Comer menos carne o no comerla es una decisión personal para contribuir a reducir los gases de efecto invernadero, emitidos a la atmósfera por la producción industrial de ganado y causantes del calentamiento global. ¿Es posible criar ganado de manera sostenible y así mitigar algunos factores que contribuyen al cambio climático? Con este ensayo los autores dan respuesta a esta pregunta y nos dan elementos para orientar nuestra responsabilidad al respecto.
Comer menos carne o no comerla es una decisión personal para contribuir a reducir los gases de efecto invernadero, emitidos a la atmósfera por la producción industrial de ganado y causantes del calentamiento global. ¿Es posible criar ganado de manera sostenible y así mitigar algunos factores que contribuyen al cambio climático? Con este ensayo los autores dan respuesta a esta pregunta y nos dan elementos para orientar nuestra responsabilidad al respecto.
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La conquista de
nuevas tierras
El ganado vacuno se domesticó hace unos 10 mil años en Medio
Oriente y el norte de África, para emplearlo en las labores agrícolas; la
producción de carne, leche, cuernos y cuero, y usar sus excrementos como
fertilizantes y combustible. Los bovinos son una especie gregaria que tiende a
agruparse en manadas; este comportamiento les resulta útil para enfrentar a los
depredadores que buscan individuos aislados para atacarlos con mayor facilidad.
Así, moviéndose en grupo, de forma rápida e impredecible, no sólo desorientan a
los depredadores, también comen en un mismo lugar de manera intensiva y durante
poco tiempo. Son rumiantes y su alimentación primaria consiste en pasto,
preferentemente gramíneas, pero su dieta también incluye hierbas, tallos,
semillas y follaje de árboles y arbustos.
Fue en la Villa Rica de la Vera Cruz, fundada en 1519 y
primer ayuntamiento de la América continental, donde arribaron las primeras
reses a la Nueva España en 1527; provenían de las islas de Cuba y La Española y
llegaron al Pánuco —hoy región de la Huasteca alta— gracias al conquistador
Nuño de Guzmán, a quien se conoce también como el “primer ranchero de México”.
Intercambiaron ganado por esclavos huastecos que representaban mano de obra,
escasa en las islas; resultó un buen negocio y prosperó. Los historiadores
calculan que para 1620 en el centro de la Nueva España pastaban entre 1.5 y dos
millones de bovinos en un área estimada en 150 mil kilómetros cuadrados, con un
índice de agostadero promedio (número de hectáreas necesarias para mantener una
vaca adulta con su cría en un año) de una cabeza por hectárea.
El origen cultural de la ganadería en América se encuentra
sobre todo en las despobladas regiones costeras andaluzas, como las marismas
del río Guadalquivir cercanas a Sevilla, donde había grandes manadas sin
castrar que se desplazaban según la temporada. Esta región guarda similitudes
ecológicas con las costas del golfo de México: abundancia de agua en tierras
bajas, amplias superficies de sabanas y pastizales naturales y cercanía a
depósitos de sal, un suplemento vital en la dieta de los ungulados. Además, la
trashumancia —pastoreo estacional— de las manadas ibéricas de las marismas a la
meseta semiárida facilitó en Mesoamérica su adaptación en las tierras bajas del
golfo y el altiplano central y septentrional novohispano.
Los 300 años de la Colonia marcaron una profunda huella en
la historia ambiental del país: las formas tradicionales indígenas de
producción agrosilvícola fueron despareciendo, mientras crecía la ganadería
trashumante enmarcada en un proceso de concentración de la riqueza natural en
manos de unos cuantos propietarios de las tierras. Como escribió Bernardo García
Martínez: “La irrupción del ganado fue algo tan desorientador para la población
indígena como podría ser para un habitante del México moderno la aparición casi
súbita de varios cientos de miles de elefantes de la India, ávidos de
desplazarse libremente por parques, carreteras y milpas, y cuyo control
dependiera de una autoridad extraña”. El ganado fue dispersándose por el nuevo
territorio americano y para alimentarse tuvo que aprender a conocer nuevas
plantas. El patrón, como lo ha comprobado la ciencia, siguió la “ley del mínimo
esfuerzo”: no solamente seleccionó plantas por sus valores nutricionales, sino
también por su abundancia y cantidad de esfuerzo para conseguirlas y procesarlas.
