson, and S. S. Godfrey. 2016. The
relationship between physiological stress and wildlife disease: Consequences
for health and conservationWildlife Research.
London, J. 1985. La peste escarlata y otros relatos de
ciencia ficción. Barcelona: Fontamara.
Morse, S. S., J. A. K. Mazet, M. Woolhouse, C. R. Parrish, D.
Carroll, W. B. Karesh, C. Zambrana-Torrelio, W. I. Lipkin, and P. Daszak. 2012. Prediction and prevention of the next pandemic zoonosisThe Lancet.
Schilthuizen, M. 2018. Darwin comes to town. Page (Picador,
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Straškraba, M. 1993. Ecotechnology as a new means for environmental
management. Ecological Engineering DOI 10.1016/0925-8574(93)90001-V.
Vitz, M. 2018. A City on a Lake. Page Duke University Press.
Durham and London.
Zambrano, L., R. Pacheco-Muñoz, and T. Fernández. 2017. A spatial model for evaluating the vulnerability of water management
in Mexico City, Sao Paulo and Buenos Aires considering climate change. Anthropocene
DOI 10.1016/j.ancene.2016.12.001.
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