Este ramoneo selectivo inhibió el desarrollo de algunas especies vegetales y
disparó el de otras; la apertura de caminos y el constante pisoteo empezaron a
empobrecer también la estructura de la vegetación de los ecosistemas y, al
mismo tiempo, comenzaron a talarse bosques y selvas.
A finales del siglo XVIII llegaron a México los primeros
pastos africanos, algunos de manera accidental porque se usaban como lecho para
los esclavos africanos en los barcos que los transportaban; otros arribaron a
principios del siglo xx, acompañando a los cebús que llegaban a nuestras tierras.
Para la época de la Independencia el ganado vivía del pastoreo nómada y sólo
una parte era criada en haciendas especializadas. La carne y la leche eran para
el consumo inmediato y se obtenían de manera rudimentaria, sin la intención de
conseguir ganancias mayores. Antes de la Revolución los agostaderos eran
extensiones de miles de hectáreas y las inversiones se concentraban en la
compra de pie de cría que se reproducía en forma natural. En 1926 en el país
había 15 millones de personas y pastaban más de cinco millones de cabezas de
bovinos. A fin de conquistar un mayor espacio para el ganado, el proceso de
deforestación continuó de manera paulatina y fue impulsado por reformas
agrarias y repartos de tierras.
Durante el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se
repartieron aproximadamente 18 millones de hectáreas y, después de 1940, se
formaron núcleos agrarios a expensas de las llamadas “tierras ociosas”. Los
ecosistemas prístinos se convirtieron en zonas ganaderas y crecieron hasta
ocupar 60% de la superficie del país. Durante el gobierno del presidente Luis
Echeverría, en los años 70, se crearon el Programa Nacional de Ganaderización y
el Programa Nacional de Desmontes, con el propósito de talar más de 240 mil km2
(equivalentes a la superficie de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y
Chiapas juntos), principalmente de selvas, a fin de convertirlas en pastizales
para el ganado, porque se consideraba que la vegetación original no era
económicamente rentable. Se otorgaban créditos a los núcleos campesinos para
financiar la remoción de la cubierta vegetal y la deforestación alcanzó cifras
de 1.5 millones de hectáreas anuales. El objetivo de esa política era convertir
a los ejidos en compañías agroindustriales. Los programas fallaron
miserablemente y los campesinos quedaron desempleados, endeudados, dejaron de
ser sujetos de crédito y se aniquilaron millones de hectáreas de bosques y
selvas: una inmensa pérdida de suelos, diversidad biológica y servicios
ambientales para el bienestar de la nación. Una tragedia irreparable. Ejemplo
elocuente del crecimiento de la “ganaderización” en México es lo que sucedió en
unos cuantos años en el estado de Veracruz, hoy el mayor productor de ganado en
el país. En 1976 sus bosques y selvas cubrían 2 millones 600 mil hectáreas; en
1983 se habían reducido a 800 mil y para 2014 eran tan sólo 494 mil.
Actualmente en México existen unos 33 millones de cabezas de ganado que ocupan
56% del territorio nacional.
El crecimiento
exponencial de una industria insostenible
La llamada Revolución Verde agrícola inició en Sonora, en la
década de 1940, bajo el mando del agrónomo Norman E. Borlaug, galardonado en
1970 con el premio Nobel de la Paz. Esta nueva manera de cultivar se basó en la
selección genética de nuevas variedades de plantas de alto rendimiento,
asociada a la explotación intensiva con riego y el uso masivo de fertilizantes,
pesticidas y herbicidas químicos, volteo de suelos y maquinaria pesada. En un
principio los resultados fueron sorprendentes: en México la producción de trigo
pasó de un rendimiento de 750 kg por hectárea, en 1950, a 3,200 kg en 1970.
Después de muchos años de Revolución Verde los suelos agrícolas se han
transformado en simples sustratos de sustentación de plantas que exigen
técnicas artificiales cada vez más caras; la manifestación más visible de
degradación es la erosión que aumenta de manera paulatina. El uso de
agrotóxicos y fertilizantes químicos ha esterilizado el suelo y ha provocado la
contaminación de aguas superficiales y subterráneas, lo que ha llevado, por
ejemplo, al crecimiento explosivo de algas marinas como el sargazo. Desde el
punto de vista social y económico, este modelo agrícola ha significado para
muchos campesinos desempleo, pobreza y migración, además del abandono de
prácticas ancestrales.
La lógica de la Revolución Ganadera siguió los mismos pasos
que la agrícola, basada en una lógica reduccionista e industrializada que no
tiene en cuenta los sistemas naturales. En México el primer eslabón de la
cadena productiva son los pequeños productores, aquellos con entre una y diez
cabezas de ganado y que representan 62% del total; otro 27% está representado
por quienes poseen entre once y 35 cabezas. La mayoría se dedica a criar
becerros en un sistema de pastoreo extensivo, donde dejan comer libremente a
los animales por largos periodos en el mismo potrero y, al cortar una y otra
vez el mismo pasto sin darle posibilidad de regenerase, lo sobrepastorean. Los
suelos también se empobrecen, se compactan por el continuo pisoteo, se degradan
y finalmente se erosionan. Como el potrero resulta insuficiente para alimentar
al ganado, se complementa su dieta con maíz, soya, sorgo, melaza y pollinaza
—excretas secas y pulverizadas de pollos de engorda— con proteínas y minerales
mezclados en el aserrín y la paja utilizados en la cama de las aves. La
pollinaza contiene también restos de los fármacos que se suministraron a las
aves, metales pesados, hongos y bacterias; en países como Colombia está
prohibido su uso para alimentar al ganado.
Cuando los becerros llegan a la etapa del destete y pesan
unos 150 kg se venden, 60% a intermediarios y 40% directamente al consumidor.
Normalmente, la producción de becerros destetados es coordinada por acopiadores
en una determinada región, quienes los destinan a la siguiente etapa, conocida
como preengorda, y de la que resultan animales de media ceba. Posteriormente
estos becerros son canalizados a los corrales de engorda, algunos con capacidad
para 300 mil animales, donde se “fi nalizan” en forma intensiva, es decir, se
les alimenta durante unos 120 días con granos como maíz y soya para que ganen
peso rápidamente, la grasa se infiltre en sus músculos y cree el “marmoleado”
que los consumidores buscan en los cortes.
Estos insumos alimenticios se adquieren en el mercado
internacional, buscando los precios más bajos sin tomar en consideración los
costos ambientales. Generalmente son granos transgénicos cultivados con
fertilizantes y pesticidas químicos: soya cultivada en áreas arrebatadas a la
selva amazónica en Brasil o maíz proveniente de las vastas planicies de Estados
Unidos. Este tipo de dieta, basada en granos, puede provocar abscesos en el
hígado de los animales y para tratarlos se les suministran antibióticos. En
teoría, humanos y rumiantes no deberían competir por los alimentos. Las
personas deberían comer maíz —en forma de tortillas, tamales y atoles— y las
vacas —que no evolucionaron comiendo semillas como maíz y soya— deberían comer
hierbas y pastos, así como ramonear de árboles y arbustos, porque está en su
naturaleza.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO), la ganadería industrial es responsable de
14.5% de los gases de efecto invernadero. Si en este cálculo se incluyeran
también las emisiones totales de la tala de selvas para conquistar nuevos
espacios agrícolas y las de toda la cadena de la producción industrial de
forraje —como la de la soya transgénica en Brasil y la de los fertilizantes y
pesticidas—, el porcentaje sería mucho más elevado. Vale mencionar que la
producción ganadera ocupa cerca de 30% de la superficie territorial del planeta
y 70% del total de las tierras agrícolas. La ganadería industrial es
considerada como la actividad económica que más recursos naturales utiliza en
sus procesos y ha sido causante de la pérdida de diversidad biológica.
Cultivar pastos y
árboles
Es necesario encontrar un nuevo equilibrio en la producción
ganadera, ser más responsables con el medio ambiente y sus habitantes y, al
mismo tiempo, ser más productivos y rentables en términos económicos. Los
métodos que replantean la crianza de animales tienen distintos nombres:
ganadería sostenible, silvopastoril, holística, regenerativa, y pastoreo
racional Voisin. Existen diferencias entre ellos, pero todos comparten la
visión de la preservación del entorno y de incrementar la rentabilidad de la
actividad productiva. Al mismo tiempo, hay que reafirmar la importancia de los
árboles y los arbustos nativos, así como de los bosques ribereños que permiten
la conectividad en los paisajes ganaderos y proveen recursos alimenticios para
la vida silvestre.
El problema de la crisis climática es, sin duda, muy
complejo, pero se puede resumir en dos principales desequilibrios: el del ciclo
hidrológico y el del carbono. Cada día hay más superficie terrestre que infiltra
menos agua —más concreto en las ciudades, más suelos agrícolas sellados por el
laboreo y la mecanización, y más suelos ganaderos compactados por el mal
pastoreo— y el viaje del agua sobre la superficie es cada vez más rápido. Se
presentan lapsos con nula presencia de agua en el ciclo y esto genera sequías
cada vez más prolongadas; también sucede lo opuesto, mayor cantidad de agua en
menor tiempo, lluvias cada vez más torrenciales e inundaciones. Analizando el
carbono, hay demasiado en la atmósfera y se debe a dos causas principales: las
emisiones derivadas de los combustibles fósiles y la oxidación de la materia
orgánica del suelo, con lo que se pierde su potencial productivo. El carbono en
la atmósfera se encuentra principalmente en forma de bióxido de carbono (CO2)
y metano (CH4 ), ambos gases de efecto invernadero.
Al cambiar los esquemas productivos para enfocarlos en la
regeneración de los suelos, automáticamente comienzan a revertirse los
desequilibrios en los ciclos hidrológicos y de carbono, para desencadenar un
círculo virtuoso de efectos benéficos. Según el Servicio de Conservación de los
Recursos Naturales de Estados Unidos (NRCS, por sus siglas en inglés), por cada
1% de incremento en el contenido de materia orgánica en el suelo se pueden
retener hasta 250 mil litros de agua por hectárea. Una de las maneras más
baratas y eficientes de realizarlo es por medio de la ganadería sostenible.
Hacer exactamente lo opuesto al sistema extensivo; es decir, un pastoreo
intensivo de altas densidades, con cortos periodos de ocupación y óptimo tiempo
de reposo; con altos índices de cosecha y forrajeo de árboles y arbustos, para
lograr así la regeneración del suelo. Resulta particularmente importante
introducir especies arbustivas y arbóreas en las áreas de pastizales,
seleccionadas por sus efectos positivos en la conservación del suelo y su
fertilidad; todo ello con el propósito de que se conviertan en fuente adicional
de forraje para los animales, aumenten la capacidad de retención de agua y la estabilización
del ecosistema de pastoreo.
Cuando el ganado pasta por poco tiempo en altas densidades
—por ejemplo, 200 vacas por hectárea— deja de seleccionar lo que come,
simplemente lo devora y corta a fondo las plantas que tiene delante. De esta
manera se activa nuevamente el proceso fotosintético de las plantas, que es el
sistema más eficiente de fijación de carbono en el suelo. Los ganaderos mueven
los hatos de un potrero a otro utilizando cercos eléctricos móviles alimentados
por celdas solares y emplean un sistema de mangueras y bebederos portátiles,
para garantizar una disponibilidad de agua constante.
Un estudio publicado por la Universidad de California, en
Estados Unidos, demostró que los pastizales son sumideros de carbono aún más
estables que los bosques, ya que éstos se modifican e impactan con los
incendios y las sequías. Recientemente, el programa Western Sustainability
Exchange ha creado incentivos financieros para alentar a los ganaderos a
adoptar el pastoreo rotativo y comprometerse durante 30 años con prácticas que
secuestran carbono en el suelo. Aunque un compromiso con duración de tres
décadas puede hacer que algunos ganaderos se resistan, el tiempo es necesario
para que el comprador del crédito de carbono sepa que su inversión producirá
suficientes de estos créditos en el transcurso del proyecto. Estos ganaderos
también deben mantener registros sobre sus prácticas de pastoreo rotativo
—incluso cuando los animales se trasladen a una nueva pradera—, anotar con qué
frecuencia los trasladan y cuántos días de descanso se le dio a una pastura
antes de volver a ser pastoreada.
En el sistema extensivo el ganado compacta los suelos al
pasar varias veces sobre un mismo lugar, fenómeno que empeora con cada lluvia,
promoviendo la escorrentía, la erosión y ocasionando menor infiltración. Lo que
se obtiene son suelos compactados y pastos sedientos. Esto es justamente lo que
se debe cambiar. Cuando se favorece un pastoreo de corta ocupación, la vaca
rompe con sus pisadas la delgada costra que sella el suelo, no pisa varias
veces el mismo sitio y permite que se infiltre el agua, que las raíces se
rehidraten y que haya más alimento disponible para el siguiente pastoreo. La
vaca es también un efectivo transporte natural de microorganismos para el
suelo: hay que pensar que un animal de 500 kg excreta diariamente un promedio
de 25 kg de estiércol y 15 litros de orina llenos de nutrientes y
microorganismos; un excelente sistema de fertilización y nutrición del suelo.
Si analizamos el aspecto económico, en el sistema extensivo de una vaca por
hectárea con, por ejemplo, un 35% de éxito reproductivo y que desteta a los
seis meses de edad a un becerro de 150 kg, se producen 50 kg de carne por
hectárea al año. Se necesitan entonces tres hectáreas para producir 150 kg de
carne anuales. En el pastoreo sostenible la producción de carne y de leche es
de dos a tres veces mayor por hectárea, debido al buen manejo y al aumento de
la producción de pasto y de plantas forrajeras que permiten alimentar a los
animales a lo largo de todo el año. En suma, se puede ver a la ganadería
sostenible como una actividad que necesita menos área para producir la misma
cantidad de leche y carne, que genera un impacto ambiental positivo y tiene
alta rentabilidad.
Un motivo de
convivencia
La comida está en el centro de la actividad humana:
compartiéndola se convive, surgen relaciones, se resuelven controversias, se
sellan transacciones y culminan celebraciones. Comer carne es sinónimo de
fiesta en México y en otras partes del mundo también: los domingos de carne
asada en el norte del país, el roast beef
de los ingleses, el asado argentino… Para muchas comunidades indígenas es, a
través del obsequio de comidas y del sacrificio de animales, como fortalecen su
identidad y aseguran la continuidad de los lazos sociales de quienes participan
en el convivio. La decisión de elegir justamente la carne como centro de un
ritual tradicional o como plato principal de un banquete trasciende la moda y
las tendencias alimentarias. Es ofrecer algo especial que no se come todos los
días, porque conlleva trabajo y dedicación. No se trata de consumir carne
diariamente, sino hacer de su consumo un motivo de fiesta.
Con 14.8 kg per cápita al año, México es el sexto consumidor
de carne de res en el mundo, después de Argentina (55 kg), Estados Unidos (37
kg), Brasil (37 kg), Turquía (18 kg) y la Unión Europea (15 kg). Desde 1990, la
Organización Mundial de la Salud (OMS) destaca la importancia de consumir más
frutas y verduras; y menos carne. Por su parte, la Academia de Nutrición y
Dietética de Estados Unidos afirma que toda dieta vegetariana adecuadamente
planificada puede cumplir con los criterios nutrimentales clave para todas las
etapas de la vida. La resolución discursiva acerca de una dieta saludable es
quizás la noción de un equilibrio: comer de todo, con moderación. Sabemos que
hay dos ácidos grasos necesarios para el funcionamiento de nuestro organismo
que no podemos sintetizar, el ácido omega 3 alfa-linoléico y el ácido omega 6
linoléico; se consideran esenciales y tenemos que ingerirlos como parte de
nuestra dieta. El primero interviene en el proceso de regular y reducir la
inflamación, hace que la sangre fluya correctamente dentro de las venas y
arterias, mejora la respuesta de la insulina y regula la producción de
prostaglandinas. El segundo tiene un papel fundamental en la estructura,
protección y regulación de las células. Es necesario un balance adecuado entre
ambos para que realicen su función correctamente dentro del cuerpo. La grasa de
la carne de vacuno alimentado exclusivamente con pasto contiene 460% más omega
3 que la grasa de vacuno cebado con cereales.
“El cambio en la dieta puede tener beneficios ambientales a
gran escala que no son alcanzables únicamente por los productores”, quedó
escrito en el reciente informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre
Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) que asesora a la ONU. La
salud del ser humano y la del planeta van de la mano, y elegir el tipo de
alimentos que nos llevamos a la mesa es también una forma de hacer “política”
tres veces al día. Como consumidores necesitamos conocer de dónde viene, quién
produjo lo que comemos y cómo, para recuperar nuestra conexión con los
productores, la naturaleza y sus ciclos. Ni vegano ni omnívoro. Para ser
respetuoso con el planeta hay que comer como un climatarian; es así como actualmente se le llama a quienes “eligen
qué comer de acuerdo con lo que es menos perjudicial para el medio ambiente”,
definición del diccionario británico Cambridge.
“Las políticas y las formas en que se decidan obtener o
producir los alimentos, en las siguientes dos o tres décadas, definirán el
grado de conservación —o destrucción— de los ecosistemas naturales —tanto
terrestres como marinos— del planeta y, en nuestro caso, de México”, escribe el
doctor José Sarukhán. “Las producciones agrícola, pecuaria y pesquera, pero en
especial las dos primeras, deben liberarse del esquema propagandístico de
algunos organismos internacionales y de la agroindustria internacional que ha
dominado por décadas las políticas agrícolas y pecuarias de muchos países, el
nuestro incluido; liberarse de la idea de que la única forma de atender la
satisfacción de alimentos para la población que habrá dentro de unas décadas,
es por medio de la producción agrícola altamente tecnificada y con altos
insumos de agroquímicos y agua”, concluye.
Se necesita un cambio urgente y profundo en toda la cadena
de producción de la ganadería. En un país que —nos dicen— está en un proceso de
transformación, el gobierno no puede continuar apoyando a los ganaderos
basándose en los mismos criterios del siglo pasado: simplemente repartir
vaquillas, sin tener a la vista que para transitar hacia la ganadería
sostenible se necesita un cambio de paradigma. ¿Cuál sería la mejor manera de
emplear los cuatro mil millones de pesos, actualmente asignados al Programa
Crédito Ganadero a la Palabra de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo
Rural, para que se estimule la transición hacia la ganadería sostenible? Los
pequeños productores necesitan el conocimiento y la capacidad técnica y
financiera para alimentar a su ganado, con lo que puedan producir forraje en
sus ranchos a lo largo del año, y poder retener a sus becerros para que
engorden y finalicen con pastos, árboles y arbustos que ellos mismos cultiven.
Con el fin de impulsar el financiamiento de proyectos que
generen impactos ambientales positivos, el Grupo Bolsa Mexicana de Valores creó
en años recientes el Consejo Consultivo de Finanzas Verdes, que persigue
desarrollar un mercado con una oferta y demanda amplias de instrumentos verdes.
“No sólo hay riesgo sistémico, sino una enorme oportunidad para el desarrollo
de productos financieros bursátiles y bancarios que soporten el desarrollo del
mercado verde en México”, asienta Javier Bernal, consejero general del Consejo.
La ganadería sostenible es uno de los sectores elegibles para desarrollar
proyectos y activos de inversión que pueden ser etiquetados como bonos “verdes”
o “sostenibles” —de acuerdo con los impactos que generen—, si se desea que
dichos instrumentos sean colocados en el mercado bursátil y puedan ser financiados
por el público inversionista.
A través de las actividades de ganadería sostenible y el
manejo silvopastoril es posible recuperar grandes extensiones de selva, bosques
y pastizales que se encuentran en degradación. Es un movimiento urgente que
evitará en gran medida la continua deforestación, la contaminación del suelo,
del aire y de los mantos acuíferos más importantes del territorio nacional. Al
mismo tiempo, es necesario crear canales de comercialización que distribuyan la
“carne de pasto” con una transparente trazabilidad de los productos. En el
reciente informe “El cambio climático y el suelo” del IPCC, se afirma:
En función de los sistemas agrícolas y ganaderos y del nivel
de desarrollo, las reducciones en la intensidad de las emisiones de los
productos pecuarios pueden dar lugar a reducciones absolutas de las emisiones
de gases de efecto invernadero. Las dietas equilibradas, que incluyen alimentos
de origen vegetal, como las basadas en cereales secundarios, legumbres, frutas
y verduras, nueces y semillas, y alimentos de origen animal producidos en
sistemas resilientes y sostenibles y que secuestran más carbono de la atmósfera
del que emiten, presentan oportunidades importantes para la adaptación y la
mitigación, a la vez que generan beneficios colaterales significativos en
términos de la salud humana.
Es en este momento histórico de ineludible crisis climática,
acompañada con una masiva e irreversible extinción de especies, nos preguntamos
hacia dónde vamos como especie humana. Hoy, los jóvenes de todo el mundo
levantan la voz y exigen a los políticos escuchar a la ciencia, porque es
tiempo de terminar nuestra guerra en contra de la naturaleza. Ha llegado el momento
de salir de nuestra zona de confort, debemos escuchar a los jóvenes,
reconciliarnos con la naturaleza y actuar.
Agradecimientos
Al atinado y profesional trabajo editorial de Leticia Mendoza, a los valiosos comentarios de Alfredo Cuarón, Mariana Díaz, Tadzio Mac Gregor y Javier Barros, a la corrección de estilo de Adriana Cataño y al Fondo de Conservación El Triunfo (Foncet), por aportar el primer financiamiento para la campaña de comunicación “Clima, suelo y vacas”. EP
Las fotografías son cortesía del autor y de Leticia Mendoza
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